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Introducción. Teorías y prácticas queer |
En sentido literal, la palabra inglesa "queer" significa maricón, bollera, aunque por extensión designa todo lo que sexualmente no es normativo. Es, por tanto, un término con connotaciones ofensivas, un insulto con el que se intenta descalificar a aquel al que se le atribuye, describiéndole como alguien abyecto, como un desviado o un degenerado. Sin embargo, a principios de los años noventa del siglo pasado surgieron en Estados Unidos una serie de microgrupos que decidieron apropiarse de este término injurioso. Y ese proceso de "inversión performativa" dio lugar a la emergencia de lo que se ha denominado de forma genérica movimiento o cultura queer, un nuevo "espacio político" en el que se denuncian los efectos normativos de toda formación identitaria -no sólo de las sexuales, también de las referidas a la raza o a la clase social- y se plantea que la distinción entre lo masculino y lo femenino no está basada en una "verdad natural o pre-discursiva" (en una especie de imperativo biológico), sino que es fruto de una construcción cultural, de la aplicación de un conjunto de dispositivos ideológicos. En la presentación del encuentro Crítica queer. Narrativas disidentes e invención de subjetividad, Beatriz Preciado señaló que desde un punto de vista político, las teorías y prácticas queer se han articulado en torno a una doble resistencia. Por un lado, han propiciado una revisión crítica del feminismo clásico que al buscar la igualdad entre el sujeto político hombre y el sujeto político mujer (feminismo de la igualdad) o definir a la mujer en clave esencialista (feminismo de la diferencia) excluye de su discurso emancipatorio a ciertas minorías -lesbianas, transexuales, trabajadoras sexuales...- que de algún modo considera como "malos sujetos femeninos". Frente a ese feminismo esencialista, heterosexual y ligado a las clases medias y urbanas, el movimiento queer apuesta por un feminismo "radicalmente situado" y descentrado ("ex-céntrico", en palabras de Teresa de Lauretis) que ponga en cuestión la distinción clásica entre sexo y género y muestre que la diferencia sexual no es algo naturalmente dado sino el resultado de una operación performativa. Por otro lado, las teorías queer surgen en respuesta a la aparición y consolidación (primero en Estados Unidos y después en algunos países de Europa, entre ellos España) de políticas identitarias que posibilitan la integración social de gays y lesbianas siempre y cuando éstos cumplan ciertos requisitos normativos. De este modo, estas políticas distinguen entre buenos y malos sujetos homosexuales (maricas, locas, travestis...): a los primeros se les permite acceder a derechos y privilegios de los que antes carecían (logrando su normalización), mientras a los segundo se les sigue marginando. El objetivo de la teoría queer no es la construcción de una "identidad queer" ("no tiene sentido definirse o describirse como queer", subrayó Beatriz Preciado) sino, por el contrario, configurar un proyecto discursivo multidisciplinar y transversal que detecte los distintos niveles de exclusión que generan los procesos de construcción de identidades. Se trata, por tanto, de un movimiento postidentitario que en su aproximación analítica a las dinámicas de sumisión y dominio intenta escapar de una lógica binaria, ya que considera que no nos enfrentamos a una estructura de dominación vertical y sin fisuras -donde a un lado están los hombres y al otro las mujeres, a un lado los heterosexuales y al otro los homosexuales, a un lado los poderosos y al otro los oprimidos...-, sino a un sistema complejo que pone en marcha múltiples relaciones de poder. En opinión de la autora de Manifiesto contrasexual, este movimiento tiene todavía una gran agenda por delante, pues aunque ya ha efectuado una importante labor teórico crítica -y también estética- sigue estando en una fase (casi) embrionaria. En este punto de su intervención, Beatriz Preciado recordó que el origen del "conjunto de intervenciones críticas" que se engloban dentro de lo se ha denominado teoría queer radica, en gran medida, en la interpretación que realizó el feminismo norteamericano de la segunda ola del estudio genealógico de la producción discursiva de la sexualidad en la civilización occidental que llevó a cabo Michel Foucault en su obra Historia de la sexualidad. "En cualquier caso", precisó, "en la gestación y posterior evolución de la teoría queer también jugó un papel muy importante la aplicación de ciertas ideas formuladas por autores como Jacques Derrida, Pierre Bourdieu o Jacques Lacan a la investigación de los modos en que históricamente se ha construido (y se sigue construyendo) la diferencia sexual y la identidad de género". En su primer tomo de la Historia de la sexualidad (titulado La voluntad de saber), Foucault asegura que el poder -que para él no es una instancia