Intervención de Luis Magrinyà |
Cada vez que se lanza al mercado un nuevo artefacto tecnológico, el artista británico David Hockney pinta rápidamente con él un ramo de flores. Tras este gesto, que muchos fans de las nuevas tecnologías saludan con entusiasmo, como si consideraran que es una manera de dar legitimidad artística al nuevo producto que se pone en circulación, Luis Magrinyà lo que ve es una pequeña venganza. Parece que Hockney nos dice que ya va siendo hora de que se invente un aparato con el que no sea posible hacer un ramo de flores. Si no centramos en el campo específico de lo literario, lo que se podría decir es que ya va siendo hora de que se invente un medio, gadget, formato, lenguaje o canal de difusión que permita no hacer literatura. "Porque desde luego, si tal fenómeno se ha producido", señaló Magrinyà en el inicio de su intervención, "yo no me he dado cuenta (...). Sin embargo, en lo que sí que he reparado es en que algunos de los que vitorean las aportaciones de las nuevas tecnologías, siguen utilizándolas para hacer ramos de flores". A veces, esos ramos de flores son híbridos, y mezclan la creación literaria con cómics, fotos, músicas y vídeos; o rompen la relación tradicional entre autor-editor-distribuidor-lector. Pero por mucho que se intenten presentar como otra cosa no dejan de ser lo que son: ramos de flores. En cualquier caso, Luis Magrinyà sí que tiene la impresión de que estamos asistiendo a una "declinación de la literatura", pero a su juicio este fenómeno no tiene que ver tanto con el "hacendoso desembarco de continuas mercancías tecnológicas" como con el propio destino de la institución literaria. No hay que olvidar que a día de hoy cada vez menos personas ven la literatura como una forma de arte (buscan en ella otras cosas), aunque sigan nombrándola como tal. "Y esto", subrayó, "seguramente significa decadencia". Con la intención de contribuir a aliviar un poco este "largo declive de la literatura" sin hacer demasiado hincapié en el medio a través del que ésta se transmite ("pues el medio, como ya he dicho, es muy susceptible de ser requisado por floristas"), Magrinyà decidió hablar sobre una "cosa bastante antigua pero aún así bastante sólida: la figura del escritor". O, más exactamente, sobre una cuestión en torno a la que desde hace bastante tiempo ha estado reflexionando: qué es sobre lo que un escritor debe escribir. "Quizás", precisó, "a muchos de mis colegas esta cuestión no les parezca relevante e incluso la encuentra ridícula. Pero a mí no. A mí me estresa y, la verdad, me gustaría sentirme más acompañado en mi estrés de lo que me siento". En este punto de su intervención, Magrinyà recordó la ansiedad que experimentó cuando hace unos meses leyó en el ABC Cultural una entrevista a Don Winslow en la que el periodista, sin poder disimular su fascinación, le preguntaba al escritor norteamericano por los "miles de oficios" que había ejercido antes de dedicarse a la literatura, desde guía de safaris en Kenia a director de teatro en Oxford, pasando por detective privado especializado en buscar a adolescentes que se fugan y a empresarios que se van de juerga. "Entiendo totalmente la fascinación del periodista", subrayó. "Uno no se encuentra ya fácilmente con escritores con semejante currículum. (...) Y aunque hay quien pueda recordarme que autores clásicos con trayectorias biográficas igual de fascinantes como Maxim Gorki, el 'vagabundo del Volga', o su contemporáneo Jack London, pescador de ostras y buscador de oro, no fueron demasiado buenos escritores, yo podría replicarle que tal vez no, pero cuando hablaban de vagabundos o de pescadores de ostras, sabían perfectamente de lo que hablaban. Y eso se nota". Si nos atenemos a lo que aparece en las solapas de la mayor parte de los libros que se publican en la actualidad, las biografías de los escritores contemporáneos (especialmente de aquellos que tienen un cierto prestigio dentro del ámbito literario) suelen ser bastante más anodinas y, por lo general, nos muestran cómo desde muy temprana edad se han consagrado, con afán casi sacerdotal, al oficio de escritor y a los placeres y servidumbres que dicho oficio conlleva (premios, conferencias, incursiones más o menos prolongadas en el tiempo en profesiones anexas como las de traductor o editor...). "Estas biografías", aseguró Luis Magrinyà, "son tan corrientes que a nadie le causa espanto, ni vergüenza; y, sin embargo, yo, que tengo una biografía esencialmente poco llamativa, sí siento espanto y vergüenza. Voy a decirlo claramente: estoy acomplejado". Según Magrinyà, la vida de la mayoría de los escritores se parece muchísimo a la vida de la gente normal, aunque se esfuercen constantemente por intentar convencer a sus lectores de lo contrario. "Somos ratones sociales accionando palancas en la jaula para obtener nuestra recompensa, como casi todo el mundo", señaló. A menudo, cuando los escritores toman conciencia de este hecho, se sienten perplejos e intentan rebelarse, lo que explica, por ejemplo, que muchos de ellos tengan una vida social y sexual tan intensa y agitada. "Pero no nos engañemos", advirtió Magrinyà, "la célebre declaración de Truman Capote -'Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio'- no es un silogismo. Se puede ser alcohólico, homosexual, drogadicto e íntimo de Jacqueline Kennedy y no ser más que una petarda". A juicio del autor de Habitación doble (2010), el escritor "tiene que venir documentado de casa". Es decir, si escribe una novela histórica ambientada en la Edad Media, primero ha de ser medievalista o, al menos, estar muy interesado en este periodo de la historia de la civilización occidental. Y en el campo de la experiencia vital igual: debe hablar sobre las cosas que le ocurren (entendiendo "ocurrir" en un sentido muy amplio; sentido que incluiría lo que ocurre en su pensamiento e imaginación) no hacer que le sucedan cosas para escribir sobre ellas. O dicho con otras palabras, no debe forzar artificialmente una experiencia extrema e intensa para tener algo enjundioso que contar. Aunque, lógicamente, si esa experiencia le sobreviene en el ejercicio de su actividad -como le sucedió al escritor estadounidense Jon Krakauer que, contratado para realizar un reportaje sobre la explotación comercial del Everest, fue testigo de una tragedia inesperada, la muerte de doce expedicionarios, que le llevó a escribir un texto mucho más grave del que tenía previsto hacer-, no parece muy sensato que deje pasar la oportunidad de narrarla (si bien, Magrinyà cree que en dicha narración, de algún modo debe quedar reflejado el dilema moral que esa decisión implica). Resumiendo, no es que Luis Magrinyà considere que para escribir sea necesario tener una biografía apasionante, sino que, en un momento en el que, como ya advertía Walter Benjamin, la experiencia -al menos la experiencia no solicitada, la experiencia inesperada- es un valor a la baja, añora "la figura del escritor con una vida... y no con una política de vida". Es decir, añora la existencia de más escritores que no tengan su vida casi totalmente "mediatizada por el hecho o el propósito de escribir" y, sobre todo, que sean capaces de darle importancia -tanto en sus obras como en los perfiles biográficos que insertan en las solapas de los libros que publican- a aspectos de sus trayectorias vitales que no estén vinculados con su presencia y actividad dentro de las instituciones literarias. No hace falta que los escritores se dediquen a recorrer el mundo haciendo autostop o que se infiltren en una banda de criminales para que vivan en primera persona lo que se siente cuando se empuña una pistola. Magrinyà cree que, parafraseando a G. K. Chesterton, si los escritores quieren aventuras, basta con que crucen el rellano y nos cuenten lo que sucede en las casas de sus vecinos. Quizás, ni siquiera sea necesario que crucen el rellano, sólo hace falta que nos cuenten de una vez por todas lo que ocurre en sus propias casas. "Eso sí que sería el después de la literatura, y no la tinta electrónica con dieciséis escalas de grises", subrayó. Pero, ¿nos gustaría ese cambio?, ¿cómo sería recibido por el público un escritor "que no basara su poder de persuasión en el ejercicio de esa sancionada mescolanza de poderes de cura, político, showman y terapeuta que la tradición le ha legado?", ¿cómo reaccionarían los lectores si al leer una sobrecogedora novela sobre el holocausto, su autor les contara también las verdaderas razones por las que ha decidido escribirla? Luis Magrinyà insistió en que no se trata de hacer autobiografía, "sino de no acabar diciendo lo que no se quería decir". Se trata de conectar los usos lingüísticos con la experiencia personal, de conocer íntimamente la lengua -que es la herramienta del escritor- para evitar escribir cosas como "los últimos rayos del atardecer, cálidos y dorados, proyectaban sobre el valle la alargada sombra del monasterio" (una frase que demuestra que nunca te ha interesado la naturaleza, aunque quieras aparentar lo contrario), "en ese momento me pareció recordar" (cuando la verdad es que lo que recuerdas, lo estás recordando ahora y no en ese momento) o "el tiempo es el laberinto en el que la Historia se pierde" (una sentencia tan pomposa como vacía). Se trata, en definitiva, de aprender a distinguir con claridad lo que realmente dice uno por sí mismo de lo que uno dice como ventrílocuo de los demás". En la conclusión de su ponencia, tras leer un ejemplo del modelo de reseña biográfica que propone para las solapas de los libros "del mundo feliz que nos espera después de la literatura" (reseña en la que en vez de referencias a las publicaciones, premios y otros méritos "literarios" del autor del libro se hablara de sus gustos, manías, habilidades y miserias cotidianas) y plantear que es necesario volver a una definición de escritor lo más elemental posible (una definición puramente morfológica: "un escritor es una persona que escribe"), Luis Magrinyà confesó que una de sus novelas favoritas es David Copperfield, de Charles Dickens. "Y en buena parte lo es", explicó, "porque es la primera novela -y no sé si la única- que ha sido capaz de dedicar mil páginas a contar la vida de un tipo que es fundamentalmente un tipo normal (...). La gran importancia que para mí tiene esta novela consiste precisamente en que ese tipo normal es un escritor".
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