Drogas, violencia y encarcelación en los Estados Unidos, por Philippe Bourgois |
Righteous Dopenfiend es una expresión coloquial que utilizan los heroinómanos estadounidenses para referirse a su dedicación exclusiva al consumo de heroína y que se podría traducir como "yonki hasta la muerte" o "yonki empedernido". Esta expresión da título a una investigación que ha realizado Philippe Bourgois junto al fotógrafo Jeff Schonberg para documentar la persistencia de una red social de inyectores de heroína y fumadores de crack en varias zonas de San Francisco. Investigación en la que analizan el "costo humano" de un neoliberalismo punitivo que ha generado una "lumpenización" de amplios sectores de la población norteamericana que no han podido adaptarse a un nuevo modelo productivo que deja (casi) todo en manos del mercado. A diferencia de Marx, Bourgois utiliza la palabra lumpen no como una categoría de clase, sino como una especie de "adjetivo" que alude a un tipo de subjetividad (entendiendo ésta en el sentido que propuso Michel Foucault, es decir, no como una identidad voluntaria, sino como una manera de ser y de desear vinculada a un contexto histórico y a unas condiciones de existencia específicas) que emerge entre los grupos de población para los que los efectos del biopoder y de la gubernamentalidad se han vuelto destructivos. El "Righteous Dopefiend" es un ejemplo paradigmático de subjetividad lumpen, pues verse y ser visto como un "yonqui empedernido" condiciona tanto tus relaciones sociales (tus interacciones con amigos y familiares, con las instituciones -las que te persiguen y las que te prestan ayuda-, con el mercado laboral...) como la relación que mantienes con tu propio cuerpo. En Estados Unidos, la llamada "guerra contra las drogas" ha provocado un aumento vertiginoso de la población reclusa que en los últimos 30 años se ha quintuplicado (ya hay más de dos millones de presos). Sin embargo, esto no ha impedido que las drogas sigan circulando (de hecho, la heroína es ahora más barata que antes), ni ha propiciado una disminución y un control efectivo de los drogodependientes que en la mayor parte de los casos siguen teniendo una relación muy destructiva con la sociedad (y, por supuesto, con ellos mismos). Uno de los "daños colaterales" de la guerra contra las drogas es que los médicos de los hospitales públicos, sólo pueden recetarles analgésicos a pacientes que tengan un historial de consumo de derivados del opio en casos muy puntuales. Si a esto se le une el hecho de que con la expansión del neoliberalismo, se ha reducido drásticamente el presupuesto destinado a la sanidad pública, no resulta extraño que indigentes y drogodependientes hayan dejado de acudir a los servicios de emergencias de los hospitales públicos (que con la desaparición de las infraestructuras creadas por el Estado del Bienestar, son uno de los únicos lugares en los que se les presta un poco de atención), y ya sólo lo hacen cuando su situación es muy grave (y en muchos casos, irreversible). En este sentido, Philippe Bourgois recordó la historia de Hank, uno de los heroinómanos a los que conoció durante el trabajo de campo que llevó a cabo para su investigación Righteous Dopefiend. Mientras realizaba una mudanza, Hank se fracturó una vértebra y cuando fue al hospital, los médicos lo único que le dieron fue un bastón. Un mes después, el fluido de la espina dorsal se le infectó y la dolencia se le transformó en una inflamación del cerebro. En los dos años siguientes, tuvo que visitar varias veces la sala de emergencias del hospital municipal de San Francisco, a donde casi siempre llegaba a bordo de una ambulancia porque alguien se lo había encontrado tirado en una acera con convulsiones. En realidad, Hank respondía bien al tratamiento con antibióticos que le ponían cuando le daban los ataques, pero como el presupuesto dedicado a la atención de pacientes sin seguro médico era cada vez más pequeño, apenas le bajaba la fiebre, le tenían que dar el alta. "Y esto ocurría en pleno auge de las empresas punto-com", denunció Bourgois, "cuando el alcalde de San Francisco 'presumía' de que la ciudad tenía un superávit anual de más de 100 millones de dólares". En una de sus recaídas, Hank coincidió en el hospital con su "socio" Petey, al