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Mesa de interlocución Memoria reactiva y fidelidad al acontecimiento, con la participación de Kristin Ross, Jean-Franklin Narodetzki y Monserrat Galcerán |
Durante los últimos cuarenta años se ha ido construyendo una “memoria reactiva” en torno a Mayo del 68 que describe este acontecimiento como una simple “algarada estudiantil”. De este modo intenta domesticar el recuerdo del 68, neutralizar su potencial transformador y la posibilidad de que las preguntas radicales que planteó y las prácticas políticas y existenciales que propició y/o canalizó puedan conectarse con las luchas del presente. En la segunda jornada del encuentro Semillas y gérmenes se analizó cómo ha operado y opera esta "memoria reactiva", indagando en las distintas fases que ha tenido el proceso de trivialización y despolitización de Mayo del 68. Un proceso que arranca a principios y mediados de los años setenta con la irrupción en la escena mediática de los llamados "Nuevos Filósofos" y llega hasta nuestros días, cuando Nicolas Sarkozy, actual Presidente de la República Francesa, ha convertido la crítica de la "herencia del 68" en uno de los puntos centrales de su programa político. A juicio de Kristin Ross, autora de Mayo del 68 y sus vidas posteriores ("un estudio de la manera en que los tumultos políticos en la Francia de los años sesenta han sido interpretados, recordados, olvidados, debatidos, enterrados bajo conmemoraciones y sometidos a un sinnúmero de manipulaciones ideológicas"), uno de los problemas fundamentales para construir una "memoria viva" en torno a Mayo del 68 radica en que el modelo que se ha seguido en los proyectos de recuperación de la memoria que se han llevado a cabo en las últimas décadas se basa en una especie de protocolo terapéutico de raíz psicoanalítica ideado para tratar momentos traumáticos (genocidios, dictaduras...) e intentar curar las heridas que dichos traumas abrieron. "Este modelo no nos vale para el 68", subrayó Ross, "pues sus protagonistas, como apunta Jean-Franklin Narodetzki, experimentaron ante todo un intenso placer ('estábamos extenuados de felicidad') al ser concientes de que era posible (de que estaba siendo posible) emprender un proceso colectivo de transformación social". Según Kristin Ross, que actualmente enseña Literatura en la Universidad de Nueva York, no se debe obviar el papel que han jugado antiguos dirigentes estudiantiles en la construcción de esta memoria banalizadora y despolitizadora del 68. Una memoria que reduce la "escala" de este acontecimiento, circunscribiéndolo a la ciudad de París y al ámbito universitario e invisibilizando su dimensión política y su conexión con otras luchas y prácticas teóricas que se desarrollaron en los años sesenta. Con sus relatos de corte confesional sobre sus experiencias "sesentayochistas", estos dirigentes han contribuido a que el Mayo francés se vea no como una insurrección colectiva que unió a obreros y estudiantes y que "puso contra las cuerdas" al gobierno de Charles de Gaulle, sino como el intenso proceso de aprendizaje político y existencial de un grupo de jóvenes ávidos de sensaciones nuevas que hoy se sienten arrepentidos de lo que hicieron (aunque se auto-disculpan por considerarlo un "error de juventud") y, por tanto, legitimados para desacreditar al movimiento en su conjunto. Esta "reducción de la escala" hace que se desligue Mayo del 68 del contexto político global en el que se desarrolló y que lo propició (movilizaciones contra la Guerra de Vietnam, emergencia de movimientos de liberación en los países del tercer mundo...) y que, poco a poco, empiece a extenderse la idea de que fue sólo un fenómeno (contra)cultural que permitió una "relajación" de las costumbres y la emergencia y consolidación de nuevas formas de concebir y vivir la sexualidad. Así, en la mayor parte de los textos -escritos y audiovisuales- que se elaboraron con motivo de la conmemoración del décimo aniversario del Mayo francés (es decir, en 1978), aún había referencias, más o menos explícitas, a la relación entre este acontecimiento y la situación política internacional, pero en los que se realizaron para el vigésimo aniversario (esto es, en 1988) ya no, o, en todo caso, se minimizaba la importancia de dicha relación. En los años noventa se llega incluso a decir que, en realidad, fue un movimiento pro-capitalista que lo único que perseguía era la destrucción de todas las barreras que obstaculizaran la obtención de placer, propiciando un cambio de mentalidad que ha posibilitado el triunfo a escala global de la lógica individualista y consumista que promueve el neoliberalismo. De este modo, la mayor huelga general de la historia de Francia y la única insurrección generalizada que ha experimentado el mundo desarrollado en la segunda mitad del siglo XX, se presenta como una mera manifestación contracultural, algo que, en