Intervención de Ramón Buenaventura |
Ramón Buenaventura no cree que ninguna de las numerosas definiciones que se han propuesto sobre la literatura nos pueda ayudar a distinguir de forma inequívoca entre los escritos literarios o artísticos y los escritos no literarios o de entretenimiento (una distinción que sería muy útil en un seminario en el que se reflexiona sobre el futuro de la literatura y del libro), pero de lo que sí está seguro es de que el futuro existe ("ya he vivido lo suficiente como para comprobar que es algo que al final siempre llega") y que nadie, por mucho empeño que le ponga, es capaz de preverlo. En este sentido, Buenaventura recordó que en 1950, cuando él apenas tenía diez años, aparecieron en prensa múltiples reportajes en los que se vaticinaba cómo sería el mundo en el año 2000. Lo que entonces se imaginó (coches voladores circulando entre los edificios altísimos de ciudades completamente nuevas, viajes espaciales en "cohetes juliovernescos", una sociedad en la que la enfermedad ya era cosa del pasado...) no se parece en nada (o en casi nada) a lo que finalmente ocurrió. "Y no hay motivo alguno para suponer que el año 2050 vaya parecerse en algo a las previsiones que hacemos ahora", subrayó. Siendo consciente de lo tediosa e infructuosa que suele resultar la tarea tanto de intentar definir la literatura como de anticipar cómo será nuestra posteridad, Ramón Buenaventura, autor de libros como El corazón antiguo (2001) o El último negro (2005), prefirió hablar en su intervención de cómo se ha pasado la vida "hurgando en el futuro", una actividad que para él ha sido una inagotable fuente de "placer literario". Así, a mediados de la década de los sesenta, cuando la gente aún tenía una idea utópica del futuro y pensaba que con el paso de los años la Humanidad sería mucho más feliz y juiciosa, Buenaventura decidió que su obra literaria debía contribuir a que la transición a un mundo mejor se hiciera lo antes posible. Esa decisión le llevó a quemar cuatro de las cinco novelas que ya tenía terminadas (solo salvó la primera que había escrito: Tal vez vivir) e hizo que empezara a realizar una nueva a la que, por aquel entonces, pensaba que iba a dedicar el resto de su carrera literaria. Aquella novela se llamó Ejemplo de la dueña tornadiza y en ella utilizó la tipografía y la disposición del texto en la página como recursos expresivos. Hay que tener en cuenta que en esa época Buenaventura había comenzado a trabajar en una multinacional holandesa como management trainee (lo que le permitió asistir a varios cursillos de marketing y publicidad) y ya conocía a teóricos de los medios de comunicación de masas como Marshall McLuhan, del que le interesaba sobre todo su idea de que la "galaxia Gutenberg" estaba experimentando un irreversible proceso de implosión. Su objetivo era que las páginas de Ejemplo de la dueña tornadiza estuvieran compuestas como si fueran carteles o anuncios publicitarios. Y para ello recurrió a una imprentilla de tipos de goma y a una herramienta, el Letraset, que permitía adherir o transferir letras de distintos tamaños y familias a una hoja de papel o cartulina ("era, para entendernos, como una especie de sistema de calcomanía en seco"). Confeccionó así una novela de cerca de cuatrocientas páginas que envío a un concurso literario ("no quieran imaginar el trabajo que me costó preparar cuatro copias de la misma") con la certeza de que la originalidad de su empeño (más allá de que el procedimiento para llevarlo a cabo fuera algo chapucero) y el interés intrínseco del relato "dejarían patidifusos a los miembros del jurado" que le concederían, sin dudarlo, el primer premio o, al menos, harían todo lo posible para que la novela saliera a la luz. Por ello cuando apareció en la prensa la relación de los veinte finalistas del concurso y vio que su nombre no figuraba, sintió una gran decepción y decidió que a partir de ese momento concentraría su labor literaria en la poesía (durante varios años la única prosa que escribió fue la de los informes que redactaba para las empresas en las que trabajaba) y que no haría el más mínimo esfuerzo para que sus obras se publicaran. Pasaron los años y el día que Franco murió -el 20 de noviembre de 1975- Ramón Buenaventura empezó a escribir un poema que no daría por concluido hasta la misma fecha del año siguiente. El poema, en el que en cierta medida ya renunciaba a sus "veleidades tipográficas y bocetistas", tenía más de mil ochocientos versos y fue circulando por la noche de Madrid ("que en aquella época era como mi segunda casa, lo que en repetidas ocasiones puso en peligro mi carrera de capitán de industria"). Una buena mañana, a eso de las diez, le llamó por teléfono Jesús Munárriz, que por aquel entonces estaba montando Ediciones Hiperión, y le dijo que el poema había llegado a sus manos y que quería publicarlo, "costase lo que costase", porque era uno de los mejores textos que había leído en mucho tiempo. De este modo, en 1978 salió editado su primer libro que finalmente se