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Adolfo Jiménez: Por sus obras, lo conoceréis |
Según Freud, la transferencia es el hecho de que durante el análisis, el analizante transfiere al analista sentimientos, intenciones e incluso pensamientos (un capital simbólico) que estaban alojados en su inconsciente (lo que le hace pensar que no son suyos, que no le pertenecen). "En un primer momento, apuntó Adolfo Jiménez, la maniobra del analista consiste en manifestar su ignorancia y su interés por ese capital, suponiendo siempre que es el sujeto analizante quien lo atesora". Esta suposición de saber inconsciente puesta de manifiesto de manera efectiva dentro del dispositivo analítico es denominada por Lacan Sujeto-Supuesto-Saber (que es correlativo al término de transferencia). Es decir, el analista supone que hay un sujeto que sí sabe cuando el analizante dice no sé. Hay que tener en cuenta que cuando hablamos, decimos mucho más de lo que queremos decir, porque hay aspectos del lenguaje de los que no somos conscientes. En este sentido Lacan considera que la comunicación humana no es la transmisión de datos en un mensaje unívoco, sino un malentendido, la necesidad de explicar lo que se ha querido decir porque se ha entendido otra cosa. ¿Y qué se ha querido decir (y qué se ha entendido) con el título de este laboratorio: F.X. Sobre el fin del arte? ¿Es lo mismo el final del arte que su finalidad? Si la respuesta a esta segunda pregunta fuese afirmativa, supondría que la finalidad del arte sería su realización definitiva, su acabamiento. "Pero además, ¿hablar del fin del arte no es una forma de expresar un deseo de que realmente se acabe?", preguntó retóricamente el analizante al analista. En este punto Adolfo Jiménez recurrió a la máxima bíblica que titula este resumen: "por sus obras, lo conoceréis". De esta máxima se pueden deducir dos ideas: - Una cosa es lo que uno dice y otra lo que uno hace (es decir, el ser humano - animal hablante - puede mentir). - Son las obras del sujeto las que de forma retroactiva nos permiten entender sus verdaderas intenciones que pueden no coincidir con sus propósitos declarados. O dicho de otra forma, al artista se le reconoce por sus obras y el auditorio en una conferencia tiene que esperar que el ponente acabe su intervención para saber qué es lo que ha dicho (más allá de lo que él cree que ha querido decir).
Un significante se puede definir como cualquier cosa que sea distinta de otra. Siguiendo el mismo esquema retroactivo que explica que las verdaderas intenciones de un sujeto sólo se conocen por sus obras, el significado de un significante sólo aparece cuando este último se pone en relación con otros significantes. Por ello, cualquier combinación de significantes diferentes produce significados distintos. "No es lo mismo, precisó Adolfo Jiménez, hablar de iconoclastia en una Iglesia que hacerlo en un seminario sobre arte contemporáneo". Lacan, que concebía que el origen del lenguaje era sexual, intentó explicar la operación por la que un significante le da sentido a otro a partir del comportamiento del niño que, en una fase en la que aún no ha desarrollado la habilidad del habla, comienza a preguntarse por qué la madre no está siempre con él. Una ausencia que el niño no desea y que está provocada por el interés que tiene la madre por otras cosas, entre ellas, el padre. Es decir, el deseo que tiene el niño de que la madre no se ausente es, hasta entonces, puro significante, pero adquiere significado al relacionarse con otro significante (el interés de la madre por otras cosas) que Lacan denomina Nombre del Padre. "Este Nombre del Padre, precisó Adolfo Jiménez, es el significante que permite dar sentido al resto de los significantes. Y ese sentido, vinculado a la pérdida, es siempre sexual". El Nombre del Padre no es un dato de experiencia, es algo inconsciente. Es un significante sin significado, al que el sujeto no puede dar nombre pues no se relaciona con ningún otro significante ("me adorarás sin asociarme a nada", Corán 24,55). Los significantes del inconsciente (representado por el sujeto del inconsciente S, tachada) funcionan como este Nombre del Padre, ya que al estar reprimidos no tienen significado. Además producen un plus de goce, que también se conoce en la terminología lacaniana como Objeto A.
"Y todo esto, ¿qué tiene que ver con la iconoclastia?", se preguntó Adolfo Jiménez. Una imagen puede tener el valor de un significante que le da sentido a los demás significantes. La acción del iconoclasta se dirige hacia ese tipo de imágenes, cuya profunda significación simbólica remite directamente a la noción del Nombre del Padre. Según una de las acepciones del diccionario de la RAE, iconoclastia es "la acción de negar la merecida autoridad de maestros, normas y modelos". Una definición que trasladada al ámbito psicoanalítico designaría la acción de ir contra el Padre. Pero en la sociedad actual, también el arte (incluso cuando intenta vehicular un discurso iconoclasta) está atrapado en ese circuito al servicio de un amo anónimo (el Mercado) que produce sin cesar plus de goce (objetos de consumo). "Algo inseparable de todo artista, recordó Adolfo Jiménez, es su deseo de reconocimiento (no sólo económico)". El artista iconoclasta también busca ese reconocimiento: intenta provocar el desconcierto con el objetivo de que su obra suscite un horror fascinado en los espectadores. El discurso capitalista es capaz de neutralizar cualquier acto iconoclasta al convertir la acción de mostrar el vació de sentido (de atentar contra el Padre) en un nuevo foco de producción de objetos de consumo (de plus de goce). |