opinión de Kristin Ross, supone una "americanización" de la memoria de este evento. "No hay que olvidar", advirtió, "que la contracultura de los años sesenta y setenta sirvió para que muchas personas se politizaran en Estados Unidos o Gran Bretaña, pero en países como Francia o Italia tuvo el efecto contrario y propició el desmantelamiento de experiencias militantes muy sólidas y vibrantes". Una nueva fase de este proceso de banalización y despolitización del 68 surge a partir de la victoria del "No" en el referéndum sobre el "Tratado que establece una Constitución para Europa" que se celebró en Francia el 29 de mayo de 2005. Según Kristin Ross, el "imprevisto" resultado de este referéndum hizo que renaciera el miedo de las élites políticas, mediáticas y económicas francesas a Mayo del 68 (lo que refleja su vigencia). En este contexto, Nicolas Sarkozy habla de acabar de una vez por todas con la "herencia del 68" que, según él, está en el origen de los principales problemas que tiene actualmente la sociedad francesa: corrupción política, degradación educativa, "gamberrocracia" (expresión que ha utilizado para (des)calificar el último brote de violencia en la periferia de París)... A juicio de la autora de Coches veloces, cuerpos limpios: descolonización y reordenamiento de la cultura francesa, este discurso le sirve a Sarkozy para justificar la reestructuración de corte neoliberal que pretende llevar a cabo (y que, de algún modo, ya ha iniciado, como demuestra su proyecto de reforma de los regímenes especiales de pensiones, causa principal de las huelgas que se convocaron en Francia los pasados meses de octubre y noviembre). Tras la intervención de Kristin Ross, Jean-Franklin Narodetzki, uno de los fundadores del Movimiento 22 de Marzo y autor de libros como El Discurso del poder o Noches serbias y nieblas occidentales. Introducción a la complicidad con el genocidio, recordó que en un primer momento, la crítica a Mayo del 68 se articuló en torno a la tesis de que detrás de esta revuelta estaba la URSS y de que un triunfo de esta insurrección habría conducido a la implantación de un régimen estalinista en Francia. "Cuando ya no se le podía seguir echando la culpa al bloque comunista", añadió, "comenzó a decirse que el 68 había sido una revolución apolítica protagonizada por jóvenes burgueses que, en realidad, no aspiraban a transformar la sociedad, sino a liquidar los obstáculos que se interponían entre ellos y la satisfacción de sus pulsiones y deseos". Este discurso fue rápidamente asumido por la mayoría de los antiguos dirigentes estudiantiles del 68 que en bastantes casos utilizaron su participación (y posterior abjuración) en el acontecimiento para escalar en su carrera profesional. De hecho, muchos de los principales representantes de la intelectualidad reaccionaria francesa de las últimas décadas han sido antiguos sesentayochistas arrepentidos que han convertido el odio a este movimiento en un elemento central de su discurso teórico. "Sabemos (porque ellos se han encargado de que lo sepamos) que estos antiguos dirigentes estudiantiles consideran su implicación en las revueltas de Mayo del 68 como un error de juventud, pero, ¿qué es lo que piensan los protagonistas anónimos de este acontecimiento?", se preguntó Jean-Franklin Narodetzki, "¿qué le han transmitido a sus hijos?". Es un análisis que, a su juicio, está por realizar, aunque por lo que ha podido averiguar, lo que prevalece es la ausencia de un relato elaborado que pueda contraponerse al que se ha difundido desde el poder. En la primera fase de la fabricación de la "memoria reactiva" en torno al Mayo francés jugaron un papel clave los llamados “Nuevos Filósofos” que justificaron su crítica al 68 con el argumento de que ellos sabían de lo que estaban hablando porque habían participado directamente en las revueltas ("algo que, como señaló en la sesión de ayer Jean Pierre-Duteuil, era sólo una verdad a medias", subrayó Narodetzki). Con la irrupción en la escena mediática de los "Nuevos Filósofos", el intento de contrarrestar y desactivar el potencial político del 68 deja de basarse en la negación de este acontecimiento (esto es, en el argumento de que, en realidad, no sucedió nada) para hacerlo en una interpretación reduccionista del mismo. Una interpretación que define lo que ocurrió como un "evento" o "acontecimiento" -es decir, como algo sobrevenido y no como algo inducido (como una insurrección o un proceso revolucionario)-; que elimina sus connotaciones políticas (obviando el hecho de que durante los meses de mayo y junio de 1968 Francia quedó paralizada por una huelga general); y que reduce notablemente su escala y radio de influencia (tanto a nivel sociológico -"fue una mera algarada estudiantil"- como geográfico -"no pasó nada reseñable fuera de París"). El objetivo de esta interpretación es domesticar y exorcisar el 68, un movimiento que