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Contra la negación de memoria, por Philippe Artières |
Al igual que el Marcel Schwob de Vidas imaginarias o el Jorge Luis Borges de Historia universal de la infamia, convertirse en biógrafos de los "paseantes de la historia", de aquellos (y aquellas) a los que los relatos históricos oficiales han invisibilizado. Rescatar del olvido a estas personas, devolverles el "lugar" que les arrebataron y posibilitar que, al menos durante unos breves instantes, "sus diálogos, sus murmullos, sus gritos" se escuchen, que sus existencias anónimas cobren protagonismo y nos hagan repensar las nuestras. Ésta es la "loca idea" que propuso Philippe Artières, investigador del CNRS (Centre National de la Recherche Scientifique) y presidente del Centro Michel Foucault, en el inicio de su intervención en Umbrales, donde señaló que esta operación será siempre una tarea frágil, incompleta y fragmentaria, pues requiere trabajar con "espacios en blancos" y "silencios", y sólo podrá dar lugar a "retratos de trazos temblorosos". "Pero es necesario emprenderla", subrayó, "porque estos hombres y mujeres sin rostro son nuestros muertos (...) y saber cómo eran nos ayuda a comprender por qué somos como somos". Con la intención de recuperar la memoria de los "paseantes de la historia", Artières lleva más de quince años realizando una serie de trabajos en torno a las formas "ordinarias" de escritura en los siglos XIX y XX. Trabajos en los que ha recopilado y analizado archivos muy diversos -desde el diario íntimo de un médico morfinómano a los tatuajes de los soldados del Tercer Batallón de África, pasando por los relatos autobiográficos de un joven seminarista que se convirtió en asesino- y en los que se plantea una reflexión sobre el propio hecho de archivar y sobre la necesidad de desarrollar nuevas formas de "escritura histórica". Lo que Philipe Artières propone es una especie de hagiografía "invertida" (igual de minuciosa y esmerada que la convencional), es decir, una historia de la vida de los "pecadores", de aquellos que tomaron el sendero del mal y se desviaron irremisiblemente. "Dejémonos seducir por la belleza e intensidad de estas existencias rotas", señaló, "re-escribamos la vida de estos santos fracasados, siguiendo el proyecto de Jacques de Vitry1, pero en sentido opuesto". En esta historia de pecadores y perdedores, de hombres sin nombre que encarnan el mal, del "patrimonio negro" de la humanidad..., las cárceles deben ocupar un lugar central. Por ello Artières considera que es fundamental reivindicar el trabajo que realizó el GIP (Groupe d'Information sur les Prisons) que siempre tuvo claro que su objetivo no era hablar en lugar de los presos, sino propiciar que éstos tomaran la palabra y que, de ese modo, se hicieran visibles y se transformaran en sujetos políticos. Hay que tener en cuenta que hasta entonces, la izquierda revolucionaria veía a la población reclusa como un subproletariado no politizado e incluso como un colectivo directamente reaccionario. El GIP fue creado en febrero de 1971 por tres figuras emblemáticas de la intelectualidad francesa (Michel Foucault, Jean-Marie Domenach, redactor jefe de la revista Esprit y el historiador Pierre Vidal-Naquet) y en cierta medida, suponía una continuidad de dos experiencias políticas que se habían desarrollado en los años anteriores: los llamados tribunales populares (como el que se organizó en la localidad de Fouquière-les-Lens contra la empresa Houillères por la muerte de varios mineros) y las acciones que llevaron a cabo los militantes maoístas que fueron encarcelados tras las revueltas del 68 para reclamar el estatus de presos políticos. El GIP, que tenía una estructura muy flexible y desjerarquizada (lo que le daba un gran margen de maniobra), surge en un momento en el que se estaban viviendo unas movilizaciones sin precedentes en las cárceles francesas -en los últimos meses de 1971 y los primeros de 1972, se produjeron más de cuarenta motines, y algunos de ellos, como los que hubo en las prisiones de Ney, en Toul (diciembre del 71) y de Charles III, en Nancy (enero del 