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Luz Mary Giraldo: La ciudad escrita: márgenes y centros |
La ciudad no es sólo un lugar sobre el que se escribe o se construye y suceden cosas, sino que es una entidad que se formaliza, se dice y se nombra. Es un cuerpo complejo que incesantemente se va construyendo y volviendo a construir, y no puede definirse utilizando exclusivamente criterios geográficos y demográficos (que la reducen a un conjunto de calles y edificios donde habita gente). Hay muchos tipos de ciudades - capital, megalópolis, eterna, santa, fortificada, natal, abierta, dormitorio, jardín, universitaria,... - y cada una de ellas evoca imaginarios muy diferentes (configurados tanto por la literatura como por el conocimiento científico, el saber cotidiano o los medios de comunicación). Desde la arquitectura, Rogelio Salmona la concibe como el "espacio público por excelencia" y "la creación más espiritual de nuestra civilización", mientras Richard Sennet la ve como "carne y piedra". A partir de una óptica muy diferente, el antropólogo Marc Augé se interesa por sus espacios del anonimato (los no-lugares) - imprescindibles para la circulación de sus usuarios -, el filósofo Javier Echeverría explora la nueva ciudad tecnológica, y Juan Carlos Jaramillo, siguiendo los postulados de El principito de Saint Exupery, destaca la continua tensión entre domesticación e invasión que caracteriza la vida en los asentamientos urbanos. Centrándose en el caso latinoamericano, José Luis Romero encuentra vínculos profundos entre las ciudades, las ideas, las sociedades y las creaciones, mientras Armando Silva (director del proyecto Culturas urbanas en América Latina y España desde sus imaginarios sociales) cree que puede concebirse como un escenario del lenguaje, de evocaciones y sueños.
"También Bogotá, subrayó Luz Mary Giraldo, es y ha sido recreada incesantemente por la literatura: siempre a punto de parecerse a algo (María Mercedes Carranza); un lugar de calles ajenas (Flor Romero); con una tenue lluvia entristecida (Jorge Guillén); o evocada mediante una serie de analogías que aluden a la mujer o a lo femenino (Mario Mendoza, Nicolás Suescún)". Hay autores que buscan en la capital colombiana sus escenarios de multiplicidad y pluralidad (donde conviven la riqueza y la miseria, el orden y el caos, la quietud y lo peligroso) y otros que la perciben como un espacio de la civilización que favorece la erudición y el conocimiento. También está la Bogotá de los desplazados, que recorren aturdidos una periferia que crece sin parar, y la de los que viven el vértigo de sus noches postmodernas, tan parecidas a las de cualquier otra metrópolis de la aldea global. "Bogotá, explicó Giraldo, es un gran espectáculo donde cada espectador o autor vive la función que su experiencia proyecta (...) La ciudad se revela, en fin, como un performance cargado de sentido".
La ciudad en el tiempo
La producción creativa de José Antonio Osorio Lizarazo, que se extiende desde los años 30 hasta la década de los 60, es el ejemplo más representativo de la literatura sobre Bogotá de la primera mitad del siglo XX. A partir de un estilo naturalista heredero de E. Zola, Lizarazo aborda las migraciones masivas del campo a la ciudad que se produjeron en las primeras décadas del siglo pasado y que generaron la aparición de las culturas urbanas marginales. Con un claro interés testimonial, Lizarazo (que además de escritor era periodista) nos muestra como estos campesinos - que llegaban a una ciudad (Bogotá) en pleno proceso de modernización y desarrollo - no renunciaron nunca a sus costumbres rurales. En la línea de Osorio Lizarazo, una serie de autores que publicaron la mayor parte de su obra en la segunda mitad del siglo XX, encuentran en Bogotá el escenario perfecto para ubicar historias sobre la lucha de clases y el choque entre lo urbano y lo rural. En algunos casos, los protagonistas son emigrantes extranjeros recién llegados a la ciudad, una comunidad que desempeñó un papel fundamental en el desarrollo económico del país latinoamericano durante aquellos años. Un ejemplo es Los elegidos (1952), de Alfonso López Michelsen (que posteriormente sería presidente de la República) donde se describe en tono crítico los ritos y costumbres de una aristocracia bogotana que vivía al margen de la realidad de su país. Narrada desde el punto de vista de un alemán de origen judío que llega a Bogotá huyendo de los nazis, la novela también se acerca a otros dos sectores sociales: el de los servidores (aquellos que prestan servicios a la aristocracia) que son conscientes de los problemas que vive la ciudad pero se juegan demasiado como para intentar transformar nada; y el de los extranjeros, que viven aislados del resto de la sociedad en comunidades endógenas y autosuficientes.
