Mesa de interlocución Minorías activas durante los 60: Socialismo o Barbarie, Internacional Situacionista, con la participación de Daniel Blanchard, Mario Perniola y Eduardo Rothe |
A finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, algunos colectivos revolucionarios como Socialismo o Barbarie (SoB) o la Internacional Situacionista (IS) comenzaron a articular su proyecto crítico en torno a la idea de que había que poner el énfasis en los aspectos subjetivos de la lucha política y “politizar” la vida cotidiana y los malestares existenciales. De algún modo, estos colectivos minoritarios anticiparon el Mayo francés, pues en sus análisis teóricos y elaboraciones poéticas ya se plantean muchas de las preguntas radicales que se formularon durante las revueltas del 68 (preguntas que en los procesos de politización clásicos nunca se habían realizado): ¿cómo fundir vida y política, existencia y palabra?, ¿qué se debe hacer para huir de una lógica organizativa jerárquica y centralista?, ¿cómo se pueden romper los roles sociales y culturales pre-establecidos y propiciar una igualdad real y duradera?, ¿cómo conseguir una transformación personal y colectiva sin tomar el poder?... Paradójicamente, estas "minorías revolucionarias" no lograron sobrevivir a un acontecimiento que habían contribuido a generar. Así, la Internacional Situacionista se autodisolvió en 1972, mientras que Socialismo o Barbarie ni siquiera estaba en activo durante la insurrección de 1968 (pues después de sucesivas escisiones, se había disuelto el año anterior). Vinculado desde 1956 a Socialismo o Barbarie, Daniel Blanchard, autor de Crisis de palabras; notas a partir de Guy Debord y Cornelius Castoriadis, señaló que cuando se desencadenaron las revueltas del 68, fue consciente de que muchas de las ideas que había planteado este colectivo estaban siendo asumidas por millones de personas. Por ejemplo, uno de los ejes principales del proyecto crítico de SoB, la denuncia de la alienación burocrática (partiendo de la premisa de que ésta no sólo se producía en el ámbito laboral, sino en todas las esferas de la vida de los ciudadanos), jugó un papel fundamental en las movilizaciones de Mayo del 68. En este sentido, Blanchard recordó que Socialismo o Barbarie surge en 1948 cuando un grupo de miembros del Partido Comunista Internacionalista (PCI) francés (entre ellos, Cornelius Castoriadis y Claude Lefort) decide abandonar esta organización trotskista por no estar de acuerdo con su idea de que la URSS era un "estado obrero degenerado". "Para SoB", explicó, "en la URSS y en todos los países autodenominados socialistas, lo que se estaba construyendo era un nuevo tipo de régimen capitalista (que denominábamos capitalismo de Estado)", pues el poder no estaba en manos de los trabajadores, sino de una nueva clase dominante -los burócratas- que había ocupado el lugar de la patronal. El objetivo principal de Socialismo o Barbarie era la construcción de una organización revolucionaria a escala internacional que contribuyera a que los trabajadores tuviesen un control real y directo de la gestión de la producción (y de la vida social en general), "es decir", subrayó Daniel Blanchard, "a que el poder estuviese de verdad en manos del proletariado" y no de un entramado jerárquico de mediadores y representantes que, con toda probabilidad, terminarían constituyendo una élite privilegiada (algo que, de hecho, ya estaba pasando en los países de la órbita soviética y también dentro de las estructuras organizativas de los principales partidos y sindicatos de izquierda de los países capitalistas). Por ello, en todo momento Socialismo o Barbarie busco una interlocución directa con los trabajadores, "dándoles la palabra" a través de herramientas como los "testimonios obreros" (relatos en primera persona de la vida en la fábrica, como el que publicaron en el primer número de la revista de SoB los estadounidenses Paul Romano y Ria Stone). No hay que olvidar que una de las figuras más relevantes de este colectivo fue Daniel Mothé, fresador en Renault (donde, entre otras cosas, impulsó la publicación de un periódico militante llamado Tribune Ouvrière) que, según Blanchard, ejerció una gran influencia en muchas de las decisiones que tomó (y de las iniciativas que realizó) Socialismo o Barbarie. A diferencia de la teoría revolucionaria marxista tradicional, SoB consideraba que para que se pusiese en marcha un proceso revolucionario no era necesario que se produjera un empeoramiento de la situación económica que llevara de forma inevitable a un colapso del capitalismo (tras haber dejado en la miseria a millones de trabajadores). A juicio de este colectivo, la propia dinámica de la lucha de clases, la toma de conciencia por parte de los obreros de la alienación que sufren, era "mecha suficiente" para originar un proceso insurreccional que posibilitara una profunda trasformación política y existencial. Al proletariado se le otorgaba, por tanto, un papel activo y positivo y se resaltaba su