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José Luis Chacón: ¿Vale una imagen más que mil palabras? Del registro imaginario al significante del Nombre del Padre

José Luis ChacónAunque no es habitual que el psicoanálisis salga fuera de sus circuitos de difusión y discusión (congresos, publicaciones,...), sus presupuestos teóricos han influido en ámbitos muy diversos como la estética, el análisis textual, la antropología o la semiótica cinematográfica. José Luis Chacón, Responsable del Instituto del Campo Freudiano de Granada, cree que el psicoanálisis (especialmente las enseñanzas de Lacan) puede servir como una poderosa herramienta teórica para discernir aspectos a los que no se puede llegar por otros caminos. "El psicoanálisis, precisó José Luis Chacón durante su intervención en el Laboratorio Rojo (Granada) de F.X. Sobre el fin del arte, requiere de un lenguaje extraño ya que trata sobre lo que está cifrado, sobre el deseo que es significado con relación al significante". El significante designa una pregunta -¿qué significa eso? -, que para ser respondida necesita de un nuevo significante, así como de otras herramientas analíticas procedentes de las matemáticas o la topología.

Conexión entre arte y psicoanálisis
Desde sus inicios el psicoanálisis ha mantenido una relación muy fructífera con el arte, produciéndose una mutua influencia que comienza con las vanguardias históricas (sobre todo con el surrealismo y el dadaísmo) y se mantiene en la actualidad, como se refleja en propuestas recientes de creadores tan dispares como David Lynch o Juan José Millás. A su vez, en la obra de Freud hay un interés evidente por desentrañar la naturaleza del arte, con referencias a Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel, Dostoievski o el mito de Edipo. Para el padre del psicoanálisis, el objeto artístico solamente era interpretable en función del significante, concibiéndolo como una materialización del mecanismo de sublimación "que permite satisfacer las exigencias del yo sin estimular la represión". Sin embargo esa satisfacción sublimatoria que propicia la creación estética no hace al artista feliz.

Las paradojas de la sublimación planteadas por Freud llevaron a Lacan a cuestionar la explicación del arte a través del inconsciente. Para Lacan, el objeto artístico habría que calificarlo como un "síntoma", algo inscrito en el registro de "lo real", que no puede ser abordado mediante la imagen y la palabra (que no es interpretable ni descifrable). La obra de arte es irreductible, inabarcable, no se deja apresar por las significaciones y las explicaciones. Por el contrario, muestra - o más exactamente se muestra -, acontece en la creación misma. El objeto artístico bordea el vacío, explora ese agujero primario - que está en el origen de nuestra constitución como sujetos - por el que se nos ha escapado irreversiblemente el goce de lo "real" (sustituido por el goce imaginario).

Para Lacan el síntoma es el modo particular que tiene cada persona de gozar de su inscosciente. "Desde el punto de vista del psicoanálisis, matizó José Luis Chacón, el goce no es satisfacción, es un placer del inconsciente del que no podemos escapar, del que el sujeto no puede desembarazarse aunque le angustie y moleste". El objetivo de una cura psicoanalítica es precisamente configurar un síntoma propio. Por ello Lacan en su última etapa se alejo del discurso científico (que asociaba al capitalismo) y concibió el arte como un campo de aprendizaje para el desarrollo del psicoanálisis. Según Lacan, amigo de Marguerite Duras, Balthus, Breton o Duchamp, el artista llega de una forma intuitiva (sin saber lo que expresa) a los mismos hallazgos que el psicoanálisis a partir de la aplicación de sus dispositivos clínicos. El arte y el psicoanalisis, por tanto, son homólogos, porque por vías diferentes van al fondo de lo desconocido para encontrar algo nuevo.

El malestar en la cultura
"El objeto artístico, indicó José Luis Chacón, está fundado en la nada y para tener validez debe abrir nuevas fronteras y tratar de decir lo que aún no ha sido expresado". Esto implica la existencia de una especie de ética artística que, basádose en la búsqueda de nuevas formas y en la renuncia al uso de códigos ya establecidos, intentaría obtener un efecto más allá de lo permitido. "Es decir, subrayó Chacón, una ética artística cuyo objetivo sería la introducción por el significante de un vacío en lo real". Sin embargo, la mayor parte de la escena artística actual no toca lo real, se limita a reproducir el imperativo del Mercado que obliga a la producción vertiginosa de supuestas novedades y no apuesta por la indagación de territorios expresivos inexplorados. Según José Luis Chacón el goce de la novedad que caracteriza a la sociedad contemporánea pone de manifiesto la pulsión de "muerte".

