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Carmen Ribés: La ausencia del objeto |
Desde la abstracción a las performances o los happenings, el arte contemporáneo se ha caracterizado por su intención de desembarazarse/liberarse del objeto. Pero el objeto surge de su propia ausencia, de su falta. Esta idea no sólo remite al psicoanálisis lacaniano sino también al pensamiento filosófico de Hegel. Cualquier objeto (un vaso, una botella, un espacio arquitectónico,...), y no sólo el objeto arte, envuelve un vacío. En la conferencia que abrió ciclo Iconoclastia, Lacan y Psicoanálisis del Laboratorio Rojo (Granada) de F.X. Sobre el fin del arte, Carmen Ribés señaló que el arte ha precedido al psicoanálisis en la actualización y revisión del concepto de objeto. Tanto Freud como Lacan percibieron el discurso estético como un precedente de los planteamientos psicoanalíticos. Con la idea de clarificar el punto de vista del psicoanálisis respecto a la dialéctica presencia-ausencia del objeto y su aplicación a las manifestaciones artísticas iconoclastas, Carmen Ribés explicó cómo se ordena para esta disciplina científica la dimensión de la mirada (de lo visual, de lo escópico). "Porque a pesar de su rechazo al objeto, subrayó Carmén Ribés, el arte contemporáneo siguen desplegándose en el medio visual y en lo que al psicoanálisis atañe en relación a una dimensión muy compleja: la mirada". Carmen Ribés considera que el psicoanálisis es iconoclasta, no sólo por coincidir en su origen y crecimiento con los movimientos de vanguardia sino por su "gesto de atentar contra la concepción racionalista del hombre, centrada desde Descartes en la conciencia y en el pensamiento". Además el psicoanálisis desvela y denuncia la función de dominio sobre la sujetividad que tiene la imagen. A principios del siglo XX (el siglo de la producción de objetos en serie, el siglo de la ciencia, el siglo de Auschwitz) el psicoanálisis planteó que la conciencia (y, por tanto, la razón) puede estar regida por mecanismos ignorados por ella misma, e intentó hallar las claves de ese condicionamiento. De esta forma puso en marcha un discurso que enlazaba no sólo con los planteamientos de los movimientos de vanguardia a los que comunmente se le ha asociado (el surrealismo y el expresionismo centroeuropeo), sino también con otros ismos en principio mucho más alejados como el cubismo o el suprematismo. Según Carmen Ribés, la obra de arte no es analizable, no es una información del inconsciente del artista que nos dice la verdad de su deseo como sujeto. Y no es analizable porque la obra de arte es muy diferente de un "hecho de lenguaje" (como un lapsus o un sueño), aunque sí es un hecho de discurso. Por ejemplo, la descomposición geométrica del movimiento en el cubismo es impensable al margen del discurso de la ciencia. "Pero más allá, puntualizó Carmen Ribés, de la relación de una propuesta artística con el contexto histórico y cultural en el que se sitúa y de los manifiestos o poéticas que la intentan justificar, está la obra misma, irreductible a los significantes que cuanto más hablan de ella, más patente hacen su presencia de objeto que no se deja apresar por las significaciones y las explicaciones". La materia prima del objeto arte se distingue de la del lenguaje porque en este último predominan los efectos de sentido, mientras que para Carmen Ribés (que en este punto se basa en Wittgenstein) el arte comienza justo "donde lo que no puede ser visto, puede ser mostrado". Al no buscar el discurso estético efectos de sentido, la primera aproximación del psicoanálisis freudiano a la obra de arte fue a través de la noción de "sublimación". Siguiendo a Millert, Carmen Ribés cree que cualquier objeto colocado en el lugar preciso (el lugar del goce perdido) y alejado de su uso habitual se puede sublimar, se convierte en algo absoluto, único, en objeto de arte. La sublimación está relacionada con la ausencia del objeto. "En piscoanálisis, recordó