autonomía (su no dependencia de una "vanguardia" política que le guiara hacia la emancipación) y su capacidad auto-organizativa. A su vez, Socialismo o Barbarie planteó la necesidad de llevar la lucha obrera fuera de los muros de las fábricas y de concebir la vida cotidiana y el ámbito doméstico como espacios políticos (es decir, como espacios que no están al margen del proceso de alienación que promueve el sistema capitalista). Y aunque sólo fuera de forma esquemática, este colectivo también reflexionó sobre las relaciones de género y el papel de la mujer en la sociedad. "Además", añadió Daniel Blanchard, "siempre le dio un gran valor a la igualdad y, en gran medida, consiguió que, a nivel organizativo, no hubiese diferencias jerárquicas entre sus miembros, aunque en la práctica fue imposible evitar que gente con tanta personalidad como Cornelius Castoriadis, Claude Lefort, J.F. Lyotard, Vega -seudónimo de Alberto Masó (un catalán que había militado en el POUM durante la Guerra Civil)- o el propio Daniel Mothé, tuviesen más peso que los demás". Todas estas ideas encontraron eco en la insurrección del 68, "un movimiento que", en palabras de Blanchard, "también evidenció algunas carencias y limitaciones de nuestras elucubraciones teóricas y prácticas políticas". Hay que tener en cuenta que ya sólo el hecho de que se produjera un acontecimiento como éste ponía en cuestión la tesis de Cornelius Castoriadis (asumida por la mayor parte de los miembros de SoB) de que era muy difícil que se desencadenara un proceso revolucionario, porque el capitalismo había conseguido desmovilizar a la clase obrera mediante un aumento de su capacidad de consumo. A juicio de Daniel Blanchard, Castoriadis también erró al considerar que una especie de pacto social tácito que se había establecido tras la II Guerra Mundial impediría que el capital volviera a tener vía libre para promover dinámicas económicas que generaran claramente nuevas desigualdades, por lo que la crítica de Socialismo o Barbarie debía centrarse en la deriva burocrática deshumanizadora que estaba emprendiendo el mundo capitalista (deriva burocrática que hacía que las relaciones sociales y laborales estuvieran sometidas a una lógica funcional que reprimía cualquier expresión de creatividad individual).
"Otra cosa que nos enseñó Mayo del 68", precisó el autor de Crisis de palabras; notas a partir de Guy Debord y Cornelius Castoriadis, "es que para propiciar un cambio social no bastaba con trabajar a un nivel exclusivamente intelectual, racional (que era lo que había hecho Socialismo o Barbarie), sino que se debía tener en cuenta la importancia de lo simbólico (de cómo se dice lo que se dice, de cómo se muestra lo que se muestra) y de la vivencia subjetiva de la alienación y de la explotación". En opinión de Daniel Blanchard, esto es algo que ya había comprendido la Internacional Situacionista, pues la potencialidad subversiva y la capacidad de interpelación de este colectivo no estaba en el contenido de sus acciones y propuestas discursivas sino en su "estilo", en su radical y lúcida utilización de la dimensión estética como herramienta de sabotaje político.
En el inicio de su intervención en el encuentro Semillas y gérmenes, Mario Perniola, profesor de Estética en la Universidad Tor Vergata de Roma y autor de libros como Los situacionistas; historia crítica de la última vanguardia del siglo XX o Contra la comunicación, contó cómo conoció y entró en contacto con la Internacional Situacionista (IS), un colectivo que, a su juicio, analizó con gran lucidez las transformaciones que estaba experimentando la sociedad de su época. La primera vez que contactó con ellos fue a mediados de 1966, cuando después de asistir escandalizado a un congreso que reunió a "insignes" surrealistas con algunos "pesos pesados" del mundo académico, le escribió una carta a Guy Debord que le respondió enviándole algunos ejemplares de la revista que la IS editaba. Desde entonces, Perniola mantuvo un contacto regular -no exento de ciertas tensiones- con Debord y otros situacionistas y fue testigo directo de muchas de las polémicas que surgieron en torno a la actividad de este colectivo, como la que se generó en la Universidad de Estrasburgo por la publicación del texto de Mustapha Khayati De la miseria en el medio estudiantil.
Tras el fracaso (o la derrota) de la insurrección de Mayo del 68, en julio de ese año Mario Perniola se reunió con algunos miembros de la Internacional Situacionista en Bruselas y allí pudo leer algunos pasajes del libro Rabiosos y Situacionistas en el movimiento de las ocupaciones, de René Viénet, que saldría publicado a finales de 1968 en la editorial Gallimard. "Posteriormente", recordó Perniola, "me trasladé a Londres donde ya empecé a darme cuenta de que la profunda sintonía de los situacionistas con lo que podemos denominar el 'espíritu de su tiempo' se estaba diluyendo y que sus textos y acciones carecían de la brillantez analítica y de la capacidad interpelativa que tenían antes".
