Mesa de interlocución El 68 y la actualidad, con la participación de Daniel Blanchard, Jean-Pierre Duteuil y Monserrat Galcerán |
La construcción de una "memoria viva" de Mayo del 68 no pasa única y exclusivamente por restaurar la "verdad revolucionaria" de este acontecimiento (esto es, por demostrar que fue una autentica revuelta política y no sólo el fruto de un conflicto generacional -una mera "algarada estudiantil"- como plantean ciertos discursos revisionistas que han proliferado en los últimos años), sino que también debe buscar "hilos de continuidad" entre este movimiento y las luchas del presente. Sólo así, el recuerdo del 68 -de las preguntas radicales que entonces se formularon, de las praxis políticas y existenciales subversivas que propició y/o canalizó...- puede servir como fuente de inspiración e interrogación para pensar e impulsar nuevas formas de politización y resistencia. La construcción de una "memoria viva" de Mayo del 68 no pasa única y exclusivamente por restaurar la "verdad revolucionaria" de este acontecimiento (esto es, por demostrar que fue una autentica revuelta política y no sólo el fruto de un conflicto generacional -una mera "algarada estudiantil"- como plantean ciertos discursos revisionistas que han proliferado en los últimos años), sino que también debe buscar "hilos de continuidad" entre este movimiento y las luchas del presente. Sólo así, el recuerdo del 68 -de las preguntas radicales que entonces se formularon, de las praxis políticas y existenciales subversivas que propició y/o canalizó...- puede servir como fuente de inspiración e interrogación para pensar e impulsar nuevas formas de politización y resistencia. En la primera mesa redonda que se celebró en el marco del encuentro Semillas y gérmenes, Daniel Blanchard, que estuvo vinculado al colectivo revolucionario Socialismo o Barbarie y que recientemente ha publicado en castellano el libro Crisis de palabras; notas a partir de Cornelius Castoriadis y Guy Debord, señaló que la vigencia de la potencialidad subversiva de Mayo del 68 queda reflejada en el miedo que sigue suscitando en las élites políticas, mediáticas y económicas. Miedo que se expresó de modo muy elocuente en las últimas elecciones presidenciales francesas en las que los dos candidatos principales -Ségolène Royal y, sobre todo, Nicolas Sarkozy- insistieron en la necesidad de acabar con la "herencia del 68". Frente al mito revisionista de que en las acciones y movilizaciones de Mayo del 68 sólo participaron estudiantes ávidos de experiencias nuevas (de una "vida intensa") y ciertos colectivos obreros muy politizados, Daniel Blanchard recordó que incluso el Centro de Estudios Nucleares de Saclay -"un bastión científico aislado del mundo" que se encuentra situado al sur de París- se vio sacudido por esta insurrección. El 13 de mayo de 1968 se organizó en dicho centro una manifestación que congregó a más de 2.000 personas (participando empleados de rangos profesionales muy diferentes), muchas de las cuales se unirían a la multitudinaria manifestación que ese mismo día se celebró por las calles de París. Todo había empezado por una iniciativa que había llevado a cabo un grupo muy reducido de trabajadores de Saclay para reclamar la liberación de los estudiantes detenidos durante las movilizaciones que se produjeron en los primeros días de mayo. El 17 de ese mes se convocó una asamblea que reunió a más de cinco mil personas (en las convocatorias anteriores nunca se había superado el millar de asistentes) y en la que no sólo se habló de los temas habituales en este tipo de actos (como pretendían los dirigentes sindicales que se vieron completamente desbordados), sino de otras muchas cuestiones. Los participantes en las movilizaciones de Saclay (que Blanchard considera como un ejemplo periférico pero paradigmático de las revueltas del 68), no se limitaron a proponer reivindicaciones concretas sino que también declararon su intención de propiciar un cambio estructural en la organización y gestión de este centro. Entre otras cosas exigieron que cada departamento estuviera gestionado por consejos electos o que los empleados de mayor cualificación técnica y científica dedicaran un tiempo de su jornada laboral a elevar el nivel de conocimiento de los trabajadores de categorías inferiores. A juicio de Daniel Blanchard, un elemento