que habían ingresado por una insuficiencia hepática que se le complicó porque adquirió una infección con estreptococo por medio de su sonda alimenticia. Aunque estaban en distintas plantas, los dos amigos se hacían continuas visitas y en una de ellas una enfermera sorprendió a Hank reajustando la sonda intravenosa que le administraba el analgésico a Petey para aumentarle la dosis de morfina. Tras discutir y forcejear con ella, Hank se fue enfurecido a su habitación, donde se arrancó con brusquedad la sonda. Después, salió del hospital sin ni siquiera quitarse la bata y se fue en busca de su camello para que le pasara una dosis de heroína. Bourgois también contó que en una de las altas hospitalarias forzadas de Hank, unos policías le confiscaron las pastillas que el médico le había recetado para tratar su infección de la columna vertebral y que incluso le llegaron a interponer una denuncia por "poseer sustancias ilícitas con intención de venta". La historia de Hank no es excepcional, ni siquiera de las más dramáticas. Casi la mitad de los heroinómanos a los que conocieron Philippe Bourgois y Jeff Schonberg durante su trabajo de campo para la investigación Righteous Dopefiend han muerto y en la actualidad las cárceles estadounidenses están llenas de drogodependientes que no reciben ningún tipo de tratamiento médico. Bourgois ha experimentando en sus propias carnes el trato vejatorio que sufren las personas arrestadas por consumir o vender drogas. Fue detenido durante una redada que hicieron en la zona de Filadelfia en la que está actualmente trabajando y en el tiempo que estuvo en el calabozo (a donde llegó con varias costillas fracturadas por el "exceso de celo" de un policía y en el que el aire acondicionado estaba muy fuerte, porque, según le confesó un guarda, el "frío hace a los presos más obedientes") vio como varios detenidos pasaban los peores momentos del síndrome de abstinencia a la heroína sin que nadie les atendiera. Perseguidos por las fuerzas de seguridad, rechazados por sus familias, excluidos del sistema laboral y ninguneados por los servicios públicos, estos parias de la sociedad estadounidense se culpan a sí mismos de la situación en la que se encuentran. Es decir, han interiorizado la premisa neoliberal de que el individuo es responsable de lo que le ocurre y de que, por tanto, no se deben achacar a factores externos sus errores y vulnerabilidades. Pero, según Phillipe Bourgois, si gente como Hank o Petey se han terminado convirtiendo en unos "yonquis empedernidos" no es porque sean unos "psicópatas" predeterminados genéticamente a autodestruirse, sino porque existen unas condiciones sociales, económicas, políticas y culturales que han posibilitado esa conversión. O, dicho con otras palabras, porque son los hijos bastardos de un neoliberalismo punitivo que fabrica subjetividades lumpen. "En Estados Unidos", subrayó Bourgois, "la guerra contra las drogas y la obsesión por la seguridad han desequilibrado la balanza de la gubernamentalidad a favor de la represión física, alejándola de las intervenciones tradicionales del biopoder rehabilitativo y productivo. (...) En este contexto, la sociedad se convierte en una olla a presión, en la que se generan subjetividades lumpen y se produce, utilizando la terminología de Emmanuel Levinas, sufrimiento inútil". Philippe Bourgois, que es consciente de que la situación no es tan extrema en Europa ("donde el neoliberalismo punitivo aún no se ha impuesto con tanta fuerza, aunque su influencia cada vez es mayor") quiso finalizar su intervención de una manera pragmática y planteó una serie de cosas concretas que se pueden hacer para tratar de revertir a corto plazo este desequilibrio y devolver a las poblaciones más vulnerables, servicios y derechos que les han sido arrebatados. Desde presionar a las fuerzas de seguridad para que asuman el tratamiento médico como algo obligatorio hasta crear protocolos que permitan detectar los abusos policiales, pasando por reclamar que la Cruz Roja inspeccione regularmente las condiciones higiénicas de las instalaciones penitenciarias o por exigir que las personas heridas y con enfermedades mentales sean trasladadas a hospitales y centros especializados.
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