72), llegaron a tener una gran repercusión mediática- y en el que había un movimiento social muy fuerte2 que cuestionaba la legitimidad del sistema penitenciario, planteando la necesidad no sólo de reformar las prisiones, sino de repensar el sentido y la función de éstas. Es decir, este colectivo realiza su trabajo en un contexto en el que la cárcel había entrado en el campo de la lucha política y un sector muy amplio de la población consideraba que era una institución que se debía abolir. Sin embargo, eso duró poco tiempo y muy pronto la prisión volvió a ser un "agujero en la memoria de la sociedad", algo que permanece invisibilizado y que, por supuesto, está fuera de la agenda política. En este sentido, Philippe Artières recordó que en el año 2000, una doctora francesa llamada Véronique Vasseur publicó un libro en el que denunciaba las pésimas condiciones en las que vivían los reclusos de la prisión de Santé, en París. El libro generó un gran revuelo e incluso propició que durante unos meses el tema de las cárceles volviese a estar en el primer plano de la actualidad. Era como si, de repente, la sociedad francesa descubriese lo dura que es la vida dentro de los centros penitenciarios. Sin embargo, muchos de los que mostraban su indignación y/o perplejidad habían vivido los tiempos del GIP, es decir, sabían perfectamente que en las cárceles se vulneran de forma sistemática los derechos fundamentales de los internos. "Esto refleja", según Artières, "la amnesia social que hay respecto a las prisiones que, como denunciaba Michel Foucault en el manifiesto del GIP, forman parte de la 'caja negra' de nuestra sociedad". Una amnesia que provoca que los presos estén excluidos del relato histórico (son sólo "sombras incomodas") y que ni siquiera se recuerden las distintas luchas políticas que han protagonizado. Aunque sólo estuvo dos años en activo, la experiencia del GIP ha tenido una gran resonancia en muchas luchas posteriores, pues, como explicó Philippe Artières, este grupo fue uno de los primeros que puso la información en el centro mismo de su acción y que asumió que se debe evitar hablar en nombre de los demás3. A través de la realización de una serie de encuestas, dirigidas tanto a los reclusos como a sus familiares y abogados, produjeron una información muy precisa y exhaustiva sobre la situación de las prisiones francesas. Información que consiguieron hacer llegar a la opinión pública gracias a la colaboración de algunos "aliados", como por ejemplo, la agencia de prensa APL (Agence de Presse Libération) que fundó por aquella época el periodista y escritor Maurice Clavel. El GIP concebía estos cuestionarios, cuyo principal referente era el proyecto de "Encuesta Obrera" propuesto por Karl Marx en 1880, como una herramienta política y no como un mero ejercicio de análisis sociológico. De hecho, Daniel Defert, uno de los principales activistas de este colectivo, aseguró en un artículo publicado el 24 de mayo de 1971 en el periódico La Cause du peuple, que estas encuestas eran, en sí mismas, actos de lucha y que así lo estaban percibiendo los propios reclusos. En la fase final de su intervención, Philippe Artières insistió en la necesidad de desarrollar un trabajo de archivo para conservar la memoria de los "olvidados por la historia". Una tarea que, a su juicio, es fundamental acometer si queremos evitar que la gestión de la memoria colectiva siga estando en manos de los poderosos y al servicio de sus intereses. Artières cree que hay que luchar contra la tendencia a convertir antiguas prisiones y centros de detención en museos y espacios culturales, "pues eso supone borrar su historia y la historia de quienes vivieron en ellas". En este sentido señaló que desde hace varios años colabora en distintas iniciativas que se han puesto en marcha para que se salvaguarde la "memoria negra" de ciertos lugares, como por ejemplo la antigua cárcel de Valparaíso (Chile) o la Abadía de Fontevraud (Anjou, Francia), un monasterio construido a principios del siglo XII que durante más de 150 años (entre 1804 y 1964) funcionó como prisión.
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