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Fefa Vila: Poner a prueba los limites: discursos, representaciones y políticas de resistencia inmunodeprimidas
Fefa Vila durante su intervención en el seminario 'Agenciamientos contra-neoliberales: coaliciones micro-políticas desde el sida'

Se suele pensar que, en la órbita de los países occidentales -y de forma especial en el Estado español-, la década de los ochenta del siglo pasado fue un periodo de fragmentación y división en el que la energía revolucionaria, la solidaridad política y la gran cohesión de la década anterior se diluyó y desactivó. Sin embargo, Fefa Vila, una de las promotoras del emblemático colectivo madrileño LSD, cree que eso es algo que habría que matizar. "Mi tesis, compartida por otra mucha gente", explicó, "es que en los ochenta no implicaron el silenciamiento de las luchas políticas, sino más bien su reformulación. Lo que ocurrió fue que cambió completamente nuestra forma de hacer y de entender la política, nuestra manera de representarnos y de asociarnos".

Y, en gran medida, esto sucedió porque emergieron tres grandes crisis: la crisis del "feminismo blanco, de clase media, heterocentrado, sano y colonial"; la crisis cultural derivada de la asimilación por parte del sistema capitalista de consumo de una incipiente cultura gay; y la gran crisis de la pandemia del sida. Tres crisis que, a juicio de Vila, estuvieron clara y profundamente interconectadas, hasta el punto de que, en su opinión, las coaliciones que se crearon en torno a las luchas contra el sida no hubiesen sido posibles si, al mismo tiempo, no hubiera habido una crisis dentro del feminismo y del movimiento gay.

Crisis del feminismo
Tras muchos años en los que el feminismo se había mantenido relativamente cohesionado e integrado dentro de otras luchas (en España, dentro de las luchas antifranquistas), a finales de la década de los setenta empiezan a aparecer "voces disidentes" que, además de denunciar que numerosos colectivos de mujeres (las lesbianas, las negras, las gitanas, las prostitutas, las mujeres transexuales...) estaban poco y mal (o nada) representadas dentro de las prácticas y discursos que genera el movimiento, plantean la necesidad de repensar y complejizar las propias bases teóricas del feminismo tradicional que, al utilizar casi como único criterio de análisis el género, promovía una visión naturalizada del sexo y de lo que es (y no es) una mujer. "Era la primera vez", explicó Fefa Vila, "que dentro del feminismo se denunciaba que este movimiento estaba mayoritariamente formado y liderado por mujeres blancas, heterosexuales y de clase media que apenas se habían preocupado por las problemáticas y opresiones específicas que sufrían otros colectivos de mujeres".

En Estados Unidos aparecen figuras como las de las activistas feministas afroamericanas Audre Lorde y Barbara Smith que, ampliando y matizando las críticas que ya habían planteado teóricas como Angela Davis, abogan por realizar análisis transversales que permitan identificar las diferentes variables que entran en juego en los procesos de opresión. Análisis que también podían servir para detectar las lógicas jerárquicas y las dinámicas de exclusión que se generan dentro de las propias organizaciones activistas. En este sentido, Fefa Vila leyó una cita de Audre Lorde en la que esta escritora y activista nacida en Harlem insta a las feministas blancas a reconocer y asumir los diferentes grados de opresión que sufren las mujeres en función de su raza, clase social y orientación sexual. "Porque, ¿cómo si no explicáis el hecho de que las mujeres que os limpian la casa o que cuidan de vuestros hijos mientras vosotras acudís a congresos sobre teoría feminista sean, en su inmensa mayoría, mujeres pobres, negras y chicanas?", les interpela.

En el caso español, los primeros síntomas de fragmentación del movimiento feminista por la emergencia de discursos disidentes que denuncian, desde dentro, sus contradicciones, los encontramos en las II Jornadas Feministas Estatales que se celebraron en Granada en diciembre de 1979. Como describe la crónica que publicó en el diario El País la periodista Joaquina Prades, en estas jornadas hubo un "tenso enfrentamiento entre dos posturas que parecían irreconciliables": las feministas ligadas a organizaciones políticas de clase (para las que lo prioritario era "transformar la sociedad capitalista en otra de modelo socialista y, a partir de ahí, plantearse de manera exclusiva la lucha específica de la mujer") y las que por aquel entonces se autodenominaban feministas independientes o radicales (que consideraban que los problemas de la mujer eran "específicamente de esta en cuanto tal y de su opresión esencialmente por el hombre, ya fuera proletario o burgués"). "Este fue el inició de la escisión del movimiento feminista español", subrayó Vila, "que en los años ochenta se fue atomizando, apareciendo grupos y corrientes con objetivos y presupuestos teóricos y metodológicos cada vez más diferenciados".

