Líneas de investigación
Proyectos en Curso
Proyectos Anteriores


Debate público. Sesión 2 - Despatologización y no binarismo. Beatriz Preciado y Sandra Fernández |
El 25 de junio de 1984, Michel Foucault, que había contribuido a desvelar los mecanismos de producción cultural y política de la enfermedad (y de otros dispositivos de control y dominio), murió por una inflamación cerebral causada por el virus del SIDA. Según Beatriz Preciado, autora de Manifiesto Contra-Sexual, un ensayo que ha sido calificado como el "libro rojo de la teoría queer", esta "anécdota histórica" nos habla de la época extremadamente dura en la que nos encontramos: tras un largo proceso de deconstrucción crítica que, de algún modo, culmina en los años noventa (cuando, entre otras cosas, la teoría queer entra en escena) hemos comprendido que la enfermedad, la locura, el género, la sexualidad..., no son más que construcciones históricas, pero eso no impide que sigamos inmersos en los circuitos de opresión, exclusión y normalización. O dicho con otras palabras, sabemos lo que nos oprime, pero no qué podemos hacer para impedir que eso ocurra.
Preciado considera que emprender una operación de deconstrucción crítica de las categorías de la metafísica del binario (hombre/mujer, homosexualidad/heterosexualidad, transexualidad/intersexualidad...) no nos impide hacer política, pues la indefinición identitaria no conlleva que no podamos constituirnos en sujetos políticos. De hecho, desde sus orígenes el feminismo ha sido un proceso de desidentificación crítica respecto a categorías como las de mujer o feminidad. "El objetivo fundamental de los primeros movimientos feministas", recordó, "no era la emancipación de las mujeres sino la ampliación del horizonte democrático". No hay que olvidar que estos movimientos planteaban una crítica a la concepción de la esfera democrática como algo reservado a los hombres de raza blanca y de clase media y alta. Es decir, era una crítica transversal en la que los temas de género y sexualidad se articulaban con las cuestiones de raza y clase. Y según la autora de Pornotopía. Arquitectura y Sexualidad en Playboy durante la Guerra Fría, es en ese "lugar" en el que debería seguir moviéndose el feminismo. Un lugar que nada tiene que ver con el que ocupa cierto feminismo institucional que ella califica como "feminismo neoliberal".
Con la Revolución Industrial y la expansión del colonialismo se produce un proceso de secularización del cuerpo: éste deja de estar habitado por el poder teocrático y empieza a ser ocupado por un nuevo tipo de poder que podemos denominar institucional o disciplinario. Paralelamente, comienzan a aparecer una serie de tecnologías y dispositivos de control y vigilancia, emergiendo un nuevo modelo de diferencia sexual que ya sí es binario. Un modelo que da lugar a una nueva estética política del cuerpo: se habla por primera vez de órganos genitales femeninos que se definen por su oposición dicotómica a los masculinos. Así, por ejemplo, la vagina deja de concebirse como un pene invertido y empieza a definirse como un órgano sustancialmente femenino que tiene una función fundamental: la reproducción. Esta nueva estética política de la diferencia sexual (ligada a la metafísica del binario), que comienza a gestarse en los siglos XVII y XVIII y cristaliza en el siglo XIX, se convierte en un instrumento de gestión política, médica y administrativa del cuerpo. En ella se vincula el sexo a la reproducción, de modo que todas las prácticas sexuales que no tengan fines reproductivos se catalogan como desviaciones patológicas (mientras que en la época en la que prevalecía el poder teocrático se consideraban desviaciones morales). Una de esas patologías sería la homosexualidad, término que no inventó el discurso médico sino un escritor y traductor húngaro aficionado a las prácticas sodomitas que se llamaba K.M. Kertbeny que en las cartas que le envió al jurista prusiano K.H. Ulrich y en diversos textos que realizó (como en un capítulo que escribió para el libro El descubrimiento del alma, del naturalista Gustav Jäger) distinguía entre heterosexualidad y homosexualidad y decía que ésta no era un vicio (algo adquirido y, por tanto, modificable), sino un estado innato y permanente de ciertas personas. Su amigo K.H Ulrich hablaba de la existencia de un "tercer sexo" que describía como el alma de una mujer encerrada en el cuerpo de un hombre. "Una metáfora muy interesante", subrayó Beatriz Preciado, "porque, por un lado, conecta con la retórica que utilizan los discursos en torno a la gestión clínica de la transexualidad y, por otro lado, al asociar la homosexualidad con una condición de encierro, plantea una crítica implícita a los dispositivos de captura que crean las sociedades disciplinares (el espacio doméstico, la escuela, el hospital, la prisión, el manicomio...)".
