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Prisiones andaluzas y vulneración de derechos humanos, por APDHA |
A la hora de desarrollar su labor en defensa de los derechos de las personas presas, esta organización se encuentra con una dificultad añadida: existen una serie de “falsos mitos” en torno a las prisiones que están muy arraigados en la opinión pública española y que hacen que la sociedad tenga una visión muy distorsionada de lo que ocurre dentro de ellas. Se piensa, por ejemplo, que en España casi nadie entra en la cárcel y que cuando lo hace, sale rápidamente fuera. "Pero la realidad es bien distinta", aseguró Mª Isabel Mora, "pues a pesar de ser uno de los países de Europa con menor índice de criminalidad (apenas llega al 47,5 por cada mil habitantes, cuando la media europea está en torno al 70), tenemos una de las mayores tasas de encarcelamiento de todo el continente (de los países de nuestro entorno sólo nos supera Reino Unido)". Y aunque se ha extendido la idea de que casi ningún preso cumple íntegramente la pena que en principio se le aplica, sólo un 23% de los reclusos termina beneficiándose de permisos penitenciarios, libertad condicional y/o reducciones de condena. Además, hay personas que viven una cadena perpetua encubierta, pues al tener que cumplir condenas por diferentes delitos, se pasan prácticamente toda su vida en prisión. Por otro lado, se suele ver al preso como alguien muy peligroso, cuando en la mayor parte de los casos (en torno al 75%) son personas que sólo han cometido delitos contra la propiedad (robos) o contra la salud (tráfico de droga) porque de ellos dependen para subsistir1. Hay que tener en cuenta que las personas condenadas por delitos contra la vida y la libertad sexual, que son los que más alarma social generan, apenas representan el 5% de la población reclusa.
A esto hay que añadir el hecho de que muchas de las personas recluidas en las prisiones andaluzas están enfermas. El 10% tiene SIDA (de los que el 90% tiene también hepatitis C y el 4% hepatitis B) y más del 40% sufre problemas mentales (de ellos, al menos un 8% graves). Incluso hay un porcentaje bastante considerable (en torno al 5%) que padece tuberculosis, una enfermedad prácticamente erradicada (en Andalucía, a día de hoy, fuera del ámbito penitenciario, se detectan menos de 15 casos por cada 100.000 habitantes al año). Mención aparte merece el tema de la drogodependencia. Se calcula que más del 70% de los presos son drogodependientes y que la mayoría de éstos están en la cárcel por delitos cometidos por sus problemas de adicción a las drogas. Sin embargo, sólo el 40% recibe algún tipo de tratamiento (un tratamiento que, por lo general, es exclusivamente de tipo farmacológico). Otro dato significativo. En las prisiones andaluzas sólo hay un médico por cada 162 reclusos y un enfermero por cada 127. Sin embargo, existe un funcionario de seguridad por cada cinco presos. A juicio de la APDHA este contraste refleja que, aunque oficialmente se proclame que el sistema penitenciario está orientado a propiciar la reinserción y rehabilitación, en la práctica las cárceles funcionan como meros contenedores en los que se retiene y custodia a las personas que cometen delitos, sin que importe demasiado lo que les ocurra dentro. De hecho, las tasas de reincidencia son muy altas. En Andalucía, por ejemplo, están en torno al 60% y hay prisiones como las de Huelva o el Puerto II en las que superan el 80%. La denuncia de los problemas sanitarios en las prisiones andaluzas ha sido uno de los ejes prioritarios del área de cárceles de la APDHA que considera que en nuestra comunidad se está vulnerando de manera flagrante y sistemática el derecho de los presos a recibir, como los demás ciudadanos, una atención sanitaria integral2. Hay que tener en cuenta que la Ley General Penitenciaria establece que en cada prisión debe haber, al menos, un odontólogo, un oftalmólogo y un psiquiatra (aunque se tiene que intentar que haya profesionales de todas las especialidades más comunes), y que en los casos en los que los reclusos no puedan ser atendidos debidamente por los servicios médicos internos, se garantizará su tratamiento fuera del centro penitenciario.
El problema, según Mora, no es sólo que se vulnere de manera sistemática y flagrante el derecho de las personas presas a recibir una atención sanitaria integral, sino que además, por mucho que se diga lo contrario, no hay intención real de cambiar la situación. "De hecho", aseguró, "tanto la Junta de Andalucía como Instituciones Penitenciarias, han ignorado las numerosas denuncias (muchas de las cuales han sido avaladas por resoluciones judiciales) que la APDHA y otras entidades han interpuesto por este tema. A los políticos no les interesa la situación de los presos, quizás porque es un asunto que no pueden rentabilizar electoralmente". Aparte de este trabajo de denuncia y sensibilización sobre los problemas sanitarios de las prisiones de Andalucía, la APDHA ha llevado a cabo otras actuaciones, como una campaña para pedir el acercamiento de presos a centros penitenciarios próximos a su lugar de origen, o una serie de acciones contra los malos tratos y las torturas ("que son mucho más habituales de lo que se piensa", señaló Jana Vidal). En el primer caso, lograron que numerosas instituciones y colectivos ciudadanos les dieran su apoyo. Incluso una veintena de medios locales accedieron a difundir la campaña (en cuya definición y diseño participaron directamente familiares de presos). "En realidad", aseguró Vidal, "esta campaña no pedía nada extraordinario, sólo reivindicaba la aplicación de la legalidad vigente, pues la Ley General Penitenciaria establece que hay que procurar que los presos cumplan sus condenas lo más cerca posible de su lugar de origen4". Sin embargo, en 2005, al menos el 15% de los reclusos andaluces estaba fuera de Andalucía5 y en torno al 50% en provincias que no eran las suyas. Ese alejamiento tiene graves repercusiones, tanto para ellos como para sus familiares (imposibilidad de disfrutar de permisos, desvinculación de la realidad, quebranto económico...). Además, no existe un protocolo claro sobre los traslados, lo que propicia que a menudo se haga un uso perverso de éstos (que se convierten en castigos o recompensas encubiertas). Al final, gracias a esta campaña, unos trescientos reclusos presentaron solicitudes de acercamiento y/o recursos de queja por incumplimiento de este derecho.
En este sentido, Jana Vidal recordó que, debido a lo que hacen, los defensores de los derechos humanos sufren con frecuencia ataques por parte del poder y ven como éste recurre a distintas maniobras para intentar deslegitimar y criminalizar su actividad7. Un ejemplo ilustrativo de esto es lo que le ha sucedido a Juana Orta, una veterana activista onubense ligada a la APDHA que el 13 de junio de 2009 fue detenida por supuesta colaboración con banda armada. Su delito: alojar en su casa a la compañera sentimental de un miembro de ETA que está cumpliendo condena en el Centro Penitenciario de Huelva y que, al parecer, estaba planeando fugarse de la cárcel. "Pero si Juana acogió a esta mujer", explicó Vidal, "fue por la misma razón por la que ha hospedado a otros muchos familiares de presos, sin importarle el delito que éstos hayan cometido, porque su casa siempre ha estado abierta a aquellos que la necesitan". Tras prestar declaración en la Audiencia Nacional, Juana Orta quedó en libertad sin cargos. Sin embargo, en la página web del Ministerio del Interior sigue colgada una nota de prensa en la que se le identifica como "componente de la estructura creada por ETA para el apoyo a la ejecución de la fuga".
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