Carmen Ribés, el objeto primordial - la madre - se recorta como objeto sobre el fondo de su ausencia". En primera instancia, el arte - como el lenguaje - tapona con una representación (con una presencia ficticia) el objeto ausente, ya que al nombrarlo lo hace presente. "Porque el objeto, nunca está tan presente, advirtió Carmen Ribés, como cuando no está, porque encontramos su marca, su huella por todas partes". Para el psicoanálisis, como para el arte, el objeto está continuamente determinado por la dialectica presencia/ausencia. El arte se despliega en el campo visual (de la representación), y el psicoanálisis se puede situar en ese campo para localizar un objeto peculiar: la mirada. Según Lacan, la dimensión de lo visual/escópico (la percepción) se organiza a partir de lo que lo que se conoce como la fase del espejo"; esto es, el momento en que un niño (entre los 6 y los 18 meses) reconoce su imagen reflejada. Basándose en Lacan, Carmen Ribés aseguró que esta fase "reparte las aguas en dos campos diferenciados": - Por un lado, el campo de lo especular que se conforma en relación con el espejo (y el desdoblamiento que este induce) y culmina en la configuración de la imagen del cuerpo (donde se condensa la mayor parte de la energía libidinal del sujeto). - Por otro lado, aquello que en el campo visual se escapa a la ordenación espacial y geométrica que articula la imagen especular y que se configura por su relación a un objeto no especular (que según la terminología lacaniana se denomina Objeto A). Un objeto que contiene la parte de la energía libidinal del sujeto que no queda anulada por la imagen del cuerpo. "La imagen del cuerpo como culminación del orden de lo especular es, precisó Carmen Ribés, la imagen del otro y a la vez la imagen del cuerpo propio constituyéndose como otro en el espejo". Por tanto, la imagen del cuerpo tapona un agujero, cubre a través de la representación del objeto la ausencia del mismo. Así, la fase del espejo contiene un mecanismo de anticipación y de retroacción, ya que a partir del momento en que el sujeto da forma a la imagen de su cuerpo, este comienza a percibirse como algo deficitario, en permanente estado de fragmentación. La imagen del propio cuerpo, por tanto, toma el valor de un objeto (puesto que es exterior, procede del espejo) y cataliza "la mayor parte del capital libidinal del sujeto que podrá invertir en otros objetos". A su vez, anula el goce que el cuerpo experimentaba previamente a la erección de la imagen de sí mismo, sustituyéndolo irreversiblemente por lo que Lacan llama un "goce imaginario" (un goce de la imagen que condensa toda la energía libidinal del sujeto). Es decir, que a partir de la fase del espejo, se pone en marcha una especie de proceso de alienación que transforma el cuerpo real en una imagen, y convierte el goce real en goce imaginario. La pérdida irreversible del goce real es lo que Lacan denomina Objeto A. La versión más compleja de este déficit (de esta ausencia, de esta pérdida) es lo que la teoría psicoanalítica ha definido como castración (que afecta tanto a la dimensión lingüística como a la sexual). La castración supone la sustitución retroactiva del goce del cuerpo y del goce imaginario por el goce fálico. Desde un punto de vista clínico, si el vacío (evacuación del goce) que produce la castración (que anula no sólo el goce real, sino también el imaginario) no se lleva a cabo - o lo hace pero de forma incompleta - la consecuencia es la erotización o libidinización del campo pulsional del que derive. En el campo anal, por ejemplo, esa libidinización pulsional puede provocar desde un colom irritable hasta problemas de retención, mientras que en el ámbito escópico derivaría en alteraciones psíquicas como las alucinaciones visuales en la psicosis, los fenómenos de Déjà Vu en las neurosis o el delirio paranoico de ser visto o mirado. "Nos encontramos por tanto, insistió Carmen Ribés, ante dos objetos distintos correspondientes