concreta, sino algo difuso, fragmentado, ubicuo..., un "biopoder" que impregna todas las esferas de la vida de los ciudadanos- utiliza la regulación de la sexualidad como una de las herramientas con las que trata de ejercer un "control total sobre los cuerpos vivos". A juicio del autor de Vigilar y castigar -que establece una diferencia histórica entre sociedades soberanas, disciplinarias y de control-, en la segunda mitad del siglo XIX se produjo un giro epistemológico (marcado por una serie de "fechas fetiches" como 1869) que propició que esa regulación se intentara imponer cada vez más mediante una "interiorización de la norma" y no sólo a través de la aplicación de mecanismos coercitivos. Hay que tener en cuenta que en esa época, diversos estudios asociados a las ciencias médicas fijaron por primera vez la distinción lingüística y conceptual entre homosexualidad y heterosexualidad, generando la emergencia de un nuevo régimen visual de la sexualidad que concebía los órganos genitales como el elemento clave de la diferencia sexual. En este sentido, en el seminario Proust y los dioses queer que impartió Eve K. Sedgwick se analizó cómo las distintas teorías sobre la sexualidad (a veces complementarias, otras contrapuestas) que elaboró Marcel Proust en su obra En busca del tiempo perdido (escrita entre 1908 y 1922) reflejan ese giro epistemológico, al tiempo que muestran las sofisticadas estrategias discursivas y narrativas a las que recurrió el escritor francés para abordar el tema de la homosexualidad. Al igual que Foucault, la teoría queer considera que el conocimiento nunca es neutral ("no es nunca una mera descripción de la realidad", puntualizó Beatriz Preciado) y que los procesos de producción, organización y transmisión del saber siempre están condicionados por una serie de paradigmas cognitivos y factores contextuales que determinan, por ejemplo, qué elementos y fenómenos deben ser analizados, cómo se deben realizar esos análisis o quiénes son los sujetos que tienen que hacerlo. A su vez, los teóricos queer cuestionan la idea de que existe una especie de jerarquía natural de los saberes, de forma que el conocimiento científico (sobre todo el ligado a las ciencias puras) tiene una relación más directa con la verdad y con lo real que los demás tipos de conocimientos. Para estos autores, los discursos científicos no son en sí mismo más objetivos y válidos que los demás, pues sus enunciados están también condicionados por un conjunto de (pre)juicios históricos y culturales. En este sentido, consideran que estos discursos deben concebirse siempre como "ficciones políticas". Si se hace una interpretación literal de este razonamiento, se puede caer en un relativismo posmoderno que justifique una ética del "todo vale". Pero para la teoría queer, el hecho de que los discursos científicos sean "ficciones", no implica que no estén relacionados con lo real y con la verdad. "Lo que ocurre", precisó Beatriz Preciado, "es que no es una relación ontológica, sino performativa". O dicho con otras palabras, todo saber -incluido, por supuesto, el científico- genera una serie de construcciones discursivas (de ficciones) que tienen el poder, o al menos la voluntad, de producir las realidades -las "verdades"- que enuncian y/o describen (que no serían, por tanto, realidades/verdades ontológicas, sino culturales). No es, en todo caso, una producción directa sino, utilizando la terminología de J.L. Austin, "perlocucionaria", pues estas construcciones discursivas funcionan como contratos o promesas que no tienen un efecto inmediato y que, a menudo, ni siquiera llegan a materializarse (es decir, a producir la realidad que enuncian y/o describen), un "margen de error" que, según Preciado, permite que emerjan espacios de disidencia desde los que se pueden poner en marcha procesos de inversión/subversión performativa. Procesos como los que está desarrollando el movimiento queer que ha desplegado un conjunto de operaciones analíticas que han posibilitado desbordar la noción de género y cuestionar el supuesto origen biológico (es decir, pre-discursivo) de la diferencia sexual. Desde la premisa de que cualquier discurso (científico, literario, psicoanalítico...) es una "ficción política", la teoría queer está realizando una relectura de las retóricas a través de las cuales se ha construido el sujeto moderno. Con este propósito, el encuentro Crítica queer. Narrativas disidentes e invención de subjetividad ha intentado explorar "las fracturas y las líneas de fuga abiertas en el tejido de la producción textual por las narrativas disidentes". Todo ello partiendo de la idea de que la escritura es tanto unas de las principales herramientas normativas para la creación de las identidades sexuales, de género, raciales y de clases, "como un posible espacio de resistencia y subversión en el que, trabajando las brechas existentes en el lenguaje dominante, inventar nuevos sujetos políticos". |