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Debate público. Sesión 3 - Economía: cuerpos en negocio. Sayak Valencia, Isabel Holgado, Beatriz Espejo |
Resumen de la intervención de Sayak Valencia1
La noción de Capitalismo Gore hace referencia al "derramamiento de sangre explícito e injustificado" que está provocando la expansión a nivel global de la lógica hiperconsumista. Una expansión que hace que ciertos sectores de la población (sobre todo, del tercer mundo) hayan encontrado en el uso de la violencia extrema una "herramienta de necroempoderamiento". "Lo llamo necroempoderamiento", explicó Sayak Valencia, "porque permite transformar contextos y/o situaciones de vulnerabilidad y/o subalternidad en posibilidades de acción y autopoder. Y todo ello a través de prácticas violentas que son rentabilizables dentro de las dinámicas de la economía capitalista". El fenómeno del Capitalismo Gore -que se da de forma más visible en los territorios fronterizos (siendo México uno de sus escenarios más emblemáticos2)- se puede describir como la "cara b" de los procesos de globalización neoliberal, ya que muestra sus consecuencias sin enmascaramientos. El Capitalismo Gore es, en palabras de Sayak Valencia, una manifestación "descontrolada y contradictoria del proyecto neoliberal". Un proyecto "heteropatriarcal y masculinista" que a la vez que genera profundas polarizaciones económicas (las diferencias entre los más ricos y las más pobres3, son cada vez mayores), promueve un consumismo compulsivo (contando para ello con la colaboración necesaria de los medios de comunicación) que sólo un reducido porcentaje de la población del planeta se puede permitir. La aspiración, consciente o inconsciente, a formar parte de ese sector privilegiado de la población hace que surjan unas "subjetividades capitalísticas radicales" (a las que Sayak Valencia denomina "sujetos endriagos") que protagonizan un "agenciamiento perverso": utilizan la violencia para enriquecerse y ascender socialmente (para conseguir status). "Los sujetos endriagos", explicó Valencia, "son individuos que, educados para cumplir con las exigencias de la masculinidad hegemónica, tratan de zafarse de la precariedad estructural a la que están condenados por haber nacido en el tercer mundo -o en las zonas más desfavorecidas del primero- a través de prácticas ultraviolentas (asesinatos, secuestros, torturas...) que generan una intensa actividad económica. Una actividad que aunque se sitúa en los márgenes de la economía legal es fundamental para el funcionamiento de ésta". Es decir, hacen del ejercicio de la violencia una fuente de ingresos y con ella consiguen, por un lado, reafirmar su masculinidad y, por otro, abandonar su condición de sujetos económicamente precarios y pasar a formar parte de los sectores privilegiados de la población que pueden satisfacer las exigencias hiperconsumistas. A juicio de Sayak Valencia, la emergencia de estas subjetividades endriagas pone de manifiesto que en el capitalismo tardío, la vida ya no es importante en sí misma sino por su valor en el mercado como objeto de intercambio económico. Una "transvalorización" que "lleva a que lo verdaderamente valioso hoy sea el poder de hacerse con la decisión de otorgar la muerte a los otros". De este modo, este nuevo necropoder -que se aplica desde esferas inesperadas para los detentadores oficiales del poder- puede verse como una especie de duplicidad deformada del capitalismo y, al mismo tiempo, como un fenómeno que refleja la incapacidad del proyecto neoliberal de generar, en palabras de Mary Pratt, "pertenencia, colectividad y un sentido creíble de futuro". Y en este contexto de precarización económica y existencial extrema, ¿qué podemos hacer quienes no queremos participar ni de la ética neoliberal ni de su reverso perverso que se expresa a través de un necroempoderamiento que arrasa con todo lo que se encuentra a su paso? ¿En qué medida puede el transfeminismo ayudar a crear agenciamientos que se articulen en torno a la vida y que no reproduzcan la lógica consumista que convierte a los cuerpos y a las subjetividades en meras mercancías?