De este modo, el cuerpo, que primero había sido habitado por el poder teocrático y después por el poder institucional, empieza a ser también poseído por un nuevo tipo de poder, el fármaco-pornográfico o neoliberal, que entra en confluencia y conflicto con los dos anteriores. En este punto de su intervención, Beatriz Preciado quiso aclarar que la emergencia de un nuevo paradigma somatopolítico (de un nuevo régimen de control y producción del cuerpo y la subjetividad) no implica la desaparición de los anteriores, sino que todos conviven y establecen entre ellos diferentes tipos de relaciones (tanto conflictivas como simbióticas). A juicio de Preciado, un primer indicativo de la aparición del régimen fármaco-pornográfico es la creación en 1947 de la noción de género. Una noción que surge en el marco de las investigaciones y experimentos que científicos estadounidenses de los años cuarenta estaban haciendo para posibilitar la reconstrucción técnica de los bebés intersexuales. Según Beatriz Preciado, la noción de género, de la que poco después se apropiaría el feminismo para pensar la opresión social y política de la mujer a lo largo de la historia, sale al rescate de la metafísica del binario que había entrado en una profunda crisis, "pues se utiliza para intentar reconducir la multiplicidad biológica y orgánica hacia una lógica binaria". El primero que utiliza esta noción es el sexólogo John Money que plantea que se puede influir en la configuración del género de un sujeto mediante distintos tipos de acciones e intervenciones (operaciones quirúrgicas, tratamientos hormonales, terapias psicológicas...).
El proceso emprendido por John Money no da los resultados previstos. Brenda no se siente a gusto en la identidad de género que le han asignado (entre otras cosas, porque tiene "aficiones masculinas" y siente una fuerte atracción por otras chicas) y en 1980 decide someterse a una operación de (re)construcción del pene, pasando a llamarse David. No es casual que esta operación se la realiza un equipo de médicos que lidera el doctor Milton Diamond, enemigo acérrimo de Money y firme defensor de la base hormonal o genética de la diferencia sexual. La historia tiene un final trágico: en 2004, Brenda/David, al igual que hiciera dos años antes su hermano Brian, se suicida. Pero Beatriz Preciado prefiere evitar lecturas victimistas de este hecho. "Al fin y al cabo", subrayó, "el suicidio es una puerta abierta a todo el mundo y, sin dejar de denunciar las diferentes violencias que distintos regímenes médicos y sociales ejercieron sobre el cuerpo de David/Brenda, reconozcámosle al menos la última agencia posible: retirarse por su propia voluntad del sistema biopolítico".
