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Reinaldo Laddaga: La literatura en la declinación de la cultura del libro |
"La declinación de la cultura del libro" se ve, por tanto, como un proceso de pérdida de virtudes. "Y para muchos de nosotros", precisó Laddaga en el inicio de su intervención en el seminario Literatura y después, "es una expresión que despierta una reacción depresiva, incluso de pánico, pues identificamos nuestras posibilidades de tener una vida satisfactoria -tanto en un plano material como simbólico- con la continuidad de las instituciones de la cultura del libro. Nos sentimos acosados y ese acoso dificulta que pensemos la cuestión con la perspectiva necesaria, siendo conscientes de lo absurdo que es tratar de hacer pronósticos de la evolución que experimentarán procesos que están en curso". En este sentido, Reinaldo Laddaga recordó que a mediados y finales de la década de los noventa, cuando comenzó la expansión de Internet, ya había un intenso debate en torno a "la declinación de la cultura del libro". En aquel momento, se oponía el modelo libresco tradicional al emergente modelo hipertextual, planteándose que mientras el primero se caracterizaba por ser lineal, exigir una recepción pasiva, favorecer la fijeza de los textos y propiciar el cierre de las partes sobre sí mismas, el segundo era multidireccional, promovía la interactividad, concebía los textos como elementos mutables y buscaba la vinculación de todo con todo. Sobre este diagnóstico más o menos consensuado se realizaban evaluaciones tanto negativas como positivas. En las positivas, la crítica del libro casi siempre se articulaba con una crítica del sujeto moderno y con la afirmación de que era posible un modo de ser que no estuviera condicionado por los imperativos de unidad, continuidad y coherencia al nivel de la biografía personal que se asociaban con las sociedades burguesas o disciplinarias. En las negativas, la expansión de Internet y del modelo narrativo hipertextual se veía como un paso más en el proceso de banalización y de renuncia al ejercicio crítico que estaba provocando la postmodernidad.
A su juicio, esta paradoja es una parte consustancial (probablemente la "más escandalosa") de la cultura del libro: los escritores son quienes menos se llevan de las recompensas materiales disponibles en el sistema aunque, eso sí, son los que reciben la mayor parte de los beneficios simbólicos (reseñas, premios, invitaciones a residencias y congresos...). Reinaldo Laddaga cree que la combinación de estos dos hechos provoca un "nivel particularmente alto de malestar" y que quizás "la declinación de la cultura del libro" puede ser una oportunidad para resolver -o, al menos, para hacer más explícita- esta tensión. Hay que tener en cuenta que se está configurando un nuevo sistema en el que actores que no habían entrado en escena hasta ahora -los fabricantes de artefactos digitales para la lectura: Apple, Amazon...- están acumulando un poder enorme, pero donde también es posible que cualquier individuo o colectivo pueda distribuir las obras que realiza sin necesidad de intermediarios y sin tener que plegarse a las exigencias que la producción industrial del libro impone (extensión limitada, número mínimo y máximo de ejemplares, adscripción a un género predeterminado, etc.). O dicho con otras palabras, si en el contexto de la cultura del libro eran las editoriales y las librerías quienes controlaban "la circulación de ofertas y de retribuciones disponibles en torno a la producción de actos estéticos de lenguaje", en la cultura postimpresa que comienza a dar sus primeros pasos este control lo detentarán las entidades que sean capaces de fijar los estándares tecnológicos, pero también productores individuales o pequeños grupos de productores que podrán trabajar con una autonomía de la que carecían en el modelo anterior. El artefacto tecnológico que ha empezado a adueñarse de parte del espacio que hasta hoy ocupaba el libro es la tableta (iPads, Kindles...). Un dispositivo que, de algún modo, sigue exigiendo cierta fijeza de los textos y una lectura sucesiva y sostenida, pero que, al mismo tiempo, tiene rasgos y elementos que le diferencian radicalmente del objeto al que sustituye (al posibilitar, por ejemplo, que el texto sea revisable o que el trabajo de escritura se oriente más al ensayo de desarrollos progresivos que a la proposición de formas finales). "Con la aparición de las tabletas", explicó Reinaldo Laddaga, "el gran drama de la publicación de un libro, que siempre se ha concebido como un evento masivo e irreversible, se desmultiplica en una multitud de pasos de melodrama o de comedia". Se favorece así que surja una nueva cultura de lo literario que al no estar condicionada por la forma del libro, tiene una temporalidad distinta. Una temporalidad que, en palabras de Laddaga, se estructuraría en torno a "procesos de límites nebulosos" y no a "la articulación de grandes bloques de acción interrumpidos por transiciones puntuales".
Según Laddaga, de todas estas reflexiones se deduce que "la declinación de la cultura del libro" puede y debe verse como "un caso particular de una transformación más general de la figura de lo humano". Una transformación que no está teniendo el carácter apocalíptico que se pensaba que iba a tener (pues no se materializa a través de "actos espectaculares de desubjetivación y resubjetivación") y de la que vamos tomando conciencia cada vez que leemos algún artículo sobre "los avatares de la transmisión genética" o sobre "el automatismo de tal o cual reacción individual". Seguimos concibiéndonos como individuos, pero empezamos a reconocer que "los límites entre las partes que componen el juego del mundo son mucho más inciertos" de lo que hasta ahora habíamos creído. Y de este modo, vamos aceptando, casi sin darnos cuenta, una serie de presuposiciones. Por ejemplo, la presuposición de que nuestros pensamientos, instintos y emociones no pueden desligarse de nuestro sistema nervioso y de que no tenemos un control directo de ciertos procesos cognitivos que son determinantes en las decisiones que adoptamos. O también la presuposición de que los cuerpos y las máquinas (especialmente aquellas que Félix Guattari llama "máquinas energéticas", por ejemplo, los ordenadores) tienen naturalezas muy parecidas y de que más que la búsqueda de una satisfacción plena, deberíamos tender hacia "una condición estable y sostenida de auto-regulación". "Los libros deben reubicarse en esta nueva constelación", señaló Reinaldo Laddaga en el tramo final de su conferencia. Hay que tener en cuenta que la lectura de libros (o, más en concreto, la lectura de ciertos tipos de libros: poemarios, colecciones de ensayos y, sobre todo, novelas) está vinculada a una manera de vida que ha entrado en crisis. Y no parece muy razonable empeñarse en seguir siendo la clase de sujetos o de individuos que esa manera de vida contribuyó a generar. "Individuos", concluyó Laddaga, "capaces de definir sus propios deseos y de ajustar sus acciones para lograr satisfacer dichos deseos sin atenerse (o ateniéndose mínimamente) a las recomendaciones que una tradición podía darles, y para los cuales el descubrimiento de la propia individualidad era la clave para alcanzar ese valor de los valores que es la dignidad".
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