Visibilizar la violencia -explícita e implícita- que en la actualidad se ejerce contra los cuerpos constituye, por tanto, un "reto apremiante". Y esta operación de visibilización se puede y debe hacer desde una perspectiva transfeminista que, entre otras cosas, desenmascare la base patriarcal del Capitalismo Gore. Hay que tener en cuenta que no hablar del papel de la violencia que destruye la vida nos convierte, de algún modo, en cómplices indirectos de esa destrucción. En cualquier caso, Sayak Valencia considera que nuestro discurso de re-afirmación de la vida debe evitar caer en una lógica teológica ("una lógica que, no lo olvidemos, niega el derecho de los sujetos a decidir cómo gestionan sus propios cuerpos"). No se trata de defender la vida como abstracción, sino de enunciar que no nos resignamos a la espectralización del cuerpo, a su negación y eliminación sangrienta, a la conversión de nuestra existencia en mercancía de intercambio..., en definitiva, que reclamamos nuestro derecho a "tener acceso a las tecnologías de producción de la subjetividad para redefinir el horizonte democrático". Hay que colocar el cuerpo en el centro mismo de la discusión del Capitalismo Gore, siendo conscientes de que, como plantea Judith Butler, "nos construimos políticamente a partir de la vulnerabilidad social de nuestros cuerpos" (concebidos como "vehículos y vínculos de socialización", como "enclaves últimos y primigenios que todos compartimos"). Según Sayak Valencia, pensar en la vulnerabilidad del cuerpo nos ayuda a resituarnos en el papel de agentes, a no conformarnos con mantener una actitud pasiva ante la violencia y la mercantilización de la vida. No podemos olvidar que el cuerpo es lo único irreductible, "puesto que es el lugar en donde, en última instancia, se registran todas las formas de represión y de poder, pero también de agencia". "Sólo si logramos re-ontologizar el cuerpo en su importancia", advirtió, "podremos construir subjetividades de resistencia no distópica que puedan brindar una vía alterna que no esté emparentada ni con el capitalismo hegemónico y conservador, ni con la resistencia distópica que plantean las subjetividades endriagas del Capitalismo Gore".
En los últimos puntos de este documento, Sayak Valencia asegura que el transfeminismo nos puede ayudar a trazar resistencias no distópicas, pues los movimientos de disidencias sexuales y los devenires minoritarios han demostrado históricamente su capacidad de crear sujetos políticos que se desvinculan de la violencia (al no concebirse ni como víctimas ni como verdugos). "Si el Capitalismo Gore como resultado de la globalización neoliberal nos desvela las distopías del sistema económico", concluye Valencia, "el transfeminismo nos muestra que los sujetos que basan su condición existencial en la reinvención de sus agenciamientos a través de la crítica y las des-inscripciones de las construcciones binarias de género, pueden crear disidencias que permitan transformar la distopía Gore de manera micropolítica".
Resumen de la intervención de Isabel Holgado
Para el poder patriarcal la prostituta siempre ha representado la antítesis de lo que debe ser una mujer, pues pone en peligro el monopolio del hombre en el uso y gestión de la propia sexualidad. En las sociedades teológicas la prostituta es la pecadora, la "mujer perdida" y que sólo se puede salvar si se arrepiente de lo que ha hecho y renuncia a los placeres de la carne. En las sociedades modernas, sobre todo a partir del siglo XVIII, se empieza a ver como un riesgo social y se le acusa de ser la principal responsable de la expansión de las enfermedades de transmisión sexual (que provocaban que muchos hombres no fueran útiles ni para la producción ni para la guerra). Ya a finales del siglo XIX, coincidiendo con las primeras migraciones transnacionales masivas que generó el capitalismo (no hay que olvidar que muchas de las personas que emigraban eran mujeres que en sus lugares de destino se encontraban sin tutela masculina y eso creaba una gran alarma social), surgen las primeras iniciativas pro-abolicionistas que impulsaron personajes como Josephine Elizabeth Butler, una feminista cristiana británica que rechazaba cualquier intento de regulación de la prostitución y planteaba que lo que había que hacer era acabar con ella. "Sea como sea", subrayó Isabel Holgado, "utilizando la reglamentación o promoviendo el abolicionismo, basándose en principios morales o en razones médico-sanitarias, en la lucha contra la prostitución las que siempre han sido más perseguidas son las trabajadoras sexuales que 'van por libre' y que intentan gestionar con la mayor autonomía posible sus recursos y facultades. Al poder público -y, en cierta medida, también al feminismo biempensante- no le molesta tanto la existencia de los burdeles como la prostitución callejera que además de ser mucho más visible, resulta más difícil de controlar".
