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Desplazamientos en el paisaje. Monumento versus información. Conversación entre Ibon Aranberri y Nuria Enguita Mayo |
En el inicio de esta conversación, Nuria Enguita señaló que Ibon Aranberri es uno de los artistas actuales que más puede aportar a un proyecto que aborda las relaciones entre el capital y el territorio, pues su trabajo -que se formaliza de maneras muy distintas (a veces da lugar a una acción o a un paseo, otras a una película o a un diaporama)- explora cómo las transformaciones en el paisaje condicionan la construcción de nuestra identidad (individual y colectiva), planteando que toda intervención que se hace en él tiene siempre un componente ideológico. A Aranberri le interesa la historia de ciertos paisajes a los que está, por las razones que sea, vinculado afectivamente. Pero su objetivo no es tanto desentrañar lo que ha ocurrido en ellos como analizar los efectos de esos hechos (o, más exactamente, los efectos de la representación de esos hechos) en el presente, en la configuración del imaginario colectivo de una comunidad. En este sentido, Nuria Enguita dice que su trabajo se puede relacionar con la noción de "infraleve"1 de Marcel Duchamp, pues "se desarrolla en un lugar flotante que está alrededor de las cosas". Es, además, un trabajo que huye del ensimismamiento, pues no se agota en sí mismo ni se desarrolla exclusivamente en el ámbito del arte, sino que intenta generar (o insertarse en) procesos de diversa índole y, al mismo tiempo, propiciar un conocimiento crítico que nos permita ver ciertos espacios, fenómenos o situaciones desde una nueva perspectiva, haciendo que nuestra mirada de esas realidades sea más compleja. Por ello sus propuestas son siempre a largo plazo y no parten de un plan previo ni tienen un fin preciso, sino que se van definiendo conforme se desarrollan: la obra es el proceso de hacer la obra y quizás lo más importante son todos los desvíos, accidentes y ramificaciones que dicho proceso genera. Un proceso que tiene siempre una parte de investigación ("de hecho, esa es la fase que, hoy por hoy, más me interesa", subrayó Aranberri) y que en su plasmación "física", incorpora diferentes procedimientos y dispositivos artísticos (acciones, videos, fotografías, instalaciones...).
Hay que tener en cuenta que en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, las compañías eléctricas contrataban a fotógrafos y cineastas para que llevaran a cabo reportajes y documentales sobre las infraestructuras que estaban realizando. El objetivo fundamental de estos documentales era atraer a posibles inversores y en ellos solía recurrirse a una narrativa grandilocuente que exaltaba las utilidades y potencialidades de estas infraestructuras, presentándolas como símbolos de la modernidad, de la capacidad del hombre de dominar la naturaleza y ponerla a su servicio. "Pero en estas películas", precisó Ibon Aranberri, "los autores también dejan su impronta personal". Por ejemplo, los trabajos de López Heptener tienen un tono poético y una estética (casi) vanguardista y si los descontextualizamos, podrían verse como ensayos audiovisuales de temática más o menos abstracta. A Aranberri le interesan estos documentales porque a partir de ellos se puede reflexionar sobre la funcionalidad propagandística de las grandes infraestructuras que él ve como formas de representación del poder que las utiliza para marcar su control sobre el territorio. De hecho, no es raro que en ellas se incluyan elementos monumentales, como hizo el franquismo que "plantó" unos obeliscos fabricados en serie en muchos de los pantanos que realizó. La construcción de estas infraestructuras implica una destrucción no sólo paisajística, sino también social, cultural y patrimonial. Por ejemplo, la realización de un embalse, además de transformar el territorio físico, suele conllevar la desaparición de pueblos y aldeas, cuyos habitantes no sólo se ven obligados a desplazarse sino que sienten como se les amputa un trozo importante de su pasado (y, por tanto, de su memoria).
En 1944, Saltos del Duero, la compañía que construyó el citado embalse de Ricobayo, se fusionó con Hidroeléctrica Ibérica, surgiendo Iberduero, empresa que a principios de la década de los setenta comenzó a construir una central nuclear en Lemóniz, una localidad que está a unos 20 kilómetros de Bilbao. Esta planta formaba parte de un ambicioso plan para conseguir la autonomía energética de Euskadi que incluía la construcción de otras dos centrales en la costa vasca y una en la ribera del Ebro, cerca de la localidad navarra de Tudela. De todas ellas sólo la de Lemóniz se construyó, aunque nunca llegó a ponerse en funcionamiento. Gran parte de la sociedad civil vasca se movilizó contra este proyecto, desde colectivos ecologistas a organizaciones ligadas a la izquierda abertzale, pasando por vecinos y ayuntamientos de la zona o partidos políticos como Euskadiko Ezkerra o Herri Batasuna. También ETA se sumó a esta lucha y en su nombre cometió una serie de atentados en los que perdieron la vida varias personas. A su vez, la represión policial fue muy contundente y en una concentración que se celebró en Tudela el 3 de junio de 1979, una activista anti-nuclear, Gladys del Estal, murió tras recibir un disparo.
En cualquier caso, tras este proyecto Ibon Aranberri decidió cambiar de estrategia y empezó a desarrollar un trabajo más discreto y silencioso. Fue entonces cuando llevó a cabo una de sus obras más perturbadoras y polisémicas, (Ir. T. nº 513) Zuloa, en la que selló con una gran plancha de metal la entrada de una cueva prehistórica de Iritegi (Oñati, Gipuzkoa), dejando sólo un pequeño agujero para que la colonia de murciélagos que vivía en ella pudiera entrar y salir. Una acción con muchas connotaciones y posibles lecturas -desde las psicoanalíticas a las políticas (que adquieren una relevancia especial en el contexto en el que se hace esta obra: el país vasco), desde las biográficas a las antropológicas y culturales- y con la que Aranberri indaga en los límites formales y conceptuales de lo escultórico al tiempo que plantea una reflexión en torno a la relación de ciertos paisaje e hitos geográficos con la construcción identitaria.
A partir de su acción en la cueva de Iritegi y de su trabajo en torno a los monolitos funerarios que hay esparcidos por los montes de Euskadi y Navarra, Ibon Aranberri se puso en contacto con algunos de estos "montañeros militantes". Ese es el origen del proyecto Exercises on the North Side, donde intenta decodificar los arquetipos narrativos e icónicos del cine de montaña que fueron establecidos en las primeras décadas del siglo pasado por directores como Arnold Fanck (realizador alemán que colaboró con el régimen nazi) y que aún hoy se reproducen en programas como Al filo de lo imposible. Arquetipos heredados del romanticismo que la mayoría de los montañeros no ven como convenciones narrativas cargadas de connotaciones ideológicas sino como el modo "natural" de filmar su actividad. En el marco de Exercises on the North Side -que Aranberri describe como un proyecto procesual, abierto y colectivo que se va definiendo conforme se va desarrollando-, se ha realizado un filme en 16 mm (formato que se eligió por su vinculación con el cine de montaña histórico) de la cara norte del Vignemale, uno de los picos más altos de los Pirineos.
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