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DIÁLOGO I. Acumulación capitalista y externalización de la frontera Sur de Europa. Introducción a cargo de Astrid Agenjo |
Feminista y economista que forma parte del Observatorio Genero, Economía, Política y Desarrollo (GEP&DO) de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, Astrid Agenjo fue la encargada de introducir y presentar a los participantes de la primera sesión de Sobre fronteras y cuerpos desplazados: diálogos inter-epistémicos. En esta introducción, Agenjo señaló que, como plantea la economía feminista ("o las miradas feministas sobre la economía"), es necesario transcender y desbordar la visión marxista tradicional sobre la acumulación capitalista y el conflicto capital/trabajo, concibiéndolos como hechos o procesos estructurales que no solo tienen que ver "con la explotación de la fuerza de trabajo para generar plusvalías y apropiarse de ellas, sino también con la explotación del trabajo no remunerado que se lleva a cabo en el ámbito de los hogares". "Un trabajo que es fundamental para el mantenimiento del sistema", subrayó, "porque de él depende tanto o más que del trabajo asalariado -y del consumo asociado al mismo- nuestro nivel y calidad de vida". En este sentido, la crítica feminista de la economía política entiende que más que de un conflicto capital/trabajo habría que empezar a hablar de un conflicto capital/vida. O, dicho con otras palabras, de un conflicto entre el proceso de acumulación capitalista y el proceso de sostenibilidad de la vida. Y en el análisis de este conflicto no podemos obviar ni las problemáticas de muy diversa índole que lleva aparejadas (socialización de costes, apropiación de recursos públicos, desposesión de bienes comunes...), ni el hecho de que el capitalismo construye e impone una visión hegemónica de la vida, según la cual "la única vida que merece la pena ser vivida es una vida mediatizada por el consumo, cuya sostenibilidad solo es posible porque a ella únicamente acceden algunos sujetos privilegiados". Este conflicto capital/vida, que es un conflicto que atraviesa la estructura socio-económica y que, por tanto, afecta de lleno a los procesos migratorios y de externalización e interiorización de la frontera, se ha agudizado en las últimas décadas con la aparición y expansión de la llamada globalización neoliberal que, siguiendo a Amaia Pérez Orozco, Agenjo considera que ha propiciado tanto un proceso de mercantilización de la vida -"pues la lógica de acumulación capitalista se ha infiltrado en espacios y ámbitos (los afectos, los cuidados..., el propio cuerpo) en los que antes no estaba"- como [un proceso] de feminización del trabajo remunerado que cada vez se rige más por las dinámicas y formas de control que históricamente hemos asociado con el trabajo doméstico y reproductivo. Si nos situamos en un plano más concreto, podemos decir que una de las formas en las que de manera más clara se manifiesta este conflicto en nuestra cotidianidad es a través del estrechamiento del nexo entre la calidad de vida, la capacidad de consumo y la posición que se tiene en el mercado de trabajo. Esto ocurre, además, en un contexto en el que, por un lado, el Estado se está desatendiendo de su responsabilidad de cubrir las necesidades -educativas, sanitarias, sociales...- que permiten la sostenibilidad de la vida; y en el que, por otro lado, la posibilidad de estar en el mercado de trabajo de una manera estable y segura cada vez es más reducida. La precariedad se ha generalizado y expandido, ha dejado de ser, como explicó Silvia L. Gil en el seminario Agenciamientos contra-neoliberales: coaliciones micro-políticas desde el sida, "algo excepcional que afecta únicamente a un grupo más o menos restringido de sujetos (ya sea por su condición social o por determinadas elecciones vitales que estos hayan hecho), para devenir en la norma neoliberal que rige la vida de una gran parte de los ciudadanos". Pero, ¿cómo es posible que en este contexto de precarización generalizada y devastación de lo público, la vida salga adelante? Pues gracias a una serie de estrategias de supervivencia que se están desplegando en el ámbito de los hogares y del trabajo doméstico/reproductivo, siendo clave en ellas el papel de las mujeres. Estrategias que, a su juicio, "no resuelven el conflicto capital/vida, pero que contribuyen a hacerlo más soportable, a invisibilizarlo y silenciarlo sobre la base, una vez más, de una lógica de desigualdad y (auto)explotación". Astrid Agenjo finalizó su introducción explicando tres de las estrategias sobre las que la economía feminista viene reflexionando. Por un lado, la modificación de los patrones de consumo en los hogares ("habría que analizar qué necesidades/hábitos de consumo son los que se priorizan y qué miembros de los hogares están siendo los más y los menos afectados por esta modificación") y la búsqueda de nuevas fuentes de ingresos y recursos ("una búsqueda que, en muchos casos, se tiene que hacer en otros países, lo que conecta la cuestión del conflicto capital/vida con el tema de las migraciones"). Por otro lado, el re-emplazamiento de labores y bienes o servicios que antes realizaba u ofrecía el Estado (o que se contaban con recursos económicos suficientes para adquirir en el mercado), por un trabajo no remunerado que, en la mayor parte de los casos, es desempeñado por mujeres (por ejemplo, las labores de cuidados de gran parte de los procesos post-operatorios que, tras los recortes sanitarios, se han ido desplazando progresivamente a los hogares). Y en tercer lugar, "tiramos para adelante" a través de lo que varias autoras describen como una "economía de retales": el hogar se expande y todos sus miembros contribuyen, con lo poco que pueden y tienen, a su sostenimiento. Ejemplos ilustrativos de esto serían tanto las familias que se re-agrupan ("y en las que, en muchos casos, es la pensión del abuelo o de la abuela la única fuente estable de ingresos"), como las familias transnacionales ("otro nexo con el tema de las migraciones") cuyos miembros viven en países distintos pero que siguen funcionando como una unidad socio-económica.
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