Intervención de Belén Gopegui |
En el inicio de este diálogo, Gopegui le explica a su interlocutor que su intención es hablar de qué es lo que ocurre cuando el significante literatura -o el significante arte, o el significante política- se queda, pero el significado se va, "lo que no quiere decir que desaparezca, sino que se desplaza". Para tratar de analizar hacia dónde se ha ido dicho significado, la escritora madrileña utilizó tres libros: Tras la muerte del aura. En contra y a favor de la Ilustración (2011) de Juan Carlos Rodríguez, Aquí América Latina. Una especulación (2010) de Josefina Ludmer y Las auras frías. El culto a la obra de arte en la era postaurática (1991) de José Luis Brea. De este último autor, uno de los primeros teóricos españoles que analizó la compleja mutación del arte y la cultura en la sociedad digital, Gopegui ha optado por usar un texto no demasiado reciente, "porque tiene la fuerza de lo que aún no ha sucedido" y, como dice Peter Weiss refiriéndose a las vanguardias históricas, en él podemos apreciar "la tensión ante lo inminente". En este libro, Brea afirma que "una propuesta que no añade nada al código con el que va a ser comprendida es una propuesta que la humanidad podría haberse ahorrado". En este sentido, Belén Gopegui asegura que todas las novelas que le han interesado tienen como rasgo común que ofrecen la herramienta con que han de ser descifradas. "Si no lo hacen", señaló, "suelen ser una mera reproducción del sistema en forma de adulación, engaño, agua estancada...". A diferencia de Vargas Llosa, ella no cree que el problema esté en que la cultura se convierta en entretenimiento, sino en que se utilice para "rentabilizar una mentira" (una mentira que, además, excluye cualquier tipo de conflicto), para intentar imponer una falsa paz social en un contexto en el que la vida que vivimos ha dejado de pertenecernos. Esa mentira posibilita que, por ejemplo, en las redes sociales -donde, como advierten Ippolita, Geert Lovink y Ned Rossiter, del Institute of Network Cultures, la "doctrina de la confianza" ha difuminado los antagonismos-, la única fuente de conflictividad que encontremos sea el trol, cuya provocación está muy reglada y, por tanto, forma parte de lo predecible.
Podría decirse que hubo un tiempo en el que la literatura tenía el poder de autodefinirse y de darse sus propias leyes (de hecho, en cierta medida aún lo tiene). Pero según Gopegui, ese poder no emergía de la nada: estaba ligado a una clase social en proceso de convertirse en universal. En ese momento la lógica del mercado todavía encontraba resistencias. El sistema educativo, la crítica cultural o el arte que se imaginaba autónomo contribuyeron, aunque fuera sin saberlo, a que esas resistencias se desmoronaran. El resultado es que hoy, como denuncia Ludmer, "todo lo cultural [y literario] es económico y todo lo económico es cultural [y literario]". Sin duda, sigue habiendo iniciativas en las que se cuestiona la lógica del capital, como por ejemplo en el movimiento copyleft que apuesta por el procomún y la creatividad colectiva. Pero, a juicio de Belén Gopegui, estas propuestas no están -no pueden estar- fuera del mercado, aunque sólo sea porque, de un modo u otro, dependen de las empresas tecnológicas para poder llevarse a cabo. Bajo su punto de vista es necesario apoyar dichas iniciativas, pero sin dejar de ser conscientes de que, por lo general, en ellas hay un fuerte sesgo tanto de clase como de género, algo que en muchas -en demasiadas- ocasiones parece que se olvida.
Según Belén Gopegui, si queremos recuperar la historia (que no ha finalizado, como decretó Francis Fukuyama, pero que ahora casi sólo transcurre como farsa), si nos negamos a aceptar una subjetividad construida en el mercado y para el mercado, tenemos que encontrar la manera de desvelar que "la carta robada", al igual que en el cuento homónimo de Edgar Allan Poe, está a la vista, pero sin señalarla, porque si la señalamos, deja de verse. Un ejemplo. No basta con decir ciberespacio "capitalista" en vez de ciberespacio a secas. Habría que mostrar también el proceso por el cual dicho adjetivo -que es obvio- lo vemos, pero automáticamente lo descartamos (del mismo modo que el comisario del citado cuento de Poe tuvo en todo momento ante sus ojos la carta robada que buscaba y, precisamente por ello, le pasó desapercibida).
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