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Sesión Historia y memoria, Custodio Velasco, José Luis Gutiérrez Molina y Francisco Espinosa |
El análisis desde una perspectiva histórica de una serie de acciones iconoclastas centró la quinta sesión del Laboratorio T.V. del proyecto Archivo F.X. que se celebró la tarde del miércoles 11 de febrero. Custodio Velasco reflexionó sobre los ataques con alimentos, como los tartazos que el cineasta y actor belga Noel Godin y otros colaboradores han lanzado contra los rostros de distintas figuras emblemáticas del mundo de la cultura, la política y la empresa (Bernard Henry-Levy, François Truffaut, Helmut Kohl, Bill Gates...). José Luis Gutiérrez Molina se ocupó de la quema de banderas de España, una acción que, en muchas ocasiones, no representa tanto un gesto de rechazo iconoclasta al poder como un intento de sustituir (al menos en el plano simbólico) un estado de cosas por otro. Por último, durante su análisis sobre las imágenes de derribos de estatuas de Lenin a finales de la década de los 80, Francisco Espinosa subrayó la influencia de la Revolución rusa de 1917 en la España de aquella época.
En noviembre de 1969, el cineasta y actor belga Noel Godin, lanzó una tarta contra la escritora Marguerite Duras. Noel Godin describió su acción como un gesto simbólico de rechazo a la cultura que representaba la autora de El amante, cuya inteligencia y clarividencia estaba únicamente al servicio de la vanidad. "Aquel gesto, señaló Custodio Velasco durante su intervención en el Laboratorio T.V. del proyecto Archivo F.X., habría quedado enterrado en el museo de las anécdotas, si no fuera por el marco estético y social que le sirve de telón de fondo -la Internacional Situacionista de 1957- y por su persistencia como una formula elaborada de rechazo al poder". Desde aquel primer tartazo, Godin y otros colaboradores (como Jan Bucquoy, director de la serie fílmica La vida sexual de los belgas) han seguido realizando acciones similares contra los rostros de distintas figuras emblemáticas del mundo de la cultura, la política y la empresa como Bernard Henry-Levy, François Truffaut, Helmut Kohl, Jacques Delors o Bill Gates (quizás, la acción más difundida y celebrada). En total, unos cien tartazos (acompañados siempre de un pequeño texto en versos alejandrinos) durante algo más de tres décadas que incluso han llevado a la constitución de una Internacional Anarco-Pastelera con presencia en quince ciudades de diferentes países del planeta. Todos sus ataques están condicionados por una doble consigna ético-estratégica: el tartazo nunca debe ser físicamente dañino (esto es, se utilizará un plato ligero -preferentemente de cartón-, la tarta no tendrá ingredientes nocivos para la piel,...); la agresión debe ser filmada o fotografiada. Para Custodio Velasco, una aproximación analítica a las acciones de atacar con alimentos debe tener en cuenta que existen diversas variantes respecto al comestible empleado: tomates, huevos, harinas, naranjas, nabos,... Por ejemplo, un año antes del tartazo a Duras, un grupo de estudiantes de la Universidad de Sevilla lanzó tomates, huevos y bombas fétidas contra los profesores que acudieron al acto de inauguración del curso académico 1968-69. Su objetivo era protestar por la expulsión varios meses antes de 23 delegados estudiantiles. Custodio Velasco también hizo referencia a sucesos más recientes, como los lanzamientos de huevos a las sedes del Partido Popular por su posición en la guerra de Irak o las movilizaciones vecinales contra los efectos de la movida en las que se arrojaron bolsas de basuras en la puerta de entrada del Ayuntamiento de Sevilla. Esta modalidad de gesto iconoclasta, según Custodio Velasco, no es una novedad en la historia de los comportamientos colectivos, sino que conecta con dos grandes tradiciones. Por un lado, con el ritual de degradación y de expulsión de males que se le aplicó a algunos acusados de la Inquisición (y del que dan testimonio, entre otros, Quevedo y Julio Caro Baroja). Existe una versión festiva de este ritual que se lleva a cabo en ciertas celebraciones del carnaval español. "Más allá de una similitud formal, precisó Custodio Velasco, ambas acciones parten de un sentimiento de rechazo y tratan de infligir una humillación a la víctima (o, al menos, a lo que ésta representa). Por otro lado, también enlaza con la tradición lúdica desarrollada por una serie de pensadores