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Sesión Antropología y comunidad, Ángel del Río, José María Valcuende y Manuel Losada & Marcos Crespo |
La aproximación teórica a las acciones iconoclastas desde criterios antropológicos centró la octava sesión del Laboratorio T.V. del proyecto Archivo F.X. Utilizando como título de su intervención una frase del escritor Norman Mailer ("¿Por qué nos odian tanto tantos?") Ángel del Río trató de explicar las razones del intenso proceso de estigmatización que ha sufrido la bandera de los EE.UU durante las últimas décadas. Por su parte, José María Valcuende, profesor titular de Antropología en la Universidad Pablo Olavide (Sevilla), subrayó que el sistema capitalista-consumista es el mayor responsable de la iconoclastia contemporánea contra la naturaleza, pues para poder sobrevivir, tiene que generar constantemente nuevas necesidades. Finalmente Manuel Losada y Marcos Crespo se ocuparon de uno de los últimos ataques iconoclastas que ha sufrido la imagen oficial de Sevilla: el "caso de las Giraldillas falsas" en la inauguración del Campeonato del Mundo de Atletismo de 1999.
Como todos los imperios, los Estados Unidos de América tienen que hacer frente a numerosas aldeas, a veces situadas dentro de su propio territorio, que se resisten a ser conquistadas. La capacidad de reproducción de esas aldeas viene determinada tanto por la existencia de pueblos e individuos que se niegan a ser sometidos, como por la habilidad del Imperio para crear y alimentar nuevos demonios, cambiándole, según las exigencias del guión, de color de piel, creencia religiosa o ideología política. A través de una poderosa y sofisticada maquinaria militar, tecnológica y cultural, el Imperio estadounidense ha iniciado un proceso de expansión a nivel global, en el que todos los que se oponen a su poder son considerados enemigos del "progreso", la "democracia" y la "libertad". Como símbolo del Imperio y sus abusos, la bandera de las barras y estrellas -cuyos colores representan los principios de la Revolución francesa: igualdad, libertad y fraternidad- ha sufrido un intenso proceso de estigmatización durante las últimas décadas. Pero aquellos que la atacan, no lo hacen porque odien y desprecien al pueblo de los Estados Unidos, sino porque simboliza un poder absoluto y omnipresente, porque quieren mostrar su rechazo al país que, en nombre de la libertad y de la democracia, se ha auto-concedido el derecho a ejercer de policía mundial, mientras sus empresas extienden su radio de influencia por todos los rincones del planeta. "Cuando los indígenas de Ecuador o Bolivia, ejemplificó Ángel del Río durante su intervención en el Laboratorio T.V. del proyecto Archivo F.X., queman la bandera gringa en protesta contra la instalación en sus tierras de una petrolera, o por la erradicación de cultivos milenarios y sagrados, no están atentando contra su pueblo y contra su historia, no están quemando al poeta Walt Whitman, ni a Allan Poe, ni a Truman Capote, ni a Bukowsky". La quema de banderas estadounidenses responde a múltiples y diversas motivaciones que dependen del momento y del lugar en el que se produce la agresión. Lo que unifica todos estos ataques es que siempre vehiculan un gesto de protesta y repulsa a su política imperialista. Pero no hay que olvidar que amplios sectores de la población estadounidense que se oponen activamente al apetito imperialista de su gobierno, perciben como un ultraje la quema de su bandera, un símbolo con el que se sienten plenamente identificados. ¿Por qué nos odian tanto tantos?, se preguntaba el escritor norteamericano Norman Mailer. En una carta que recibió Michael Moore, el polémico director de Bowling for Columbine, un soldado estadounidense recién llegado de la guerra de Irak daba una posible explicación a esa terrible pregunta: "¿Por qué no podemos liderar el mundo por medio del ejemplo? No es extraño que el mundo nos odie. ¿Qué es lo