En las últimas décadas, la globalización, con sus nuevas dinámicas económicas y laborales, ha propiciado un aumento significativo del número de trabajadoras sexuales de origen extranjero a las que, como aseguró Cristina Garaizabal en su intervención, resulta mucho más fácil presentar como víctimas que deben ser rescatadas, como mujeres que viven una situación que les aliena y que les imposibilita ser autónomas. Pero según Holgado, no podemos olvidar que, en realidad, la prostituta ha emigrado siempre, sobre todo porque ejercer esta actividad estigmatiza para toda la vida, tanto a la persona que la realiza como a la gente que le rodea ("si tú eres una puta, tu hijo será un hijo de puta"). Y para sobrellevar y gestionar ese estigma, lo más fácil es "poner tierra de por medio". A juicio de Isabel Holgado, este estigma "irreversible y contaminante" no es sólo la primera de las violencias que sufren las trabajadoras sexuales, sino que además legitima e inaugura el resto de las violencias que éstas tienen que soportar. "Hay que tener en cuenta", explicó, "que por culpa de él muchas prostitutas renuncian a visibilizarse y a auto-organizarse, entre otras cosas porque quieren proteger a sus hijos y familiares que quedarían marcados si se supiera públicamente a qué se dedican". Algo de lo que no se suele ser consciente es que para numerosas mujeres la prostitución más que un problema representa una "solución a problemas previos" (problemas que con frecuencia están ligados a cuestiones de género), ya que es una actividad que les permite independizarse, tanto económica como afectivamente. "Yo he conocido a muchas inmigrantes", aseguró Isabel Holgado, "que salieron de su país para escapar de situaciones brutales de violencia de género y que gracias al trabajo sexual han conseguido una autonomía y una libertad que antes, aunque ocupaban un rol social mucho más respetable, no poseían". De hecho, según Holgado, se dan muchas más situaciones de explotación y esclavitud en el servicio doméstico, la otra gran salida laboral de las mujeres inmigrantes. "Y sin embargo", subrayó, "eso no parece que le preocupe demasiado al feminismo institucional que con sus políticas de corte fundamentalista respecto a la prostitución está condenando a la precariedad, la marginalidad y la invisibilidad a millones de mujeres". Para este feminismo, prostitución es igual a violencia de género, con independencia de que quienes la ejerzan lo hagan de forma voluntaria o no. "Hay que desmontar esa falacia", indicó Isabel Holgado. "La prostitución es un pacto entre dos personas adultas para intercambiar sexo y/o compañía por dinero. A veces se puedan dar situaciones de violencia y explotación en un contexto de prostitución, pero como en cualquier otro ámbito. Son esas situaciones concretas las que se deben denunciar y no demonizar y estigmatizar a la actividad en sí que es una opción económico-laboral y personal tan 'digna y respetable' como cualquier otra". Holgado recalcó que a pesar de lo que se suele creer, la mayoría de las mujeres inmigrantes que se ganan la vida como trabajadoras sexuales saben a lo que se van a dedicar cuando inician su aventura migratoria. "Ciertamente", precisó, "muchas de ellas son engañadas sobre las condiciones en las que realizaran su trabajo (algo que, por otra parte, también le ocurre a otrxs muchos inmigrantxs, sea cual sea el trabajo que le hayan prometido), pero sólo un porcentaje muy pequeño de estas mujeres son forzadas a prostituirse. Por lo general, estas últimas son chicas muy jóvenes que en la mayoría de los casos se han enamorado de quienes les explotan. No en vano se podría decir que el mayor chulo que existe es el amor".