Fefa Vila durante su intervención en el seminario 'Agenciamientos contra-neoliberales: coaliciones micro-políticas desde el sida'

Un hito fundamental en todo este proceso fue el "paso adelante" que dieron las lesbianas feministas. Hay que tener en cuenta que hasta entonces, las lesbianas, a pesar de ser bastante numerosas y activas dentro de las organizaciones feministas, habían sido sistemáticamente silenciadas, porque, de forma más o menos explícita, se consideraba que una mayor visibilidad de las mismas podía resultar perjudicial para el movimiento, poniendo en peligro su unidad y la imagen de normalidad que este aspiraba a ofrecer. Sin embargo, en los años ochenta la situación dio un giro de 180 grados: las lesbianas empezaron a auto-organizarse y a denunciar públicamente el afán universalizador del feminismo tradicional y su profunda y arraigada lesbofobia. Aparecen -o, en ciertos casos, "salen del armario"- teóricas lesbianas que critican abiertamente el heterocentrismo que impregnaba los discursos y las prácticas feministas dominantes (Adrienne Rich, Gloria Anzaldúa, Monique Wittig, Cherríe Moraga...), así como nuevos colectivos activistas (por ejemplo, LSD) que asumen posicionamientos muy radicales y fuertemente identitarios.

Surgen además los primeros movimientos intersexuales, cuya crítica a la potestad que en los países occidentales se le otorga al médico para decidir el sexo de los bebés intersexuales, supone también un cuestionamiento de la lógica colonial que persistía en una gran parte del feminismo. Un feminismo que, como denuncia Cheryl Chase, fundadora de la Sociedad Intersexual de Norteamérica, en su artículo Hermafroditas con actitud: cartografiando la emergencia del activismo político intersexual, criticaba la prácticas africanas tradicionales como la ablación pero no las prácticas médicas de reasignación del sexo (es decir, de "mutilación genital") de los niños y las niñas intersexuales. Según Chase, este "doble rasero" nos muestra las "complejas interacciones entre ideología, raza, género, colonialismo y ciencia" que posibilitan el "silenciamiento y la invisibilización de la experiencia intersexual en el llamado Primer Mundo".

Crisis dentro del movimiento gay
En la década de los ochenta, también comienzan a aparecer "voces disidentes" dentro del movimiento gay que, desde finales de los años sesenta1, había ido adquiriendo cada vez más visibilidad y capacidad de interlocución política. Con el paso del tiempo, la consolidación y normalización social, cultural y económica que las comunidades gays (sobre todo masculinas y urbanas) lograron en determinados países occidentales propició que el capital empezara a ver a los homosexuales como potenciales consumidores, de modo que se generó toda una infraestructura mercantil para satisfacer sus deseos y necesidades específicas. Las hasta entonces combativas organizaciones gays fueron moderando su discurso que comenzó a articularse casi exclusivamente en torno a la reivindicación despolitizada de una integración efectiva de los homosexuales en la sociedad.

Se produce así una deriva reaccionaria que incluso lleva a que desde el propio establishment gay se empiecen a censurar prácticas sexuales como el travestismo, el sexo en público, el sadomasoquismo o la promiscuidad, generándose una especie de nuevo "orden homosexual" que, de forma más o menos explícita, establece una clara distinción y jerarquización entre gays "normales" e integrados y gays "anormales" e inadaptados. En el "polo de la normalidad" de ese nuevo orden homosexual lo que encontramos es, sobre todo, a gays varones de raza blanca y clase media que tienen una vida respetable, están -o aspiran a estar- "felizmente" emparejados y sienten una enorme fascinación por el consumo y por instituciones heterocentradas como el matrimonio.

En este contexto, a mediados de los ochenta y principio de los noventa empiezan a surgir discursos que denuncian el proceso cooptación por parte del sistema capitalista de la antaño irreverente cultura gay. Destacan especialmente las llamadas teorías queer, en torno a las cuales se genera un incipiente movimiento que, con su reivindicación crítica de lo abyecto ("de lo que transita por el mal camino, de lo que se resiste a cualquier intento de normalización"), también supondrá un revulsivo para las luchas feministas.

