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Sesión Lenguaje y traducción, Carlos Iniesta, Nadine Janssens y Antonio Orihuela |
Los tres participantes de la sexta sesión del Laboratorio T.V. del proyecto Archivo F.X. provienen del campo de la filología, la traducción y la creación literaria. El primero que intervino fue Carlos Iniesta -doctor en Filología Clásica y traductor de griego, alemán y ruso- que aseguró que la evolución del lenguaje se apoya en un proceso continuado de iconoclastia. Por su parte, Nadine Janssens investigó los ataques contra símbolos de religiones no cristianas, las "otras" desde la visión de un europeo occidental. En tercer lugar, el historiador y poeta Antonio Orihuela se centró en las imágenes que las televisiones de todo el mundo ofrecieron sobre el derribo de una estatua de Sadam Hussein en la Plaza Al Fardus (que significa paraíso) de Bagdad.
En la mayoría de las lenguas europeas (griego, latín, francés, inglés, noruego, ruso,...), el origen etimológico del término "bandera" hace referencia a su soporte (tela) o a su dimensión sígnica. Pero en español deriva del antiguo gótico "bandwo" que entronca con palabras como "bando" o "bandolero", lo que refleja la relación de este símbolo con las nociones de "facción" o "partido". Algo similar ocurre con el término germano "Fanhe", cuyo origen etimológico es "fan" (que en castellano dará fanático). Es decir, ya en la raíz etimológica de la palabra "bandera" en alemán se remite al fanatismo de quienes la veneran que constituye la otra cara necesaria a la pulsión iconoclasta de quienes la queman. "Desde esta perspectiva, subrayó Carlos Iniesta durante su intervención en el Laboratorio T.V. del proyecto Archivo F.X., no puede resultar incongruente citar el común origen etimológico entre el 'flamear' de las banderas al viento y su 'llamear' por el fuego prendido con gasolina o alcohol". La evolución del lenguaje se apoya en un proceso continuado de iconoclasia o iconoclastia (ambas formas son admitidas, aunque la Enciclopedia Espasa identifica la primera con la doctrina de los destructores de imágenes bizantinos y asocia la segunda a la tendencia atemporal a atacar símbolos, normas y tabúes). Según Carlos Iniesta, este imparable proceso de iconoclastia se basa en dos factores fundamentales. Por un lado, los hablantes de cualquier idioma ejecutan una incesante ruptura de las normas y prescripciones lingüísticas, tanto a nivel fonético como sintáctico y semántico. Por otro lado, el dominio y sometimiento de un territorio lleva consigo la destrucción (total o parcial) de la lengua (o lenguas) que allí se utilizaba, siendo sustituida por el idioma de los conquistadores. Según los últimos descubrimientos, la escritura apareció hace unos 7.000 años en el seno de una sociedad matriarcal que se desarrolló en la actual Serbia. Se trataba de una escritura pictográfica -expresaba conceptos, no sonidos- que sólo era empleada por las castas sacerdotales para comunicarse con sus dioses. Parece ser que la influencia de esta antigua escritura europea llegó hasta Creta, donde se manifestaría a través del llamado Lineal A de la cultura minoica. Dos milenios más tarde surgió en Mesopotamia la escritura sumeria cuneiforme que serviría para representar gráficamente primero al propio sumerio y después a las lenguas semíticas acadia y babilonia y al persa antiguo. De este modo, subsistió durante más de 3.000 años, hasta que fue desplazada, ya en los albores del cristianismo, por la llegada de los papiros y el alfabeto. Esta larga pervivencia se debe, según Carlos Iniesta, a que no estuvo ligada exclusivamente a prácticas religiosas, sino que también adquirió un uso civil relacionado con el comercio y la vida cotidiana. A pesar de su complejidad, la escritura ideográfica china se ha mantenido ajena a la influencia de otros sistemas fonéticos y alfabéticos durante sus más de 3.500 años de existencia. Algunos autores explican esta larga supervivencia por la propia estructura de la lengua china, en la que existen numerosas palabras homófonas (con los mismos sonidos consonánticos y timbres vocálicos), sólo distinguibles por los tonos musicales del habla. Esa homofonía no plantea problemas en una