humanistas del siglo XVI (Montaigne, Rabelais, Erasmo de Rotterdam,...) que conciben la risa como un instrumento emancipador y la elevan a la categoría de principio regenerador. A partir de determinadas lecturas de autores clásicos (Hipócrates, Demócrito,...) y de la cultura cómica popular de la Edad Media, estos pensadores consagran la risa como una cualidad positiva del ser humano que conduce, en palabras de Erasmo, al "bien vivir y al bien morir". Su concepción de la risa como herramienta para desplegar una fuerza vital que se opone a las imposiciones del poder fue retomada y desarrollada por Nietzsche varios siglos más tarde. "En los ataques con alimentos a emblemas del poder, subrayó Custodio Velasco, confluye la búsqueda de degradación y humillación de la víctima (y/o de lo que ésta representa) con la valoración de la risa como instrumento de disidencia". Son gestos simbólicos de protesta en los que la burla y la dimensión lúdica se ponen al servicio del rechazo al poder. Hay que tener en cuenta que históricamente el acto de reír ha estado asociado a actitudes rebeldes y heréticas (como se narra en El nombre de la rosa) que subvierten la solemnidad y gravedad de las acciones y decisiones ligadas al poder. El carácter lúdico de estas agresiones, por tanto, fractura y desmitifica la imagen de la autoridad, escenificando una inversión social que ridiculiza al poderoso y le convierte, provisionalmente, en un ser inofensivo, bufonesco, débil (justo lo opuesto de los valores que representa). Tanto en los rituales de la cultura popular de la Edad Media (que, de algún modo, perviven en el carnaval) como en estos ataques contemporáneos con alimentos, la risa cumple un papel de rechazo a la mentira, a la hipocresía y a la adulación social. Pero existe una diferencia sustancial entre ambos fenómenos: en el segundo caso, las agresiones se producen fuera del espacio permisible del ritual, del contexto tolerable de la fiesta institucionalizada, lo que les hace tener una mayor carga de violencia. "Una violencia simbólica e iconoclasta, matizó Custodio Velasco, cuyo objetivo no es dañar físicamente a la víctima, sino agredir su capital moral que, en el caso de los políticos, empresarios y artistas que reciben tartazos de Godin y sus colaboradores, depende de su imagen pública". Vivimos en una sociedad mediática en la que la imagen pública -que incluso ha adquirido rango de contenido- es el instrumento más poderoso y efectivo que utiliza el poder (económico, político y cultural) para conseguir una cohesión en torno al pensamiento dominante. Las agresiones con alimentos a los emblemas del poder logran tergiversar y deconstruir esa imagen. Es decir, herir la médula del poder mediante una descontextualización lúdica de su imagen. Además, la imagen tergiversada se difunde a la opinión pública que, como mínimo, percibe que la imagen oficial es también una construcción simbólica que puede desmoronarse en cualquier momento. Por todo ello, Custodio Velasco cree que se puede relacionar esta modalidad de agresión iconoclasta con dos de las corrientes más heterodoxas del pensamiento contemporáneo: la filosofía deconstructivista heredera de Wittgenstein y el situacionismo.
En principio, la quema de banderas supone una puesta en cuestión del poder establecido. Pero en muchas ocasiones los autores de esta modalidad de agresión iconoclasta sólo tratan de defender e imponer otro poder que tiene su propia iconografía simbólica (incluida su propia bandera). Esto es, su acción no representa tanto un gesto de rechazo iconoclasta al poder como un intento de sustituir (al menos en el plano simbólico) un estado de cosas por otro, una bandera por su contraria. Así, gran parte de las imágenes que existen en los Archivos de Canal Sur Televisión sobre ataques a la bandera de España, fueron tomadas en manifestaciones contra el procesamiento de Pinochet impulsado por Baltasar Garzón o en diversos actos promovidos por los movimientos independentistas de Euskadi. "La iconoclasia, señaló José Luis Gutiérrez Molina durante su intervención en el Laboratorio T.V. del proyecto Archivo F.X., se puede entender, por tanto, como un fenómeno de ida y vuelta que realizan tanto individuos y colectivos que están situados al margen del sistema, como el propio sistema contra sus enemigos". De hecho, hay numerosos ejemplos históricos de acción iconoclasta ligada a la constitución de un poder determinado: desde Moíses instando a sus