Con la intención de desarrollar una especie de sociología literaria urbana, en la década de los 60 y los 70 surgió un grupo de escritores que describía la ciudad desde la perspectiva de las clases más desfavorecidas. En pleno boom de la narrativa latinoamericana (Cortázar, Vargas Llosa,...), estos autores quieren remarcar su distancia con la gran figura de las letras colombianas (Gabriel García Márquez, que ya por entonces gozaba de fama internacional) y buscan tanto un cambio de estilo como de temática. Frente a los personajes marcados por su origen rural que pueblan las obras del autor de El amor en los tiempos del cólera, ellos reclaman una forma de escritura propia de la ciudad y optan por dar protagonismo a dos nuevos modelos de mujeres urbanas: camareras de bares y cantinas que proceden de extractos muy bajos de la sociedad y mujeres jóvenes que empiezan a integrase en el mundo universitario y profesional. "Así, por ejemplo, señaló Luz Mary Giraldo, la protagonista de Fiesta en Teusaquillo (escrita por Helena Araujo) es una mujer burguesa que busca ser contestataria y se rebela contra el ambiente opresivo y sexista en el que vive". En la recta final de su intervención en el seminario De lo mismo a lo de siempre, Luz Mary Giraldo, profesora de la Universidad Javeriana y de la Universidad Nacional de Colombia, explicó que en los últimos 20 años se han desarrollado dos grandes líneas de fuga en la narrativa colombiana que ha abordado el tema de la experiencia urbana contemporánea: la de la ciudad en crisis y la de la ciudad escéptica/ecléctica. La primera línea de fuga hace referencia a las novelas que describen una ciudad en crisis (marcada por tensiones sociales y políticas que a lo largo del siglo XX se han ido repitiendo cíclicamente), poblada por seres desplazados que han tenido que abandonar sus hogares y no saben muy bien ni hacia donde van ni qué es lo que buscan. Esta ciudad de los desplazados que intentan encontrar un sitio donde vivir (aunque sea tenebroso) ha provocado el desarrollo en la periferia de Bogotá de una de las zonas más problemáticas de todo el cinturón metropolitano, Ciudad Bolívar, donde se ubica el argumento de Sangre ajena (2001), de Arturo Alarpe. Protagonizada por dos jóvenes angustiados y escépticos que por cuestiones económicas se ven abocados a ejercer de sicarios, Sangre ajena muestra las consecuencias de un desplazamiento forzado y habla de un Bogotá que se ha convertido en un lugar complejo y desconcertante, peligroso y fragmentado. En clave más alegórica (con conexiones a textos bíblicos y clásicos), La multitud errante (2002), de Laura Restrepo, narra las peripecias de "Siete por Tres" (un desplazado que ni siquiera tiene un nombre reconocible) que busca a Matilde Lima por un Bogotá difuso, yendo de un refugio provisional a otro y sin encontrar nunca un lugar para quedarse.
En este apartado podríamos incluir a autores como Santiago Gamboa, cuya literatura de la truculencia conecta con cierta tendencia del cine contemporáneo (Amores perros, Pulp fiction, Trainspotting,...); Rafael Chaparro Madiedo, que en Opio en las nubes concibe la ciudad como un espacio cosmopolita alimentado por la cultura de la "rumba dura" y las "fiestas ácidas"; Mario Mendoza, con obras como Satanás, basada en la historia real de un ex-combatiente de Vietnam llamado Campo Elías que asesinó en Bogotá a varias personas; o Alonso Sánchez, cuya novela Al diablo la maldita primavera, narra vertiginosamente y con estilo autobiográfico las peripecias de una Drag Queen por los ambientes nocturnos bogotanos. |