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Diálogo entre Bernardo Atxaga y Enrique Vila-Matas, presentado por Santiago Eraso |
La segunda jornada de Fricciones: la realidad funciona igual que la ficción reunió en una concurrida sala de la sede de La Cartuja de la Universidad Internacional de Andalucía a dos escritores que acaban de publicar su última novela: Enrique Vila-Matas (París no se acaba nunca) y Bernardo Atxaga (El hijo del acordeonista, editada, por ahora, sólo en Euskera, aunque en mayo de 2004 saldrá en castellano). Ambos autores -que ya coincidieron hace cuatro años en un encuentro organizado por Arteleku (Donostia-San Sebastián) en el que también colaboró la UNIA- han abordado a lo largo de su producción narrativa las relaciones entre ficción y realidad. "Los relatos de Vila-Matas y Atxaga, señaló Santiago Eraso en la presentación de este diálogo, remiten a nuestra propia biografía, donde la recreación del pasado no puede desligarse de las poéticas que nos acompañan (la poética del que quiso ser director de cine, como yo, o del que evoca la infancia como un paraíso perdido,...), poniendo de manifiesto lo imprecisas e inútiles que son las fronteras que separan la realidad de la ficción".
El cuento sirio, Enrique Vila-Matas Todo comienza en la farmacia Dupeyroux de la rue Vaneau (situada al lado del hotel de Suède), donde entró para comprar aspirinas durante una corta visita que hizo a París para promocionar uno de sus libros. La dependienta le preguntó si le daba dolor de cabeza pasear por París, y él, que asegura que es muy tímido, le contestó que conocía muy bien esa "histórica farmacia" pues la había espiado a fondo por Internet. "Mi respuesta, escribe en el relato, poco tuvo que ver con lo que ella me había preguntado, pero sí mucho con la verdad". Efectivamente, desde que Vila-Matas supo por mediación de su editor -Christian Bourgois- que se alojaría en el hotel de Suède, buscó por Internet información sobre la calle donde se encontraba dicho establecimiento. Y había seleccionado y anotado cinco datos: en el nº 1 bis residió André Gide desde 1926 hasta 1951; en el nº 20 se ubicaba la embajada de Siria; el nº 24 era una bella mansión construida en 1770 donde vivió Saint-Exupery en 1931; en el nº 25, se encontraba la "histórica" (así la calificaban en cierta página de Internet) farmacia de Dupeyroux; y en el nº 31 estaba el hotel de Suède. La intervención de la farmacéutica desencadenó la escritura de este relato que Vila-Matas califica como una "trascripción fiel de lo que percibí en la rue de Vaneau". Un relato que hasta el momento ha tenido tres versiones: la primera se publicó en el suplemento cultural de un periódico de Madrid; la segunda apareció en la revista hispano-mexicana Letras Libres; y la tercera es la que presentó en el marco de Fricciones: la realidad funciona igual que la ficción. El primero de estos relatos comenzaba con la descripción de su llegada a la habitación que la editorial le había reservado en el hotel de Suède, cuya ventana daba a los jardines de Matignon, la residencia del primer ministro de Francia. Eso explicaba que la rue de Vaneau -un lugar muy tranquilo en contraste con sus dos calles vecinas (la rue Varenne y la rue de Sévres)- estuviera tomada completamente por la policía. Una circunstancia que le hizo desechar la idea de fotografiar la placa recordatoria que había en la casa donde vivió André Gide. Tras su paso por la farmacia, el autor de El mal de Montano tenía una cita con un periodista. Éste lo primero que le dijo fue que tres horas más tarde iba a ver al italiano Daniele del Guidice, autor de "una bella novela en torno a la realidad y la metáfora del vuelo". Lo curioso, pensó en ese momento Vila-Matas, es que Del Guidice era escritor y aviador, igual que Saint-Exupery que había vivido en el nº 24 de la rue de Vaneau. Era la primera de una serie de inquietantes casualidades que empezaron a surgir en torno a esta calle parisina. Esa misma noche, su editor Christian Bourgois ("un hombre muy tímido y