escritura ideográfica (que refleja conceptos), pero sí en una grafía alfabética (que no distingue los tonos). Sin embargo, Carlos Iniesta cree que la verdadera razón de la pervivencia de la escritura ideográfica china radica en que es considerada por sus hablantes como una auténtica seña de identidad a la que no quieren renunciar. La penetración de la escritura ideográfica china fue muy destacada en otros tres grandes países del continente asiático: Corea, Japón y Vietnam. En Corea, la escritura china era la única hasta que en el siglo XV d. C. se creó de la nada un alfabeto propio: el hangul. Se trata de un hecho insólito en la historia de la lengua que, según Carlos Iniesta, se entiende a partir de dos hechos fundamentales. Por un lado, a diferencia del chino, el coreano no es monosilábico sino, como el vasco, aglutinante (esto es, cada palabra permite la incorporación de sucesivos sufijos preposicionales o funcionales). Por otro lado, la emergencia de un sentimiento nacionalista radical que se oponía al dominio (político y cultural) de China, hizo que el hangul se convirtiera en una herramienta para la lucha patriótica. Los japoneses emplean a la vez tres sistemas gráficos distintos: la propia escritura ideográfica china y dos silabarios basados en esos ideogramas (el hiragana y el karatana). Además recurren al alfabeto latino para la rotulación de edificios, señales de tráfico,... El caso de Vietnam también es bastante curioso. En el siglo XVII, la influencia cultural francesa extendió una peculiar forma de escritura (que incluso contaría muy pronto -1650- con su propio diccionario): el alfabeto latino con signos diacríticos diferenciadores para los tonos musicales de las vocales. Volviendo a Oriente Próximo, Carlos Iniesta, doctor en Filología Clásica, recordó que del fenicio proceden, a través del griego, los principales alfabetos europeos -el latino y el cirílico-, así como el árabe y el hebreo. Este último, tanto en su versión oral como escrita, no puede entenderse al margen de su dimensión religiosa que explica tanto su nulo interés de expansión como su renacimiento al cabo de los siglos. De este modo, el hebreo, que dejó de ser una lengua hablada en el 200 a.C. (en beneficio del arameo) se recuperó a principios del siglo XX con la llegada de los primeros colonos judíos a Palestina. Por su parte, la lengua y escritura árabe se empleaba en una zona muy restringida de la península arábiga hasta el comienzo del Islam. Desde entonces, se impuso como lengua y escritura dominante (arrasando con todas las que se encontraba a su paso) en todo el territorio que se extiende desde Irak y el golfo pérsico hasta Mauritania y el noroeste del continente africano. Y su influencia no se queda ahí, otras lenguas (el persa, el suajili, el urdu -variante del Hindú-,...) que se hablan en países con una fuerte presencia islámica, han pasado a escribirse con caracteres árabes. Heredero del griego, el alfabeto latino se extendió por todos los rincones del imperio romano, deglutiendo las lenguas que se hablaban en los territorios anexionados (la ibérica, la céltica, la rúnica,...). Con los siglos, se convirtió en la escritura católica por antonomasia y se exportó a las colonias españolas, inglesas y portuguesas en el continente americano, provocando un verdadero genocidio cultural que acabó con lenguas y escrituras muy desarrolladas como la maya, la azteca o la quechua. Por su parte, el cirílico, vehículo gráfico del ruso y de otras lenguas eslavas, fue creado en el siglo X por discípulos del monje Cirilo a partir del alfabeto griego y del glagolítico. Pero lejos de lo que suele imaginarse, no todas las lenguas eslavas utilizan escritura cirílica, ya que la obediencia católica u ortodoxa ha determinado históricamente su alfabeto. "Dándose incluso la circunstancia, señaló Carlos Iniesta, de que el serbo-croata (que es una sola lengua) se escribe con el alfabeto latino en Croacia y con el cirílico en Serbia". Este proceso histórico de iconoclastia e idolatría lingüística no sólo pervive en la actualidad, sino que goza de una salud excelente. Cada año desaparecen unas 25 lenguas (y con ellas, otras tantas tradiciones culturales locales), cuyos hablantes o han muerto