que ven? Jóvenes estúpidos de uniformes con armas, y turistas viejos y ricos". Eduardo Galeano ofrece otra respuesta: "si se siembra injusticia por doquier, se cosecha agitación y odio". Ángel del Río analizó el "ritual del bandericidio" a partir de varias imágenes de quemas de banderas yanquis en Oriente Próximo, el espacio geo-político en el que este tipo de agresiones suele despertar un mayor interés mediático (por razones nada inocentes). Antes de entrar en el análisis del acto central de la quema, hay que tener en cuenta tres cosas: el bandericidio se hace siempre desde una posición de subalternidad y debilidad; no es nunca un acto imprevisto o espontáneo (la fabricación del material inflamable -la bandera- exige un tiempo de dedicación nada despreciable, sobre todo si se trata de la de EEUU, con tantas barras y tantas estrellas); el lugar y el momento elegido para la acción son muy importantes (suele llevarse a cabo como culminación de una manifestación y ante la presencia de los medios de comunicación). Según Ángel del Río, el bandericidio se puede interpretar en clave de performance, esto es, como una acción dramatizada que se escenifica ante una audiencia capaz de dotarla de sentido y significado. En el ritual de la quema de banderas, se produce un proceso de fuerte identificación grupal que refuerza el reconocimiento del "nosotros" a partir de una oposición y negación de "los otros". A través de la destrucción del icono del enemigo, se logra una especie de victoria simbólica que genera un sentimiento de exaltación colectiva entre los asistentes al acto. "Todo, subrayó Ángel del Río, se convierte en escena; todos, se transforman en actores". En el caso concreto de los bandericidios en Palestina, muchas veces los autores de la quema de las banderas estadounidenses son niños y mujeres, un hecho que, según Ángel del Río, favorece la cohesión de la comunidad, ya que genera un sentimiento de unidad y confraternidad en torno a un mensaje muy contundente: "ellos son los enemigos". La acción no concluye con la combustión de la bandera, sino que los restos del símbolo se destrozan de forma ostensible y aparatosa. A través de los medios de comunicación, el Imperio utiliza las acciones bandericidas -especialmente las realizadas en Palestina, Irak, Pakistán u otros países árabes en "periodo de guerra"- como una forma de legitimar su política y de demonizar a sus enemigos. "Después del 11 de septiembre, recordó Ángel del Río, la consigna imperial es clara: o estáis con nosotros, con la libertad y con la democracia, o estáis con Bin Laden, Sadam Hussein y el terrorismo internacional". La lógica argumental que siguen es tan simple como efectiva: los actos de quemas de banderas son un síntoma de intolerancia y barbarie, y sus autores, aprendices de terroristas que representan una amenaza latente para el "mundo libre". El sensacionalismo domina estas informaciones en las que se muestra con todo lujo de detalles (y con cierta fascinación por lo exótico) la parafernalia dramática que rodea el bandericidio (hombres encapuchados y exhibiendo sus armas, niños enfurecidos gritando, desfiles marciales,...). A estas agresivas imágenes, se contraponen los civilizados actos de condolencia y patriotismo que se llevan a cabo en los EEUU: velas encendidas recordando a los muertos en las Torres Gemelas, actos de recuerdos a las víctimas en los que se termina cantando el himno nacional con la mano en el corazón, proliferación de banderas a media asta por todos los rincones del país,... La dicotomía entre el bien y el mal se pone en funcionamiento, y el Imperio sale exculpado y legitimado para seguir ejerciendo su política belicista y expansiva. "Por todo ello, señaló Ángel del Río en la fase final de su intervención en Archivo F.X., considero que la quema de banderas yanquis, o la de cualquier otra que identifique a amplios colectivos, no es una acción positiva viéndola en términos estratégicos".