generaba (y que, en gran medida, sigue generando) un gran desconcierto y temor al poder. Desconcierto porque no lo comprende y temor porque refleja que es posible hacer el cambio social desde abajo y sin necesidad de intermediarios ni representantes. En este sentido, Narodetzki considera que Mayo del 68 fue un "movimiento antipolítico de naturaleza política" o, dicho con otras palabras, un movimiento que promovió una "acción política rigurosamente situacional y sin modelo", que buscó "espacios de lo político fuera, al margen y contra lo político instituido". La construcción de la memoria reactiva en torno al Mayo francés tiene un segundo punto de inflexión a finales de los años ochenta, coincidiendo con la conmemoración del vigésimo aniversario de este acontecimiento. En esa época, el 68 comienza a presentarse como un suceso aislado y "pintoresco" que no se sabe muy bien cómo y por qué se produce, ni cómo ni por qué acaba. De este modo, se extiende la idea de que fue una insurrección sin sentido ni objetivo político ("sólo era un grupo de jóvenes pequeño-burgueses aburridos jugando a ser revolucionarios"); que no estaba conectada a otros procesos de politización que hubo en la época; y que además no condujo a ninguna parte (salvo al arrepentimiento o la autodestrucción de sus protagonistas). "Se oculta así", puntualizó Jean-Franklin Narodetzki, "que la rebelión del 68 no fracasó sino que fue vencida (entre otras cosas, por la alianza de la izquierda oficial con el poder) y que fue un movimiento que se alimentó de (y/o se prolongó en) otras luchas contrahegemónicas (antiimperialismo, antimilitarismo, feminismo, antipsiquiatría...) que se desarrollaron durante los años sesenta y setenta del siglo pasado". La mesa redonda Memoria reactiva y fidelidad al acontecimiento finalizó con un nueva intervención de Monserrat Galcerán, Catedrática de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, que analizó algunas “lecturas” que se han realizado en España de Mayo del 68 en cuatro momentos distintos: mayo/junio de 1968, en el décimo aniversario del evento, a mediados de los años ochenta y en la actualidad. “En cada uno de estos momentos”, señaló, “se plantean y se ofrecen diferentes preguntas y respuestas“. Así, en los textos que se publicaron sobre este acontecimiento en la revista Triunfo1 y en el periódico La Vanguardia entre la segunda/tercera semana de mayo y finales de junio de 1968, la pregunta central es ¿qué es lo que está ocurriendo? Dos redactores del semanario Triunfo, Eduardo Haro Tecglen y Xavier Miserachs, cubrieron directamente los acontecimientos, pues se habían desplazados a París para informar de las conversaciones preliminares de paz entre Estados Unidos y Vietnam del Norte que se estaban celebrando en esas fechas en la capital francesa. Según Haro Tecglen y Miserachs, las acciones y movilizaciones eran, en gran medida, espontáneas y no estaban dirigidas ni controladas por ninguna organización política o sindical. En ellas, afirman, hay personas de sectores sociales, franjas de edad y presupuestos ideológicos muy diferentes que se han unido en una lucha horizontal y apartidista y que están inventando sobre la marcha nuevas prácticas organizativas. En un artículo titulado "Revolución en Francia", Haro Tecglen habla de que se está viviendo un verdadero proceso revolucionario, algo que "echa al cesto de los papeles" la tesis de que la prosperidad económica que se había logrado en los países capitalistas occidentales hacía inviable una sublevación popular (pues se había conseguido domesticar y despolitizar a los trabajadores mediante el consumo). Por su parte, el diario La Vanguardia (periódico, no lo olvidemos, vinculado a la burguesía catalana) también definió el movimiento del 68 como una "auténtica revolución" que estaba propiciando la emergencia de un contrapoder "real, efectivo y desafiante" que podía derrocar al gobierno de Charles de Gaulle y desestabilizar toda la región. Curiosamente, este diario se hizo eco de dos informaciones que, a primera vista, resultaban contradictorias. Por un lado, que el Partido Comunista de Francia (PCF) y las grandes centrales sindicales francesas (especialmente, la CGT) habían alcanzado un acuerdo con el gobierno para intentar frenar la insurrección y re-establecer el orden institucional. Por otro lado, que el general Jacques Massu -que fue comandante militar del departamento de Argel entre 1957 y 1960 y que en 1968 estaba al mando de las tropas francesas en Alemania- le había garantizado a De Gaulle que el ejército intervendría para atajar las revueltas en caso de que hubiera peligro de que los comunistas tomaran el poder e implantaran un régimen estalinista. Según Monserrat Galcerán, la amenaza del "peligro rojo" le sirvió a Charles De Gaulle para ocultar que el respaldo de Jacques Massu lo había obtenido gracias a que se comprometió a ser más "comprensivo" con