En su obra El malestar en la cultura - de donde según un estudio reciente tomó Buñuel el título de su primera película: La edad de oro - Freud introdujo la noción del "amo moderno", plenamente identificable con el nuevo poder capitalista. Tanto el libro de Freud como el film de Buñuel denuncian la existencia de un malestar (una maldición del inconsciente) en una sociedad que camufla el vacío produciendo sin cesar objetos de deseo que son transformados habilmente en objetos de goce al alcance de cualquiera. José Luis Chacón considera que una de las principales aportaciones del psicoanálisis es que ha apuntado un diagnóstico de lo que falta (de lo que no cubre esa producción incesante de objetos), exponiendo las nuevas fracturas del lazo social.

"En el mundo contemporáneo, subrayó José Luis Chacón, el mercado ha ocupado el lugar del significante que falta: el Nombre del Padre". La función de El nombre del padre tiene un efecto de anulamiento, es un artificio discursivo que une el deseo a la ley, a la sociedad. Para José Luis Chacón la crisis de esta función en la actualidad está provocando "una esquizofrenización cada vez mayor", cuyo efecto más evidente es la aparición de síntomas autistas que empujan al sujeto a un goce al margen del lazo social. En la sociedad del espectáculo, lo que Freud catalogaba como corrosivo se ha convertido en una banalidad. "Las escenas, advirtió Chacón, que el autor de La interpretación de los sueños extrajo del inconsciente se exhiben constantemente por todos lados y para todos, niños y adultos; el siglo ha aprendido la lección del perverso". Una esquizofrenia que ha determinado también la evolución del arte contemporáneo, inmerso en una espiral de provocación sin fin que choca con un contexto socio-cultural en el que los espectadores han perdido la capacidad de sorprenderse.

Todo esto conduce a una paradoja: mientras la universalización monoteísta del padre unificador tiene cada vez menos presencia, se impone un proceso de homogeneización de los modos de vidas (unos modos de goces comunes) impuesto por el Mercado que ha ocupado el lugar de Dios.

El arte como síntoma: el imaginario y la iconoesfera.
Desde las vallas publicitarias al ciberespacio, de la televisión a la cultura del logotipo, el Mercado ha convertido el mundo en una iconoesfera, un espacio dominado por la profusión de imágenes. Una conversión, anticipada ya por las vanguardias históricas, que ha alcanzado su consolidación definitiva tras el atentado del 11 de septiembre (retransmitido en directo a un mundo fascinado por las imágenes de las Torres Gemelas envueltas en humo). "En esta iconoesfera, indicó José Luis Chacón, las propuestas iconoclastas pueden articular un discurso político que denuncie el vacío y la falta de significante del Nombre del Padre en la sociedad actual".

"Pero, ¿qué es una imagen para el psicoanális?, se preguntó José Luis Chacón. En el Seminario 11, Lacan desarrolla su trabajo sobre la pulsión escópica (estructurada por la ruptura entre el ojo y la mirada) e introduce la noción del Objeto A, concebido como una parte del cuerpo que se desprende (la mirada en la pulsión escópica, el excremento en la pulsión anal, la voz y la escucha en la pulsión invocante). Lacan establece la ruptura entre ojo y mirada a partir de la dialéctica entre lo invisible (lo que se oculta, se ausenta) y lo visible (lo que está presente). "Hay que tener en cuenta, advirtió José Luis Chacón, que no hay cuerpos translúcidos, como en la luna, delante o detrás, a la izquierda o a la derecha siempre hay algo que no es visible para nosotros".