discípulos a que destruyan las imágenes de los "falsos dioses" a las reformas protestantes que facilitaron el advenimiento del capitalismo, pasando por las guerras de Bizancio o la cruzada de los nazis contra el arte judío y degenerado. En cualquier caso, según Gutiérrez Molina, la cantidad de actos de iconoclasia que se hagan contra una bandera es directamente proporcional a la consolidación y expansión del Estado que representa. Por ello, la bandera estadounidense -un símbolo de identidad nacional con el que se siente plenamente identificado la mayoría de la población de ese país- es la que más se quema en la actualidad, seguida de la de otros estados muy poderosos como Israel o Reino Unido. "No tendría sentido atacar esas banderas, explicó José Luis Gutiérrez Molina, si no fuesen percibidas como símbolos muy arraigados de una nación fuerte cuyo poder se rechaza". El caso de la bandera española es bastante singular pues tiene muy poca fuerza como signo de identidad y cohesión nacional. Genera un gran rechazo entre importantes sectores de la población, tanto por la confrontación con otros nacionalismos territoriales (especialmente Cataluña y Euskadi) como por su identificación con las fuerzas más reaccionarias y conservadoras del país. "No hay que olvidar, precisó José Luis Gutiérrez Molina, que la configuración actual de España no sobrepasa los 150 o 170 años y es producto de un rígido concepto burgués-liberal que desde una perspectiva histórica ha quedado bastante desfasado". Pero lo curioso es que la bandera de la I República ("que, por cierto, recordó José Luis Gutiérrez Molina, se proclamó tal día como hoy -11 de febrero- hace 131 años: es decir, en 1873") era como la de ahora, roja y gualda. La connotación negativa de la bandera española no ha logrado superarse ni siquiera después de casi treinta años de democracia representativa. Por ejemplo, en los carnavales de Cádiz de 2004, ha habido una copla muy irónica con el acto de homenaje a la bandera que intentó impulsar el gobierno de Aznar el pasado año. Sus autores decían que junto al éxito de la serie televisiva Cuéntame y la posible victoria del candidato del PP, el compostelano Mariano Rajoy, en las elecciones del 14 de marzo de 2004, este homenaje hace presagiar una vuelta a los tiempos de otro gallego (el dictador Francisco Franco). "Es decir, indicó Gutiérrez Molina, la defensa de la bandera roja y gualda no ha dejado de percibirse como un acto de exaltación patriótica propio del franquismo". En la fase final de su intervención en la sesión "Historia y memoria" del Archivo F.X., José Luis Gutiérrez Molina subrayó la indiferencia (ni rechazo, ni apoyo) frente a los símbolos de España que ha caracterizado al nacionalismo andaluz. Esa indiferencia ya se aprecia en el mismo momento en el que Blas Infante propuso la idea de una patria andaluza sin seguir el modelo de estado-nación del que derivaron otros nacionalismos históricos de la península ibérica como el catalán o el vasco. Esa indiferencia también está relacionada con el hecho de que en la época en la que Blas Infante desarrolló su ideario -el primer tercio del pasado siglo- el movimiento anarco-sindicalista (opuesto a la idea excluyente del estado-nación) era muy fuerte en Andalucía, lo que dificultó la propagación de un sentimiento nacionalista. Todo esto ayuda a explicar el hecho de que la iconoclasia marginal que se ha desarrollado en Andalucía, haya tenido como principal objetivo el clero (más que los símbolos de España). "No hay que olvidar, aseguró Gutiérrez Molina, que la Iglesia ha sido y es uno de los pilares fundamentales en los que se ha apoyado el poder político para ejercer su control social". En la época actual, cuando la influencia social e ideológica del anarquismo es ya muy débil, los símbolos andaluces han terminado identificándose con un poder de carácter local (más cercano) y administrativo, pero siguen sin funcionar como elementos aglutinadores de la colectividad. Y mucho menos como oposición identitaria frente a la simbología española (algo que sí ocurre en Cataluña y Euskadi). De hecho, José Luis Gutiérrez Molina sólo conoce un caso de quema de banderas españolas en Andalucía. Se llevó a cabo contra una bandera colgada del mástil de un barco que había atracado en el puerto de Cádiz. Pero en las escasas informaciones periodísticas que recogen este hecho iconoclasta, ni siquiera se explica cuales fueron las intenciones de su autor.
