Crónica/resumen Diálogo I de 'Sobre fronteras y cuerpos desplazados'. Con Astrid Agenjo, Mercedes G. Jiménez y Eduardo Romero |
DIÁLOGO I. Acumulación capitalista y externalización de la frontera Sur de Europa Introducción a cargo de Astrid Agenjo
En este sentido, la crítica feminista de la economía política entiende que más que de un conflicto capital/trabajo habría que empezar a hablar de un conflicto capital/vida. O, dicho con otras palabras, de un conflicto entre el proceso de acumulación capitalista y el proceso de sostenibilidad de la vida. Y en el análisis de este conflicto no podemos obviar ni las problemáticas de muy diversa índole que lleva aparejadas (socialización de costes, apropiación de recursos públicos, desposesión de bienes comunes...), ni el hecho de que el capitalismo construye e impone una visión hegemónica de la vida, según la cual "la única vida que merece la pena ser vivida es una vida mediatizada por el consumo, cuya sostenibilidad solo es posible porque a ella únicamente acceden algunos sujetos privilegiados". Este conflicto capital/vida, que es un conflicto que atraviesa la estructura socio-económica y que, por tanto, afecta de lleno a los procesos migratorios y de externalización e interiorización de la frontera, se ha agudizado en las últimas décadas con la aparición y expansión de la llamada globalización neoliberal que, siguiendo a Amaia Pérez Orozco, Agenjo considera que ha propiciado tanto un proceso de mercantilización de la vida -"pues la lógica de acumulación capitalista se ha infiltrado en espacios y ámbitos (los afectos, los cuidados..., el propio cuerpo) en los que antes no estaba"- como [un proceso] de feminización del trabajo remunerado que cada vez se rige más por las dinámicas y formas de control que históricamente hemos asociado con el trabajo doméstico y reproductivo. Si nos situamos en un plano más concreto, podemos decir que una de las formas en las que de manera más clara se manifiesta este conflicto en nuestra cotidianidad es a través del estrechamiento del nexo entre la calidad de vida, la capacidad de consumo y la posición que se tiene en el mercado de trabajo. Esto ocurre, además, en un contexto en el que, por un lado, el Estado se está desatendiendo de su responsabilidad de cubrir las necesidades -educativas, sanitarias, sociales...- que permiten la sostenibilidad de la vida; y en el que, por otro lado, la posibilidad de estar en el mercado de trabajo de una manera estable y segura cada vez es más reducida. La precariedad se ha generalizado y expandido, ha dejado de ser, como explicó Silvia L. Gil en el seminario Agenciamientos contra-neoliberales: coaliciones micro-políticas desde el sida, "algo excepcional que afecta únicamente a un grupo más o menos restringido de sujetos (ya sea por su condición social o por determinadas elecciones vitales que estos hayan hecho), para devenir en la norma neoliberal que rige la vida de una gran parte de los ciudadanos".
Astrid Agenjo finalizó su introducción explicando tres de las estrategias sobre las que la economía feminista viene reflexionando. Por un lado, la modificación de los patrones de consumo en los hogares ("habría que analizar qué necesidades/hábitos de consumo son los que se priorizan y qué miembros de los hogares están siendo los más y los menos afectados por esta modificación") y la búsqueda de nuevas fuentes de ingresos y recursos ("una búsqueda que, en muchos casos, se tiene que hacer en otros países, lo que conecta la cuestión del conflicto capital/vida con el tema de las migraciones"). Por otro lado, el re-emplazamiento de labores y bienes o servicios que antes realizaba u ofrecía el Estado (o que se contaban con recursos económicos suficientes para adquirir en el mercado), por un trabajo no remunerado que, en la mayor parte de los casos, es desempeñado por mujeres (por ejemplo, las labores de cuidados de gran parte de los procesos post-operatorios que, tras los recortes sanitarios, se han ido desplazando progresivamente a los hogares). Y en tercer lugar, "tiramos para adelante" a través de lo que varias autoras describen como una "economía de retales": el hogar se expande y todos sus miembros contribuyen, con lo poco que pueden y tienen, a su sostenimiento. Ejemplos ilustrativos de esto serían tanto las familias que se re-agrupan ("y en las que, en muchos casos, es la pensión del abuelo o de la abuela la única fuente estable de ingresos"), como las familias transnacionales ("otro nexo con el tema de las migraciones") cuyos miembros viven en países distintos pero que siguen funcionando como una unidad socio-económica.