"Lo que entendemos por naturaleza, señaló José María Valcuende durante su intervención en el Laboratorio T.V. del proyecto Archivo F.X, es habitualmente una proyección de la sociedad, incluso una lectura del propio ser humano". Con frecuencia, se identifica la esencia humana con la naturaleza humana, concibiendo ésta como una categoría de legitimación que explica y justifica nuestras acciones y comportamientos. Pero la definición de esa naturaleza humana varía en función del momento histórico en el que se hace y del modelo teórico y político en el que se apoya. Así, si se quiere justificar la competitividad, el capitalismo y la des-regulación del mercado, se dirá que "el hombre es un lobo para el hombre"; si se pretende explicar la supuesta bondad intrínseca del ser humano, se asegurará que "somos buenos por naturaleza". Según el antropólogo Clifford Geertz la idea de una naturaleza humana constante e independiente del contexto histórico y cultural, es un espejismo de la ilustración que sigue muy enraizado en la cultura contemporánea. Sin embargo, cada vez es más firme la convicción conceptual de que no existen (ni existieron, ni existirán) hombres no modificados por las costumbres de un determinado lugar, y de que es muy difícil diferenciar entre lo que es natural, universal y constante en el ser humano, y lo que es convencional, local y variable. En cualquier caso, esta diferenciación entre el hombre y el entorno (entre una naturaleza humana y una no humana) es una abstracción que no existe en otras culturas no occidentales. En ellas, las fronteras de la humanidad se disuelven y proyectan en un todo en el que hombres, animales y plantas se entremezclan y confunden, con la conciencia de que para garantizar la subsistencia es necesario establecer continuas interacciones y alianzas. Sin embargo, el conocimiento occidental, heredero de la lógica antropocéntrica de la modernidad, segmenta y disecciona la realidad, concibiéndola como una máquina compuesta por distintas piezas que pueden ser entendidas (y analizadas) de forma autónoma. A partir de ahí, establece una frontera radical entre nuestra especie y el resto de las especies. "El desarrollo de nuestra supuesta racionalidad, indicó José María Valcuende, nos ha llevado a visualizar la naturaleza como algo que puede ser protegido o explotado, pero que, en todo caso, es ajeno al ser humano (que se sitúa en un escalón superior a cualquier otra especie)". Algunos antropólogos diferencian entre dos tipos ideales de cultura en función de su vinculación con la naturaleza: culturas del ecosistema y culturas de la biosfera. Las primeras realizan una explotación de su entorno de carácter extensivo, permitiendo el mantenimiento de un cierto equilibrio entre la especie humana y otras especies. "No hay que olvidar, matizó Valcuende, que del mantenimiento de ese equilibrio depende, en buena medida, su supervivencia". Su capacidad de movilidad es limitada, su nivel de especialización escaso y su radio de influencia -al margen del espacio local que ocupan- muy reducido. Son culturas frágiles, sobre todo ante la acción de otras poblaciones que sí buscan una conquista del medio. Estas últimas poblaciones pertenecerían a las llamadas "culturas de la bioesfera" para las que el medio tiene un carácter global y cualquier lugar del mundo es susceptible de ser explotado si posee recursos considerados útiles (minerales, alimentos, animales, plantas,...). De hecho, para estas culturas, lo importante son dichos recursos, no el entorno en el que se encuentran o las posibles consecuencias de su acción sobre ese medio. Las imágenes incluidas bajo el epígrafe "Acciones de atacar la naturaleza" del Archivo F.X. (realización de pruebas nucleares, vertido tóxico sobre el río Guadiamar, talas indiscriminadas de árboles en las selvas tropicales,...), ponen de manifiesto que las consecuencias de la manipulación y explotación del medio afectan también a otros seres humanos, a los que se les niega el reconocimiento de ciertos derechos. En este sentido, José María Valcuende cree que las acciones de determinados grupos ecologistas en defensa de unos árboles o de un parque natural, no sólo pretenden proteger esos espacios concretos, sino también conservar una forma de vida o unas señas de identidad amenazadas. Para José María Valcuende la verdadera iconoclastia contra la naturaleza en el mundo contemporáneo se encuentra en la raíz misma del sistema capitalista-consumista que para poder sobrevivir tiene que generar constantemente nuevas necesidades. Una dinámica socio-económica que convierte a los ciudadanos en consumidores compulsivos y a los centros comerciales en catedrales posmodernas que deciden las nuevas fechas del santoral (día del padre, día de la madre, Navidad, rebajas de enero,...). En este contexto, las contradicciones de los ciudadanos occidentales se hacen cada vez más evidentes. Muchos alzamos nuestra voz contra la deforestación del Amazonas o nos manifestamos contra las industrias madereras y petrolíferas que expulsan a las poblaciones indígenas o cubren centenares de playas con manchas de fuel. "Pero lo hacemos, subrayó José María Valcuende en la fase final de su intervención en Archivo F.X., desde la comodidad de nuestras casas, donde con toda la conciencia del mundo seguimos consumiendo la mayor parte de los recursos del planeta". Además, el sistema capitalista, con su enorme capacidad de adaptación y de fabulación persuasiva, ha sido capaz de apropiarse de muchos de los principios y consignas de los movimientos contestatarios y alternativos, y ahora nos vende "energía azul", "desarrollo sostenible", "gasolina verde" o "productos ecológicos". De este modo, nos hace creer que la cuadratura del círculo es posible y que la solución de los problemas ambientales (derivados, en gran medida, del desmesurado "progreso" de Occidente) no depende de medidas políticas y económicas, sino de desarrollo tecnológico.