Hay que tener en cuenta que en el contexto actual, la despatologización no implicaría el fin de todas las estrategias de control del cuerpo transexual y transgénero, sino la reinscripción de éste en otro ámbito de poder, el neoliberal, dejando en manos del mercado lo que ahora gestiona el sistema médico y legal. Por ello, a juicio de Beatriz Preciado la despatologización debe concebirse como "un escalón estratégico en nuestra lucha, pero no como nuestro horizonte político definitivo". En la fase final de su intervención, Beatriz Preciado indicó que la píldora anticonceptiva, que es uno de los medicamentos con más éxito político y económico de la historia de la humanidad, nos demuestra que no es incompatible reclamar que las personas transexuales tengan derecho a acceder a un tratamiento médico integral en el sistema de salud pública para modificar su género, con la reivindicación de que la transexualidad deje de ser considerada una patología. No hay que olvidar que la píldora anticonceptiva -que, según Preciado, surgió como una "técnica de depuración racial y clasista" para fomentar la esterilidad de ciertos colectivos de mujeres (y que, curiosamente, se inventó el mismo año en el que se acuñó la noción de género)- se administra como un "medicamento sin enfermedad". Y si el control farmacológico de la reproducción no se concibe como tratamiento de una patología, ¿por qué la modificación a través de técnicas hormonales y quirúrgicas del género sí se tiene que considerar como tal? Beatriz Preciado también señaló que quizás haya que empezar a situar la cuestión de la minusvalía y la discapacidad -una cuestión que alude a la catalogación de ciertos cuerpos como "cuerpos no válidos" (no normativos) frente a otros que sí lo son- en un lugar central de los debates transfeministas y queer. "Hay que activar políticamente la noción de tullido", subrayó, "porque, de algún modo, la presión de los distintos regímenes somatopolíticos que operan sobre nuestros cuerpos y nuestras subjetividades, nos convierte a todxs en tullidxs potenciales". Por ello Preciado cree que, más allá de la necesidad estratégica de reclamar la despatologización de la transexualidad, no se debe expulsar la categoría de la enfermedad de nuestro ámbito político, sino intentar resignificarla a través de una reivindicación de nuestro cuerpo como un cuerpo frágil, precario, quebradizo, alterado y alterable, deforme, incompleto..., como un cuerpo que se resiste a cualquier imposición normativa (y no sólo a las vinculadas con el sexo y el género).
A juicio de Sandra Fernández, que ha publicado artículos como “Despatologizar las identidades trans” (en SeXualitats Transgressores, Xarxa Feminista, 2009) o “Derechos sanitarios desde el reconocimiento de la diversidad. Alternativas a la violencia de la psiquiatrización de las identidades trans” (en El género desordenado, Egales, 2010), tenemos que dejar muy claro que cuando hablamos de derechos sanitarios no nos referimos única y exclusivamente a las operaciones de cambio de sexo ("que es lo que suelen hacer ciertas instituciones, obviando problemáticas como la de la transfobia o la del binarismo del sistema médico"). Para ello, la Red por la Despatologización de las Identidades Trans ha publicado un documento titulado Guía de buenas prácticas para la atención sanitaria a personas trans en el marco del Sistema Nacional de Salud) con el que pretende "generar herramientas de análisis y marcos de referencia en la elaboración de protocolos alternativos y no patologizantes de atención sanitaria a personas trans, en un plano local e internacional". En esta guía se plantea que la transexualidad no debe ser concebida como un trastorno mental (y que, por tanto, tiene que desaparecer del DSM, el catálogo de enfermedades de la Asociación de Psiquiatras Norteamericanos), pero tampoco como una enfermedad orgánica (que es como aparece en el CIE, la Clasificación estadística internacional de enfermedades y otros problemas de salud que realiza la OMS2). A su vez se indica que hay que promover una "desmedicalización" de los cuerpos trans. "El tratamiento médico y farmacológico es una herramienta importante para abordar los problemas de los transexuales", subrayó Sandra Fernández, "pero ni mucho menos la única. Es sólo una pieza más dentro de un engranaje sumamente complejo y de nada o muy poco sirve si no se complementa con actuaciones a otros muchos niveles. Sin embargo, en España la atención sanitaria de los llamados trastornos de identidad de género está absolutamente medicalizada y, en gran medida, se sigue concibiendo la transexualidad como un problema que hay que resolver, como un mal que hay que curar". En la guía también se critica que actualmente para que una persona sea diagnosticada como transexual (y, de ese modo, pueda acceder a un tratamiento hormonal y quirúrgico) deba someterse a unas pruebas para descartar que sea intersexo, y se reclama que en los equipos médicos especializados en el proceso de reasignación de género no haya psiquiatras ("si se incluyen psiquiatras, ¿por qué no incorporar también a dentistas u oftalmólogos que, en un momento dado, podrían ser muy útiles?"). En este sentido, Fernández señaló que para acompañar y asesorar a los sujetos que van a iniciar un proceso de cambio de género, en vez de psiquiatras lo que tendría que haber son personas que les ayuden a ponerse en contacto con las redes comunitarias de transexuales y transgéneros que ya existen. Redes que son las que realmente les podrán proteger del principal problema que tienen las personas trans: la transfobia (un problema que no es clínico sino social, por lo que queda fuera de las competencias del sistema médico).