Ver no es mirar. La mirada es una habilidad reservada al sujeto humano. Para Lacan, la mirada (el Objeto A de la pulsión escópica) está presente como una condición de la realidad, pero no se percibe, no se experimenta. "La mirada, subrayó José Luis Chacón, no se ve". La mirada es identificada por Lacan con el vacío, mientras el ojo (la visión) se concibe como un órgano (el contexto en el que emerge y se desarrolla la mirada).

En Las cárceles del goce, Jacques Alain Miller parte de las nociones de velo, pantalla y máscara de Lacan para distinguir dos posiciones (dos miradas diferentes) en relación al objeto artístico. Por un lado, la posición del artista, que deposita/arroja restos de su mirada en la obra "como si fuese una meada o un excremento". Por otro, la posición del espectador que depone la mirada ante la obra de arte para aplacar su angustia de castración (pues el objeto artístico parace mostrar que nada falta). "En este sentido, señaló José Luis Chacón citando a Miller, el objeto artístico puede describirse como una cárcel del goce, una cárcel de la mirada".

No obstante ciertas propuestas artísticas iconoclastas han intentado subvertir estas dos posiciones, interpelando al espectador para se siente mirado y capturado. Propuestas que han puesto de manfiesto la condición de voyeur de todo espectador, pero que, en última instancia, no dejan de tener un efecto apaciguador. Algo parecido planteaba Caravaggio en el siglo XVII al asegurar que "todo cuadro es una cabeza de medusa (...), que se puede vencer el terror mediante otra imagen del terror". "La fascinación, subrayó José Luis Chacón, significaría precisamente eso: el que ve, no puede apartar su mirada". Y de igual modo que en el inconsciente hay fallas del lenguaje (lapsus, olvidos,...), la fascinación podría describirse como un falla de la visión.

Los nombres del padre
En la única reflexión específica sobre el tema de la iconoclastia que se puede encontrar en la obra de Lacan hay una clara referencia al concepto del Nombre del Padre". Es una reflexión incluida en el Seminario 11 donde se alude a la prohibición de las imágenes en la Torá, a la idea del Dios único y a una de las obras claves del pensamiento Freudiano: Moises y la religión monoteísta.

"El judaísmo, señaló José Luis Chacón citando a Freud, promovió el significante del Padre, elevando a Dios a categoría de idea". El Dios de los judíos es un Dios sin nombre, sin rostro, que no puede decirse ni representarse en imágenes, que está desmaterializado. La prohibición de las imágenes que postula el Dios único de la Torá supuso una exigencia de sacrificio de las pulsiones que llevó al pueblo judío a cimas éticas no alcanzadas por ningún pueblo pagano de la Antigüedad. Pero al mismo tiempo produjo un desarollo del sentimiento de culpa que contenía un odio reprimido hacia la figura del Padre. Los judíos como pueblo elegido habían adquirido una deuda simbólica con el Padre que el cristianismo liberó a través de la muerte del Hijo. "En este sentido, matizó José Luis Chacón, el cristianismo puede entenderse como un retorno de lo reprimido que, en su intento de universalización de un Dios para todos, permitió la vuelta de las imágenes paganas". Para Freud, por tanto, el Padre produce y genera culpa, porque su ley (identificada con la limitación del goce) impone la castración.

Sin embargo, en la última enseñanza de Lacan, el concepto del Nombre del Padre varía mucho del propuesto por Freud. Para Lacan el Nombre del Padre, atravesado por los tres registros (real, simbólico e imaginario) designa un nombre de nombre de nombre. "Esto es, precisó José Luis Chacón, una estructura ternaria impronunciable, la metáfora de un agujero". El nombre del padre sería un cuarto registro que desanuda los otros tres, permitiendo articular diferentes combinaciones: imaginario de lo real de lo simbólico, lo real de lo simbólico de lo imaginario, etc. Es un artificio discursivo que une el deseo a la ley, pero que no funciona como algo general, sino uno por uno. Lacan lo concibe como un dispositivo de sociabilidad que permite disociar Padre de interrupción del goce. "Al contrario que Freud, concluyó José Luis Chacón, Lacan conecta el goce con el Nombre del Padre, ya que la función de este no es prohibir o engendrar culpa, sino unir el deseo a la ley y hacer surgir la singularidad reprimida".