a dos goces diferentes: la imagen del cuerpo (que propicia al goce imaginario y que está re-presentada) y lo que Lacan denomina Objeto A (como fórmula del goce perdido)". Según Carmen Ribés, psicóloga de la Diputación de Granada, el arte en general y la pintura en particular se pueden analizar a partir de esta dicotomía. Por un lado, existe un planteamiento artístico que recurre a la imagen como vestimenta del vacío a través de la representación y de la figuración. Por otro, hay un discurso estético que trata de desenmascarar la imagen y mostrar la ausencia real del cuerpo, el vacío que todo objeto envuelve, las artimañas del espejo. Este último se centra en el Objeto A, en el goce perdido (o también en términos psicoanalíticos, en el goce reprimido), en aquello que en el campo escópico no queda absorbido por lo especular, por la conformación de la imagen del cuerpo. Hay que tener en cuenta que el Objeto A - cuyo "nombre último es la nada", subrayó Carmen Ribés - se reviste de formas diferentes dependiendo del campo en el que despliegue su función: oral (objeto oral), anal (excremento), escópico (mirada) o invocante (goce). Según Carmen Ribés, elegir el campo de lo escópico para teorizar sobre el Objeto A es un reto analítico muy complicado, ya que nos coloca ante un objeto (la mirada) ausente, sin sustancia, invisible. Según Lacan, el campo escópico se articula en dos espacios autónomos: la visión y la mirada. En la fase del espejo, el niño alcanza ya la idea de que es mirado, de que hay una mirada fuera de él. Antes de acceder al goce imaginario y de lograr una imagen totalizadora de su cuerpo, el niño ya ha tenido a través de la mirada una experiencia de los otros. Para Lacan, el ejemplo más poderoso de ese objeto peculiar (sin sustancia e invisible) que es la mirada procede del sueño. "El sujeto que sueña, explicó Carmen Ribés, no ve, no puede captarse como sujeto, no es dueño de su mirada, esta gobernado completamente por el otro". Desde el advenimiento de las vanguardias históricas, el arte contemporáneo ha desarrollado una extenuante exploración del vacío, de aquello que escapa a lo especular, a la conciencia del sujeto. Las preguntas referidas a las obras, se han re-dirigido a los espectadores (¿qué ves?, ¿qué entiendes?) y hay un continuo y profundo cuestionamiento de la función y naturaleza del arte (¿para qué sirve?, ¿por qué soy artista?). El espectador ya no es sólo un sujeto que ve, sino que es mirado y su mirada es el objeto en torno al cual gira la obra. Desde un punto de vista psicoanalítico, todo esto supone el desarrollo de un discurso iconoclasta que, según Carmen Ribes, vehicula "un doble déficit: la pérdida del goce imaginario y la carencia de sentido". Así, en ese doble reparto de aguas del que hablaba Lacan, el arte clásico (el arte no iconoclasta) estaría integrado en el orden de lo especular. A través de la figuración (de la representación de la imagen) intenta taponar el agujero primario (revestir el vacío) por donde se escapa la experiencia real de nuestro propio cuerpo (de nuestro yo fragmentado) y propiciar así un goce imaginario (que sustituye al goce real). Por su parte, el arte iconoclasta prescinde de la búsqueda de belleza y de sentido y se empeña en enfocar el vacío, en mostrar el déficit (el Objeto A) que nos ha convertido en sujetos que se perciben a sí mismos como objetos. Es un arte no complaciente - inmerso en una búsqueda perpetua del goce real (irreversiblemente perdido) - que al intentar desenmascarar los trucos del oden especular renuncia también al goce imaginario. Es el territorio del arte contemporáneo, fruto de un siglo marcado por el agujero negro del holocausto judío (la muerte programada de millones de personas como culminación de un proyecto de civilización). Pero ante la imposibilidad planteada por Adorno de un arte después de Auschwitz, Carmen Ribés concluyó su conferencia postulando la necesidad de que el arte mire de frente ese agujero negro. |