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Amador Fernández-Savater: Mitopoiesis en tiempos de guerra |
"El sistema capitalista, señaló Amador Fernández-Savater durante su intervención en el Laboratorio Blanco (Sevilla) del proyecto F.X. Sobre el fin del arte, tiende a hacer tábula rasa y eliminar las identidades culturales y sociales a través de una homogeneización de las costumbres y de las necesidades". Desde los zapatistas en la selva Lacandona a la intifada palestina, pasando por los movimientos de resistencia global o los clubs de trueque que hay repartidos por todo el planeta, en el corazón de las luchas que cuestionan la globalización capitalista se detecta la necesidad de "hacer sociedad", de reconstruir de forma alternativa y/o antagonista los lazos sociales con el objetivo de hacer frente a las estrategias de dependencia económica y política impuestas por el nuevo orden global. De este modo, las luchas sociales buscan la producción de mitos propios, la configuración de nuevos modos de vivir y relacionarse. "El mito, indicó Amador Fernández-Savater, da sentido y confianza", nos sitúa en la sociedad y nos proporciona una visión panorámica de la realidad, y al mismo tiempo propicia la comprensión de la experiencia individual como algo que forma parte de una historia colectiva, de un espacio social determinado. Los mitos han sido (y siguen siendo) los principales vehículos para la producción de sentidos sociales, nos permiten reinterpretar el pasado y encontrar fórmulas lógicas para abordar el presente, nos proporcionan referencias en las que fijarnos. Son como la argamasa que mantiene unida a la sociedad. "No es lo mismo, puntualizó el autor de Filosofía y acción, una comunidad unida por lo que contempla pasivamente en alguna pantalla mágica, que otra reunida en torno a lo que hace; no es lo mismo una comunidad con ritos y formas complejas y flexibles de intercambio simbólico que otra que no puede echar mano más que de los tribunales". Esta producción de sentidos debe enfrentarse a un obstáculo muy difícil de sortear. La lógica capitalista se ha infiltrado en todos los campos de la experiencia colectiva (tanto la excepcional - ritos de paso, celebraciones,... - como la cotidiana) a través de un flujo invisible que atraviesa las redes de intercambios simbólicos que dan vigor a una comunidad. En su vertiginoso proceso de expansión se ha apropiado también del ámbito de la intimidad que cada vez es más dependiente de unos medios tecnológicos conectados a las bases de datos de grandes multinacionales que vigilan y orientan nuestro consumo. Por ello, los moldes tradicionales donde se reelaboraban experiencias de vida (la familia, la escuela, la ciudad, la religión, los partidos,...) han entrado en crisis. El capitalismo salvaje del nuevo milenio ha hecho desaparecer las fronteras entre lo privado y lo público, entre el tiempo de ocio y el tiempo de trabajo. "Estamos ante una situación, señaló Amador Fernández-Savater- que nos obliga a replantearnos los lugares (y los medios) desde los que se puede llevar a cabo una resistencia al Capital". Pero, ¿por qué mitopoiesis?, ¿por qué y para qué producir narraciones?. Según Amador Fernández-Savater, el conocimiento racional nos ayuda a conocer la realidad pero no nos impulsa a cambiar el mundo. Cualquier proceso de transformación social requiere la implicación de la dimensión emocional y afectiva del ser humano. Por ello es necesario la producción de mitos que ofrezcan un lenguaje para articular las aspiraciones colectivas más profundas y nos ayuden a comprender y combatir nuestros miedos y fantasmas. Y cada tiempo, como cada cultura o cada comunidad, necesita sus propios mitos. "Necesitamos, subrayó Amador Fernández-Savater, nuestros propios viajes iniciáticos: ruptura con los lazos de la socialización primaria, prueba del laberinto, retorno de los infiernos, creación de nuevos lazos. Necesitamos mitopoiesis". "¿Y qué mitos podemos utilizar los habitantes de un mundo manejado por un sistema económico que no nos deja tiempo para pensar y crear, que nos somete a una precariedad existencial tan sutil como totalizadora?. (...) ¿Cómo podemos representarnos esa precariedad de modo que nuestros anhelos más elevados no pasen por las seguridades subalternas que venden hoy los nacionalismos, los integrismos, etc? (...) ¿Qué figuras nos pueden tatuar en la carne que la precariedad no es ningún destino, que es posible vivir de otro modo?", se preguntó Amador Fernández-Savater. La mejor metáfora de nuestra experiencia contemporánea es la guerra, "porque la economía capitalista moviliza todas nuestras capacidades y la incertidumbre, el desastre, y la inestabilidad propia de los tiempos de guerra ahora se inscriben en la normalidad de la vida cotidiana". Tras el 11 de septiembre la analogía entre el nuevo orden impuesto por la globalidad capitalista y la "excepcional" normalidad que caracteriza los periodos bélicos no es sólo una metáfora. Desde que EE.UU iniciara su ambigua lucha contra el terrorismo internacional, se ha establecido una especie de "estado de excepción global" (un nuevo paso para desmantelar definitivamente la sociedad del bienestar y aplastar cualquier movimiento de contestación) que nos instala en una guerra global permanente. Por ello no es arbitrario trazar una conexión entre el momento actual y la situación que describe