Coincidiendo con la fase final de la "vida activa" de la Internacional Situacionista, aparecieron los primeros artículos y libros que trataban de explicar qué ocurrió (y por qué) en Mayo del 68, un acontecimiento cuyo "sentido histórico", en palabras de Mario Perniola, "continua hoy, cuatro décadas después, resultando oscuro, enigmático (y que, desde luego, no se puede explicar utilizando las categorías políticas y sociológicas tradicionales)". A su juicio, dos de los libros más interesantes sobre este acontecimiento que se publicaron en aquellos años fueron Journal de la Commune étudiante (1969), de Alain Schriapp y Fierre Vidal-Naquet (que, entre otras cosas, recoge algunas de las actas de las asambleas que se celebraron durante las revueltas) y L'Image-action de la société ou la politisation culturelle (1970/71), de Alfred Willener (donde, por ejemplo, ya se reflexiona sobre cómo se puede construir una "memoria política" del 68).
"Una de las preguntas que se hace Willener", indicó Perniola, "es cómo y por qué un movimiento tan difuso y heterogéneo (hay que tener en cuenta que aglutinaba a individuos y colectivos con orientaciones ideológicas muy dispares) logró auto-organizarse de forma tan eficaz y desencadenar la mayor insurrección política y existencial que se ha producido en el mundo occidental en la segunda mitad del siglo XX. Una insurrección que, no lo olvidemos, fue en gran medida incruenta o que, en todo caso, provocó muchas menos víctimas de las que han ocasionado otros acontecimientos similares". Para Willener la gran fuerza simbólica que tiene el Mayo francés (cuyo recuerdo todavía hoy inquieta a las élites políticas, económicas y mediáticas del país galo) radica en el hecho de que supuso el primer momento en el que se planteó la necesidad de llevar la política a todas las esferas de la vida y de dar importancia a los aspectos subjetivos de la lucha política. Todo ello desde la convicción de que el proletariado tenía que emprender la revolución por sus propios medios (y no depender de la "mediación" de una "vanguardia", como defendía la teoría revolucionaria marxista), sin someterse a modelos de actuación pre-establecidos.
De este modo, en las revueltas del 68 muchas de las ideas que habían formulado colectivos minoritarios como la Internacional Situacionista o Socialismo o Barbarie fueron asumidas -de forma más o menos consciente- por millones de personas. Y aunque esta apuesta radical por unir vida y política y por impulsar un proceso de toma de palabra en primera persona no sirvió para derribar al sistema capitalista (el poder siguió en las mismas manos), sí contribuyó a que algunas -muchas- cosas cambiaran "y a que el mundo ya no volviera a ser el mismo".
En este sentido, Mario Perniola considera que Mayo del 68 supuso, como dice el título de este proyecto, "el comienzo de una época", de un nuevo ciclo histórico marcado por una creciente centralidad de la comunicación (que, en gran medida, reemplaza a la acción), algo que refleja la vigencia del proyecto crítico que puso en marcha la Internacional Situacionista. Curiosamente, sólo en los tres países que perdieron la II Guerra Mundial -Italia, Alemania y Japón-, la fuerte y masiva contestación social de los años sesenta (que tuvo como principal punto de inflexión el Mayo francés) dio lugar a la gestación de "organizaciones revolucionarias" que apostaron por la lucha armada (esto es, que prefirieron la "acción" a la "comunicación") y que, según Perniola, representaban ya manifestaciones anacrónicas de un periodo histórico -la modernidad, con sus grandes ideales, sus grandes relatos y sus grandes mitos (entre ellos, las grandes utopías revolucionarias)- que se estaba agotando.
“Las revoluciones proletarias serán fiestas o no serán”, escribió Mustapha Khayati en el artículo De la miseria en el medio estudiantil que Eduardo Rothe leyó por primera vez en Venezuela en 1967, “aunque en esa época”, confesó, “no sabía qué era la Internacional Situacionista”. En su intervención en la sede de La Cartuja (Sevilla) de la Universidad Internacional de Andalucía, Rothe explicó el enrevesado cúmulo de decisiones y circunstancias vitales e intelectuales que le llevó desde la lucha armada en la Venezuela de principios de los sesenta hasta su integración, tras trabajar durante varios meses como periodista en Vietnam, en la Internacional Situacionista (IS) y su participación activa en las revueltas del 68, en el “largo mayo” italiano y en el proceso revolucionario que vivió Portugal entre 1974 y 1978.