El caso iconoclasta de las "giraldillas" se remonta a la noche del 20 de agosto de 1999, cuando en la inauguración del Campeonato del Mundo de Atletismo de Sevilla, retransmitido por televisión a una audiencia potencial de 3.500 millones de espectadores, ocurrió algo imprevisto que cortaba la circulación simbólica pre-establecida. En pleno apogeo de la ceremonia inaugural (que contenía todos los ingredientes característicos del imaginario folclórico sevillano) un grupo de activistas de Presoekin Elkartasun Taldea -colectivo que defiende los derechos de los presos vascos vinculados al entorno abertzale- lograba interferir el acto con una acción múltiple, tan inofensiva como bien coordinada. Lo más llamativo de esta acción fue que dos "falsas giraldillas" (la mascota oficial del Campeonato) consiguieron llegar al escenario principal, portando un mensaje en el que pedían (en inglés) la "repatriación de los prisioneros vascos". En un boletín informativo interno, Presoekin Elkartasun Taldea (que se podría traducir como "solidaridad con los presos") asegura que recurren a la acción directa no violenta para denunciar la conculcación sistemática de ciertos derechos humanos y civiles que sufren los presos vascos. Una de las "falsas giraldillas" declaró que el objetivo de la acción no era boicotear el campeonato sino "hacer que el mundo se preguntara por lo que pasa realmente en Euskal Herria". "Pero una cosa es lo que dicen, señalaron Manuel Losada y Marcos Crespo durante su intervención en el Laboratorio T.V. del proyecto Archivo F.X., y otra la que se les supone y atribuye". A lo largo de las últimas décadas, el "problema vasco" ha generado un tenso y viciado contexto político con dos bandos opuestos que muestran una escasa (por no decir nula) voluntad de negociación. Un sector mayoritario de la opinión pública española considera impuro a todo aquel que está asociado -directa o indirectamente- con el entorno de ETA, pues piensa que en su contacto con los "asesinos" ha sido manchado y contaminado. Presoekin Elkartasun Taldea se sitúa en la órbita del Movimiento de Liberación Nacional Vasco, con conexiones formales evidentes con la organización Gestoras pro Amnistía que ha realizado una fuerte movilización para pedir el fin de la política de dispersión de presos de ETA. Aunque Presoekin busca explícitamente como principio legitimador la no-violencia y utiliza modos de acción propios de los nuevos movimientos sociales, la mayoría de los españoles no comprende ni admite que pueda operar con medios lícitos (no violentos) y fines loables (defensa de derechos humanos) cuando el campo de actuación es el agujero negro del imaginario colectivo de la España contemporánea: la violencia terrorista de ETA. Los periódicos locales llevaron a cabo un amplio despliegue informativo y editorial sobre la acción de Presoekin en el estadio Olímpico de Sevilla. En todos los casos se les calificaba de colectivo pro-etarra y se describía su acción como "golpe", "sabotaje" e incluso "atentado". Además, se hacía hincapié en que la acción había sido una "burla" de las medidas de seguridad existentes, incluso un periódico como el Diario de Sevilla calificaba el suceso de "lamentable" y "ridículo", "la confirmación de los tópicos menos agradables sobre la presunta desorganización hispana". "Hay que tener en cuenta, recordaron Manuel Losada y Marcos Crespo, que estos campeonatos tenían una honda significación para los gestores políticos y económicos que querían vender Sevilla como una ciudad-escenario, como un lugar propicio para la celebración de eventos similares". Desde la década de los 80, se había impuesto un modelo de desarrollo de la ciudad basado en una progresiva terciarización de su economía y en la celebración puntual de grandes fastos en los que se concentraban las principales inversiones en infraestructura. Tras la EXPO'92, el gran evento que se preparaba era la celebración de las Olimpiadas, y en torno a ese propósito el Partido Andalucista (secundado, en mayor o menor medida, por el resto de las formaciones políticas) articuló una imagen concreta de la ciudad que fue aceptada por buena parte de los sevillanos. En este contexto, la acción de los activistas vascos en la ceremonia inaugural del campeonato