"Es contraproducente ver y tratar a las inmigrantes que trabajan en la industria del sexo como meras víctimas", señaló Isabel Holgado. "En realidad, son mujeres luchadoras y activas que intentan gestionar su vida con las herramientas de las que disponen y que además juegan un papel fundamental tanto en la economía de los países en los que viven como en la economía de los países de los que proceden (pues gran parte del dinero que ganan lo envían a sus familiares). Su principal problema no es la actividad que ejercen, sino la discriminación social, legal y laboral que sufren por hacerlo". Para finalizar, Holgado recordó el caso de Adriana, una mujer ecuatoriana que emigró a España para escapar de la situación de violencia que sufría en su matrimonio y que tras pasar algún tiempo trabajando como empleada del hogar, decidió dedicarse a la prostitución porque así podría traerse antes a sus hijos. "Y efectivamente", subrayó, "al cabo de un par años éstos ya estaban con ella. Pero lo más interesante de esta historia es que en esos dos años varios clientes le ofrecieron darle la suma de dinero que necesitaba para que se trajera a sus hijos y ella siempre les contestó que no, que quería hacerlo con el sudor de su coño".
Resumen de la intervención de Beatriz Espejo
A su juicio es fundamental que el feminismo se reinvente y que no pierda su vocación transformadora y emancipadora. Para ello tiene que huir de una lógica gremial y establecer alianzas con otros movimientos, desmarcándose de los discursos "hipócritas, mojigatos y moralistas" que promueve el feminismo institucional con respecto a temas como el de la prostitución. "Las feministas institucionales", recordó Espejo, "proponen su abolición. Aparentemente lo hacen porque quiere liberar a las prostitutas de la explotación que sufren, pero lo que realmente pretenden es librarse de nosotras. ¿Y por qué? Porque les molestamos, porque nuestra existencia les recuerda que hay modelos de sexualidad diferentes al que ellas han elegido. Y eso, de algún modo, les hace sentirse inseguras y amenazadas". Según Beatriz Espejo vivimos en una sociedad en la que todo se comercializa y lo que no tiene sentido es que sólo nos escandalicemos cuando lo que se "venda" sean servicios sexuales. O más exactamente, cuando lo que se venda sean servicios sexuales sin buscar una relación vinculante o estable. No hay que olvidar que el matrimonio es también un contrato de compraventa ("pura prostitución") donde el sexo juega un papel fundamental y en el que lo que importa (a nivel legal) no son los afectos sino los bienes materiales que se ponen en juego.
Beatriz Espejo considera que es absurdo pensar que, como plantean las abolicionistas, la prostitución es una actividad intrínsecamente machista. "Lo que es machista", explicó, "es el contexto en el que se ejerce (es decir, lo que es machista es la sociedad en la que vivimos). Pero la prostitución, cuando es voluntaria, no es más que pagar y/o cobrar por sexo, y el rechazo que provoca, aunque quieran camuflarlo de otra cosa, se debe sobre todo a razones de índole moral. Bajo mi punto de vista es mucho más machista ponerse un uniforme e irse a defender la patria, porque eso sí que contribuye a perpetuar el sistema patriarcal". Espejo señaló que en torno a la prostitución siempre ha habido discursos "invasivos" y "tutelares" que no tienen en cuenta lo que piensan y demandan las principales implicadas, las putas, a las que a menudo se trata como menores de edad, como personas sin capacidad de decisión ni voz propia. En la actualidad nos encontramos con dos discursos fundamentales: el regulacionista que lo único que busca es instrumentalizar económicamente a las prostitutas, impidiendo que éstas puedan ejercer su trabajo sin necesidad de intermediarios; y el ya mencionado discurso abolicionista al que, en palabras de Beatriz Espejo, recurren "unas señoras que se autodefinen como feministas y que aseguran que quieren liberarnos (o más bien, redimirnos), pero que lo que realmente desean es acabar con nosotras, exterminarnos y para ello están promoviendo unas leyes que nos criminalizan y que están teniendo muchos efectos colaterales, a veces sumamente trágicos6". Según Beatriz Espejo, para justificar sus teorías las abolicionistas utilizan