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David Sánchez Rubio: Ciencia-ficción y derechos humanos: complejidad, tramas sociales y condicionales contrafácticos |
En la línea de autores como Donna Haraway, Sánchez Rubio rechaza las posiciones políticas y filosóficas esencialistas y defiende la idea de que toda mirada es parcial, de que ninguna forma de conocer y comprender la realidad puede desligarse de una serie de condicionantes históricos y culturales (paradigmas epistemológicos) que imposibilitan la objetividad y neutralidad absoluta. Con la llegada de la modernidad, el discurso hegemónico occidental planteaba que el avance científico permitiría conocer "objetivamente" la realidad y resolver todos los problemas humanos. En las últimas décadas, ese optimismo se ha relativizado, pero sigue vigente la confianza en un progreso lineal de la historia y el desprecio hacia formas de conocimiento no científicas. David Sánchez Rubio coincide con las corrientes teóricas que plantean que no podemos conformarnos con lo empíricamente dado. De hecho, para el autor de Esferas de democracia (2004), una de las cosas más interesantes de la ciencia-ficción es que se preocupa por la apertura de nuevos horizontes, jugando con los limites de la realidad empírica. De ese modo, nos permite especular sobre posibles evoluciones, transformaciones y desviaciones de la naturaleza y de la sociedad humana.
En cualquier caso, la ciencia-ficción es producto de la modernidad occidental. Una modernidad que, según Boaventura de Sousa Santos, se asienta sobre dos grandes pilares: un conocimiento regulador (cuyo objetivo es ordenar el caos) y un conocimiento emancipador (que intenta potenciar la solidaridad y reconoce en el otro a un sujeto). El conocimiento regulador se articula en torno a tres formas de organizar la convivencia humana: el Estado, el Mercado y la Comunidad. Igualmente, el conocimiento emancipador se basa en tres formas distintas de enfrentarse a la realidad: la racionalidad estético-expresiva (literatura, artes plásticas, música...), la racionalidad cognitiva-instrumental (ciencia y tecnología), y la racionalidad moral-práctica (derecho y ética). A juicio de Boaventura, la expansión del capitalismo hizo que se rompiera el equilibrio que hasta entonces existía entre ambos tipos de conocimientos. "Se terminó imponiendo el pilar de la regulación, explicó David Sánchez Rubio, y la lógica del Mercado se absolutizó, alcanzando todas las esferas de la vida". A partir de entonces, en el ámbito del conocimiento-emancipador, la racionalidad cognitivo-instrumental ha tratado de vampirizar a las otras dos (la estética-expresiva y la moral-práctica). El Derecho, por ejemplo, se supeditó desde muy pronto a la racionalidad científica y empezó a utilizarse como una técnica de regulación social. El arte, a costa de ocupar posiciones sociales marginales, ha logrado conservar algo más de independencia frente al discurso instrumental-científico. Y aunque con frecuencia también se ha utilizado para legitimar el sistema, ha mantenido cierto potencial emancipador (eliminando la separación entre sujeto y objeto, concibiendo la solidaridad como un modo de saber, vinculando los procesos con los resultados...). La concepción de los derechos humanos que hemos heredado de la modernidad capitalista reproduce plenamente la lógica liberal. Por un lado, se basa en una visión sustancialista y cerrada de la dignidad y de la naturaleza humana (que concibe como algo fijo y homogéneo). Por otro lado, contiene una serie de trampas y derivas, tanto en su enunciación como en su desarrollo. Así, separa conscientemente entre el ámbito de lo privado y de lo público, permitiendo que haya espacios de la vida (el ámbito doméstico, la economía...) donde los derechos humanos no pueden ser reconocidos. Además, limita su foco de influencia a la esfera política (que entiende en un sentido muy restringido). Frente a esa noción esencialista y rígida, David Sánchez Rubio apuesta por una concepción mucho más abierta, flexible y fluida que permita que los derechos humanos puedan aplicarse en todas las esferas de la vida social. En este punto de su intervención, David Sánchez Rubio se detuvo en dos aspectos concretos: los marcos categoriales (los condicionales contrafácticos) que determinan el pensamiento occidental (y que se expresan a través de la ciencia, la ciencia-ficción y el discurso dominante sobre los derechos humanos); y los efectos que los avances científicos y tecnológicos tienen en las condiciones existenciales e identitarias de los hombres contemporáneos. Tanto la ciencia como los derechos humanos están condicionados por unos ideales de perfección y principios de imposibilidad fáctica (que tienen que ver con los límites del saber y del actuar humano) que el pensamiento occidental intenta superar continuamente. En la ciencia contemporánea, por ejemplo, la investigación médica y genética sigue persiguiendo el "secreto" de la inmortalidad y de la eterna juventud, mientras la tecnología informática construye sistemas de control y vigilancia cada vez más complejos y sofisticados que buscan una omniscencia total en ciertos entornos. De hecho, la obsesión de la ciencia por estos principios de imposibilidad fáctica ha sido documentada profusamente por la literatura de ciencia-ficción, donde abundan las historias que hablan de robots y cyborgs humanizados que son inmortales, describen inventos fabulosos que permitirán en el futuro la teletransportación orgánica (viajes en el tiempo) o especulan sobre el creciente bio-poder (omniscencia) que proporciona el control de las redes digitales. A su vez, desde la noción liberal-occidental de los derechos humanos se plantea la posibilidad de que algún día, todos los hombres, con independencia de su raza, sexo y religión, podrán disfrutar de una situación de plena satisfacción de sus derechos. La investigación científica y tecnológica tiene un impacto (directo o indirecto) en nuestras vidas, por lo que, a juicio de Sánchez Rubio, no debe obviar la dimensión socio-histórica, procesual, relacional y multidireccional de la condición humana que está determinada por esos principios de imposibilidad fáctica. Es decir, no puede perder nunca de vista el referente humano. En este sentido, el autor de Filosofía, derecho y liberación en América Latina (1999) recordó un cuento de J. L. Borges -El mapa del Emperador- que ejemplifica muy bien como una idealización científica que olvida el referente humano puede derivar en una acción patológica y de efectos contraproducentes. El relato narra la historia de un meticuloso emperador chino que ordenó la elaboración de un mapa que reprodujera con absoluta precisión el territorio que dominaba. Para satisfacerle, los cartógrafos hicieron un plano a escala real que ocupaba completamente el territorio que trataba de representar. De esta forma, el Imperio desapareció bajo el peso de su propia representación.
En la ciencia-ficción, esta problemática suele reflejarse de dos formas diferentes. Por un lado, se imagina un futuro en el que las relaciones humanas se articulan bajo tramas sociales de regulación o imperio, prescindiendo de lo afectivo, lo material y lo corporal. Así, en El Sol desnudo (Isaac Asimov, 1957), no hay contactos físicos entre los humanos que sólo se relacionan a través de medios tecnológicos. Por otro lado, se plantea la posibilidad de que la ciencia y la tecnología progresen sin olvidar el referente humano y, de ese modo, se desarrollen tramas sociales de solidaridad y emancipación (como ocurre en muchas novelas de Sturgeon, Octavia Butler o Juan Miguel Aguilera). En cualquier caso, a juicio de Sánchez Rubio, el principal reto que debe afrontar la humanidad en el futuro no es su relación con las máquinas (como plantea la trilogía Matrix), sino la convivencia de los seres humanos entre sí. "Sólo si el hombre, subrayó David Sánchez Rubio en la fase final de su intervención en Suturas y fragmentos, aprende a respetarse a sí mismo, a comprender sus posibilidades y a aceptar sus limitaciones, podrá vivir en equilibrio con el entorno (natural y artificial). |