"Crucé por primera vez el Estrecho de Gibraltar cuando tenía 23 años y acababa de finalizar la carrera de Antropología", recordó. "Era 1997 y España, que apenas seis años antes había ratificado el Acuerdo de Schengen, empezaba a convertirse en un país receptor de inmigrantes, mientras que Andalucía y las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla ya se configuraban como la frontera sur de la Unión Europea, como la última escala de los periplos migratorios procedentes del África subsahariana". (...) "Por aquel entonces, ni siquiera tenía móvil ni cuenta de correo electrónico y para comunicarme con mis familiares y amigos debía recurrir a las teleboutiques (antecedentes de los cibercafés y locutorios) e incluso al intercambio de cartas por correo postal". (...) "El viaje en ferry desde España costaba tres mil pesetas y en los trabajos de campos e investigaciones que realizaba para la asociación con la que en aquel momento trabajaba, las entrevistas las hacía con una grabadora de cintas de cassette y las fotografías con una cámara de carretes". En el periodo de 17/18 años que ha transcurrido desde entonces han cambiado muchas cosas. Y no es solo que ahora para realizar sus entrevistas utilice una grabadora MP3 o que para comunicarse con sus familiares, en vez de escribir cartas, recurra a Skype o al WhatsApp, sino que el proceso de externalización de la frontera sur de Europa, que ya en aquel momento comenzaba a perfilarse, "se ha hiper-acelerado". La zona de Tánger-Tetuán, a la sombra del ambicioso proyecto de construcción del puerto de Tánger Med, se está erigiendo como una de las principales regiones receptoras de deslocalización en el ámbito de la producción textil y, en menor medida, agro-alimentaria, nutriéndose para ello de una mano de obra precarizada que, como ocurre en otras zonas del mundo que están viviendo dinámicas parecidas, es mayoritariamente femenina1.
La hiper-aceleración de este proceso de externalización y deslocalización de la frontera (un fenómeno propiciado por la consolidación y expansión de la lógica neoliberal a escala planetaria y que, por tanto, es global, aunque cada zona fronteriza tenga sus particularidades) ha hecho que emerjan tanto nuevas formas de movilidad y de vivir transnacional como de control y gestión de los flujos migratorios. Un control que se ha vuelto mucho más sofisticado y, quizás, menos visible, pero que sigue siendo igual de estricto y agresivo que el que había hace 15 ó 20 años. Según Mercedes G. Jiménez, en cierta medida, el estallido de la Primavera Árabe ha puesto en crisis el proceso de externalización fronteriza europea, propiciando que, por ejemplo, queden al descubierto los verdaderos objetivos de la llamada "Política de Vecindad de la Unión Europea" o que los gobiernos de algunos países de la orilla sur del mediterráneo se hayan visto obligados a adoptar un nueva retórica en torno a los derechos humanos. Una retórica que, en sus palabras, "está vaciada de contenido". Este es el telón de fondo en el que se enmarca la reflexión en torno a la teoría política fronteriza y el transnacionalismo que Jiménez quiso desarrollar en el tramo central de su conferencia. Una reflexión que es fruto del trabajo colectivo que un grupo de activistas e investigadores que trabajan en Tánger y el norte de Marruecos llevan realizando desde hace varios meses y para la que han tenido como referente los análisis y discursos que en torno a está cuestión ya han llevado a cabo activistas e investigadores de otras zonas fronterizas con problemáticas similares, como la de EE.UU. y México. "La idea de poner en marcha este proceso reflexivo colectivo", explicó, "surge cuando, tras la enorme visibilización mediática que, al hilo de diversos hechos que estaban sucediendo en las fronteras de Melilla y Ceuta -como la desproporcionadísima actuación represiva que la Guardia Civil llevó a cabo contra un grupo de inmigrantes subsaharianos que la noche del 6 de febrero de 2014 intentaron atravesar la frontera rodeando el espigón de la playa del Tarajal-, representantes de varios colectivos nos planteamos que era necesario empezar a desarrollar un discurso teórico sobre la inmigración y la cuestión fronteriza que no estuviera raptado por la dicotomía criminalización vs victimismo. Una dicotomía que simplifica un problema que es enormemente complejo y que, además, no sólo se aplica sobre los inmigrantes, sino también sobre las organizaciones que están denunciando lo que ocurre". Mercedes G. Jiménez señaló que para este grupo de investigadores y activistas es fundamental que tomemos consciencia de que la frontera no sólo tiene una dimensión física o material. "En un mundo globalizado como el actual", advirtió, "la frontera es, ante todo, una suerte de constructo simbólico, una lógica que interiorizamos y naturalizamos y que nos habla de la capilaridad del poder contemporáneo, de las numerosas estrategias que éste despliega para gestionar y canalizar la movilidad, tanto de los ciudadanos como de las mercancías, en su propio beneficio... Es una forma de control y de clasificación que, de un modo u otro, nos afecta a todos, no sólo a aquellos que han sido construidos como personas migrantes".
