Intervención de Sergio Chejfec |
Ante la pregunta sobre "lo que viene después", Sergio Chejfec, que es autor de novelas, ensayos y selecciones de poesía como Lenta biografía (1990), El llamado de la especie (1997), Boca de Lobo (2000), Los incompletos (2004) o Mis dos mundos (2008), señaló que lo más indicado sería contestar que no sabe qué responder, pero que al reflexionar sobre esta cuestión tiende a abordarla desde dos enfoques o puntos de vistas. Un enfoque más personal: ¿cómo serán sus próximos libros o, más aún, cómo se va a vincular con ellos? (en este sentido, Chejfec quiso aclarar que, a su juicio, para un escritor es fundamental la pregunta sobre lo que seguirá escribiendo, pues le "permite imaginar su propia estela que es esencialmente borrosa"). Y un punto de vista más general: ¿cómo será la literatura tras la "gran crisis" que conjeturamos que ésta está empezado a sufrir y que, supuestamente, hará que cambie por completo nuestra forma de relacionarnos con la experiencia de la escritura y de la lectura? En el inicio de su intervención, Sergio Chejfec recordó que recientemente un joven escritor amigo suyo le preguntó cómo se las apañaba para escribir cuando no había computadoras. De repente, esa pregunta desató en él una "oleada de recuerdos e impresiones contradictorias". Chejfec le explicó, con más lujo de detalles del que probablemente su interlocutor esperaba, que había utilizando diferentes tipos de máquinas de escribir, tanto mecánicas, "en cuyas blancas teclas de porcelana había que hundir los dedos hasta el fondo", como electrónicas, "ya anticipadamente vetustas e incompletas", que imprimían gracias a un sistema llamado "de margarita". Entre las primeras, recuerda especialmente una Olivetti de color marrón claro, con un tamaño por aquel entonces considerado mediano, que fue un "habitante natural de todo escritorio argentino en los años setenta y ochenta del siglo pasado", así como las pesadas IBM Selectric (conocidas popularmente como "IBM de bola" o "IBM a bochita"), "voluminosas como souvenirs industrialistas". Las electrónicas eran ya más livianas y tenían en la parte superior del teclado un visor digital donde aparecía el texto a medida que se iba escribiendo. El "sistema de margarita", que también se ha utilizado mucho en impresoras, era un dispositivo con una forma semejante a la flor que le da nombre y en el que los caracteres se encontraban en los extremos de unas varillas flexibles (los "pétalos"). Cada vez que se pulsaba una tecla, su "pétalo" correspondiente golpeaba sobre la cinta entintada y el carácter (la letra, el número o el signo de puntuación) que contuviera quedaba estampado en la hoja. Chejfec aseguró que el proceso de escritura utilizando estas máquinas, con todos los "rituales" que implicaba (rituales que ahora nos parecen desfasados pero que en su momento fueron "portadores de señales culturales"), le resultó siempre muy engorroso, un "obstáculo mecánico" que sólo podía sortear gracias a una serie de artefactos complementarios. "Bajo mi punto de vista", subrayó, "la escritura con computadora se asemeja mucho más a la escritura a mano, tanto en términos de plasticidad como en términos de inmediatez. (...). Es una escritura más próxima y envolvente, con menos aristas físicas". En este sentido, Sergio Chejfec confesó que siempre mantuvo una relación muy tortuosa con los originales escritos a máquina. Lleva mucho mejor la gestión de los "originales electrónicos", entre otras cosas "porque éstos no existen de por sí, sino sólo como reverberación de una fuente que no se localiza en un lugar verificable". A juicio del autor de Boca de Lobo, en las pantallas de los ordenadores, los textos, y no sólo los de naturaleza literaria, adquieren un "estatuto de latencia y de reflexividad" que no tenían en épocas anteriores. Se trata de una escritura inmaterial que, de algún modo, posee la cualidad de la "pensatividad" que, según el filósofo francés Jacques Rancière, es una cualidad que detentan ciertas fotografías que irradian un tipo de sentido que no ha sido buscado por quienes las realizan pero que produce un efecto directo sobre quienes las ven, aunque éstos no son capaces de vincular dicho efecto con un elemento o aspecto concreto de la imagen. Sería, por tanto, una zona indeterminada entre lo activo y lo pasivo, entre lo pensado y lo no pensado. "La pensatividad del texto digital", explicó Chejfec, "provendría del conflicto entre la marca físico-topográfica que tiene toda escritura (incluida la digital) y su condición inmaterial y de postulación siempre provisoria". Una condición que permite que la escritura sobre pantalla se acerque mucho más que la escritura sobre papel a la insustancialidad de las palabras y a la ambigüedad que a menudo éstas evocan. En este punto de su intervención Sergio Chejfec recordó que hace varios años comenzó a publicar un blog y que aunque sólo lo utiliza de forma tangencial (a diferencia de otros escritores, no lo concibe como un espacio en el que va volcando sus opiniones sobre temas de actualidad y/o anunciando las distintas actividades "literarias" que realiza, sino simplemente como