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Yves Michaud: Art, transgression et excès aujourd'hui |
Profesor de Filosofía de la Universidad de Rouen y autor de libros como La Crise de l'art contemporain, Utopie, democratie et comédie (1997) o L'art à l'état gazeux, essai sur le triomphe de l'esthétique (2003), Yves Michaud estructuró su intervención en la segunda jornada de (a-S) arte y saber en cuatro fases independientes pero interconectadas. Primero explicó las razones por las que considera que la mayor parte de la producción artística contemporánea es conformista, bienpensante y políticamente inofensiva, incluso aquellas propuestas que conscientemente articulan planteamientos discursivos provocadores y radicales. Después analizó desde una perspectiva filosófica nociones como trasgresión, caos o norma. En tercer lugar abordó una serie de prácticas marginales y muy minoritarias que ya sea a través de la performance o de lo que se conoce como arte bio-tecnológico, logran traspasar las fronteras de lo social y políticamente aceptable, con propuestas agresivas e impactantes que flirtean con el mal y generan un cortocircuito en los espectadores (incluso en los más habituados a los "excesos" del arte contemporáneo) que no saben cómo reaccionar ante ellas. Finalmente se preguntó por los motivos que hay detrás de estas prácticas trasgresoras -que en muchos casos incluso bordean el terreno de lo delictivo y de la auto-aniquilación- y reflexionó sobre la dimensión luciferiana (demoniaca) presente de un modo transversal en toda la historia del arte. En la actualidad, las prácticas artísticas visuales ocupan un espacio social paradójico, ya que se sitúan a la vez dentro y fuera de la sociedad. Por un lado, están plenamente integradas en el entramado cultural, social y económico de los países occidentales, donde existe una poderosa red pública y privada (galerías, museos, centros institucionales, fundaciones, bienales, ...) que apoya e impulsa el arte contemporáneo a través de mecanismos muy diversos (compras directas, política de becas, subvenciones, execiones fiscales,...) y posibilita que invertir en arte sea un valor relativamente estable en el mercado financiero internacional. "Todas las ciudades importantes, recordó Yves Michaud, incluso las que están gobernadas por políticos muy conservadores, aspiran a tener su propio museo de arte contemporáneo y a organizar algún evento artístico, si puede ser una bienal, de carácter internacional". A pesar de todo esto, el arte ocupa una posición marginal, como si fuese un elemento decorativo o una especie protegida en peligro de extinción a la que se mantiene en una reserva para permitir su supervivencia. De hecho, en términos culturales, otras manifestaciones expresivas como la música, el cine o la televisión tienen mucha más relevancia social. Las producciones artística que antaño generaban sarpullidos en la sociedad, son ahora percibidas como excentricidades inofensivas -si acaso algo inoportunas o irreverentes- que se valoran con cierta condescendencia paternalista o, en el peor de los casos, con una ironía burlona. Pero ésta es una situación que conviene a ambas partes. A la sociedad le depara un importante beneficio simbólico y económico, ya que logra integrar las artes plásticas en su paquete de ofertas culturales, en particular dentro de la industria turística ("junto a la comida, el folclore o las vírgenes milagrosas", bromeó Yves Michaud). A los creadores, les coloca en una situación de cómoda marginalidad que sin contradecir su afán de malditismo y trasgresión, les permite sobrevivir en las reservas intelectuales en las que se han convertido los circuitos artísticos. "No hay que olvidar, advirtió Yves Michaud, que el arte contemporáneo necesita esta protección para poder competir con otras producciones culturales que gozan de una aceptación popular mucho mayor". Además, gran parte de las trasgresiones que han promovido las artes plásticas durantes las últimas décadas, se aceptan y usan en otras prácticas culturales contemporáneas como la publicidad, la moda, la televisión o el activismo político (y muchas veces, con resultados bastante más radicales y provocadores). Desde el desnudo o la representación explícita de actos sexuales (películas pornográficas, publicidad con fuerte carga erótica,...) a la representación de la enfermedad y la muerte (campañas de Benetton o de ciertas ONGs, propaganda contra el tabaco,...), pasando por las prácticas de modificación corporal (tatuajes, piercings,...), el comercio de lo íntimo (reality shows,...) o la denuncia política (movilizaciones altamente estetizadas de los grupos antiglobalizadores,...). "Ante las contundentes acciones contra el G8 o la OMC de los movimientos alter-mundialistas, se preguntó Yves Michaud, ¿cuál es el potencial subversivo de las propuestas de Hans