aufBruch, por Peter Atanassow y Sibylle Arndt |
En la segunda sesión del ciclo de conferencias y debates de Umbrales, Peter Atanassow, director de aufBruch, aseguró que a lo largo de su trayectoria este grupo ha experimentado una gran evolución. Al principio, sólo podía realizar pequeños montajes para salas a las que, como mucho, asistían unas 60 ó 70 personas. Ahora, lleva a cabo un mínimo de tres producciones anuales, y un buen porcentaje de ellas son al aire libre, lo que posibilita tener una audiencia más amplia y hacer representaciones mucho más espectaculares. Eso sí, les sigue estando vedada la posibilidad de presentar las obras fuera de prisión, salvo las que realizan para el Centro de Internamiento de Menores de Berlín. "A este respecto", explicó Atanassow, "la legislación alemana es muy estricta. Si hiciéramos actuaciones fuera de las cárceles, los presos tendrían que estar todo el tiempo encadenados, excepto en el momento de la representación, y eso es algo a lo que nos negamos".
Por otro lado, la utilización de la figura del coro como elemento articulador del discurso dramático de aufBruch responde a motivos tanto de índole conceptual como metodológica. Les sirve para reflexionar sobre cómo el destino individual se inscribe en el del cuerpo social (y viceversa). Y, al mismo tiempo, funciona como un elemento integrador que contribuye a que los presos asuman que forman parte de una colectividad en la que tienen que convivir (y cooperar) con personas muy diferentes a ellos. "Esto es algo sumamente importante en una prisión como la de Tegel", señaló Atanassow, "donde sólo un tercio de los reclusos son de origen alemán (reflejo de lo que ocurre en la sociedad berlinesa) y los presos están agrupados en bandas 'nacionales' que a menudo se enfrentan entre sí". El trabajo de aufBruch ha conseguido tener una gran repercusión social. De hecho, es uno de los proyectos de teatro en prisión más conocidos de Europa y, a día de hoy, sus montajes se han convertido en auténticos acontecimientos culturales. A ellos no sólo acuden los familiares de los presos que actúan y gente interesada por la dimensión más política de este tipo de proyectos, sino también aficionados al teatro en general (que suelen ser personas de clase media que no han tenido jamás contacto con el mundo penitenciario). Para estos últimos, la experiencia es muy impactante y, de algún modo, les lleva a reconsiderar los prejuicios que tienen sobre las prisiones y sobre las personas que viven en ellas. En este sentido, Sibylle Arndt, directora de producción de aufBruch, recordó el caso de una mujer que les confesó que tras asistir a una de sus representaciones, decidió aceptar la solicitud de trabajo que le hizo una persona que había estado en la cárcel por un delito sexual, "porque comprendió que ya había cumplido su condena y que ella no debía juzgarle de nuevo". Sin duda, el interés por asistir a estos montajes no está exento de un cierto componente morboso, pero Arndt y Atanassow piensan que eso no desactiva el potencial político de la experiencia que propicia, pues al final lo que los espectadores retienen es el contacto directo con la realidad de la prisión, su vivencia en carne propia de la violencia del encierro. Así, aunque al principio sienten mucha curiosidad por saber qué delitos han cometido los reclusos que intervienen en la función a la que asisten, cuando empiezan a ver la obra eso se les olvida. "Sin embargo", subrayó Peter Atanassow, "de lo que nunca dejan de ser conscientes es del lugar en el que están. Nunca dejan de percibir cómo éste anula la libertad y la identidad de quienes entran en él. Y eso, a nuestro juicio, tiene un indudable potencial político".
Hay una cosa que intentaron dejar clara a lo largo de su intervención: ellos ni son terapeutas ("unos profesionales que en la actualidad tienen mucho poder dentro de las prisiones, al menos en Alemania") ni forman parte de la institución penitenciaria. "Trabajamos de forma completamente autónoma", subrayó Peter Atanassow, "sin que en ningún momento la dirección de la cárcel interfiera en lo que hacemos. Y eso es algo a lo que no vamos a renunciar (aunque a veces nos genere muchos quebraderos de cabeza), porque sabemos que gracias a esa independencia los reclusos con los que colaboramos confían en nosotros y ven nuestro proyecto, no como una actividad que les convendría realizar para quedar bien, sino como un espacio de libertad".
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