silencioso") le dijo que había una gran mansión junto al hotel de Suède de la que nadie en París sabía quienes eran sus propietarios. "Aunque sin duda estaba habitada, escribe Vila-Matas en su relato rememorando lo que le dijo Christian Bourgois, no se veía nunca a nadie entrar o salir de ella (...) A veces, de noche, se veían unas discretas luces, sólo en la planta baja y en tan sólo tres de las doce ventanas de esa planta". Las señales que el mundo exterior ("la vida real") parecía emitirle para que volcara su atención en la rue de Vaneau volvieron a aparecer en el hall de una radio independiente donde le habían realizado una entrevista. Allí vio una carta que procedía del nº 9 de la rue de Vaneau. La había enviado Julian Green, el autor del diario más extenso de la literatura gala (1926 a 1996). Apenas 8 años más largo que el que escribió André Gide (1889-1951) que ocupa el segundo puesto en el ranking de records de diarios escritos por franceses. También desde la rue Vaneau, recordó Vila-Matas, Gide mandó un telegrama al escritor católico François Mauriac (que se pasó la vida asegurando que el infierno comenzaba en la tierra) en el que le decía: "El infierno no existe. Puedes disiparte". Pero al andar por esa calle, rememoró Vila-Matas durante su intervención en Fricciones, "me parecía detectar que su extraño y profundo silencio ocultaba el infernal y sordo horror de mundos al borde del grito, mundos callados a punto de explotar". Una impresión que aumentó cuando, al volver esa noche de la radio vio que en la misteriosa mansión cuyos propietarios nadie en París conocía, tres ventanas estaban iluminadas (con bombillas de muy pocos vatios) y en una de ellas se distinguían "tres angustiosas siluetas, muy apretadas e inmóviles". Esa misma noche, estando ya en la habitación del hotel supo por un informativo de la televisión que el presidente de Siria, Bachar al Asad, acababa de cambiar de primer ministro. De todos los datos de la rue de Vaneau que había seleccionado y anotado en su búsqueda por Internet, pensó entonces atemorizado, había recibido algún tipo de señal. Todas estas extrañas e inquietantes conexiones, le llevaron a escribir una primera versión de este relato en el que sugería que en el centro mismo de París había una calle discreta y silenciosa donde podía percibirse "una callada amenaza". Cuatro días antes de que el cuento se publicara en el suplemento cultural de un periódico de Madrid se difundió la noticia de que el estado de Israel había bombardeado tierra siria. Por lo que se vio impulsado a cambiar el final del texto, añadiendo las siguientes frases: "¿Seguirán estando ahí, apretadas e inmóviles en una ventana de la rue Vaneau, las tres siluetas? ¿O están ya en movimiento y la callada amenaza se ha vuelto realidad? ¿De qué lado procede esa amenaza?". Pero por problemas de tiempo, estas frases no se pudieron añadir al relato que finalmente apareció en el suplemento del periódico madrileño. Unas semanas más tarde Vila-Matas tuvo que volver a París para atender nuevos asuntos promocionales, pero en esta ocasión no pudo ver a su editor -Christian Bourgois- que, casualmente, había tenido que viajar a Damasco por motivos familiares. Para complicar aún más el desenlace del relato, en los días posteriores Siria apareció sistemáticamente en la información internacional de los periódicos occidentales, y el autor de Recuerdos inventados no pudo resistirse a re-escribir una nueva versión del cuento que se publicaría en diciembre de 2003 en la revista Letras Libres. Pero la realidad volvió a torcer las intenciones del escritor catalán de dar por cerrado este relato. A finales de noviembre viajó de nuevo a París para asistir a la inauguración de una exposición del fotógrafo Daniel Mordzinski, donde su amigo Fernando Carvallo le habló de un libro, París obrero (de Alain Rustenholz) en el que se cuenta que en octubre de 1843 se instaló en el nº 38 de la rue de Vaneau Karl Marx con su familia. Allí, descubrió Vila-Matas leyendo París obrero, vino al mundo su primera hija (curiosamente, el 1 de mayo de 1844) y nació su amistad con Engels con quien elaboró el manifiesto que daría lugar "al fantasma que recorrió Europa". Junto a su mujer y su cuñado, el autor de Bartleby y compañía fue otra vez a la rue Vaneau (en esta ocasión se estaba hospedando en un hotel de la calle Littré) y comprobó que la fachada del nº 38 -un edificio de apartamentos en el que no había reparado en anteriores visitas- había sido restaurada recientemente. Una vez más modificó su relato, incorporando sus últimos descubrimientos "sobre la difusa amenaza que parecía emitir silenciosamente la rue Vaneau", pero ya era tarde para que los nuevos cambios se añadiesen al texto que recientemente ha salido publicado en la revista Letras Libres. "La historia, en todo el amplio sentido de la palabra, parecía repetirse", señaló Vila-Matas. El autor de París no se acaba nunca buscó de nuevo en Internet información sobre la rue Vaneau, en concreto sobre el nº 38 de la calle. Allí encontró una fotografía de un living room de un apartamento perfectamente amueblado de un edificio que llaman, con léxico capitalista, Jardín del edén (http://rentalsfrance.com/paris/apartments/336.html). Una agencia estadounidense lo alquila por noche, aunque en su anuncio no dice que en ese edificio vivió Karl Marx, ni habla del fantasma que, en forma de difusa amenaza, recorre toda la rue Vaneau. "Y, por supuesto, asegura Vila-Matas en la parte final del relato que presentó en Fricciones, no hay alusión alguna a las siluetas apretadas e inmóviles de la ventana de pocos vatios, ni tampoco se dice nada de Siria, ni de la histórica farmacia. El apartamento lo alquilan a 500 dólares la noche".
Advirtiendo que su propuesta discursiva tendría un carácter mucho más teórico que la que había realizado Vila-Matas, Bernardo Atxaga inició su intervención en Fricciones hablando de los fósiles de los erizos de mar. "Con el paso de los siglos, aseguró, los erizos de mar se han convertido en piedras de forma oval, cuyo tamaño es mayor que el huevo de las palomas, pero menor que el de las gallinas". Llaman la atención por su redondez y porque en su parte más abombada, tienen una especie de asterisco muy marcado, como si fuera una cruz. Ante ellos, cualquier ser humano que los observe con detenimiento puede optar por dos interpretaciones diferentes: aplicando criterios materialistas, es decir, que atienden a "razones que están debajo de las nubes"; o colocando una especie de filtro poético. "En este segundo caso, señaló Bernardo Atxaga, podrían identificarse los fósiles de los erizos de mar con las piedras que arrojaron a Cristo cuando estaba en la cruz (una frase que aún se utiliza en muchos pueblos de España)". La actitud materialista ha dado lugar al conocimiento científico y Bernardo Atxaga considera que es la que se debe adoptar ante los fenómenos físicos o los objetos inanimados (lo que podríamos considerar como el primer piso de la realidad o "baja realidad"). "Por ejemplo, precisó, es preferible la explicación de un eclipse utilizando criterios racionales (aunque posteriormente se demuestre que no son exactos) a una interpretación poética que hable de un gran animal que cada cierto tiempo se traga al sol o a la luna". A diferencia del conocimiento que proporciona la interpretación materialista (tan exacto y estable como limitado), el saber del que nos dota la dimensión poética es (casi) infinito pero mucho más confuso e impreciso. Desde este punto de vista, ¿qué aportaciones concretas trae consigo la bifurcación hacia lo poético? Para Bernardo Atxaga su principal ventaja es que nos permite luchar contra la monotonía, uno de los grandes problemas existenciales del hombre. De hecho, la tendencia a evitar la monotonía determina el funcionamiento de nuestro propio cuerpo y, por ejemplo, el oído humano cuando percibe ruidos muy semejantes, los interpreta como sonidos diferenciados. "De este modo, señaló Bernardo Atxaga, los relojes no hacen en un paso tic y en el otro tac, pero nuestro oído, al no poder soportar la