Crisis de la pandemia del sida
"La crisis del sida, la crisis por antonomasia de los años ochenta, está estrechamente vinculada con las dos crisis que acabo de describir", señaló Fefa Vila. "No en vano, los grupos más activos en la lucha contra esta pandemia, se nutrieron de activistas ligados a las prácticas más críticas de los movimientos feministas y gays de la época". En este punto de su intervención, Vila aseguró que el sida siempre ha sido mucho más que una enfermedad. En este sentido recordó que desde que se detectaron los primeros casos en 1981 hasta finales de los años ochenta (en realidad, aunque de forma más matizada, hasta bastante después), se dio una visión muy interesada y parcial de la misma, identificando de forma explícita a la comunidad homosexual como la principal responsable de la expansión epidémica del virus que la provocaba2. No hay que olvidar que las primeras representaciones que se construyeron en torno al sida proceden del ámbito mediático (no del científico-sanitario) y, por lo general, tenían un tono apocalíptico y sensacionalista: la enfermedad se asociaba con una muerte segura y para hablar de ella se recurría constantemente a expresiones y metáforas cargadas de connotaciones negativas y dramáticas: plaga imprevisible, cáncer de los gays, peste del siglo XX...

Fefa Vila durante su intervención en el seminario 'Agenciamientos contra-neoliberales: coaliciones micro-políticas desde el sida'

Según Fefa Vila, la tendencia a identificar el sida con la comunidad gay posibilitó una de las mayores operaciones de propaganda homófoba de la historia contemporánea (una operación que tuvo un carácter global y en la que participaron, consciente o inconscientemente, la inmensa mayoría de los medios de comunicación). El hecho de que una de las vías de transmisión de esta enfermedad fuese la sexual, propició que ciertos grupos conservadores sintieran que sus postulados moralistas quedaban reafirmados, recrudeciendo sus discursos y campañas de demonización de las prácticas y de los cuerpos homosexuales.

La aparición y expansión del sida coincide con los años centrales de los mandatos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan que podemos considerar como el primer gran punto de inflexión a nivel global del neoliberalismo y, con ello, como el inicio del proceso de desmantelamiento del Estado del Bienestar que, aunque fuera a nivel muy embrionario y limitado, se había logrado erigir en algunos países tras la II Guerra Mundial. Desmantelamiento que la actual crisis financiera está apuntalando "y al que, en el caso de España", señaló Fefa Vila, "contribuyó decididamente el gobierno socialista de Felipe González (1982 - 1996) que, si bien restauró servicios y derechos que habían quedado suspendidos por la dictadura franquista, de algún modo terminó sumándose al carro neoliberal, como demuestran las sucesivas reformas laborales que aprobó".

En opinión de Vila, los gobiernos de los países occidentales (incluido el español), espoleados por una lógica neoliberal que, como acabamos de comentar, en esos años estaba experimentando su primer proceso de expansión, se desatendieron por completo de su responsabilidad de Estado para hacerse cargo de lo que estaba sucediendo con la pandemia del sida. Solo tomaron decisiones cuando grupos de afectados empezaron a auto-organizarse para poder sobrevivir ("porque el comienzo de las coaliciones contra el sida, no lo olvidemos, es la lucha por la propia supervivencia") y a reclamar un profundo cambio en la gestión sanitaria, política y social de esta enfermedad. Es en este contexto en el que surge ACT UP (AIDS Coalition to Unleash Power), un grupo de acción directa fundado en Nueva York en 1987 para "conseguir legislaciones favorables y promover la investigación científica y la asistencia a los afectados por la pandemia del sida" que, desde muy pronto, se replicaría en otros ciudades, principalmente estadounidenses (Filadelfia, Boston, Seattle...) pero también europeas (París).

"ACT UP", subrayó Fefa Vila, "es la primera gran coalición que surge tras la atomización de las luchas que se había producido desde finales de los años setenta". Aglutinando a activistas y teóricos de índole muy diversa, este colectivo puso de relieve la necesidad de generar alianzas flexibles y transversales que fueran capaces de hacer frente a una enfermedad y a unas políticas gubernamentales que estaban teniendo unos efectos devastadores". Según Vila, con ACT UP emerge una "nueva forma de hacer política" (de concebir la militancia y el activismo) que, en gran medida, continúa vigente3. Son grupos que toman conciencia de que el acceso a la información es crucial y que no dudan en recurrir a la desobediencia civil (e incluso a llevar a cabo acciones ilegales) para conseguir sus objetivos, rompiendo así con la “línea respetuosa y asimilacionista” que en ese momento era la preponderante en el ámbito de los movimientos sociales.