Pero, este proceso de deslocalización de la frontera, con todo lo que conlleva2 ¿cómo se está llevando a cabo? En el ámbito legislativo y en el caso específico de la frontera sur de Europa, una medida para promover e imponer esta deslocalización ha sido impulsar la promulgación de leyes de extranjería en los países del Magreb (Marruecos, Argelia, Mauritania, Túnez y Libia). Leyes que a menudo han resultado ser aún más estrictas que las de los países europeos ("en Marruecos, por ejemplo, se penaliza no sólo el hecho de entrar sino también de salir de forma irregular del país, algo que no contempla ninguna ley de extranjería de Europa"), pero que, debido al estallido de la Primavera Árabe, están ahora en una especie de impasse. A nivel procedimental, el proyecto de externalización de la frontera ha utilizado como principal herramienta la ya citada "Política Europea de Vecindad", un programa estratégico que, supuestamente, persigue profundizar en el estrechamiento de las relaciones entre la Unión Europea y sus países vecinos (tanto los de la cuenca Mediterránea, como algunas ex-repúblicas soviéticas), pero con el que, a juicio de Mercedes G. Jiménez, lo que en realidad la UE busca es ahondar en los procesos de deslocalización para facilitar la circulación de mercancías y ampliar su radio securitario hasta los países con los que comparte frontera marítima o terrestre3. Desde un punto de vista tecnológico e institucional, son numerosas las herramientas, procesos e iniciativas que, más allá de la "hipervisibilizada valla", podemos vincular con el proyecto de externalización y deslocalización fronteriza de la Unión Europea. Mercedes G, Jiménez citó dos: por un lado, los acuerdos de readmisión de inmigrantes que se han firmado -o que se tienen previsto firmar- con países como Turquía o Marruecos (acuerdos que permiten la devolución a estos países de inmigrantes, independientemente de cuál sea su nacionalidad, que han pasado por su territorio, para que sean ellos los que se encarguen de su deportación); por otro lado, el hecho de que, como ha mostrado el colectivo Migreurop en algunas de sus cartografías, durante los últimos años ha aumentado de forma notable el número de inmigrantes que, en su tránsito hacia Europa, han muerto sin llegar a cruzar sus fronteras. Finalmente, centrándonos en el ámbito ideológico -que es el que, según Jiménez, consolida las acciones que se llevan a cabo en los otros tres ámbitos- podríamos señalar que las categorías conceptuales del régimen migratorio europeo ("inmigrante irregular", "clandestino", "invasión", "avalancha"...) están empezando a ser exportadas a los países del norte de África. "En Marruecos, por ejemplo", explicó, "el proceso de regularización de inmigrantes que se ha estado llevando a cabo durante el año 2014, ha mostrado que dentro de la sociedad marroquí se está extendiendo un racismo importado de Europa hacia los subsaharianos".