un lugar en el que inserta, sin demasiada regularidad ni lógica discursiva, escritos de distinta índole), esta experiencia ha hecho que cambie la percepción que tiene de su propia escritura. Gracias a este blog -que describe como un sitio web "un poco autista", pues en él no están activados los comentarios ni hay enlaces a otras páginas- se ha dado cuenta de que puede ser "editor de sí mismo" de un modo muy diferente a como lo es cuando trabaja con originales impresos. Chejfec considera que la escritura electrónica o virtual es menos aurática que la escritura impresa, pero mucho más autónoma y autosuficiente. Liberados de las servidumbres de la materialidad, los textos digitales tienen una consistencia dinámica (en cualquier momento pueden ser reescritos y recontextualizados) y, aparentemente, se encuentran siempre disponibles (sólo hay que encender el ordenador -o el iPad, o el teléfono móvil...- para acceder a ellos). Además, la cultura digital propicia que se pongan en un mismo plano tipos de textos que en el ámbito de la publicación física están mucho más segregados. Así, "notas, narraciones incompletas y larvales, escritos privados"... comparten el mismo espacio que textos más cerrados y elaborados, algo que no sucedía en la "cultura del libro". Eso sí, en la mayor parte de los casos, estas "composiciones textuales marginales", al estar escritas sin soporte material, suelen tener una vida efectiva bastante efímera, pues su(s) autor(es) se olvida(n) pronto de ellas y, cuando eso ocurre, aunque siguen existiendo en algún lugar indeterminado del ciberespacio, lo más probable es que nunca más nadie vuelva a leerlas. A menudo, la dimensión digital está presente en las obras literarias actuales de una forma puramente mimética. De hecho, abundan los relatos en los que se recrean intercambios epistolares con correos electrónicos o en los que la narración está salpicada de posts y comentarios que supuestamente han sido extraídos de un blog o de una cuenta de facebook o twitter. A juicio de Sergio Chejfec se trata de "una estrategia icónica algo ingenua que, en su inocencia, evidencia una actitud pasiva y poco crítica con las herramientas tecnológicas de las que toma prestada su elocuencia constructiva". Sin embargo, también hay ocasiones en las que se produce una convergencia casi "alquímica" entre paradigmas propios de la cultura digital (que pone en cuestión la noción tradicional de autoría y la idea de que un texto es algo fijo e inmutable) y categorías de representación narrativa. En opinión de Chejfec, un ejemplo de esto sería el relato "Mutaciones", de Agustín Fernández Mallo, que está incluido dentro del libro El hacedor (de Borges), Remake1. En este texto, Fernández Mallo superpone dos viajes o relatos de viajes. Por un lado, el viaje físico que el artista norteamericano Robert Smithson realizó en 1967 por las ruinas postindustriales del condado de Passaic, New Jersey, el lugar en el que nació. Viaje que quedó documentado textual y fotográficamente en su conocido ensayo A tour of the Monuments of Passaic, N. J., donde reflexiona en torno a cuestiones como la relación entre historia y paisaje o la tendencia a la "desmaterialización' que ya por aquel entonces estaba empezando a experimentar el objeto escultórico. Por otro lado, el viaje virtual que Fernández Mallo llevó a cabo utilizando Google Maps por los "monumentos paisajísticos" de los que habla Smithson en su ensayo. Un viaje virtual que, según Chejfec, también es un recorrido por el ensayo propiamente dicho, del que extrae numerosas citas y referencias (tanto físicas como conceptuales). A Sergio Chejfec una de las cosas que más le interesan de este relato -en el que se reproducen tanto algunas de las imágenes originales de Robert Smithson como fotografías que tomó el autor de Nocilla Dream con su teléfono móvil durante sus "excursiones" por Google Maps- es que sugiere que la literatura puede verse como una "maquinaria que se somete a las reglas de la simulación" (que, a diferencia de la representación, propone un "vínculo directo y nunca desviado" con la realidad que pretende imitar). Según Chejfec, en el relato de Fernández Mallo la simulación juega un papel fundamental en la medida en que su viaje virtual (donde la computadora se utiliza como una herramienta de observación, el mapa digital como un medio físico real y el teléfono móvil como un artefacto de registro) se despliega como un "esquema sucedáneo no representativo" del mundo real que le sirve de referente. En este sentido, el autor de Lenta biografía considera que "Mutaciones" constituye un ejemplo paradigmático de una nueva manera de hacer y de entender la literatura, pues nos muestra que ésta, al modo de los mapas on line o de los videojuegos, debe concebirse más como "ámbito de simulación" que como "estrategia de representación". En cierta medida se trataría de una "nueva forma de realismo" que, en palabras de Chejfec, "encuentra en la simulación el soporte testimonial que le permite proponer nuevos pliegues de sensibilidad donde la subjetividad de hoy cree nuevas escenas".
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