de atletismo se percibía como una "burla" que podía perjudicar a la ciudad en su aspiración de convertirse en sede olímpica. La reacción oficial tuvo algunas semejanzas con la que se produjo ante otro emblemático gesto iconoclasta: las movilizaciones de protesta por la celebración de la EXPO' 92. Entonces se reprimió con enorme dureza una manifestación espontánea en las puertas del recinto, y con la colaboración del poder mediático, se silenciaron los aspectos más polémicos de la actuación policial y se llevó a cabo un proceso de criminalización de las personas y de los colectivos que habían organizado las protestas. El carácter iconoclasta de la acción de los miembros de Presoekin Elkartasun Taldea no venía dado por la destrucción o parodia de un símbolo sevillano, sino por la puesta en marcha de un proceso de "usurpación iconográfica" para transmitir un mensaje no controlado por el poder. Operando como un virus, las "giraldillas falsas" habían logrado provocar una grieta en el sistema a través de su infiltración en su principal canal de comunicación: la televisión. Según Manuel Losada y Marcos Crespo, el potencial iconoclasta de su gesto fue muy incisivo por una doble razón. En primer lugar, porque se ejecutó en el momento de apertura ritual de un espacio de representación colectivo-planetario, uno de los que utiliza el poder para la difusión de una imagen amable de la globalización y para "naturalizar" la dinámica competitiva del capitalismo. En segundo lugar, porque lograba quebrar el "ejercicio de devota re-presentación" de una amplia y variada comunidad idólatra, desde la agraviada localidad anfitriona del campeonato (que veía dañada su imagen de ciudad-evento), hasta el colectivo olímpico (cuya unidad y capacidad organizativa quedaba en entredicho), pasando por las autoridades políticas y el poder mediático y económico. Manuel Losada y Marcos Crespo creen que la acción política iconoclasta en la sociedad contemporánea sólo es factible a través de una infiltración en sus espacios de producción y circulación simbólica: el graffitti en una pared de la ciudad, el pirateo de una web corporativa o institucional, la creación de medios digitales antagonistas,.... "El problema, señalaron Manuel Losada y Marcos Crespo, es que la victoria en el terreno virtual no siempre es suficiente para transformar la parcela de realidad que se pretende cambiar (las cárceles y los presos seguirán ahí, por más que simbólicamente se derrumben sus muros)". En el caso de las "giraldillas falsas", se logró introducir un mensaje disidente dentro del circuito oficial de imágenes del evento, pero una vez la interferencia fue captada y procesada, "la burla fue burlada". Esto es, el sistema fue capaz de volver a encauzar la dirección de la comunicación en su propio beneficio, iniciando un proceso de criminalización de los autores del acto iconoclasta (los herejes) que resultó bastante efectivo. Además, a través de estos ataques, el poder descubre cuáles son sus puntos vulnerables y hace todo lo que está en su mano para evitar una nueva filtración. Un ejemplo reciente nos da una idea de los caminos que puede seguir el nuevo orden neoliberal para reparar sus fracturas mediáticas y conseguir que todo esté bajo su control. Tras la aparición de una teta de Janet Jackson en la retransmisión de la Superbowl (otro espectáculo deportivo-televisivo con audiencias masivas), los sectores estadounidenses más conservadores, encabezados por la Federal Comunnication Comision (autoridad gubernamental de regulación de los medios), se han movilizado para evitar que en el futuro puedan volver a producirse "escándalos" similares. A su vez, los medios de comunicación norteamericanos han decidido fortalecer sus dispositivos de auto-censura. De este modo, indicaron Manuel Losada y Marcos Crespo en la fase final de su intervención en Archivo F.X., "ante la creciente posibilidad de que la retransmisión de ciertos eventos escapen a su control -como en el caso de las 'giraldillas' o en el de la irrupción imprevista del pezón de Janet Jackson- han dado con una solución tan inquietante como efectiva: serán emitidos en falso directo, es decir, con un pequeño retardo que evite que se introduzcan imágenes y mensajes no deseados". |