"Yo entré en contacto con la IS", recordó, "después de leer en Bruselas un ejemplar de su revista en el que se incluía un texto fantástico de Mustapha Khayati titulado 'Contribución para aclarar la opinión del público sobre la revolución en los países subdesarrollados'". Tras varias conversaciones con Raoul Vaneigem y el propio Khayati, Eduardo Rothe decidió incorporarse al grupo y a principios de mayo de 1968 se trasladó a París, donde conoció a Guy Debord y a otros situacionistas con quienes colaboró en el Comité de Ocupación de la Sorbona (desde el que, entre otras cosas, se instó a la ocupación de fábricas y a propiciar una radicalización de la lucha). "Allí comprobé", señaló, "que su manera de funcionar no tenía nada que ver con la que había visto en otras organizaciones revolucionarias: las cosas se decidían y hacían sin perder el tiempo en discusiones estériles", huyendo en todo momento de una dinámica burocrática y de una lógica jerárquica.
Al cabo de unos pocos días, la situación en la Sorbona se volvió "insoportable" ("aquello se convirtió en una especie de parque temático") y los situacionistas ("y no la IS en sí que, como tal, desapareció durante las revueltas del 68") decidieron trasladarse a otros espacios de la capital francesa como el Instituto Pedagógico Nacional. Cuando el movimiento de mayo empezó a diluirse, muchos de ellos se marcharon fuera de Francia para evitar posibles represiones. Eduardo Rothe, tras pasar de nuevo varios meses en Bruselas, terminó recalando en Italia, donde junto a Gianfranco Sanguinetti, Claudio Pavan y Paolo Salvadori fundó la sección italiana de la Internacional Situacionista, una de las más activas en los últimos años de vida de este colectivo.
En palabras de Rothe, la Internacional Situacionista fue, por encima de cualquier otra cosa, una "banda de criminales" que exigía la derogación de todas las leyes y la eliminación de toda autoridad y estructura jerárquica. "Durante el tiempo que estuve vinculado a este colectivo", aseguró, "jamás asistí a una reunión formal. Las decisiones se tomaban sobre la marcha, actuando con astucia y rapidez (como hace cualquier banda de criminales que se precie), sin enredarnos en autocomplacientes y paralizantes discusiones teóricas. Desde luego, no nos considerábamos militantes (éramos Revolucionarios) y veíamos al estudiante como un sujeto potencialmente reaccionario". En este punto de su intervención, Eduardo Rothe leyó algunos fragmentos del texto De la miseria en el medio estudiantil (publicado en 1966) en el que se llega a afirmar que desde el punto de vista de la crítica revolucionaria, el estudiante es un ser "despreciable", aunque la "intelligentzia de izquierda" y los "poseedores de la falsa contestación" (desde "el Partido que se dice Comunista hasta la UNEF") han transformado ese desprecio "en una admiración complaciente". A juicio de Rothe, los colectivos revolucionarios como Socialismo o Barbarie o la Internacional Situacionista tienen que funcionar como "vanguardias comunicativas" que detecten, por un lado, las nuevas formas de dominación que impone el poder y, por otro, las nuevas formas de politización que inventa la sociedad civil. De este modo, aunque su trabajo puede no tener resultados visibles a corto plazo, van creando un marco discursivo que en determinados contextos es utilizado por ciertos sectores de la población para poner en marcha praxis antagonistas y procesos insurreccionales de diversa índole. Según Eduardo Rothe, esto es lo que hicieron los situacionistas, como reflejan las dos películas de Guy Debord (Sur le passage de quelques personnes... y Critique de la séparation) que se proyectaron antes de la celebración de esta mesa redonda. "Entonces como ahora", subrayó Rothe, "había numerosos indicios de que algo se estaba fraguando. Pero eso sólo lo podían percibir aquellos que realmente querían que las cosas cambiaran. En la actualidad pasa lo mismo y muchos 'militantes' no quieren ver que, por ejemplo, la revuelta de los jóvenes de los banlieues -suburbios- que se produjo en Francia en noviembre de 2005, representó un auténtico proceso revolucionario". Para este activista venezolano, que actualmente es asesor de TeleSur, uno de los principales aciertos de la Internacional Situacionista fue precisamente comprender que la única manera de erosionar al poder era la "guerra de guerrillas", la aparición puntual e imprevista de masas críticas que asestan un golpe al sistema y luego desaparecen sin dejar rastro. En su opinión, todos estos "golpes" van creando una especie de energía revolucionaria subterránea que desgasta lenta pero eficazmente los cimientos sobre los que se asienta el poder capitalista, "y ese es el primer paso", añadió, "para propiciar la construcción de una sociedad que no esté al servicio de los empresarios, sino de los ciudadanos". |