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Diálogo entre Juan Bonilla y Justo Navarro, presentado por Pedro G. Romero |
El miércoles 17 de diciembre de 2003, los escritores andaluces Juan Bonilla (Jerez, 1966) y Justo Navarro (Granada, 1953) protagonizaron el diálogo que cerró Fricciones, un ciclo celebrado en la sede de La Cartuja de la Universidad Internacional de Andalucía en el que se han analizado algunos de los límites imprecisos y variables que separan la realidad de la ficción. Juan Bonilla es autor del libro Nadie conoce a nadie que se popularizó gracias a una versión cinematográfica que dirigió Mateo Gil y contó con la participación de Eduardo Noriega y Paz Vega. Tanto el libro como el largometraje han sido considerados por muchas personas como indirectamente responsables de los sucesos de la madrugá de la Semana Santa sevillana del año 2000, cuando se produjo una situación de histeria colectiva de la que aún se desconocen las verdaderas causas. Justo Navarro, por su parte, ha publicado recientemente F, una obra, no exenta de polémica, que se adentra en el ter reno de la ficción biográfica (o de la biografía novelada). Editada por Anagrama, F recrea la intensa vida del poeta catalán Gabriel Ferrater que, a los 35 años, prometió que no iba vivir más de 50. Y lo cumplió.
A veces es peligroso marcar un número de teléfono,
Juan Bonilla A través de una revisión sentimental e irónica del mito de Fausto, en este cuento Juan Bonilla se pregunta por el sentido de la escritura y muestra el inmenso poder -en lo positivo y en lo negativo- que tiene la memoria. "Siempre he confiado en que la verdad prefiera refugiarse en alguna habitación de la literatura antes que someterse al aire libre de la realidad", escribe Bonilla en el inicio de este relato que esta contado en primera persona. Su narrador-protagonista es un hombre corriente -que está abonado a un canal deportivo, debe ahorrar para no ser pobre y se emociona viendo el último capítulo de Peter Pan- que un buen día descubre que marcando el nº de teléfono 666 puede ponerse en contacto con el diablo. Una noche decide llamar a dicho número con la idea de cambiar su alma por algo que le haga más feliz: una residencia en primera línea de playa, mejorar los encantos de su anatomía o una cuenta bancaria con fondos suficientes para dilapidar dinero sin remordimientos. Al otro lado de la línea le responde la secretaria del diablo que le dice que su jefe está en ese momento ocupado con otro cliente ("un famoso cantautor detenido por abuso de menores"), pero que se pondrá en contacto con él en cuanto le sea posible. Al amanecer, el diablo -"un tipo jocoso (...), con la voz chillona de quienes aún no se han decidido a traspasar el umbral de la adolescencia"- le llama y le aconseja que no se precipite con el canje, "pues el alma de los desesperados vale muy poco". Igual que el dinero, le advierte el diablo, el alma es una abstracción cuyo valor de cambio depende de múltiples factores morales. De este modo, por las almas de los misioneros, el diablo haría cualquier cosa, incluso provocar una guerra civil. Pero por la suya, lamenta el protagonista del relato de Juan Bonilla, "a lo máximo a lo que podría aspirar era a una pegatina de su actriz favorita para adherirla al parabrisas de su coche". Intentando mejorar la calidad de su alma, comenzó a ir a misa todos los días, a rezar por las noches antes de acostarse y a apreciar debidamente ciertas obras artísticas destinadas al engrandecimiento del espíritu, desde el canto gregoriano a la pintura de Zurbarán, pasando por los versos de Santa Teresa, los libros de Chesterton, o Marcelino pan y vino. Incluso llegó a ingresar todo su dinero en una sucursal del banco Ambrosiano y a taparse los ojos cada vez que se cruzaba con alguna imagen de contenido pornográfico. Pero todo aquel proceso de redención espiritual no era más que un intento vano de engañar al diablo pues, en realidad, sólo ansiaba mejorar la apariencia del alma y no su verdadera esencia. "Yo, escribe Juan Bonilla en 'A veces es peligroso marcar un número de teléfono', prohibiéndomelo contra mí mismo, seguía deseando a cuatro de cada cinco muchachas con las que me cruzaba por la calle y rogaba que se le borrasen de la memoria de su computadora los archivos a mi jefe, y cuando contemplaba en televisión mi programa favorito sufría en silencio porque anhelaba que de una vez por todas, el coyote atrapase al corre-caminos". Decidido a aceptar una pegatina adhesiva de Uma Thurman a cambio de su alma, se puso de nuevo en contacto con el diablo. Pero éste se mostró más generoso de lo esperado, y le concedió un deseo de tercera categoría: la posibilidad de variar algún detalle de su pasado del que se sintiera rehén (con la única condición de que dicho cambio no afectara sustancialmente ni a su presente ni a su futuro). Memorizó cientos de escenas de su