tituló Cantata Soleá. El inesperado éxito de crítica que obtuvo propició que Buenaventura se auto-convenciera de dos cosas: por un lado, de que ya estaba metido de lleno en el mundo literario (una deducción que le llevó a abandonar su trabajo de ejecutivo); por otro, de que si quería tener algún futuro dentro de este mundo, debía renunciar a los caprichos formales (de hecho, en 1981 publicó una versión casi puramente textual de su novela Ejemplo de la dueña tornadiza, "y aún así", recordó, "muchos críticos se llevaron las manos a la cabeza por los pocos juegos tipográficos y de disposición de página que sobrevivieron"). A mediados de los años ochenta empezó a escribir sus textos por ordenador (su libro Esbozo biográfico de Arthur Rimbaud, de 1984, ya lo escribió en una computadora Oric de 48K), y eso originó que volviera a tener la tentación de experimentar con recursos visuales y tipográficos. Una tentación a la que, por supuesto, cedió pero siempre teniendo muy claro que el texto debe primar sobre la forma ("regla de oro" que ha respetado a lo largo de toda su trayectoria literaria), que el escritor, por mucho que le fascinen las nuevas herramientas que están a su disposición, nunca debe descuidar lo que dice. "Por eso", puntualizó, "todos mis poemas, incluso aquellos que buscan el refuerzo de lo gráfico, pueden leerse en voz alta, como si fuera textos sin nada más". Con el paso del tiempo su manejo de la informática fue mejorando y a mediados de la década de los noventa llegó a la conclusión de que ya estaba en condiciones de componer sus propios libros e imponer el formato resultante a las editoriales. "Empecé a sentir que en lo que a mí respectaba, el futuro ya había llegado", subrayó. En aquella época, Ramón Buenaventura tenía un montón de poemas inéditos listos para ser publicados, pero en realidad no le apetecía lo más mínimo volver a sacar un nuevo libro de poesía siguiendo los "trámites" tradicionales. Fue entonces cuando, mientras rebuscaba en las estanterías de la biblioteca de su casa algo que ahora no recuerda, se encontró casualmente con el libro que escribió Max Aub sobre Josep Torres Campalans1. Ese libro hizo que Buenaventura se planteara la posibilidad de inventarse un poeta ficticio para publicar con su nombre sus versos inéditos. Nació así León Aulaga, un tangerino de su misma edad con el que había mantenido una relación muy estrecha hasta que la proclamación de la independencia de Marruecos les obligó a salir de la ciudad norteafricana, recalando uno en Madrid y el otro en París. La idea era publicar un CD ROM que contendría desde una semblanza biográfica de este poeta tangerino escrita por "su buen amigo Ramón Buenaventura" hasta una amplia selección de sus poemas y textos literarios, pasando por copias digitalizadas de sus cartas manuscritas y de sus álbumes fotográficos, una lista exhaustiva de los libros que tenía en su biblioteca... "No se trataba de escribir un libro, sino de hacer una aportación de material casi en bruto referido a una sola persona", explicó, "dejando que el receptor accediera a este trabajo como mejor le pareciese". Muy pronto Buenaventura se dio cuenta de que el proyecto era inviable, entre otras cosas porque podía resultar incluso más caro que rodar una película. "Comprendí que, una vez más, me estaba adelantando al futuro", señaló, "porque probablemente dentro de unos años los avances tecnológicos permitirán que un proyecto como este pueda hacerse sin requerir el esfuerzo y la dedicación que entonces exigía". Su proyecto de ficción biográfica multimedia se terminó convirtiendo en una novela de casi novecientas páginas (de las que luego recortó unas trescientas) que se publicó en 1998 bajo el título de El año que viene en Tánger. Lo paradójico es que en esta novela -en la que vuelve a utilizar los elementos tipográficos y de maquetación como recursos expresivos- no se incluyeron los poemas que estaban en el origen del proyecto ("porque eran claramente míos, no de León Aulaga") y Ramón Buenaventura se autoimpuso el curioso encargo de escribir otros nuevos asumiendo la peculiar personalidad del falso amigo poeta que se había inventado. Casi tres lustros después de que saliera la primera edición de El año que viene en Tánger, Buenaventura considera que, en cierta medida, su intento de renovar, ampliar y complejizar su discurso literario a través de la invención de un autor ficticio con una obra complementaria a la suya, ha llegado a buen puerto, pues son muchos los lectores que han querido averiguar si León Aluaga realmente existió (de hecho, hay una escritora argentina que afirma haber ligado con él en un vuelo París-Buenos Aires e incluso en una revista de psiquiatría ha aparecido un artículo donde se cuenta el caso de un psicópata homicida que asegura ser León Aulaga). Además, el libro ha logrado un relativo éxito comercial: hasta la fecha se han vendido más de veinte mil ejemplares del mismo, una cifra nada despreciable para una obra que, a priori, tenía un público muy minoritario.
____________
|