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Conferencia Manuel Delgado: Irrumpir, interrumpir. Vigencia de la turba en el activismo urbano conte

¿Sigue teniendo sentido la movilización en la calle en un contexto cada vez más dominado por las nuevas tecnologías y la emergencia de formas de comunicación que no requieren la presencia física de los agentes implicados en las mismas? Según Manuel Delgado, profesor titular de Antropología y autor de libros como El animal público (1999), Disoluciones urbanas (2002) o Sociedades movedizas (2007), hechos recientes como las multitudinarias protestas en Turquía contra el Gobierno islamista del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), las movilizaciones que han organizado en España colectivos afines al Partido Popular, las manifestaciones a favor y en contra de Hugo Chávez en Venezuela o la revuelta de los jóvenes de los barrios periféricos -banlieues- de diversas ciudades francesas en noviembre de 2005, reflejan que la calle sigue siendo un escenario idóneo para la acción social y el conflicto

Hay que tener en cuenta que el espacio público se ve continuamente afectado por "mutaciones transitorias" que implican la aparición de paisajes efímeros (pues conforme se trazan, se desvanecen) basados en la configuración de una compleja red de entrecruzamientos que dependen de acuerdos instantáneos e implícitos (y no de una planificación previa ni de una regulación externa). Este fenómeno -que, en opinión de Manuel Delgado, nos muestra la potencialidad de la autogestión y que debería ser analizado desde una óptica multidisciplinar- se produce a diario en todo tipo de espacios urbanos (plazas, vagones de metro, centros comerciales...), pero en ciertos momentos alcanza un "desarrollo especialmente sorprendente": cuando un número impreciso de personas que no se conocen entre sí, se reúne en el mismo sitio y a la misma hora para hacer algo de forma colectiva.

Siguiendo una dinámica similar a la que propicia la aparición y desaparición de cúmulos y estratocúmulus en la atmósfera, estas movilizaciones colectivas representan auténticas "coaliciones peatonales", pues sus protagonistas son siempre transeúntes que al cabo de un tiempo más o menos prolongado regresan a su actividad molecular. "Son fusiones urbanas sobrevenidas", indicó Manuel Delgado durante su intervención en las jornadas Sobre capital y territorio (de la naturaleza del espacio... y del arte), "en las que lo que es difuso se junta y coopera, creando algo que tiene vida propia y que actúa como si fuera un ente autónomo, una subjetividad colectiva dotada de inteligencia y con capacidad para adaptarse a lo imprevisto". A veces, estas movilizaciones poseen un contenido político más o menos explícito y otras no, pero según Manuel Delgado, en todos los casos su acción está articulada por una racionalidad interna.

En los estudios que ha realizado el Grupo de Investigación en Etnografía y Espacios Públicos del Doctorado en Antropología Social de la Universidad de Barcelona (en el que participa Manuel Delgado) sobre diversas expresiones de este fenómeno, se ha detectando que las modalidades de acción social que producen son tan efímeras como enérgicas (no hay que olvidar que, en ocasiones, incluso tienen capacidad de cambiar el curso de la historia). "Lo que me interesa analizar en estas prácticas de fusión", aseguró el autor de El animal público, "no es tanto el tipo de discursos que despliegan (que pueden tener contenidos muy diversos) como los mecanismos físicos y simbólicos que posibilitan que se generen". Mecanismos que comparten tanto las encarnaciones más domesticadas de este fenómeno como aquellas en las que estas prácticas de fusión se materializan de un modo más virulento, es decir, cuando cobran protagonismo las "turbas" que Manuel Delgado define como "pequeños o grandes conglomerados humanos sobrevenidos que, sea en forma de masa fusionada o de pequeños coágulos de gran agilidad, constituyen uno de los aspectos más intranquilos y más intranquilizadores de la vida urbana".

La percepción y conceptualización "moderna" de estas turbas está marcada por la retórica de la psicología de masas de finales del siglo XIX y principios del siglo XX -que planteaba que toda acción violenta que tuviera como actor central a un colectivo difuso e impreciso de personas eran "explosiones psicóticas del populacho"-, de modo que en numerosos textos (tanto literarios como filosóficos y científicos) se alude a ellas en términos puramente despectivos: "chusmas sedientas de sangre", "furias desencadenadas", "masas incontroladas"... Esta visión reduccionista -que, de algún modo, sigue siendo la dominante- concibe las turbas como manifestaciones pre-modernas de irracionalidad colectiva que, con el progreso civilizatorio, tenderían a desaparecer. "Pero la actualidad", advirtió Manuel Delgado, "no deja de dar pruebas del vigor de las distintas materializaciones de estas coaliciones de viandantes".