Tras el desmantelamiento del legado soviético en la década de los 80 se cerraba un ciclo histórico iniciado en 1917 con el estallido de la revolución rusa y la creación del primer régimen político basado en los principios del marxismo. Todavía no había finalizado la I Guerra Mundial y España vivía una importantísima huelga general que acabó con el ejército en la calle. Fue también el año en el que se fundaron las Juntas Militares de Defensa, un paso más de la escalada militarista que sufría España desde el desastre del 98 y la aventura colonial africana (donde se formaron Franco y sus compañeros). "En este escenario de profunda crisis, señaló Francisco Espinosa durante su intervención en el Laboratorio T.V. del proyecto Archivo F.X., llegó la gran noticia: en Rusia había triunfado la revolución". Parafraseando al periodista norteamericano John Reed, fueron días que conmovieron al mundo, sobre todo a aquellos países, como España, en los que las estructuras de poder no habían integrado al proletariado y donde las élites (políticas, monárquicas, clericales, económicas,...) temieron por primera vez perder sus privilegios. No hay que olvidar que en la Sevilla de época todavía se celebraban ritualmente las llamadas novenas de Fray Diego de Cádiz que trataban de ahuyentar los efectos de la revolución de 1868. Si para los sectores conservadores, la mención a Lenin producía escalofríos, para otros muchos era un símbolo de esperanza. Y ya entre 1918 y 1920 (calificado en algunos estudios históricos como el "trienio bolchevique") muchos cortijos de Andalucía y Extremadura se cubrieron de pintadas en apoyo a Lenin, a los soviets y a la revolución del proletariado. Curiosamente, la revolución rusa fue muy bien acogida en los círculos libertarios españoles que incluso llegaron a adherirse a la III Internacional Comunista, cuyo objetivo era llevar el socialismo a todos los países capitalistas. Todo esta ebullición política era percibida por la derecha española como una especie de plan demoníaco que terminaría llevando al país a la ruina política (la conversión de España en una república soviética) y religiosa (la propagación del ateísmo, la caída en el pozo sin fondo del pecado y la corrupción moral). El miedo terrible a la expansión de las ideas izquierdistas (ratificada por su triunfo en las urnas) hizo que a ciudades como Cádiz se le llamara "la Rusia chica" y a barrios como la Macarena, "el Moscú sevillano". Esta visión apocalíptica se intensificó durante la II República y fue la principal excusa que se utilizó para justificar el golpe de estado del general Franco en julio de 1936. "En la prensa nacional de la posguerra, recordó Francisco Espinosa, se decía que Franco nos había librado del 'comunismo tordo y asiático'". Pero ya en 1918, Lenin firmó el decreto de creación del primer campo de concentración soviético y en los años siguientes comenzó aplicar sangrientas medidas represivas para solucionar conflictos internos (fusilamiento de campesinos que se oponían a la nacionalización, persecución de disidentes,...). A juicio de Francisco Espinosa, ese tipo de arbitrariedades son las que certifican el final de un proceso revolucionario y su transformación en totalitarismo. Parece que Lenin, que enfermó de hemiplejia en 1923, sospechaba al final de su mandato que la maquinaria que había creado estaba corroída y que su sucesor -Stalin- no era el más indicado para llevar la liberación y la felicidad a los oprimidos del mundo. Pero era demasiado tarde para volver a empezar. Es difícil imaginar desde la distancia histórica, la fuerza del espejismo soviético y su capacidad de captar apoyos y simpatías en muchos círculos políticos e intelectuales de Europa. "Aunque durante mucho tiempo, apuntilló Francisco Espinosa, la propaganda oficial logró difundir una imagen idílica de la revolución rusa, ya en los años 70 había datos suficientes para intuir que lo que Orwell había imaginado en su novela 1984, se quedaba corto ante la terrible realidad del mundo comunista". Bastantes años antes de que las estatuas de Lenin fueran derribadas en las ciudades de Europa del este, la aureola mítica del dirigente soviético había desaparecido en España. Incluso el propio Partido Comunista renunció formalmente al leninismo en las primeras elecciones democráticas. En España, el comunismo había tardado en arraigar mucho más tiempo de lo que se suele pensar. De hecho, durante los años de le República, el PCE fue un partido minoritario, y si no se hubiese producido el golpe de 1936, probablemente no habría nunca llegado a tener la importancia que alcanzó. El primer momento de apogeo del PCE tuvo lugar en la guerra civil, coincidiendo precisamente con las grandes purgas estalinistas (1937 y 1938) y con la expansión del gulag (que afectó a más de 4 millones de personas). Durante el franquismo, fue la fuerza política que mejor se organizó en la clandestinidad y que mantuvo una oposición más fuerte y eficaz al régimen dictatorial. "Pero quizás, advirtió Francisco Espinosa, sea mejor no indagar demasiado en las intrigas de la cúpula dirigente del partido y en la desmemoria absoluta que demuestran los que aún viven". Para Francisco Espinosa, si algo negativo tuvo el desmantelamiento del bloque soviético (del mundo soñado por Lenin en 1917) fue que el capitalismo se ha quedado sin nada que lo frene y contenga. Sólo queda Cuba, un ejemplo ilustrativo de que en ciertas zonas del planeta, la dictadura del proletariado parece preferible a lo que EE.UU y las organizaciones económicas multinacionales destinan a ciertos países que consideran su corralito. "Además, recordó Francisco Espinosa, desde el 11 de septiembre de 1973 (fecha en la que fue derrocado Salvador Allende en Chile), ya sabemos lo que el sistema capitalista reserva a las experiencias de socialismo democrático que tratan de ponerse en marcha". Francisco Espinosa finalizó su intervención en Archivo F.X. señalando que al ver las escenas de derribo de estatuas de Lenin, había pensado en otras posibles acciones iconoclastas que nunca podremos contemplar, como la destrucción del Arco del Triunfo de Moncloa, de los apóstoles del Valle de los Caídos o de la Basílica de la Macarena en Sevilla. "En fin, concluyo Francisco Espinosa, Lenin se fue -y yo creo que está bien ido-, pero que nadie crea que con él murió la utopía o dejaron de tener sentido muchas de las intuiciones y certezas del viejo Karl Marx". |