monotonía, los escucha siempre como dos sonidos distintos". Autor de más de una veintena de libros de literatura infantil y juvenil, Bernardo Atxaga piensa que ésta no es la única función que tiene la bifurcación hacia lo poético, "pues si así fuera, matizó, habría que darle la razón a la industria cinematográfica hollywoodiense que en sus más de 100 años de existencia no ha hecho otra cosa que intentar entretener al público". En este sentido, el autor de El hombre sólo cree que la actitud poética también sirve para crear palabras y narraciones que nos permiten afrontar y describir situaciones relacionadas con lo que Atxaga denomina "baja realidad". Así, atribuyendo los ruidos del bosque al dios Pan, los hombres de la antigüedad recurrieron a la bifurcación poética para explicar un fenómeno que les atemorizaba. Desde entonces, el término "pánico" se utiliza en muchos idiomas para describir las situaciones en las que se experimenta un miedo incontrolable. Una palabra similar es "fantasma" que ya la utilizaba Homero en el episodio de La Iliada en el que Aquiles ve una "figura de aire" idéntica a Patroclo, como si éste hubiese resucitado de entre los muertos. "Por tanto, precisó Bernardo Atxaga, la bifurcación hacia lo poético nos permite llenar el diccionario de voces y palabras que podemos utilizar y reutilizar con el objetivo de expresarnos, contarnos y comprendernos". Además, no hay que olvidar que la sociedad actual está muy marcada por el dominio de la subjetividad, lo que favorece esta bifurcación hacia lo poético (capaz de llevar hasta sus extremos todo lo que pueda incluirse dentro de ese término general que es la "realidad"). En este contexto, Atxaga cree que los equivalentes contemporáneos de las nociones de "pánico" o de "fantasma" se manifiestan en el interior de las personas. Ya en la fase final de su intervención en Fricciones, Bernardo Atxaga contó una historia que muestra las dos actitudes (materialista y poética) que se pueden adoptar ante un mismo hecho. Hacia el año 1900, una mujer pensaba que el silbido de su respiración se debía a que una serpiente había entrado en su cuerpo mientras dormía una noche al lado de un río. Para el médico que le atendió -y que certificó su fallecimiento- el silbido estaba provocado por una causa muy diferente: la mujer tenía un enfisema pulmonar. Atxaga cree que ambos diagnósticos -que reflejan dos culturas distintas, dos formas diferentes de enfrentarse a la misma cuestión- perseguían idéntico objetivo: nombrar la realidad. Evidentemente, según Bernardo Atxaga, la interpretación racional del médico era más exacta (podríamos decir más "real") y, sobre todo, mucho más útil desde el punto de vista de la supervivencia física. Pero la visión de la mujer nos remite a las funciones principales de la bifurcación hacia lo poético. Por un lado, es un relato entretenido que nos permite luchar contra el mal de la monotonía. Por otro lado, conecta con la historia subjetiva de la humanidad, donde la serpiente (animal que simboliza el demonio en la mitología cristiana) ha desempeñado siempre un papel clave. "De este modo, precisó Bernardo Atxaga, la actitud poética, además de ampliar la realidad, nos posibilita vivir tiempos y espacios diferentes, proporcionándonos una cierta idea de unidad del mundo". Tras la intervención de Atxaga, Enrique Vila-Matas quiso subrayar que su costumbre de escribir surgió como un modo de luchar contra la monotonía. "Intentando evitar el aburrimiento de las conversaciones familiares durante los infinitos días de verano en la playa, rememoró el autor de Suicidios ejemplares, empecé a escribir bajo la sombra de un pino, no porque entonces me interesara especialmente la literatura, sino para que, al menos, me dejaran tranquilo". En este sentido, Vila-Matas relacionó la idea de "ampliar la realidad" -concebida por Atxaga como una de la funciones principales de la bifurcación hacia lo poético-, con un texto de Bioy Casares en el que dice que cada obra literaria abre una habitación nueva en la casa de la vida. |