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José Luis Gutiérrez Molina: Moral y espiritualismo. La cuestión religiosa en el anarquismo |
Aunque el anticlericalismo en la sociedad española se remonta a tiempos remotos, es en los últimos 200 años cuando ha cobrado verdadera entidad. Desde finales del siglo XVIII, amplios sectores de la sociedad comenzaron a considerar a la Iglesia como un obstáculo para el progreso político y económico. Incluso con bastante frecuencia mantenían discursos claramente anticlericales aunque desde un sentimiento profundamente religioso. En conexión con los principios de la Revolución Francesa, los ilustrados españoles planteaban la necesidad de que la influencia de la religión se restringiera al terreno de lo personal, dejando que la vida pública se rigiera por una moral laica en la que prevalecieran los valores cívicos sobre los religiosos. La teoría anarquista, que en cierta forma puede considerarse heredera de la Ilustración, es fruto ideológico de un planteamiento profundamente moral (a diferencia del marxismo que tiene su origen en la Economía) como ilustra un lema que ha aparecido en la cabecera de muchos periódicos libertarios: "Verdad, Justicia y Moral". "El primer anarquismo, subrayó José Gutiérrez Molina, definía las relaciones sociales desde planteamientos morales", asociando a la burguesía con el lujo, los vicios, el egoísmo y el despilfarro mientras el mundo obrero se veía obligado a vivir en la miseria y la ignorancia por el abuso de los poderosos. Frente a la decadencia moral de la burguesía que provocaba un caos económico y social) el anarquismo se presentaba como una alternativa moral que, en palabras de Eliseo Reclús, instauraría "la máxima expresión del orden". Según José Luis Gutiérrez Molina, para entender la relación entre iglesia y anarquismo en España durante los últimos 2 siglos hay que tener en cuenta que han existían dos tendencias fundamentales:
En España el estado liberal-burgués tardó mucho tiempo en consolidarse siendo la Iglesia una de las instituciones responsable de que durante los dos últimos siglos hayan seguidos vigentes numerosos vestigios del Antiguo Régimen. "Esto nos lleva a una conclusión fundamental, apuntó José Luis Gutiérrez Molina, la Iglesia en España ha jugado un papel de primer orden en el debate político sobre la modernización del país". Por ello no es extraño que desde una perspectiva histórica se identifica a los liberales como republicanos y anticlericales y a los conservadores como monárquicos y confesionales. Desde principios del siglo XIX nos encontramos con ilustres anticlericales, como Blanco White, y tras la promulgación de la Constitución de Cádiz se multiplican las publicaciones críticas con la Iglesia (que alcanzan una gran difusión). Aunque durante el Trienio Liberal (1820-1823) hay una mayor preocupación por la defensa de la Constitución y de la Libertad que por la cuestión religiosa, se producen los primeros actos anticlericales violentos. En estos actos, que suceden en un contexto marcado por los enfrentamientos entre liberales y absolutistas, apareció ya una de peculiaridades que se repite en los distintos sucesos anticlericales que ha habido en España: el carácter simbólico con el que se revestían los ataques (por ejemplo se despojaba a los sacerdotes de sus vestiduras para reducirlos al estado natural, común de la desnudez). Azuzado por los rumores de que los frailes habían envenenado las fuentes de Madrid para facilitar la entrada del ejercito carlista, en 1834 se produjo una de las más violentas explosiones anticlericales que han ocurrido en España. Como sucede en ocasiones posteriores hay muchas lagunas documentales que impiden saber claramente cuáles fueron los motivos que provocaron este virulento acto anticlerical y quienes fueron sus auténticos promotores. Lo que este acto dejaba claro, advierte José Luis Gutiérrez Molina, es que ya se había producido un divorcio entre la Iglesia y las capas populares urbanas.
A finales del siglo XIX y principios del XX también tuvieron mucha importancia los llamados "catecismos ácratas" (El evangelio obrero de Nicolás Alonso Marselau o El botón de fuego, de José López Montenegro), obras de carácter didáctico que explicaban de forma sencilla los principios anarquistas. Estos catecismos reforzaban uno de los objetivos de los movimientos anarquistas de la época: el empeño de ejercer una influencia en aspectos de la vida cotidiana muy marcados por la tradición católica. Así en ellos se daban argumentos a favor del amor libre frente a la institución matrimonial, se cuestionaba ritos religiosos muy socializados como el bautismo y la comunión,... Tras la contundente represión que se desencadeno después de la Semana Trágica de Barcelona (1909), el anticlericalismo se apaciguó hasta la proclamación de la II República en 1931. Durante la huelga general revolucionaria en Asturias (1934) y entre febrero y agosto de 1936 se volvieron a producir graves incidentes anticlericales, acelerando provisionalmente la transformación laica del Estado. "Toda esta virulencia se explica, insistió José Luis Gutiérrez Molina, por el papel central que seguía desempeñando la Iglesia en el debate político, identificándose con las fuerzas conservadoras (como bien demostrarían durante la dictadura de Franco) y obstaculizando el proceso de construcción de una sociedad plenamente laica". Y como en sucesos anteriores, los ataques anticlericales tenían siempre una importante carga simbólica, mostrando una actitud de un rechazo a iconos y representaciones que se identificaban con el pasado y la represión. Esta iconoclastia simbólica llegó incluso a cebarse con elementos aparentemente inofensivos como las campanas de las iglesias, al considerar que su presencia constante en la vida cotidiana era un ejemplo del poder que seguía ejerciendo el clero sobre los ciudadanos. |