Hay que tener en cuenta que la caída de regímenes dictatoriales como el de Muamar el Gadafi en Libia o el de Zine El Abidine Ben Ali en Túnez ("regímenes con los que la UE tenía una relación bastante fluida, no lo olvidemos") provocó el desmantelamiento de los férreos mecanismos de control policial que había en estos países, incluyendo todos los vinculados con la vigilancia fronteriza y la gestión migratoria. Durante varios meses fue mucho más fácil cruzar sus fronteras, y entre enero y febrero de 2011 llegaron a la isla de Lampedusa más de veinte mil inmigrantes procedentes de las costas tunecinas. Eso terminó generando un fuerte conflicto diplomático en el seno de la Unión Europea (pues Sarkozy reclamó que se blindaran las fronteras italianas para impedir que dichos inmigrantes pasaran a Francia) y propició que Italia decidiera romper los pactos de control migratorio que había firmado con Túnez y Libia. Algo que, en cualquier caso, no debemos obviar es que, en realidad, la mayor parte de los nuevos flujos migratorios que han originado los procesos revolucionarios y conflictos bélicos vinculados a la Primavera Árabe -flujos que, como acabamos de comentar, incluso han llegado a poner en jaque el Acuerdo de Schengen- han tenido como destino otros países del sur. "Por ejemplo", explicó Mercedes G. Jiménez, "cuando estalló la crisis en Libia, fueron Túnez y Egipto los países que soportaron los mayores flujos de refugiados. Y en el caso de la guerra de Siria, son Líbano, Turquía y Jordania los países que han acogido a más del 80% de sus desplazados. De hecho, este conflicto nos ha mostrado de forma muy clara la absoluta falta de solidaridad de los países de la Unión Europea que prácticamente han cerrado sus fronteras a los desplazados sirios4". En los últimos años, en gran medida debido a la crisis económica internacional, también hemos asistido a la emergencia -o más bien al crecimiento, pues existir, siempre ha existido, aunque fuera a pequeña escala- de una inmigración desde Europa a los países de la cuenca sur del mediterráneo. Se trata no sólo de expatriados o de personal cualificado que se traslada a estos países para ocupar puestos de cierta responsabilidad en instituciones, ONGs o multinacionales de origen europeo, sino también de jubilados o de jóvenes y trabajadores sin cualificar que, en muchos casos, terminan realizando trabajos precarizados en empresas deslocalizadas (por ejemplo, en empresas de telemarqueting). Además, el endurecimiento de las leyes de extranjería, también ha provocado que cada vez haya más inmigrantes que, tras llevar varios años en Europa (en algunos casos diez e incluso quince años), se queden sin permiso de residencia y son obligados a regresar a sus países de origen, donde, a menudo, apenas tienen ya familiares y amigos. Antes de finalizar su charla, Mercedes G. Jiménez señaló que, en paralelo a este proceso de externalización de la frontera ("proceso que, como hemos venido apuntando, ha sido puesto en crisis por el estallido de la Primavera Árabe"), en algunos de estos países de la cuenca sur del mediterráneo ha ido emergiendo durante los últimos años una "nueva retórica institucional en torno a los derechos humanos". En Marruecos, por ejemplo, no sólo se han creado instituciones que están absolutamente impregnadas de dicha retórica, como la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, sino que incluso ésta se ha utilizado para intentar legitimar el proceso de regularización de la población migrante que se puso en marcha a principios de 2014. "Pero la realidad", subrayó Jiménez, "es que, más allá de un plano puramente discursivo, nada o casi nada ha cambiado y, en la práctica, los derechos de las personas migrantes siguen siendo sistemáticamente vulnerados".
Al igual que el sociólogo franco-argelino Abdelmalek Sayad, para Eduardo Romero es necesario tener una mirada "contextualizadora" sobre la experiencia de la emigración que, a su juicio, es justo la contraria de la que actualmente se está ofreciendo desde los medios de comunicación, donde lo que nos encontramos es, en sus palabras, "una radical descotextualización del hecho migratorio, presentando a las personas migrantes como sujetos subidos a una alambrada que no tienen ni pasado ni futuro". A su vez, en la línea de Mercedes G. Jiménez, Romero considera que no sólo hay que denunciar, visibilizar e intentar combatir los dispositivos directamente represivos de las políticas migratorias, sino también la "mutación antropológica", parafraseando a Pier Paolo Pasolini, experimentada durante las últimas décadas por las sociedades occidentales que permite que permanezcamos impasibles ante la muerte cada año de miles de personas migrantes que lo único que quieren es mejorar sus condiciones de vida. Según Romero, a esta descontextualización también contribuyen acciones y propuestas más o menos bien intencionadas que, aunque sea de forma inconsciente, reproducen una visión cosificada y exotista del migrante y de su cultura. En este sentido, el autor de Relatos de racismo y represión recordó que el filósofo y activista Frantz Fanon decía que las culturas colonizadoras imponen su hegemonía no destruyendo a las culturas colonizadas sino cosificándolas, convirtiéndolas en una mera suma de anécdotas. "Y esto es lo que hacen, aunque no sea su intención, muchas de las jornadas multiculturales que se suelen organizar", advirtió, "donde la inmersión en las culturas de origen de las comunidades migrantes queda reducida a sesiones de degustación gastronómica o a conciertos de djembé. Yo no quiero ridiculizar las degustaciones gastronómicas ni los conciertos de djembé, sino criticar el marco en el que se suelen insertar y que hace que funcionen como meras anécdotas. Y lo que planteo es que, frente a esta cosificación, tenemos que generar discursos y proyectos que aborden y muestren de una manera mucho más digna y compleja la historia y la cultura de las comunidades migrantes con las que nos entrelazamos. Sólo así se podrá luchar contra la radical descontextualización del hecho migratorio que se nos intenta imponer".