Para el antropólogo catalán, las acciones de las turbas no deben entenderse como meros gestos de irracionalidad colectiva que se producen por una especie de enloquecimiento súbito de un grupo de individuos ávidos de venganza. Por el contrario, Delgado cree que representan una forma de racionalidad tan lúcida como eficaz que puede ser usada por el activismo urbano contemporáneo como un instrumento de apropiación consciente del espacio público y de impugnación y sabotaje del poder político. No hay que olvidar que la concepción negativa de las turbas se basa en la premisa de que en ellas, sujetos que en sus relaciones interpersonales se comportan como individuos sensatos y comedidos, pierden el control y se convierten en seres embrutecidos e irracionales capaces de cometer todo tipo de atrocidades. Pero según el autor De la muerte de un dios, quizás ocurra justo lo contrario, esto es, sólo en las turbas, los individuos pueden llegar a ser plenamente concientes de que forman parte de una colectividad (de un cuerpo social) y darse cuenta de que otros sujetos sienten y tienen vibraciones, convicciones y urgencias idénticas a las suyas. "Esa experiencia", añadió Manuel Delgado, "les lleva a comprender qué es lo que realmente quieren conseguir y que lo que quieren conseguir, lo quieren conseguir ahora".

Portada del libro "El animal público", de Manuel DelgadoUn ejemplo de la vigencia de la turba como "herramienta" de apropiación del espacio público está en las acciones que desde marzo de 2005 ha promovido en Barcelona Ariadna Pi, un personaje virtual -sin una "ubicación ideológica clara"- que convoca periódicamente a pequeños grupos de personas (siempre con mensajes muy imprecisos y pidiéndoles que confíen en ella) para realizar distintos tipos de actos relacionados con problemáticas sociales actuales. Entre otras cosas, Ariadna Pi ha promovido el "secuestro" de un bus turístico para intentar llevarlo al centro de internamiento de extranjeros de La Verneda; la expropiación simbólica del Gran Teatre Liceu de Barcelona para transformarlo en un ateneo popular o en una zona verde; la realización de una hoguera clandestina en el cruce del paseo de Gràcia con la calle Aragó durante la noche de San Juan de 2005 (un año en el que las autoridades municipales habían prohibido encenderlas); la organización de un picnic en el Hotel Ritz, acción en la que se reclamó que este espacio se convirtiera en un comedor popular (una función que ya tuvo en 1936); o la celebración de una fiesta de pijamas en el departamento de dormitorios de la tienda de IKEA de L'Hospitalet de Llobregat y de un sorteo de pisos en la Torre Agbar (cuyos propietarios habían reconocido pocos días antes que tenían varias plantas desocupadas). "El hecho de que esta última acción pudiera llevarse a cabo con éxito", señaló Manuel Delgado, "refleja la eficacia de la turba como herramienta de lucha política, pues demuestra que la Torre Agbar y otros espacios emblemáticos del nuevo poder capitalista están preparados para evitar la irrupción de terroristas cargados de explosivos, pero no la entrada en tropel de ciento cincuenta personas cargadas de serpentinas (un tipo de actuación que no se puede reprimir)".

Tomando como modelo formal las fiestas sorpresas, las acciones de Ariadna Pi tienen como objetivo fundamental la creación de pequeñas turbas -compuestas por personas que no se conocen entre sí- que irrumpen en distintos espacios urbanos (interrumpiendo con mensajes imprevistos lo que en ellos se esté haciendo) y, después, se disuelven. En este sentido, Manuel Delgado quiso dejar claro que Ariadna Pi no es un movimiento social: no tiene discurso definido, ni sede, ni estatutos, ni miembros, ni voluntad de permanencia... En sentido estricto, Ariadna Pi no es nada (o es nadie), no existe más allá de las acciones puntuales que realiza y cuando éstas acaban, desaparece sin dejar rastro. "De este modo", concluyó, "lleva a sus últimas consecuencias la lógica del transeúnte que es la de estar siempre de paso (la de irrumpir, interrumpir y, luego, desvanecerse en la nada) y nos advierte de que todo lo que se puede hacer, lo hará gente que no se conoce entre sí y que después de hacerlo, no se volverá a ver".