Haacke?; ¿y la imaginería de Andrés Serrano, qué capacidad trasgresora tiene frente a la frivolización de la diferencia y de la enfermedad que promueven las campañas de Benetton?; ¿y qué tipo de provocación pueden ejercer las imágenes de sexo explícito de Jeff Koons después de que Rocco Siffredi se haya convertido en un icono popular?". La creciente estetización del imaginario social hace que el arte necesite de unos espacios reservados donde su actividad sea reconocible e identificable y en los que se puedan llevar a cabo sus rituales de iniciación y celebración a salvo de incómodas interferencias que confundan a sus siervos. Lo paradójico es que, aunque sigue basándose en una idea del compromiso político heredada de la modernidad, la trasgresión en el arte contemporáneo es, ante todo, formal y está plenamente domesticada. Estamos en una sociedad en la que el Derecho (en sus numerosas variantes) determina nuestras vidas a través de múltiples sistemas reglamentarios cada vez más sofisticados y complejos. La trasgresión supone una violación de un reglamento, y si se repite continuadamente puede llegar a producir nuevas normas -como ha ocurrido con buena parte de las innovaciones rupturistas en el arte del último siglo- o a conducir a un estado de caos absoluto. El pensamiento también se basa en un sistema de reglas, por lo que desde una perspectiva racional es difícil concebir un mundo absolutamente anárquico. En cualquier caso, el caos se podría definir mediante una enumeración infinita de trasgresiones que nos haga evocar un mundo en el que las propiedades de las cosas cambian continuamente y nada permanece estable. "Ejemplos aproximados a una idea del caos total, señaló Yves Michaud, se pueden encontrar en ciertas películas de terror en las que el monstruo nunca muere (por mucho que se le ataque) o en algunas situaciones de ultraviolencia política donde se suceden acciones cada vez más brutales". Frente a la concepción fuertemente normativa del arte clásico y académico, el arte moderno y contemporáneo encuentra en la trasgresión su principal seña de identidad. Una trasgresión que históricamente se ha desarrollado a través de dos vías fundamentales (que unas veces confluyen y otras chocan). Por un lado, la búsqueda de una ruptura radical y continua con el sistema reglamentario del arte, cuyo principal representante sería Marcel Duchamp (alguien que nunca tuvo un compromiso político). Por otro lado, una trasgresión que trata de influir fuera del campo del arte y tener un impacto político y social. Esta segunda modalidad de trasgresión puede ser involuntaria (como le ocurrió a Manet con su Almuerzo en la hierba) o voluntaria (como la que busca Valie Export mostrando su sexo) y según Yves Michaud sólo se ha producido de manera significativa en algunos periodos específicos de la historia del arte contemporáneo. A finales del siglo XIX, entre 1910 y 1920 (con el dadaísmo y Cabaret Voltaire) y en la primera mitad de la década de los setenta (con la proliferación de perfomances y happenings muy peligrosos y provocadores, la emergencia del body art o del accionismo vienés, la Documenta de Kassel de 1972 o ciertas propuestas minimalistas y conceptuales). "Durante esos periodos, advirtió Yves Michaud, las trasgresiones tuvieron cierto impacto político porque aún prevalecía una cierta noción romántica del arte, pero en la actualidad existe un distanciamiento insalvable entre la élite artística y la sociedad que impide que se pueda establecer una interferencia efectiva". Con la desaparición de los grandes relatos, el escepticismo se ha adueñado de las sociedades postmodernas y ha hecho que se desvanezca la esperanza de que desde el arte se puede generar una transformación social y política. Una idea profundamente pesimista que ya apuntaba Greenberg a finales de la década de los 30 en su ensayo Vanguardia y Kitsch. A su vez, la actual normalización de la trasgresión artística coincide con una pérdida de confianza generalizada en la capacidad de la acción política para provocar un cambio integral del Sistema. Una falta de expectativas que, según Yves Michaud, se refleja en el hecho de que los nuevos movimientos de resistencia global no surgen con la intención de tomar el poder, sino con la idea de promover transformaciones en ámbitos (geográficos o sectoriales) locales a través de la creación de lobbys específicos o de llamativas propuestas mediáticas. Además, el capitalismo avanzado ha "vampirizado" la vieja aspiración de las vanguardias históricas de buscar continuamente la innovación, mientras en el mundo del arte crece la sensación de que ya se han experimentado todas las trasgresiones posibles y que no tiene sentido llegar más lejos. Desmantelado el ideal moderno del progreso social, político y artístico, lo único que queda es acudir al re-make y al re-vival (el retorno de la