Antes de entrar de lleno en el análisis de la dimensión interior de la actual política migratoria del Estado español (así como de una serie de antecedentes históricos que, a su juicio, nos pueden ayudar a comprender sus verdaderos objetivos), Eduardo Romero quiso detenerse en un par de ejemplos especialmente "obscenos" de la dimensión exterior de dicha política. Dos ejemplos que, además de tener una relación directa con las comunidades migrantes con las que tiene vínculos la Asociación Cambalache, nos muestran de forma muy clara cómo España, al igual que otros países de la Unión Europea, está utilizando esta política no sólo para controlar los flujos migratorios, sino también para consolidar y ampliar su control sobre ciertos recursos del norte de África, en lo que supone una auténtica reedición de la lógica colonial. El primero de estos ejemplos sería la estrecha relación de "cooperación" que el Estado español mantiene con países como Nigeria, de donde proceden algunos de los inmigrantes subsaharianos que residen en Asturias. Una relación con la que, más allá de los argumentos que se utilizaron para tratar de justificar la puesta en marcha del Plan África, lo que se intenta es garantizar el abastecimiento energético de España, como demuestran unas recientes declaraciones de Gonzalo Escribano, director del Programa de Energía y Cambio Climático del Real Instituto Elcano ("unos de los centros de pensamientos más directamente vinculados con el poder político y económico del Estado español"), en las que venía a decir que, en vistas a las próximas elecciones nigerianas, había que empezar a pensar cómo contribuir a evitar el riesgo de desestabilización yihadista en una zona que es especialmente sensible para los intereses de España. El segundo ejemplo sería lo que está ocurriendo con el sector pesquero, pues en virtud a diversos acuerdos de cooperación, en la actualidad hay centenares de barcos españoles y europeos que están faenando en aguas de países africanos e incluso utilizando éstas para verter residuos contaminantes. "De hecho", recordó Eduardo Romero, "nosotros hemos trabajado con antiguos pescadores procedentes de Senegal reconvertidos en manteros que nos cuentan que tuvieron que abandonar su actividad por la llegada a las costas de su país de grandes barcos pesqueros que han hecho que sea prácticamente inviable la pesca artesanal"5. Las políticas migratorias de la Unión Europea y del Estado español no puede entenderse, por tanto, en términos únicamente represivos. Por ello, Romero considera que la metáfora de la "fortaleza europea", tan utilizada por los colectivos que defienden los derechos de los inmigrantes, aunque ha sido y sigue siendo muy útil para describir la dimensión explícitamente violenta del control fronterizo, resulta, en gran medida, insuficiente. "No hay que olvidar que en España, entre finales de la década de los noventa y los años 2007/08, la población migrante se multiplicó por seis (pasó de un millón a seis millones). Y eso no ha sido casual: sucedió porque interesaba que sucediera", señaló.
