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Francisco J. Ayala: De la genética a la cultura: singularidad de la especie humana

Francisco J. AyalaLa capacidad de transmisión de información intergeneracional que permite la herencia cultural ha sido mucho más determinante en la evolución del ser humano que el desarrollo estrictamente biológico. Para Francisco J. Ayala, Doctor Honoris Causa en diversas universidades españolas y europeas, la herencia cultural debe concebirse como un eficaz método de adaptación al ambiente que nos permite sobrevivir en entornos que no nos son propicios, distingue al ser humano del resto de las especies animales y promueve una serie de atributos específicos y exclusivos como la ética o el sentimiento religioso. La evolución de los primates es un proceso muy complejo que está determinado por muchos factores. "Un árbol con muchas ramas", en palabras de Francisco J. Ayala, en el que podemos encontrar una línea evolutiva que lleva de los chimpancés a los seres humanos y que comenzó a fraguarse hace 6 u 8 millones de años.

En esa época se produjo la primera gran mutación anatómica que nos separa de nuestros parientes más cercanos y que aceleró sustancialmente la evolución del ser humano: la adquisición de la postura bípeda. "Desde un punto de vista biológico, subrayó Fracisco J. Ayala, la postura bípeda es muy importante ya que deja las manos libres, lo que permite primero usar herramientas y posteriormente construirlas". La construcción de utensilios favorece a su vez el crecimiento del cerebro, ya que exige formar imágenes y anticipar consecuencias. Pero además, en un complejo proceso de interacción que llega hasta nuestros días, la evolución cerebral no sólo permite crear herramientas cada vez más sofisticadas y eficientes, sino que también condiciona la configuración anatómica y fisiológica de los seres humanos.

Mientras en el resto de las especies animales, el tamaño del cerebro es proporcional a sus dimensiones corporales, en los primeros homínidos que adquirieron la postura bípeda se observa ya un crecimiento mucho más acusado de la masa encefálica que del resto de sus órganos. Así, de los 400 centímetros cúbicos del homo africansis, se pasa a los 900-1200 del homo erectus o a los más de 1400 de nuestro antepasados directos, el homo sapiens. El homo erectus es el primer homínido emigrante que sale del Africa tropical y comienza a habitar en otros espacios, mientras el homo sapiens (que tiene una configuración anatómica muy similar a la nuestra) emprende ya una intensa y extensa conquista territorial que le lleva primero a Asia y Oceanía y después a Europa y América.

>Además del bipedalismo y de la postura erguida, Francisco J. Ayala recordó que hay otros rasgos fisiológicos que han desempeñado un papel fundamental en el proceso evolutivo de la especie, como la aparición de los pulgares (que permite manipular mucho mejor las herramientas), la reducción de la mandíbula (a causa del crecimiento del cerebro), la disminución del vello (al descubrir otros elementos para combatir el frío) o la ovulación críptica y la receptividad sexual continua (que está en el origen de la unidad familiar). También hay una serie de atributos culturales que le distingue del resto de los seres vivos, como la capacidad de abstraer, categorizar y tener razonamientos lógicos, el grado de sofisticación de su lenguaje simbólico y de su sistema de organización y cooperación social, la conciencia de la individualidad o su habilidad para expresar sutilmente las emociones.

¿Pero hasta que punto los atributos de la evolución cultural humana derivan del desarrollo anatómico, o viceversa? Para Francisco J. Ayala la herencia cultural es mucho más poderosa (más eficaz y más rápida) que la biológica, ya que no sólo se extiende por trasmisión vertical (de padres a hijos) sino también de modo horizontal. "Así, explicó Ayala, mientras que para que una mutación biológica alcance a toda la especie es necesario que transcurran muchas generaciones, la evolución cultural se puede trasmitir en un periodo temporal muy corto (incluso menos de una generación), y además, y esto es fundamental, se puede controlar y dirigir".

>Con este planteamiento, Ayala se desmarca de las tesis defendidas por los sociobiólogos o psicologistas evolutivos, quienes consideran que todos los comportamientos culturales y sociales son consecuencia de una evolución biológica. Para el ex-Presidente de la American Association for the Advancement of Science, los sociobiólogos parten de una confusión conceptual al no diferenciar entre "sentido moral" (tendencia a juzgar las acciones como morales o inmorales) y "normas de moralidad" (existencia de un código que permite dilucidar entre acciones moralmente malas o buenas). "Haciendo un paralelismo con el lenguaje, apuntó Francisco Ayala, es como confundir la capacidad para hablar con la existencia de idiomas particulares".

Francisco J. AyalaSegún la concepción de Ayala, las condiciones para que exista un sentido moral proceden de la evolución biológica que ha experimentado el hombre y que le ha capacitado para anticipar las consecuencias de sus acciones (construcción de utensilios), hacer juicios de valor (decidir que es deseable y que no) o gozar de "libre albedrío" (el impulso necesario para buscar alternativas a lo pre-establecido por el orden natural). Sin embargo, la existencia de las normas de moralidad son fruto de nuestro desarrollo cultural, no una mera consecuencia de la evolución biológica. Aunque dicho desarrollo, evidentemente, no puede eludir los imperativos biológicos de la especie. "Por ejemplo, matizó Francisco J. Ayala, una sociedad cuyo código moral impusiera la observancia estricta del celibato no podría sobrevivir y, por tanto, evolucionar".

La tesis postulada por los sociobiólogos se basa en el descubrimiento que se hizo en la década de los 60 en torno a las misteriosas causas del llamado "altruismo biológico". Entonces se supo que el comportamiento altruista que puede observarse en ciertos animales (que realizan una acción costosa de cuyo resultado, al menos aparentemente, se benefician otros), favorece la selección natural y permite la evolución biológica de su especie. Esto explica el altruismo de las abejas obreras, esforzados seres estériles al servicio de la Reina y de los Zánganos que, por un complejo mecanismo de herencia genética, consiguen perpetuar 3/4 partes de sus genes (frente a la mitad de los humanos) en los descendientes de la colmena.>

Francisco J. Ayala admite que el altruismo biológico y el moral se asemejan en las consecuencias que generan (toda la especie se beneficia de un coste individual) pero difieren en las causas que lo motivan. Desde una perspectiva exclusivamente biólogica, los individuos que practican el altruismo moral no salen favorecidos, ya que tienen un coste mayor y un beneficio menor que aquellos que no lo practican. Por tanto, cuando deciden ser altruistas no lo hacen por un cálculo genético o de mero instinto de supervivencia. Sin embargo saben que su acción, aunque puede causarles perjuicios individualmente, es beneficiosa para el conjunto de la sociedad.

En este sentido, Francisco J. Ayala, puso como ejemplo las tablas de los Diez Mandamientos de Moisés que establecieron un conjunto de reglas morales en muchos casos contrarias a la evolución biológica (castigar el adulterio, por ejemplo, es limitar las posibilidades naturales de reproducción), pero que sin embargo permitieron que un pequeño grupo de individuos sobreviviera durante más de 40 años en un desierto inhóspito y en unas condiciones ambientales miserables. "Parece evidente, concluyó Francisco J. Ayala, que fue una estrategia exitosa, pues en la actualidad hay más de 2.500 millones de descendientes (judíos, cristianos y musulmanes) de esa tribu de esclavos".