La primera jornada del seminario Flamenco, un arte 
popular moderno se cerró con una conversación entre José Luis Ortiz 
Nuevo, fundador de la Bienal de Flamenco de Sevilla, y Belén Maya, la 
bailaora cuya silueta aparece en el cartel de la película Flamenco de 
Carlos Saura. Nacida en Nueva York en 1966 durante una gira de sus padres, 
Mario Maya y Carmen Mora, Belén Maya confesó en su intervención en la 
sede de La Cartuja de la Universidad Internacional de Andalucía que hasta 
los 18 años odiaba el flamenco. Desde muy joven simultanea los escenarios 
con la enseñanza y admira la forma de trabajar de los artistas de danza 
contemporánea ("su modo tan intenso de involucrarse en el proceso de creación, 
su interés por recorrer nuevos territorios expresivos y estéticos"). Siempre 
se ha sentido como una outsider dentro del mundo del flamenco ("una sensación 
que probablemente compartan otros bailaores de mi generación") y, a día 
de hoy, le apetece bailar todo tipo de músicas ("incluso bailar sin música"). 
Tras muchos años de sufrimiento ("sobre todo, por la presión que yo misma 
me imponía"), ha aprendido a disfrutar bailando, a sentirse cómoda sobre 
el escenario y percibir a los espectadores como cómplices. 
 
.- José Luis Ortiz Nuevo: En este apartado 
del seminario se busca la palabra y la confesión de los artistas 
flamencos. De algún modo mi función aquí es hacer 
de "sacacorchos" para que los artistas (que representan distintas 
parcelas del mundo del flamenco: cante, baile, guitarra y composición) 
nos cuenten sus reflexiones e impresiones sobre este arte. Belén, 
¿tú por la mañana, cuando te levantas, qué 
es lo primero que haces? 
.- Belén Maya: Depende del día. Normalmente tardo 
bastante en desayunar. Hay días que me voy a dar un paseo, otros 
me pongo leer, a veces, me vuelvo a dormir..., depende.
 
.- J.L.O.N.: ¿El flamenco es para ti un 
gozo, un martirio, una liberación...? 
.- B.M.: Durante mucho tiempo fue un martirio, una obligación, 
una herencia. Pero en los últimos años he aprendido a no 
sufrirlo, a disfrutar bailando, sin presiones, sin vivirlo como una obligación. 
Y ahora es un regalo que intento compartir con la gente que me rodea.
 
 .- J.L.O.N.: ¿Alguna vez has pensado dejar 
de bailar? 
.- B.M.: Sí, al menos tres veces he estado a punto de dejarlo 
definitivamente (incluso llegué a estar retirada un año 
entero), y en otras muchas ocasiones se me ha pasado por la cabeza. Sobre 
todo, por la presión que yo misma me imponía, una exigencia 
despiadada y salvaje de la que he logrado liberarme.
 
.- J.L.O.N.: ¿Y hubo algún momento 
en el que desearas salir del escenario corriendo y no volver? 
.- B.M.: Lo que he sentido muchas veces han sido deseos de no salir 
a bailar. Me daba pánico pensar que no iba a ser capaz de cumplir 
las expectativas que había generado. Y después, cuando acababa 
el espectáculo me decía a mi misma que esa era la última 
vez, que ya no bailaba más porque no merecía la pena seguir 
sufriendo tanto. 
 
.- J.L.O.N.: ¿Cuáles son los principales 
inconvenientes -"quejas"- que encuentras en tú trabajo? 
.- B:M.: Hay muchas cosas que me gustaría que cambiaran 
en el funcionamiento institucional y profesional del flamenco. Pero lo 
que más me cuesta aceptar es que no haya colaboración ni 
confianza entre los artistas (que, al fin y al cabo, somos compañeros), 
que no existan espacios donde nos juntemos para compartir algo tan básico 
como el material de trabajo. Dentro del flamenco sigue prevaleciendo la 
idea de que las cosas que uno baila son sólo suyas. Y eso es mentira, 
un movimiento no es de nadie; las ideas no tienen dueño. Los bailaores 
flamencos somos como islas, cada uno trabajando en su terreno, aislados 
y solos, sin compartir nada con los demás. 
 
.- J.L.O.N.: ¿Y cómo crees que se 
podría solucionar esa situación? 
.- B.M.: Es muy difícil, pero por mi parte lo que he empezado 
a hacer es decirle abiertamente a otros compañeros que me gustaría 
que compartiésemos el trabajo. La propuesta, por lo general, ha 
sido bien acogida, pero por ahora, no ha cuajado en nada concreto. 
 