"Al hilo de lo que ha contado Mercedes G. Jiménez de que la reciente Ley de Extranjería que ha aprobado el gobierno marroquí penaliza, no sólo el hecho de entrar, sino también de salir de forma irregular del país", señaló Romero, "habría que recordar que en el siglo XVIII, las naciones europeas, desde la premisa de que tener una población numerosa era una potencial fuente de riqueza, también criminalizaron la emigración. De hecho, en Francia y en los países escandinavos ésta llegó a ser declarada ilegal y en Gran Bretaña estuvo prohibida para determinados tipos de obreros cualificados". Sin embargo, esas leyes no impidieron que una buena cantidad de europeos abandonaran sus países de origen. Cantidad que creció exponencialmente entre las últimas décadas del siglo XIX y la I Guerra Mundial, cuando se calcula que salieron de Europa más de 50 millones de personas (37 a Norteamérica, 11 a América Latina y unos 3,5 a Australia y Nueva Zelanda), a lo que habría que añadir los que emigraron a otros países europeos. A juicio de Eduardo Romero, un ejemplo histórico que nos puede resultar especialmente útil a la hora de intentar entender por qué ha sido como ha sido la política migratoria española de los últimos años es lo que ocurrió en Irlanda durante la segunda mitad del siglo XIX y las dos primeras décadas del siglo XX. "En ese periodo", recordó, "hubo masivas muertes por hambrunas en este país, y varios millones de irlandeses decidieron emigrar a Gran Bretaña y Estados Unidos, siendo la mortalidad en estos viajes bastante elevada". Y, sin embargo, como señala Karl Marx en un pasaje de El Capital en el que plantea la necesidad de que los análisis demográficos hay que hacerlos en términos socio-históricos, para el proyecto capitalista la isla seguía estando superpoblada... "Tres millones y medio de personas viviendo en Irlanda se seguían considerando demasiadas personas", subrayó Romero, "porque se quería convertir la isla en un inmenso pasto que cubriera las necesidades alimentarias de la creciente población industrializada británica". Además, en esos años los inmigrantes irlandeses también vieron como en Estados Unidos, economistas que se declaraban firmes defensores del libre mercado presionaron al gobierno para que impidiera que las personas que llegaban desde Irlanda y otros países europeos pudieran acceder con facilidad a la propiedad de tierras, subiendo artificialmente el precio de éstas, de modo que se vieran obligadas a trabajar como asalariados en la industria manufacturera. "El caso irlandés nos muestra cómo el capitalismo instrumentaliza a la población migrante", aseguró el autor de Quién invade a quién. Del colonialismo al II Plan África. "En los ciclos de crecimiento recurre a los inmigrantes para que trabajen como mano de obra barata, pero cuando se producen periodos de recesión los desecha sin miramientos, aplicando sobre ellos todo tipo de medidas represivas e incluso dejando y fomentando que se conviertan en el chivo expiatorio sobre el que recae gran parte del descontento social". Esto fue justo lo que ocurrió en la década de 1930, cuando, como denuncia Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo, muchas de las personas que huían de la Alemania nazi fueron perseguidas y maltratadas por las fuerzas policiales de los países en los que se refugiaban, donde a menudo acababan recluidos en centros de internamiento. Unas fuerzas que, según Romero, incluso llegaron a colaborar con la Gestapo en el control fronterizo y migratorio.
Este ciclo de expansión llega a su fin en los años setenta del siglo pasado, un momento en el que vuelven a impulsarse políticas de control fronterizo mucho más restrictivas y a aparecer -o, más exactamente, a cobrar mayor relevancia y visibilidad social- voces que reclamaban que los inmigrantes tenían que regresar a sus países de origen. "Ahora estamos en un momento parecido", advirtió Eduardo Romero, "por eso es bueno recordar que esas políticas no produjeron un retorno masivo, como tampoco lo están produciendo en la actualidad. Y no lo hicieron porque, por un lado, los estados europeos seguían necesitando mano de obra barata dispuesta a trabajar en condiciones laborales cada vez más devaluadas; y, por otro lado, porque los propios inmigrantes, aprovechando los pocos resquicios que les dejaba la legislación, habían aprendido a desarrollar estrategias legales que les permitían mantener sus permisos de residencia y/o acelerar sus procesos de nacionalización... El caso es que durante las décadas de 1970 y 1980, el número de inmigrantes en Europa continuó creciendo, si bien a un ritmo mucho más lento que en las décadas anteriores. Y eso, de algún modo, se está repitiendo en la actualidad". La economía occidental y, en especial, la española, vive un nuevo momento de auge entre 1994 y 2007. En ese periodo, se produjo en España una incorporación masiva a la relación salarial: en apenas trece años el número de afiliados a la Seguridad Social aumentó en casi ocho millones de personas, pasando de doce a veinte. ¿Y