En opinión de Sandra Fernández, si el discurso trans está teniendo tanto éxito en el Estado español es porque, al igual que la teoría queer, apunta a la raíz del problema (evidenciando la "naturaleza" cultural de la diferencia sexual) pero con la particularidad de que se percibe como algo mucho más tangible y cercano (y, por tanto, más fácil de hacer propio) y que se materializa en prácticas concretas (es decir, que no sólo se queda en la teoría, sino que tiene una potencialidad transformadora real, con consecuencias directas en nuestras vidas). La asunción del discurso trans por parte de los sectores más críticos del movimiento de liberación LGTBQ (lo que Sandra Fernández denomina las "luchas sexuales") y del feminismo radical ha propiciado un cambio en la hegemonía, tanto interna como externa, del primero (donde hasta ahora lo gay siempre había tenido un papel preponderante y, en cierta medida, totalizador) y la emergencia de un nuevo movimiento, el "transfeminismo", que como ya comentó Miriam Solá en la primera sesión del seminario, empezó a tomar conciencia de sí mismo en las Jornadas Feministas Estatales que se celebraron en Granada entre el 5 y el 7 de diciembre de 2009. En un artículo titulado Transfeminismos: ¿sujetos o vida en común? que publicó el periódico Diagonal, las activistas feministas Amaya P. Orozco y Silvia L. Gil señalan que una de las principales aportaciones del emergente movimiento transfeminista es que "nombra un espacio transfronterizo habitado por diferentes sujetos para quienes las categorías clásicas de hombre o mujer se quedan estrechas", pero planteando al mismo tiempo que en la raíz de nuestras opresiones está -sigue estando- el (hetero)patriarcado y que, por tanto, debemos continuar luchando contra él. Además, según Orozco y Gil, este movimiento ha contribuido a complejizar las luchas sexuales, y desde la premisa de que el sexo, la orientación sexual y el género no se pueden desligar de otros marcadores identitarios como la raza o la clase social, está intentando establecer alianzas con colectivos como el de lxs inmigrantes. Pero este movimiento también tiene que enfrentarse a una serie de contradicciones, problemáticas y riesgos: ¿cómo se puede impedir que el cuestionamiento del binarismo contribuya a invisibilizar las opresiones y discriminaciones que se siguen produciendo por motivos de género?, ¿es posible reinventar/repensar las categorías conceptuales clásicas del feminismo en vez de inhabilitarlas?, ¿qué podemos hacer para evitar el peligro del academicismo y para romper con el "corte de clase" que en la actualidad tiene el transfeminismo?, ¿hasta qué punto se puede delimitar quién cabe (y quién no) dentro del sujeto múltiple que queremos construir?... Respecto a esta última cuestión, Orozco y Gil consideran que lo importante no es tanto definir quién es el sujeto del transfeminismo como qué es lo que éste, en su multiplicidad y dispersión, plantea, y cómo podemos contribuir a reconfigurar un "espacio de lo común". Hay que "superar la política de la identidad", explican, "(...) y dar cuenta de las situaciones que, aun ocupando diferentes posiciones, nos afectan de manera común. (...) No se trata de construir ristras de sujetos -trans, maribolleras, precarixs, migrantes, negras, putas-, ni de hacer un mero sumatorio de reivindicaciones -transfeministas + anticapitalistas + antirracistas-, sino de reconstruir el espacio común, más allá de los muros que bordean nuestros entornos políticos conocidos".
____________ |