fundamental en las movilizaciones del 68 fue el "efecto contagio" que permitió que a partir de pequeños focos de insurgencia se desencadenara una insurrección generalizada que mantuvo a Francia paralizada durante casi un mes. En opinión del autor de Crisis de palabras, ese contagio fue posible porque existía un clima de descontento previo por la deriva burocrática que había emprendido el mundo capitalista, en general y la sociedad francesa, en particular. Una burocratización alienante que provocaba que todo se organizara para favorecer la expansión ilimitada de la producción de mercancías (y, por tanto, de capital) y que hacía que las relaciones sociales y laborales estuvieran sometidas a una lógica rígidamente funcional que reprimía cualquier iniciativa individual que se saliera del guión (cualquier rasgo de creatividad personal no previsto). El rechazo de muchos y muy diversos sectores de la población a ese proceso de burocratización deshumanizadora (que no sólo afectaba al ámbito laboral y educativo -hay que tener en cuenta que en esa época comenzó a extenderse la idea de que el objetivo principal de la universidad es "fabricar" técnicos y ejecutivos eficientes, no ciudadanos críticos y cultivados-, sino que también ocasionaba una destrucción de los lazos sociales) explica la rápida propagación de la insurrección de Mayo del 68 (en la que se calcula que participaron -de forma más o menos directa- entre ocho y diez millones de personas). Una insurrección que, según Blanchard, estuvo marcada por poner en primer plano el valor de la igualdad y la solidaridad (planteando la necesidad de acabar con todo orden social y cultural basado en la división jerárquica y en el principio de autoridad); por la reclamación de que los ciudadanos fueran dueños de su propio destino (una reivindicación de responsabilidad individual que contrasta con la idea de que a los protagonistas del 68 sólo les movía la búsqueda de placer); o por exigir la "toma de palabra en primera persona" y la reapropiación directa de la calle y de los espacios de trabajo, huyendo de intermediarios y representantes (políticos, sindicales, intelectuales) que terminan instrumentalizado cualquier propuesta de transformación. En la fase final de su intervención, Daniel Blanchard advirtió que para evitar la emergencia de "nuevos mayos del 68", el poder ha desarrollado un sofisticado y sumamente perverso dispositivo de ingeniería social que le permite apropiarse de la "palabra" de los ciudadanos (de sus ideas, de sus miedos, de sus aspiraciones...) y así reforzar su dominio y garantizar la supervivencia del sistema. Aprovechando ciertas herramientas analíticas que proporcionan las ciencias sociales (sondeos, estudios de mercado...) y el potencial propagandístico de los grandes medios de comunicación, consigue elaborar y difundir mensajes y productos que los ciudadanos creen que reflejan sus opiniones y/o que satisfacen sus deseos. "De este modo", explicó, "privan a la gente de la palabra hablando en su lugar, pues el mejor medio para impedir que las personas piensen y se expresen de manera autónoma es ahogarlos constantemente en un flujo de palabras que les son ofrecidas por las suyas propias". Es decir, no es (o no es sólo) que el poder mienta y manipule para imponer sus criterios (como denuncia Noam Chomsky en Manufacturing Consent: The Political Economy of the Mass Media), sino que decide los términos en los que percibimos y pensamos nuestra propia realidad (algo mucho más peligroso, pues es más difícil de detectar y, por tanto, de combatir). En este sentido, Blanchard considera que una de la grandes virtudes de Mayo del 68 (presente también en otras movilizaciones, como las huelgas que paralizaron Francia a finales de 1995) fue que posibilitó que gente de toda condición se pusiera a hablar y se diera cuenta de que podía intervenir -sin necesidad de intermediarios ni de representantes- en la gestión de su memoria, de su presente y de su futuro. Jean-Pierre Duteuil, autor del libro Nanterre 65-66-67-68, hacia el Movimiento 22 de Marzo, explicó cómo a lo largo de las últimas cuatro décadas se ha ido configurando progresivamente un relato banalizado y despolitizado del 68 que reduce este acontecimiento a un conflicto generacional y cultural que sólo afectó al ámbito universitario y a la ciudad de París. Ese