o la han arrinconado para utilizar algún idioma que les permita desenvolverse con más facilidad en la sociedad global. De las 5000 lenguas que se calcula que hay en el mundo, unas 250 son empleadas por más de un millón de personas, y sólo una decena superan los cien millones de hablantes. Un caso muy especial son las lenguas criollas, habladas por más de 30 millones de personas en América, África, Asia y Oceanía. "La conformación de estas lenguas, subrayó Carlos Iniesta, es muy interesante, ya que, basándose en una estructura gramatical muy simplificada de la lengua nativa, emplean un vocabulario de las lenguas llegadas de fuera (francés, español, inglés, portugués u holandés), lo que supone una doble iconoclastia de las normas lingüísticas". Carlos Iniesta finalizó su intervención en el Aula del Rectorado de la Universidad Internacional de Andalucía advirtiendo que en la actualidad se puede apreciar una idolatría de la lengua inglesa que está generando una profunda iconoclastia del español. En este sentido, Iniesta se centró en la perversa influencia sobre el idioma de Cervantes que están ejerciendo los denominados "falsos amigos", palabras inglesas muy cercanas fonéticamente a términos castellanos, pero con significados completamente distintos. Así, por ejemplo, "honesto" (que en español es sinónimo de "recatado" o "pudoroso") se identifica con "honrado" (que es lo que significa el inglés "honesty"); "patético" no se emplea ya como "emotivo" (su sentido original), sino como "deplorable" o "ridículo" (que sería la traducción del término anglosajón "pathetic"); o "question", el declamado "dilema" o "duda" de Hamlet, que con frecuencia se asocia erróneamente a "cuestión". "Como este fenómeno no para de extenderse, concluyó Carlos Iniesta, confiemos en que pronto se produzca la confusión de 'bigote' con su análogo inglés 'bigot', allí utilizado para referirse a un tipo fanático e intolerante, calificativos que tan al pelo cuadran al más denostado bigote de España".
Nadine Janssens inició su intervención en el Laboratorio T.V. del proyecto Archivo F.X., leyendo un fragmento de Diario de un descreído, una novela de Claude Neujean en la que se narra la trayectoria vital de un escéptico que "nace como tal de la boca y de la mano iconoclasta de su madre". En el fragmento que leyó Nadine Janssens, el protagonista del libro rememora la tarde lluviosa de su infancia en la que descubrió el valor y vacuidad de la escritura. Había copiado un par de renglones con signos ortográficos que para él eran como jeroglíficos sagrados que podían conducirle a un mundo maravilloso. Cuando entusiasmado, le enseño su "primer escrito" a su madre, ésta, en vez de felicitarle, soltó una carcajada y rompió el papel en mil pedazos. Siempre que hablamos, pensamos o escribimos, lo hacemos desde unas herramientas lingüísticas y desde unas coordenadas geográficas e ideológicas que, inevitablemente, determinan nuestra comprensión del mundo. Desde la visión de un europeo occidental, las religiones no cristianas son las "otras". O, parafraseando a Maimonides, las de los perplejos (los "égarés" en la traducción francesa, que viene a significar, los "descarriados", los "errados"). Para los creyentes de cualquier religión monoteísta, la verdad es patente y visible, y no se entiende que el "otro" no la reconozca como tal y se sume a ella con entusiasmo. Desde esa premisa, cualquier argumento contrario es percibido como un gesto ofensivo y blasfemo, como una agresión iconoclasta. Cuando fallan las imágenes o cuando se cree que la destrucción de éstas no basta para mostrar el rechazo a lo que representan, se sigue recurriendo al verbo. Algo que puede apreciarse en muchos de los documentos audiovisuales incluidos en el apartado "Acciones de atacar las religiones no cristianas" del Archivo F.X., donde hay varios vídeos sobre mezquitas incendiadas en Andalucía y Cataluña, en las que los autores de la agresión han dejado una contudente rúbrica: "Moros no". En otras imágenes aparecen pintadas y graffitis con amenazas, insultos o consignas nazis ("Heil Hitler", "White Power", "Moros = Mierda",...). Hay que tener en cuenta que frente a la preparación e infraestructura que se requiere para quemar