.- J.L.O.N.: En la actualidad, son muchas las 
voces que denuncian una supuesta "dictadura" del baile sobre 
el cante y el toque flamenco. Es decir, que en vez de promover una interdependencia 
equilibrada, se ha potenciado una especie de relación jerárquica 
que obliga a la música y al cante adaptarse a las necesidades del 
baile. 
.- B.M.: Desgraciadamente, creo que todos los bailaores, de una 
u otra forma, hemos entrado en ese juego alguna vez. Incluyéndome 
yo, por supuesto. Hay que tener en cuenta que hubo un momento en el que 
el baile dio, a nivel técnico, un salto muy grande, haciendo que 
la guitarra y el cante se tuvieran que plegar a sus exigencias. Se puso 
de moda un baile técnicamente muy elaborado, con coreografías 
complejas y sofisticadas que condenaban al cante y al toque a un papel 
meramente funcional. En ese contexto, si se quería pertenecer a 
la élite del baile flamenco, había que demostrar que se 
poseía un nivel técnico altísimo (curiosamente, en 
la actualidad, ocurre lo contrario, y lo "guay" es bailar antiguo). 
Yo entré de lleno en esa dinámica, pero ahora no me interesa, 
no me hace feliz. Cuando bailo con músicos en directo, me apetece 
escuchar a los cantaores y a los intérpretes, disfrutar con ellos. 
Sólo así logro estar a gusto sobre el escenario. Además, 
ahora también me interesa bailar músicas ajenas al flamenco.
 
.- J.L.O.N.: ¿Qué otras músicas 
te gustan? 
.- B.M.: Todas. En estos momentos me apetece bailar todo tipo de 
músicas. Incluso bailar sin música. 
 
.- J.L.O.N.: ¿Y cómo se baila el 
silencio? 
.- B.M.: Realmente no lo sé (ríe), pero lo que estoy 
intentando últimamente es moverme sin necesitar un motivo externo, 
sin buscar excusas, sin que haya un elemento ajeno al propio baile que 
determine mis pasos. Hacer eso en el flamenco es muy difícil, pues 
siempre hay algo -un "ole", una letra, un remate- que te impulsa 
en una dirección determinada. Pero insisto, a día de hoy, 
quiero liberarme de esa dependencia. 
 
.- J.L.O.N.: ¿El escenario es un espacio 
de tortura o de goce? 
.- B.M.: Para mí, durante muchos años fue un espacio 
de tortura, pero con el tiempo he descubierto que puede convertirse en 
lo que el bailaor quiera que sea. El escenario es su espacio, no el del 
público o el de los músicos. El problema es que se tarda 
demasiado tiempo en comprender eso, pero cuando se consigue, cuando uno 
asume que no tiene que rendirle cuentas a nadie, puede llegar a pasárselo 
muy bien. 
 
.- J.L.O.N.: ¿Y el público, aparte 
de ser el que paga la entrada (cuando la paga), quién es? 
.- B.M.: Al principio lo veía como un juez implacable, del 
que podía esperar una recompensa (sentirme querida, aceptada y 
reconocida) o un castigo. Más tarde, decidí bailar sin que 
me importaran los espectadores, como si éstos hubiesen dejado de 
existir. En la actualidad, he logrado establecer una buena complicidad 
con ellos y en cada actuación, intento transmitirles mis ideas 
y emociones, por ambiguas y contradictorias que sean. Desde luego, si 
tú sufres al bailar, el público lo nota y al final también 
lo pasa fatal. Eso es muy evidente cuando el baile se centra demasiado 
en la habilidad técnica y termina asemejándose a un espectáculo 
circense. En esos casos, sólo se valora el esfuerzo y la destreza 
técnica, y se olvida lo que, a mi juicio, es realmente importante: 
lo que sienten, piensan y quieren contar los bailaores. 
 
.- J.L.O.N.: Y el espejo del estudio, ¿es 
un cómplice? 
.- B.M.: No, yo ya hace mucho tiempo que le perdí el respeto. 
Incluso hubo una etapa en mi carrera en la que trabajé sin espejo. 
Ahora lo veo como una herramienta útil y nada más. 
 
.- J.L.O.N.: ¿No crees que con frecuencia 
el flamenco tiende a buscar una representación deliberadamente 
exagerada de lo penoso, adoptando una actitud falsamente trágica? 
.- B.M.: Puede ser. La tradición flamenca, con unos arquetipos 
muy marcados (entre ellos, esa representación de la tristeza), 
impone una serie de fuertes limitaciones de las que cuesta mucho trabajo 
salir. 
 