datos que no están contrastados sino que se basan en estimaciones muy generales y tendenciosas. En España, por ejemplo, llevan veinte años repitiendo que hay 300.000 mujeres que están obligadas a ejercer la prostitución. Pero, ¿son las mismas mujeres o ha habido un relevo generacional?. "Como lo segundo parece más lógico", planteó Espejo, "entonces ¿cuántos millones de mujeres han sido 'esclavizadas' en nuestro país en estas dos décadas? Y lo más sorprendente, ¿cómo es que ninguna de esas supuestas víctimas ha pedido públicamente la prohibición de la prostitución o que se multe a los clientes?, ¿por qué, en vez de eso, todas las organizaciones de prostitutas que existen lo que demandan es respeto a su autogestión sexual y tener los mismos derechos que los demás trabajadores?". En su texto El sexo como principio alimentario en nuestra sociedad, Beatriz Espejo asegura que, a diferencia del abolicionismo original (que se basaba en la idea utópica de construir una sociedad absolutamente desjerarquizada donde la mujer no estuviera abocada a la pobreza y la marginación para no tener que hacer cosas que no deseara), el actual abolicionismo-prohibicionista no busca crear un mundo más justo sino "garantizar la fidelidad de la mujer y del hombre al modelo machista y patriarcal asimilado por nuestra cultura: el modelo monocontractual". De hecho, según Espejo, se podría decir que las abolicionistas institucionales "son machistas hasta la médula pues culpan a otras mujeres de lo que les gusta a sus hombres y se auto-legitiman a partir de la estigmatización de quienes no comparten su manera de entender y vivir la sexualidad. No en vano, todos sus discursos tienen como eje central al hombre y en ellos se trasluce su miedo a perder los favores de éste". A Beatriz Espejo este "falso" feminismo ("pues el feminismo real es aquel que defiende a las mujeres desde discursos endógenos") a veces le recuerda a la Sección Femenina del gobierno franquista. "Incluso existe una asociación en Cataluña", indicó, "que para reinsertar a las prostitutas les ofrece realizar cursillos de corte y confección. Un noble oficio feminista, sin duda". Para las abolicionistas españolas el modelo a seguir es Suecia, un país en el que la prostitución no marital está tan perseguida que la situación de las prostitutas es similar a la que sufren los homosexuales en regímenes teocráticos como el de Irán. Hay que tener en cuenta que a las autoridades suecas les gusta presumir de que en su país ya no hay prostitución, algo que recuerda a la famosa afirmación de Mahmud Ahmadineyad de que en Irán no existe la homosexualidad. En ambos casos se sigue la misma lógica: demonizar a un colectivo en su conjunto y condenarlo a la invisibilidad, la clandestinidad y el exilio. "Evidentemente", señaló Espejo, "en Suecia sigue habiendo prostitutas (y en Irán homosexuales), lo que ocurre es que ahora están mucho más escondidas que antes, realizando su trabajo en condiciones extremadamente precarias e inseguras y sin atreverse a decir 'esta boca es mía' por miedo a sufrir represalias y, en el caso de las inmigrantes, a ser expulsadas del país".
Para finalizar su intervención, Beatriz Espejo mostró dos ilustraciones realizadas por ella en las que critica los discursos que polarizan el debate en torno a la prostitución: el regulacionismo y el abolicionismo. Discursos que, como ya hemos comentado, no se preocupan por lo que sienten y desean sus principales protagonistas: las prostitutas. En la primera de estas ilustraciones aparece un empresario con una bolsa llena de dinero diciéndole a una puta a la que tiene sujetada con una correa de perro que se ponga a trabajar pues ya les han legalizado y él tiene que rentabilizar su negocio. En la segunda vemos a dos abolicionistas (a las que la autora de Manifiesto puta llama Bernardas Alba pues, al igual que la protagonista de la obra de Federico García Lorca, son auténticas castradoras") que quieren "liberar" a una prostituta a la que tienen atada y con la boca tapada mientras le dicen que hay que abolir la prostitución porque cosifica y esclaviza a las mujeres y que ellas también creen que las putas tienen derechos..., "por ejemplo, el derecho a permanecer calladas".
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