relato obvia -o, al menos, minimiza- la importancia de la huelga general que paralizó Francia durante tres semanas, las ramificaciones que este movimiento tuvo en otras ciudades europeas o su contribución a la consolidación y expansión de otras luchas contrahegemónicas (antimilitarismo, feminismo, antipsiquiatría...) que se desarrollaron durante los años setenta. A su vez, este relato suele hablar de una "generación del 68", como si en las acciones y movilizaciones que se llevaron a cabo sólo hubieran participado personas que por aquel entonces tenían entre 18 y 30 años. "Y ni todos los que participaron tenían esa edad", precisó Jean Pierre-Duteuil, "ni todos los que tenían esa edad participaron (de hecho, hubo muchos que se opusieron)". Hay que tener en cuenta que hablar de una "generación del 68" sirve para desacreditar este movimiento con el argumento de que sus protagonistas son ahora los que detentan el poder. "Algo completamente absurdo", subrayó Duteuil, "pues en aquellas revueltas participaron entre ocho y diez millones de ciudadanos y es evidente que hoy en Francia el poder están en manos de un número mucho más reducido de personas". La primera fase de este proceso de banalización y despolitización se remonta a mediados de los años setenta, cuando los llamados "Nuevos Filósofos" (Bernard-Henri Lévy, André Glucksmann, Alain Finkielkraut...) comenzaron a publicar textos en los que aseguraban que el triunfo del 68 sólo habría conducido al totalitarismo. Para justificar esta tesis argumentaban que ellos "sabían muy bien de lo que estaban hablando" porque habían participado directamente en las revueltas, algo de lo que se avergonzaban profundamente y que consideraban un error de juventud. "Pero en la mayor parte de los casos", advirtió Jean Pierre-Duteuil, "eran lo que denominábamos 'resistentes de última hora' (pues sólo se unieron a las protestas a partir del 8 ó 10 mayo, cuando ya millones de personas estaban en la calle luchando) que habían estado vinculados a grupos de corte maoístas y/o trostkistas que sí tenían un fuerte componente totalitario pero que, desde luego, no eran representativos del espíritu del 68". Un segundo momento clave en la configuración de esta memoria reactiva en torno a Mayo del 68 se produjo a mediados y finales de la década de los ochenta, coincidiendo con los años centrales de los dos mandatos presidenciales de François Miterrand (cuyo gobierno, desde la premisa de que era necesario modernizar la economía francesa para hacerla más competitiva, puso en marcha un proceso de reconversión industrial que afectó a centenares de miles de personas) y con la conmemoración del vigésimo aniversario de este acontecimiento. En esa época el socialista Michel Rocard -antiguo miembro del Partido Socialista Unificado (PSU) que llegó a ostentar el cargo de primer ministro entre 1988 y 1991- declaró que la empresa era el principal motor del progreso de la sociedad y que la izquierda tenía que dejar de ver al capital como un enemigo a batir. En 1987, Hervé Hamon y Patrick Rotman publicaron el primer volumen de Génération que representa para miles de franceses su principal fuente de referencia de Mayo del 68, un acontecimiento que, según este libro, parece estar exclusivamente ligado al intenso proceso de aprendizaje político y existencial de un centenar de estudiantes parisinos (la mayoría de ellos vinculados a la UEC-Unión de Estudiantes Comunistas) que acabaron convirtiéndose en dirigentes de distintos grupúsculos maoístas y trotskistas. También La herencia imposible (1998), del sociólogo Jean-Pierre Le Goff -que es, tras Génération, el segundo ensayo sobre Mayo del 68 más vendido en Francia-, termina reproduciendo esa visión parcial y excluyente que describe este acontecimiento como una mera algarada estudiantil, como una especie de revolución sexual desprovista de carga política, olvidando (o, en todo caso, dejando en un segundo plano) las huelgas y acciones que se llevaron a cabo más allá del barrio latino y de los muros de la Sorbona. A juicio de Jean-Pierre Duteuil, ahora estamos asistiendo a una nueva fase de este proceso de simplificación y desprestigio del 68. "En esta fase", aseguró, "ya no sólo se intenta invisibilizar la dimensión política de este movimiento y reducir su foco de influencia, sino que por primera vez se está promoviendo (tanto