de dónde salieron esas personas? Pues, según Romero, en un primer momento, hasta aproximadamente el años 2000, casi el 90% de los nuevos cotizantes fueron autóctonos6: mientras que en la segunda mitad de ese periodo, es decir, entre 2001 y 2008, cuando se crean casi cuatro millones y medios de nuevos empleos, más del 50% de los incorporados a la relación salarial fueron inmigrantes. El incremento exponencial de la incorporación de población migrante al mercado laboral español (y, en general, [el incremento] del número de inmigrantes residentes en España), co-existe con la creación de un fuerte aparato represivo (redadas, centros de internamientos para extranjeros, deportaciones...) para el control fronterizo y migratorio. "La tesis de la Asociación Cambalache para explicar esta aparentemente contradictoria co-existencia", comentó Eduardo Romero, "es que todos estos dispositivos directamente represivos funcionan como una especie de mecanismo ejemplarizante para generar miedo y sensación de vulnerabilidad, contribuyendo junto a otros dispositivos no directamente represivos, como los intrincados recorridos administrativos para obtener o renovar los permisos de residencia, a disciplinar a la población migrante y convertirla en fuerza de trabajo barata y servil". O dicho con otras palabras, el objetivo de la política migratoria española no ha sido tanto producir inmigrantes deportados como inmigrantes amenazados. Una amenaza que les obliga a asumir una actitud políticamente pasiva y que les empuja a aceptar trabajar en condiciones de gran precariedad. En este sentido, Romero señaló que para la Asociación Cambalache es fundamental que empecemos a tomar consciencia de que no se puede desligar la política migratoria de la política económica, laboral y social que se llevó a cabo durante ese periodo de auge económico, pues es esa conexión, que los discursos oficiales tratan de invisibilizar, la que nos permite entender cómo ha funcionado (y sigue haciéndolo) el disciplinamiento de la población migrante.
Pero el disciplinamiento de esta población no sería realmente efectivo si la penalización por el incumplimiento de algunos de los requisitos vinculados a la vertiente administrativa de la política migratoria no fuera visto como una amenaza real. Y es por ello por lo que también se ponen en marcha una serie de medidas y acciones explícitamente represivas, empezando por la realización periódica de "redadas racistas" para pedir papeles (redadas de las que han sido víctimas -en muchos casos en más de una ocasión- la mayoría de los inmigrantes que residen en España), continuando por la reclusión en calabozos y centros de internamiento para extranjeros y finalizando por las deportaciones (se calcula que entre diez y quince mil personas son deportadas cada año). A juicio de Romero, la indudable desproporción entre, por un lado, el número de inmigrantes que hay en España (seis millones) y, por otro lado, la enorme cantidad de identificaciones que se llevan a cabo en el marco de las redadas antes citadas, y el número de personas que, finalmente, son deportadas, refleja de forma muy clara que el verdadero objetivo de la dimensión represiva de esta política no es controlar los flujos migratorios, sino, como ya hemos apuntado, generar en este colectivo miedo y sensación de vulnerabilidad. Y, con ello, posibilitar que el complejo sistema de control e instrumentalización de la población migrante que se ha ido montado durante las dos últimas décadas no se desmorone. En la actualidad, inmersos, como estamos, en un nuevo ciclo de recesión, nos encontramos con que, además de las deportaciones forzadas, hay un porcentaje no demasiado grande pero sí significativo de inmigrantes que está abandonado España de forma voluntaria, ya sea para retornar a sus países de origen o para desplazarse hacia otros países, especialmente de América Latina, que están experimentando un momento de crecimiento económico. Pero al mismo tiempo, todas las investigaciones y previsiones apuntan a que, debido al creciente envejecimiento de la población, el Estado español, como el resto de los países europeos, va a seguir necesitando, a medio y largo plazo, mano de obra migrante. En este sentido, Eduardo Romero concluyó su intervención recordado unas declaraciones de Felipe González en la que instaba a contratar mujeres jóvenes, "sobre todo si se van a quedar embarazadas", como medio de combatir el declive demográfico. Unas declaraciones que a su juicio reflejan que para los líderes europeos y las instituciones que dirigen, el envejecimiento de la población supone un verdadero quebradero de cabeza. Y que, más allá de las medidas que se han puesto en marcha para el control fronterizo y migratorio (medidas más efectistas que efectivas), Europa tiene claro que el rejuvenecimiento de su población y, con ello, la posibilidad de mantener un ritmo constante crecimiento (algo que en un sistema capitalista no es opcional), pasa por seguir reclutando inmigrantes.
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