banderas o destruir estatuas, las agresiones iconoclastas verbales son mucho más veloces e inmediatas y garantizan una mayor inmunidad. "Es harto más difícil, subrayó Nadine Janssens, volar el Alcázar de Sevilla, la Mezquita de Córdoba o la Alhambra de Granada, que embadurnar sus muros y tapias con frases ofensivas". Además, los ataques de hackers a los sistemas centrales de grandes corporaciones empresariales e institucionales, están demostrando el enorme potencial dañino de la escritura, en este caso en forma de código informático malicioso. Pero la fuerza de la iconoclastia visual no se encuentra tanto en la posible eficacia de la acción como en su capacidad para activar un sentimiento de cohesión y catarsis entre los agresores que, al mismo tiempo, les sirve para hacer una demostración pública de su poder. Es, por ejemplo, mucho más espectacular y catártico derrumbar las Torres Gemelas de Nueva York con aviones secuestrados y ante la mirada atónita del mundo entero, que atacar silenciosamente los sistemas informáticos centrales del World Trade Center o del Pentágono. Aunque quizás esto último hubiese resultado mucho más eficaz. La debilidad de los ataques iconoclastas con palabras está en su ausencia de visibilidad. Los insultos vuelan y las pintadas, por muy feroces y contundentes que sean, sólo llegan a un reducido sector de la población. Sin embargo, las acciones iconoclastas visuales tienen una repercusión mucho más masiva. ¿Quién no ha visto la voladura de los budas de Bamiyán, el derrumbe de la estatua de Sadam Hussein en la plaza Al Fardus de Bagdad o alguna quema de ejemplares de Los Versos Satánicos de Salman Rushdie? A la escasa visibilidad de las palabras en la sociedad del espectáculo, se le añade su creciente devaluación. "Que los políticos las usen a su antojo, precisó Nadine Janssens, no es una situación nueva y ni siquiera parece restarles credibilidad (...), lo más preocupante es que ese uso caprichoso se haya contagiado a los intelectuales y a la prensa". Jacques Bouveresse, catedrático de Filosofía en el Collège de France, ha asegurado recientemente en Le Monde Diplomatique que la figura del intelectual crítico (tal como se entiende en Francia, un país con gran tradición en ese campo) desapareció con la muerte de Pierre Bourdieu (acaecida el 23 de enero de 2002). Bouveresse cita a Jean Claude Milner que en un panfleto titulado "¿Existe una vida intelectual en Francia?" describe al nuevo intelectual como "pusilánime ante los poderosos, duro con los débiles, ambicioso sin designios, ignorante bajo los atavíos de la pedantería, impreciso con estilo puntilloso, inexacto con estilo detallado". Para estos autores, el intelectual triunfante se caracteriza por ser deferente con el poder (económico, cultural, mediático,...), por evitar las apreciaciones y opiniones políticamente incómodas, y por desmarcarse de la militancia socio-política en nombre de la democracia (un palabra devaluada, vaciada de sentido) y de una supuesta igualdad en el campo del saber y de las creencias. Todo esto supone, a juicio de Nadine Janssens, el triunfo del "todo vale", auténtico leit-motif de los medios de comunicación contemporáneos. Siguiendo a Christopher Lasch, Janssens considera que los medias ya no sirven al poder difundiendo machaconamente una ideología autoritaria, sino de una forma mucho más sutil y efectiva: destruyen la memoria colectiva con una sucesión vertiginosa de nuevas informaciones, imponen un star-system que se renueva incesantemente y tratan con la misma escala de valores todo tipo de temas (desde asuntos políticos a líos sentimentales de personajes "famosos", pasando por eventos deportivos o sucesos macabros). "Los Budas de Bamiyán, señaló Nadine Janssens en la fase final de su intervención en Archivo F.X., las mujeres con Burka, los moros vilipendiados cuando no mueren en El Estrecho, hasta el pobre Salman Rushdie, condenado a una vida de clandestinidad, se han borrado de nuestras memorias, donde sólo quedan las Torres Gemelas de Nueva York, golpeadas por los terroristas de Bin Laden". Y en este contexto mediático en el que todo cambia para seguir igual, añade Nadine Janssens, lo único que podemos hacer es esperar "la próxima imagen, el próximo acto iconoclasta, desprovisto de sentido pero capaz de atizar los nuestros".