Además, sus acciones logran tanta repercusión que animan a activistas de distintas partes del planeta a poner en marcha iniciativas similares que en unos casos darán lugar a "franquicias" o células de ACT UP y en otros a organizaciones nuevas pero igual de combativas y beligerantes como, en el caso de España, la Radical Gay -que surge como una escisión ("o, más bien como un vómito") del Colectivo de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales de Madrid-COGAM; o a nivel internacional, el colectivo neoyorquino Queer Nation. De este último, Fefa Vila leyó un fragmento de un manifiesto que repartió durante la celebración en 1990 del Día del Orgullo Gay en el que se señala que los homosexuales y transexuales viven en "zona de guerra" y que tienen derecho a estar cabreados y a mostrar públicamente su cabreo, "porque el precio de su visibilidad es una continua amenaza de violencia homófoba a la que contribuyen prácticamente todos los estamentos de la sociedad". A juicio de los activistas de Queer Nation, solo tendrá sentido "escuchar lo que los heterosexuales piensan sobre la rabia trans, marica y bollera (...) cuando hayan pasado al menos un mes paseando en público de la mano de una persona del mismo sexo". "Mientras tanto", subrayan, "puedes decirles que se callen y que escuchen".

Gracias a las acciones e iniciativas de estos colectivos, a finales de los años ochenta empieza a cambiar la percepción social del sida. Por un lado, se consigue que en los países occidentales, la mayoría de las personas afectadas puedan acceder a tratamientos farmacéuticos que posibilitan que el sida se convierta en una enfermedad crónica. Por otro lado, se logran importantes avances a nivel simbólico: el sida deja de concebirse como una "enfermedad gay"; comienzan a tener voz colectivos que hasta entonces habían permanecido silenciados (por ejemplo, el de las mujeres seropositivas); y se va extendiendo la idea de que para luchar contra esta enfermedad es fundamental el acceso a la información y no dejar que el control de los recursos quede en manos privadas (y/o de instituciones públicas que incumplen sistemáticamente su obligación de velar por el interés general).

Fefa Vila durante su intervención en el seminario 'Agenciamientos contra-neoliberales: coaliciones micro-políticas desde el sida'

"Desgraciadamente", señaló Fefa Vila, "en los últimos años, sobre todo, tras el estallido de la crisis financiera (que ha provocado un recrudecimiento de las políticas neoliberales a escala global), estamos viviendo un intenso proceso de involución, especialmente en España donde, por ejemplo, hay una gran desigualdad en el acceso a los recursos y tratamientos (la población inmigrante con sida lo tiene mucho más difícil que la española) y han vuelto a emerger con fuerza discursos moralistas en torno al sida que están propiciando que se vuelvan estigmatizar y censurar determinadas prácticas sexuales4". En este sentido, en la fase final de su charla Fefa Vila quiso hacerse eco de un comunicado que justo un día antes de que comenzara el seminario había emitido la Red Comunitaria sobre el VIH/sida del Estado español (REDVIH) y en el que, entre otras cosas, se denunciaba que en el año 2013 la mayor parte de las subvenciones para financiar programas de prevención y control de la infección por VIH y sida se habían asignados a entidades con un fuerte sesgo católico y radicadas en Madrid, siguiendo un "modelo de intervención monológica" que "desatiende la participación comunitaria" y contribuye a "desarticular el tejido asociativo".

 

 

 

 

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1.- Según Fefa Vila, el inicio de la "Edad Moderna" del movimiento gay sería la revuelta de Stonewall que se produjo la madrugada del 29 de junio de 1969. "Podríamos decir", explicó, "que todo lo anterior pertenece a la 'pre-historia' del movimiento, pues fue a partir de ese acontecimiento cuando los gays se convirtieron en sujetos políticos".  [^]
2.- Como explica Ricardo Llamas en el libro Construyendo sidentidades, desde un primer momento la "visibilidad del sida se homosexualizó", de modo que "todo cuerpo con sida" paso a ser casi automáticamente identificado como un "cuerpo homosexual".  [^]
3.- En este sentido, cabe recordar que la primera acción que llevó a cabo ACT UP fue una concentración en Wall Street. Una concentración que, tanto por el lugar elegido como por el tipo de intervenciones que acogió y propició, tiene muchas similitudes con las que realizaría casi treinta años después el movimiento Occupy Wall Street.  [^]
4.- Discursos que, en realidad, nunca han llegado a desaparecer del espacio mediático, en gran medida debido al enorme poder que en España sigue teniendo la Iglesia Católica.  [^]

  

 



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