los militares franceses acusados de recurrir a la tortura durante la Guerra de Argelia. "Pero además", subrayó, "esta estrategia tan perversa como astuta de De Gaulle nos coloca ante una dinámica que se repite (casi) siempre que se comienza a fraguar un proceso revolucionario y/o de transformación social: las fuerzas reaccionarias utilizan la amenaza de la intervención militar para 'poner las cosas en su sitio' y recuperar el control de la situación". En este sentido, la autora de Innovación tecnológica y sociedad de masas recordó que en los años setenta y ochenta esa amenaza impidió que se profundizara en determinadas experiencias de cambio y, en el caso español (donde incluso se produjo un Golpe de Estado el 23 de febrero de 1981), posibilitó que los herederos directos e indirectos del franquismo siguieran estando presentes en las más altas esferas del poder (y que con el tiempo se autoproclamaran como los principales impulsores y valedores de la democracia en España). Diez años después de que se produjeran las revueltas de Mayo del 68, la pregunta fundamental que se hacen los medios españoles es: ¿qué queda de esta insurrección, si es que queda algo? En este caso, Monserrat Galcerán ha utilizado como fuente además de la revista Triunfo y el periódico La Vanguardia, el diario El País que lanzó su primer número el 4 de mayo de 1976. En la línea de lo que se estaba diciendo en Francia en esa época (de hecho, ya aparecen referencias a los llamados "Nuevos Filósofos"), se habla de "revolución frustrada", de "sensación de fracaso" y de "desencanto generacional". En algunos textos escritos desde una óptica supuestamente izquierdista, la frustración y la decepción se diluye en una actitud cínica que, en palabras de Galcerán, tiene un "profundo efecto desactivador y desmoralizador". Julián Marías, por ejemplo, publica un artículo en El País en el que asegura que el 68, como los otros proyectos revolucionarios que se han llevado a cabo en Europa desde mediados del siglo XIX, no sólo generó excesivas ilusiones y expectativas que al no cumplirse provocaron una paralizadora sensación de fracaso, sino que, en última instancia, contribuyó a fortalecer a los sectores más reaccionarios y conservadores de la sociedad. La idea que hay detrás de este razonamiento, según Galcerán, no puede ser más descorazonadora (y profundamente reaccionaria): el débil no debe rebelarse contra el poderoso, pues al final éste sale fortalecido de ese desafío. En 1985, Toni Negri y Félix Guattari escribieron Las verdades nómadas. Por nuevos espacios de libertad, donde afirman que Mayo del 68 representa el comienzo de un nuevo ciclo de luchas, pues es la primera vez que una parte significativa de la población mundial tomó conciencia (o, al menos, intuyó) de que la transformación social pasa por la autotransformación personal y de que la vida cotidiana y el ámbito doméstico son también espacios políticos (es decir, espacios de lucha). Según Negri y Guattari, la fuerza esencial de la sublevación del 68 (que ellos conciben como una auténtica "revolución comunista") reside en el hecho de que fue la primera insurrección generalizada contra una economía que funcionaba bien, ya que no surgió en respuesta a una crisis coyuntural o a una situación de explotación específica, sino que fue fruto de un deseo emancipatorio radical e integral (racional y emocional, político y existencial). En la fase final de su intervención, Monserrat Galcerán señaló algunas cuestiones planteadas por el Mayo francés (y sus ramificaciones posteriores) que "continúan resonando en nuestro presente" y que conectan este movimiento con luchas contrahegemónicas actuales: desde el rechazo a la idea de que debe haber una vanguardia que lidere y encauce los procesos emancipatorios ("si nos queremos liberar, nos liberaremos nosotras mismas") a la concepción de la política como "gestión colectiva del vivir común", pasando por la asunción de que toda representación despotencia lo representado o de que es necesario propiciar una articulación entre vida y política e inventar formas organizativas que no reproduzcan una lógica jerárquica y centralista. Otra cuestión que se planteó y que sigue resonando en nuestro presente fue cómo tratar (cómo prevenir, cómo encauzar, cómo erradicar...) el fenómeno de la violencia, un problema que, según Galcerán, debe ser analizado con mucha prudencia y complejidad, sin caer en discursos moralistas simplificadores (que se escandalizan ostensiblemente ante determinadas manifestaciones de violencia -por ejemplo, las vinculadas con el terrorismo-, al tiempo que obvian e incluso justifican otras).
1.- Símbolo en los años sesenta y setenta de la resistencia intelectual al franquismo, la revista Triunfo realizó una amplia cobertura de Mayo del 68, dedicándole monográficos especiales desde el número 311 al 314. [^]
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