En el wajang, teatro de sombra con títeres original de la isla Java, una orquesta de instrumentos de percusión (o gamelán) envuelve la acción dramática con música hipnótica, mientras el dalang -el titiritero- pone la voz de todos los personajes. Con una variedad argumental muy reducida, el wajang se compone de tres actos. En el primero se plantea el conflicto, que normalmente gira en torno a un enfrentamiento entre líderes políticos opuestos por cuestiones de propiedad o soberanía. En el segundo, se produce el combate, que el dalang representa haciendo chocar los muñecos entre sí. En el ultimo, que tiene un cierto carácter burlesco, el héroe (con la ayuda de alguna divinidad) consigue vencer a las fuerzas del mal y devolver a su comunidad la armonía y la felicidad perdida. Durante su intervención en el Laboratorio T.V. del proyecto Archivo F.X., Antonio Orihuela denunció la acción dramática que, sin diferencias sustanciales con otros momentos históricos o contextos culturales, el nuevo orden capitalista despliega para articular el control social, económico y psicológico de sus subordinados. Ahora lo hace a través de complejas plataformas mediáticas que transmiten en directo los combates o montan escenarios efímeros para glorificar a los nuevos héroes y dioses. "Toda la maquinaria, señaló Antonio Orihuela, está al servicio de un solo sentido: mostrar la transparencia de lo que es absolutamente opaco". Walter Benjamin aseguró que todo documento de cultura es un documento de barbarie. Cualquier "progreso cultural" (impuesto militarmente o con herramientas más sutiles) se apoya en un acto de destrucción que implica la desaparición de costumbres y modos de vida, la ruina de anteriores formas de conocimiento y creación. Para Antonio Orihuela, la relación entre Cultura (en mayúscula) y Capitalismo es inquietante. Ambos fenómenos se desarrollan gracias a un mismo principio: "destruir creando". Un ejemplo, la misión civilizadora, el motivo cultural que ha utilizado (y utiliza) Occidente para justificar su expansión por todo el planeta, genera rentabilidad económica a partir de la re-construcción de lo que previamente se destruye. Las imágenes que las televisiones ofrecieron (en directo, por supuesto) sobre el derribo de una estatua de Sadam Hussein en la Plaza Al Fardus (que significa paraíso) poco o nada tenían que ver con la situación real que en aquel momento se vivía en Bagdad y en Irak. Tanto el decorado como lo que estaba sucediendo ante las cámaras de decenas de televisiones internacionales, se había preparado cuidadosamente, siguiendo las normas de la gramática histórica que imponen los vencedores. Poco importa que después se desvelara que todo había sido un simulacro, porque su trabajo de producción de sentido ya había tenido el efecto buscado. Desde esta perspectiva, Antonio Orihuela cree que no se puede definir como acto iconoclasta dicho derribo. "La iconoclastia, explicó, remite a una lectura hecha desde el sistema simbólico que se intentó derribar y que se saldó en un fracaso, porque cuando la acometida triunfa estaremos sencillamente ante una transferencia de culto, autoridades, normas y modelos". De este modo, nadie considera iconoclasta la destrucción de los Ateneos Libertarios tras la guerra civil española, pero sí que se cubra con pintura roja una estatua de Franco, que se queme una bandera de España o que se ataque la imagen de una Virgen. En Bagdad, había al menos tres monumentos mucho más identificables con el régimen baasista que la efigie de Sadam Hussein de la plaza Al Fardus: el shaheed (una enorme cúpula construida sobre un lago artificial), el grupo escultórico dedicado al soldado desconocido y el arco de la Victoria. Pero el hecho de que se eligiera la estatua del dictador no fue, ni mucho menos, casual: por un lado, se aprovechaba la relación directa del icono con su modelo; por otro lado, se utilizaba una plaza situada muy cerca de los hoteles donde se alojaban los periodistas internacionales presentes en la capital iraquí. Además, la forma en que se desarrolló toda esta representación dramática anunciaba el nuevo orden que se