Ernest Jünger en su ensayo La movilización total (1930) sobre la experiencia bélica en la 1º Guerra Mundial. En ambos casos el poder (militar-económico) exige una disponibilidad total (a la movilización bélica, a las exigencias del mercado), se alimenta de la destrucción de sentidos capaces de explicar la experiencia individual y colectiva y acaba eliminando las fronteras entre trabajo y ocio, dentro y fuera, producción y reproducción, público y privado. Así, el sistema productivo actual, basado en una movilidad y una flexibilidad laboral total, genera una sensación de inestabilidad y provisionalidad semejante a la que se produce durante las contiendas militares. Las empresas posfordistas requieren de sus empleados una adhesión absoluta (más allá del cumplimiento de su horario de trabajo) y les exigen el despliegue de todas sus capacidades y habilidades sociales. "Para conseguirlo, precisó Amador Fernández-Savater, desarrollan un aparato publicitario que conforma un imaginario capaz de compensar la inestabilidad a la que realmente están sometidos sus trabajadores". Como ocurre en tiempos de guerra, estamos insertos en una dinámica laboral que fomenta el cinismo (no nos creemos nada, pues sabemos que todo puede cambiar en cualquier momento) y el miedo (la inseguridad ante el futuro domina nuestras vidas y hace que aceptemos el chantaje de la precariedad). Vivimos un proceso de desarraigo y desposesión semejante al descrito por Jünger en La movilización total. "El extremo de ese proceso de desposesión, recordó Amador Fernández-Savater, fueron a mitad del siglo XX los campos de concentración de la Alemania nazi". El mito (la creación y producción de mitos) funciona como una especie de "cartografía que nos ayuda a orientarnos, que nos permite combatir la desposesión dominante elaborando nuevas figuras de posesión (mapas del laberinto, signos de reconocimiento)". En este sentido Amador Fernández-Savater se refirió a una historia contada por Félix de Azúa sobre un extraño y bello ritual que se desarrollaba en los trenes que conducían a los presos judíos a los campos de concentración. Algunos de estos condenados combatían la desesperación aupando a uno de ellos para que mirara por un pequeño orificio que había en la parte superior de los vagones y les narrase a los demás lo que veía. En un gesto extremo de resistencia al proceso de desposesión que estaban sufriendo, de vez en cuando algunos de los improvisados narradores se convertía en portador/productor de un mensaje que expresaba sus aspiraciones más altas y les recordaba que había "otro mundo" más allá del vagón. Su relato no era un mero testimonio de lo que había fuera, ni tampoco una narración dispersa o demasiado salpicada de impresiones personales. Su fuerza radicaba en que se convertía en los ojos y la voz de la comunidad, produciendo narraciones que daba sentido a sus vidas, que les desalojaba por unos instantes del territorio del miedo y el cinismo al que les había llevado la experiencia extrema de desposesión. Para Amador Fernández-Savater, el gran problema de las vanguardias del siglo XX es que se asemejan demasiado a los oteadores de la historia de Félix de Azúa que - por su obsesión por la originalidad (surrealismo), su dispersión (dadaísmo) o su frialdad "objetiva" (todos los funcionalismos) - no fueron capaces de producir narraciones que pudieran dar sentido a la experiencia colectiva. Además, con la intención de desconcertar a los espectadores buena parte de las vanguardias artísticas han terminado reproduciendo las estrategias del poder, integrando en sus propuestas la lógica del "movimiento total, la velocidad y el presente perpetuo (donde nada lleva a nada, donde todo se evapora)". Asumiendo que el conocimiento racional no es suficiente para impulsar una empresa de transformación social, Amador Fernández-Savater, concluyó su conferencia analizando los caminos que puede seguir el movimiento de contestación antiglobal para elaborar mitos propios que eviten los peligros de los grandes relatos (demasiado totalizadores y deterministas). A su juicio, la resistencia antiglobal debe eludir también el peligro de convertirse en una lucha estetizada y ficticia (una especie de juego juvenil rebelde que termine atrapada por las garras de un capitalismo devorador) y evitar que surjan líderes que aglutinen todo la energía colectiva que ahora da vigor y vitalidad al movimiento. Para el autor de Filosofía de la acción, frente a las narraciones de sentido único, una de las claves para luchar contra la desposesión es articular muchos relatos, ya que la construcción del mito tiene que ser lo opuesto al aura, "esto es, perfectible y reproductible". "Tras la cumbre del G8 en Génova en julio de 2001, señaló Amador Fernández-Savater, las decenas de miles de personas que habíamos participado en esa extraordinaria y trágica contestación al poder global, volvimos metamorfoseados en agentes de una narrativa de emancipación". Al margen de la versión oficial, la conjunción de los relatos de los que participaron en las protestas derivó en algo más que una mera yuxtaposición de los distintos testimonios individuales. Fue posible la mitopoiesis, la configuración de una "narración de sentido compartida" que daba voz a la comunidad, proporcionaba herramientas para luchar contra la desposesión y eliminaba las fronteras entre imaginario colectivo e individual. |