performance, del ready made, del body art,...), un fenómeno que el Capital puede manejar a su antojo. En un contexto en el que el poder (convertido en una instancia multinacional y difusa) ha conseguido neutralizar el potencial subversivo de la mayor parte de las acciones anti-sistema, uno de los pocos caminos que le queda al arte para seguir resultando trasgresor es arremeter contra tabúes profundamente arraigados (la antropofagia de fetos, el sexo violento con niños,...) o cuestionar derechos y principios ampliamente aceptados (al menos, en apariencia) por las sociedades contemporáneas (la tortura de personas y animales, los atentados graves contra el medio ambiente, la clonación humana,...). De esta forma, puede salir del ghetto en el que se le ha encerrado y situarse en un territorio fronterizo -y también muy peligroso- donde coquetea con los límites legales y con los presupuestos éticos y morales más extendidos y respetados en el mundo contemporáneo. En esta línea se inscribirían, según Yves Michaud, ciertas acciones de crueldad con animales, auto-mutilación y canibalismo que están realizando varios jóvenes artistas chinos: desde las perfomances de Zhu Yu -en las que aparece comiéndose un feto- a esculturas reales de perros despellejados y carbonizados (Peng Yu), pasando por acciones de extrema autoflagelación en las que algunos creadores han llegado a imprimirse con hierro caliente su DNI en la espalda (Yang Zhichao) o a dejarse apedrear con un ladrillo (Yang Fudong). Igual de contundentes y rupturistas pueden considerarse las performances quirúrgicas de creadoras como Saint Orlan (que logran cuestionar la relación, aparentemente natural, entre identidad y cuerpo), las escatológicas y sangrientas orgías litúrgicas del austriaco Otto Muehl o algunos proyectos de arte transgénico y de manipulación bio-tecnológica (como las propuestas de Nathalie Jeremijenko o de Eduardo Kac donde se justifica en nombre del Arte, prácticas científicas -como la clonación humana- que bordean la legalidad y que son censuradas por la mayor parte de la población). Yves Michaud excluye conscientemente de esta categoría ciertos proyectos que tratan de ser muy radicales y trasgresores pero que, en el fondo, no plantean ninguna cuestión que la sociedad rechace de plano: como el envilecimiento remunerado de Oleg Kulik (con performances en las que se exhibe como si fuera un perro) o la prostitución concebida como un gesto artístico del italiano Alberto Sorbelli. "Sólo hay que encender la tele, subrayó Michaud, para ver ejemplos variopintos (y en muchos casos, más honrados y extremos) de este tipo de actitudes supuestamente escandalosas". "Pero, ¿qué hace posible, psicológica y moralmente, se preguntó Yves Michaud en la fase final de su intervención en (a-S) arte y saber, que esta nueva generación de artistas chinos llegue a unos extremos expresivos tan violentos y chocantes?". En un primer momento, se podría argumentar que están locos, pero sería falsear la realidad pues se trata de personas que son plenamente conscientes de lo que están haciendo y de las reacciones que pueden provocar. Quizás sea más acertado pensar que detrás de sus excesos artísticos hay un intento de re-afirmar, aunque sea flirteando con el delito, la voluntad como valor absoluto, un planteamiento que, desde ópticas y sensibilidades muy diferentes, han desarrollado autores tan opuestos como Kant (en su ensayo Sobre el mal radical en la naturaleza humana) o Bataille (quien llegó a decir que el hombre es un animal que muestra su humanidad a través de su capacidad de hacer daño a sus semejantes). También se podría decir que estos autores pueden justificar los medios que utilizan por el fin que persiguen. Se trata, según Michaud, de una justificación que no es aceptable moralmente, pero a la que todos (en mayor o menor medida) recurrimos en algunos momentos de nuestras vidas (incluso, a nivel estatal, en las democracias occidentales sirve de base para aplicar ciertas normativas represivas). Por último, se puede pensar que estos artistas llevan a cabo sus actos atroces por una especie de exigencia inefable del arte. Una idea que enlazaría con las polémicas declaraciones de Karl-Heinz Stockhausen sobre el atentado contra las Torres Gemelas, "el mayor acto de arte total, aseguró el compositor alemán, que he presenciado en mi vida" (aunque muy pronto tuvo que retractarse de sus palabras ante la presión de la opinión pública). Si asumimos este último planteamiento, nos enfrentaríamos, según Yves Michaud, a la dimensión más oscura y criminal (que él denomina luciferiana) del arte, de la que podemos encontrar emblemáticos ejemplos históricos como el incendio de Roma para que Nerón pudiese recitar poesía, la construcción de las Pirámides sacrificando a miles de personas o el impulso asesino que desprende el Manifiesto Surrealista. |