estaba estableciendo en el país: el icono caía, pero a diferencia del Muro de Berlín, no era derribado por la gente (que, como mucho, se limitaba a alpargatear la mole) sino por soldados norteamericanos perfectamente preparados para la ocasión. Pero lo que no han podido evitar los regidores de todo este espectáculo político-militar-mediático es que el valor polisémico de aquella acción iconoclasta (en el sentido estricto de destrucción de imágenes) también sea utilizado en su contra. En noviembre de 2003, en la multitudinaria manifestación que se organizó en Londres contra la invasión de Irak y la visita del presidente norteamericano a la capital británica, se repitieron todos los pasos del ritual televisado ocho meses antes en Bagdad. Con una diferencia, en esta ocasión, el icono derribado era el de Bush. Por otro lado, una vez la estatua de Sadam fue desplazada de su peana, cualquier ojo habituado a ver piezas de arte vanguardista, podía apreciar sobre el pedestal una nueva escultura, tal vez de algún artista del grupo Cercle et carré o un constructivo de Joaquín Torres García. "La destrucción del fetiche, subrayó Antonio Orihuela, hace aparecer otros detrás de él y así, las salpicaduras del sentido llegan hasta el infinito (...) por eso el fin del arte es imposible, porque siempre hay sentido, incluso en el sinsetido". Según Antonio Orihuela, la imagen de Al Fardus en el momento del derribo de la estatua de Sadam Hussein parecía más un cuadro de Giorgio De Chirico que una de las plazas centrales de una bulliciosa ciudad de cinco millones de habitantes. De hecho, en su obra El enigma de una jornada (1913), De Chirico dibujó una plaza elíptica dominada en primer plano por la estatua de un hombre que extiende el brazo derecho en actitud de saludar, mientras desde el fondo se acercan dos pequeñas figuras cuyas sombras son alargadas. "No sabía De Chirico, señaló Antonio Orihuela, que eran marines norteamericanos avanzando". Por cierto, De Chirico cobró 20 francos por ese cuadro, una cantidad similar a la que recibieron los marines que participaron en la demolición de la estatua de Sadam. "Una miseria, subrayó Orihuela, con derecho a ciudadanía". Y una vez derribada la estatua de Sadam de la plaza Al Fardus, ¿será sustituida por otro icono?, ¿qué otro poder sucederá al que ejerció el partido Baas durante las últimas décadas? Si se descartan a los sunníes -la base del régimen depuesto- y se desconfía de los shiíes -mayoritarios, pero temidos en Occidente por su islamismo ortodoxo- sólo quedan los propios invasores. El mismo "Leviatán", en palabras de Antonio Orihuela, que primero genera una situación de violencia y después ofrece seguridad a cambio de sumisión. Para subrayar la impresión de que estamos ante una representación -tan absurda como sangrienta- de la victoria del bien sobre al mal (el mismo argumento, ritualmente repetido, del wajang), el día de Acción de Gracias George Bush visitó a sus tropas en Bagdad y les ofreció un fantástico pavo asado que fue la portada de todos los periódicos del mundo. Poco después se supo que el pavo era de plástico. Antonio Orihuela finalizó su intervención en Archivo F.X. haciendo referencia a la paradójica relación que ha tenido Sevilla a lo largo de su historia con la iconoclastia. No hay que olvidar que es una ciudad cuyas santas patronas -Justa y Rufina- destruyeron gran parte de la estatuaria pagana que había en la capital hispalense en el siglo III d.C. Por esa acción fueron condenadas, y varios siglos más tarde convertidas en mártires, valorándose sus actos iconoclastas como una muestra de su gran fervor cristiano. Ese mismo fervor cristiano, hizo que se colgara de la Catedral de Sevilla un camisón de Rodrigo de Valer, con una inscripción que le acusaba de "apostata y falso apóstol". Y también que se desenterraran los cadáveres de Juan Gil y Constantino Ponce, acusados de herejía, para quemar sus huesos. O que entre los siglos XV y XVII, el castillo de la Inquisición (situado junto al puente de Triana) acogiera a centenares de personas en unas condiciones muy parecidas a las que sufren hoy los presos de Guantánamo: incomunicados, ignorantes de los cargos que se les imputaba y de quién les había acusado. |