pasado y en muchas de ellas aparecía la imagen de Tono, su rival del colegio. Tono era el mejor portero de la escuela donde él había destacado como delantero centro, y los dos, como el resto de sus compañeros, estaban enamorados de la misma chica: Aurora. La memoria es el lugar en el que de verdad acontecen los hechos y para el protagonista del relato de Juan Bonilla, el penalti que le detuvo Tono en la final del campeonato de fútbol del colegio, fue el principal motivo de que Aurora no le prestase a partir de entonces la más mínima atención. Además, estaba convencido de que aquella misma noche, Tono y Aurora dejaron su virginidad en algún parque de la ciudad, mientras a él le devoraba "el insomnio en la calcinante espesura de su habitación". No había vuelta atrás. Ofrecería su alma al diablo para corregir aquel instante y sentir que, al fin, se diluía de su memoria la amargura de aquella derrota. El diablo aceptó el trueque y de repente nuestro protagonista se encontraba saliendo a jugar la segunda parte de aquella fatídica final. Junto a él, todos sus compañeros, completamente inconscientes del futuro que les aguardaba. Como el de Julio, a quien su novia abandonaría una tarde que le encontró llorando mientras escuchaba una canción de Manhattan Transfer. O el de Enrique, el "gran conquistador de hembras", que acabaría llamando "gordita" a su señora y consumiendo su vida delante de la pantalla del televisor. O el de su entrenador, que se suicidaría la noche que tuvo la certeza de que nunca llegaría a estar al frente de la selección nacional. Como estaba previsto, cinco minutos antes de que finalizara el encuentro, llegó el momento del penalti. Todo parecía suceder a cámara lenta. El se dirigía al punto de castigo sintiendo como la mirada de Aurora se adhería a su nuca. Y después, disparaba tratando de engañar al portero. Pero una vez más, Tono despejaba el balón y luego lo atrapaba. Recordó su pacto con el diablo y comenzó a gritar que había que invalidar la jugada, ¡que esto no era lo que habían convenido! Y acto seguido se abalanzó sobre el arbitro mientras sus compañeros trataban de apartarle y los componentes del otro equipo le pateaban y golpeaban por todos lados, menos en el alma. El único que se mantuvo al margen de todo fue Tono, cuyo rostro -con una deslumbrante sonrisa que parecía presuponer que esa misma madrugada perdería la virginidad con Aurora- le pareció de repente el del mismísimo diablo. Ya en el vestuario, cerró los ojos y se puso a esperar que pasasen todos los años que faltaban para que llegase el día en que leyó en una greguería de Pedro Jesús Luque que el número de teléfono del diablo era el 666. Un número que marqué, escribe el narrador-protagonista del relato de Juan Bonilla, "porque los años me engañaron, haciéndome creer que la literatura era el refugio en el que uno puede transformar, por fin, en gol, un penalti fallado mucho tiempo atrás".
En la antigüedad había una unidad entre mitos, leyendas y hechos históricos -apreciable leyendo a Homero, Herodoto o la Biblia- que se extendió durante toda la edad media y se fue diluyendo con la consolidación de la modernidad. De hecho, durante el medievo existían tres tríadas de modelos de héroes -antiguos, bíblicos y cristianos- para los caballeros andantes, en las cuales coexistían figuras históricas y personajes legendarios. Por ejemplo, en la tríada antigua, Julio Cesar y Alejandro Magno compartían honores con Héctor, un héroe que pertenece al mundo de la imaginación; y en la cristiana, el rey Arturo (un personaje a medio camino entre la ficción y la realidad) era el tercer vértice de una trinidad heroica que completaban Carlo Magno y el primer Rey de Jerusalén. "La Historia, subrayó Justo Navarro durante su intervención en Fricciones, siempre ha estado entreverada de ficción, de modo que, con frecuencia, los mitos han adquirido carácter histórico y al revés (esto es, determinados hitos históricos han alcanzado una dimensión mitológica)". Por ello, a Justo Navarro no le sorprende que muchos escritores contemporáneos mezclen argumentos surgidos de su imaginación con contenidos verificados por la Historia. "Eso supone hacer lo que siempre se ha hecho", afirmó. Además, Navarro cree que novelas como F -donde se recrea la vida del poeta catalán Gabriel Ferrater fallecido en 1972- pueden servir también para contar cosas de nuestro propio tiempo. En este sentido, el autor de Accidentes íntimos cree que la tendencia a establecer fronteras fijas y precisas entre la realidad y la literatura, responde a una superstición decimonónica originada en un contexto socio-cultural en el que se intentaba dotar de carácter científico a disciplinas humanistas como la Historia (que, para conseguirlo, debían deshacerse de cualquier tipo de influencia procedente del ámbito de la ficción). "Curiosamente, recordó Justo Navarro, las novelas de Dickens o Balzac (o en el caso español, de Benito Pérez Galdós) han terminado convirtiéndose en una de las principales fuentes documentales para cualquier aproximación rigurosa que se quiera realizar a la Historia del siglo XIX". En consonancia con el narrador-protagonista de "A veces es peligroso marcar un número de teléfono" (el relato que Juan Bonilla leyó en la primera parte de la jornada final de Fricciones), Justo Navarro cree que la "memoria es el lugar en el que de verdad acontecen los hechos, una especie de traje a medida que puede cambiar en función de las necesidades que tengamos en cada momento". En este sentido, Justo Navarro piensa que el texto de Bonilla ilustra perfectamente cómo un relato literario se construye a partir de materiales procedentes de la realidad: la belleza, el dinero, la idea de dios y del diablo, los penaltis fallados, el banco ambrosiano, Uma Thurman, un cantante acusado de corrupción de menores, las penas del espíritu, la televisión,... Del mismo modo, el escritor granadino cree que la realidad está repleta de cosas que proceden de la ficción. Una idea que ejemplificó contando dos anécdotas que le habían ocurrido durante su corta estancia en Sevilla para asistir a Fricciones: la realidad funciona igual que la ficción. Por un lado, en la habitación del hotel donde se estaba alojando, vio unas instrucciones en las que se llamaba al conjunto formado por la almohada, el colchón y las sábanas de su cama 'equipo de descanso', una expresión que parece extraída de una novela de ciencia-ficción. Por otro lado, al entrar en el cuarto de baño del restaurante donde cenó el día anterior a su intervención en Fricciones, fue consciente de la existencia de toda una red de empresas plaguicidas que ofrecen servicios de desinfección y desinsectización. "Me imaginé un mundo, comentó Justo Navarro, en el que no sólo hay desinsectizadores, sino también empresas insectizadoras a las que cualquiera puede acudir para llenar de hormigas, moscas y cucarachas las casas de sus enemigos". Habitualmente, se suele considerar que la producción literaria de autores como Samuel Beckett o Franz Kafka (a los que se citó en el diálogo entre Bernardo Atxaga y Vila-Matas) está muy distanciada de la realidad. Pero según Justo Navarro, si nos fijamos en algunos datos de las biografías de estos escritores, podemos ver que, incluso en sus narraciones más disparatadas, existen conexiones directas con sus experiencias vitales. Así, el argumento aparentemente desquiciado de Molloy (Beckett) -un hombre que deambula sin rumbo a través de bosques y ciudades- se comprende de otra forma cuando se sabe que el autor de Esperando a Godot se pasó mucho tiempo huyendo del ejército nazi por distintas regiones de Francia. "Igualmente, subrayó Justo Navarro, los relatos de Kafka en los que el protagonista se lanza a un tranvía o se convierte en una cucaracha, adquieren una significación distinta cuando se conoce la relación que el escritor checo tuvo con su padre". En este sentido, Juan Bonilla quiso señalar que en todo el debate en torno a las relaciones (fricciones) entre realidad y literatura no se puede olvidar la figura del receptor, ya que la lectura de cualquier texto estará condicionada por su formación, expectativas o ambiciones. Es el lector el que tiene la "última palabra", quien finalmente decide dónde se encuentran los límites que separan lo real de lo ficticio. En la misma línea, Justo Navarro piensa que lo que realmente importa en la literatura (o en cualquier otro espacio de producción textual) es la comunidad de lectores que genera y que dota a sus textos de unos valores determinados. Desde esta perspectiva puede entenderse el éxito de un autor como W. G. Sebald (al que se le dedicó la primera jornada de Fricciones), cuya obra ha calado en una comunidad de lectores que concibe al escritor como "voz de la autenticidad". En cualquier caso, Justo Navarro recordó que todos somos integrantes de diversas comunidades de lectores y, por tanto, aplicamos criterios diferentes en la recepción de cada texto (o en la recepción de un mismo texto, dependiendo del momento en el que lo leemos). "Es el sentido común, precisó el escritor granadino, el que nos lleva a pedirle cosas distintas a una misma obra en función del contexto en el que nos hallamos o de las expectativas que queremos cubrir con esa lectura". Por su parte, Juan Bonilla considera que otro aspecto que hay que tener muy en cuenta en este debate es que el concepto de verdad se sitúa en una escala diferente a las nociones de realidad y ficción. Esto es, no tiene sentido asociar sistemáticamente la realidad con la verdad, ni la mentira con la ficción. "Pues a veces, explicó el autor de Nadie conoce a nadie, la verdad puede encontrarse en la ficción y determinadas realidades -por ejemplo, las que construyen los medios de comunicación- estar repletas de mentiras y falsedades". |