 .- J.L.O.N.: Pero en realidad es una tradición 
reciente, con poco más de un siglo de existencia. Curiosamente 
la representación de lo andaluz es justo la contraria. Se identifica 
con la alegría, la gracia, la diversión, la exageración. 
En tu caso, ¿cómo utilizas los arquetipos del baile flamenco, 
desde la tristeza de las seguiriyas a las alegrías de las bulerías 
o de los tangos? 
.- B.M.: Desde un punto de vista coreográfico, en el flamenco 
existen una serie de movimientos muy marcados para expresar sentimientos 
como la alegría o la tristeza. Ese código es precisamente 
lo que más limita a los bailaores, pues tienen que respetarlo para 
que sus bailes puedan ser identificados con un estilo concreto (soleá, 
seguiriya, bulerías...). Cuando te quieres salir de ese código, 
tienes que superar un doble reto: por un lado, que el público flamenco 
identifique tus nuevos movimientos con los sentimientos que quieres transmitir; 
por otro, que dichos pasos sean "aceptados" como flamencos. 
Si no es así, corres el peligro de enfrentarte a la temida frase 
de "eso no es flamenco", un veredicto tajante que sólo 
se sostiene en razones técnicas, pero que a muchos niveles sigue 
funcionando.
 
.- J.L.O.N.: ¿Y cómo crees que se 
puede superar esa situación? 
.- B.M.: Sea como sea, los bailaores tienen que conocer la tradición 
(aprender a bailar seguiriya "por derecho", a utilizar la bata 
de cola...), y después encerrarse a trabajar para buscar su propio 
código. A su vez, tienen que vivir. Porque si no vives, no puedes 
bailar. O al menos, no puedes expresar nada con tu baile. 
 
.- J.L.O.N.: Aparte de la disciplina y del dominio 
técnico, ¿las experiencias dolorosas de la vida, son necesarias 
en la formación de un artista flamenco? 
.- B.M.: Sí, claro, y también las experiencias gozosas 
o los estados anímicos intermedios que a veces son los más 
interesantes y productivos. El flamenco es demasiado obvio -o tremendamente 
triste o tremendamente alegre- y es bueno explorar esos espacios de transición, 
los matices emocionales. 
 
.- J.L.O.N.: Quizás ya no tenga sentido 
limitar los bailes a estilos concretos. Es decir, ya no se trataría 
de bailar por soleá (o por tarantos, o por lo que sea), sino simplemente 
de bailar flamenco.  
.- B.M.: Probablemente. Hay un momento en el que bailar por un 
estilo concreto se te queda corto, porque necesitas contar cosas que esa 
gama de movimientos no te permite. 
 
.- J.L.O.N.: Igual que hay un modo europeo de 
sentir e interpretar el jazz, ¿sería viable una manera japonesa 
(o estadounidense, o sueca...) de entender el flamenco? 
.- B.M.: Yo he encontrado a japoneses, norteamericanos o finlandeses 
que bailan flamenco estupendamente. Me parece absurdo pensar que el flamenco 
sólo se puede sentir si has nacido en un territorio geográfico 
concreto o perteneces a una etnia específica. A lo largo de mi 
carrera como profesora en diversos países del mundo, lo que sí 
he podido comprobar es que en cada cultura existe una forma diferente 
de enfrentarse al flamenco. 
 
 .- 
J.L.O.N.: ¿Qué es el espacio para ti? 
.- B.M.: Es algo que tú manejas. Lo puedes modificar, agrandar, 
reducir, tensar.... Evidentemente, la percepción del espacio cambia 
en función del tipo de espectáculo que lleves a cabo, pues 
no es lo mismo trabajar en solitario que hacerlo con un cuerpo de baile, 
tener músicos en directo que usar música grabada... Bajo 
mi punto de vista, los bailaores flamencos estamos demasiado condicionados 
por la presencia de músicos en los espectáculos. A veces 
pueden suponer un apoyo, pero en otras ocasiones te hunden. Cuando esos 
músicos no están, cambia todo. Es más difícil, 
pues hay un vacío espacial que debes llenar tú sola. Pero 
sinceramente, muchas veces lo prefiero. Por ejemplo, en el último 
espectáculo que hice con Rafaela Carrasco, sólo utilizamos 
música grabada y creo que fue una buena decisión. 
 
.- J.L.O.N.: ¿Y el compás, qué 
es? 
.- B.M.: (ríendo) Quedamos en que no me ibas a hacer preguntas 
difíciles.
 
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