desde la derecha como desde ciertos sectores de la izquierda) una operación de descrédito sistemático de sus principios e ideales, algo que hasta hace unos años resultaba políticamente incorrecto". Según el autor de Nanterre 65-66-67-68, hacia el Movimiento 22 de Marzo, un ejemplo inequívoco de esto son las continuas críticas que han hecho a los ideales del 68 los dos candidatos más votados en las últimas elecciones presidenciales francesas: Ségolène Royal y Nicolas Sarkozy. Ségolène Royal, por ejemplo, ha llegado a afirmar que los empresarios no deberían avergonzarse de obtener grandes beneficios (lo que en la práctica supone legitimar que la diferencia entre sus sueldos y los de sus empleados se incremente) y se ha mostrado favorable a numerosas medidas de índole neoliberal. Mucho más explícita ha sido la actitud "antisesentayochista" de Nicolas Sarkozy que culpa al "pensamiento único impuesto por el espíritu igualitario del 68" de promover la corrupción política y la degradación moral que, a su juicio, sufre actualmente la sociedad francesa.
La mesa redonda El 68 y la actualidad se cerró con la intervención de Monserrat Galcerán, Catedrática de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid y autora de libros como La invención del marxismo o Silencio y olvido; el pensar de Heidegger en los años treinta. Galcerán señaló que la memoria de un acontecimiento no es algo empíricamente dado -algo que permanece inalterable y puede mantenerse al margen de influencias externas-, sino que es un "lugar construido" en el que se mezclan las experiencias personales con los distintos discursos (textuales, gráficos, audiovisuales) en torno a dicho acontecimiento que nos llegan. A menudo, la experiencia personal y lo que se nos cuenta que pasó no coincide, lo que genera un desconcierto que es muy difícil de gestionar (pues nos hace dudar de nuestro propio recuerdo). "Esto me ocurre", confesó Monserrat Galcerán, "con la transición española, pues mi recuerdo personal no tiene nada que ver con la memoria oficial que se ha fabricado de ese periodo histórico". A su juicio, algo muy parecido sucede con Mayo del 68. Desde muy pronto, el poder ideó e impulsó iniciativas y discursos con los que intentaba "gobernar" la memoria de este acontecimiento que "puso contra las cuerdas" al sistema. De este modo ha logrado construir una "memoria reactiva" que invisibiliza la dimensión política del 68 y lo convierte en un conflicto cultural y generacional. En cualquier caso, Galcerán cree que tampoco los discursos que se articularon desde dentro del propio movimiento, lograron captar lo que realmente estaba ocurriendo, como muestra la película, Grands soirs et petits matins, de William Klein, que se proyectó justo antes de la mesa redonda. "En el documental de Klein", explicó, "aparecen continuamente declaraciones, cánticos, actitudes, consignas, gestos..., que no se corresponden con el momento de ruptura radical (de auto-transformación personal y colectiva, de revolución política, cultural y existencial) que se estaba viviendo". Por ejemplo, tras ver este documental da la sensación de que Mayo del 68 fue sólo "cosa de hombres", pues prácticamente no aparecen mujeres y cuando lo hacen, tienen un papel pasivo y secundario y/o están ejerciendo labores inequívocamente "femeninas". "Sin embargo", recordó la autora de Innovación tecnológica y sociedad de masas, "el 68 jugó un papel esencial en la expansión e internacionalización del movimiento feminista durante los años setenta". En la fase final de su intervención, Monserrat Galcerán indicó que lo que más le interesa del Mayo francés es que representa un momento en el que la política -en su sentido más profundo- irrumpió en la vida cotidiana y los ciudadanos tomaron conciencia tanto de su capacidad de intervenir en la realidad como de la fragilidad del poder ante determinadas situaciones. A su juicio, la construcción de una "memoria viva" del 68 puede y debe servir para reactivar esa potencia en un momento en el que el poder intenta (y, en gran medida, consigue) que la práctica política se convierta en un puro trámite (votar cada cuatro años), en algo desvinculado de la vida cotidiana y condicionado siempre por una lógica representativa que niega la posibilidad de que el cambio social se haga "desde abajo" y sin necesidad de intermediarios. |