Flamenco, un arte popular moderno

Moderno porque es obra reciente en la historia de las criaturas sociales, hijo del romanticismo y no del medioevo ni del renacimiento ni del barroco ni de antes, aunque sus padres y sus abuelos ancestrales -como es propio- si lo sean; y también porque su ya considerable patrimonio -caudalosa fuente de "clasicismo"- no ha dejado de incrementarse desde su fundación a nuestros días.

Porque su signo es el del ferrocarril que acabó con el antiguo régimen, y su locomotora -de tiempo en tiempo renovada- sigue avanzando por la vía de lo ignorado que no se conoce y se persigue. Por los finos rieles de la curiosidad hacia el descubrimiento de lo nuevo. Y tiene marcadas en su ADN las huellas del embaucamiento y el desafío.

Porque es un arte que se ha hecho -que se está haciendo- paso a paso, por el tamiz de los contrastes y la acumulación constante de sus hallazgos. No reconstruyendo lo vetusto o recreando lo perdido, sino creciendo hacia lo que viene y ha de venir, cuando sea su hora.

Porque su matemática seguridad, su confianza extrema en el poder del ritmo, en la fuerza del compás que todo lo mueve, se basa en el conocimiento, en la certeza y en la duda. En la experiencia de hibridaciones múltiples alrededor de las fiestas del pueblo que son su placenta. Por los corredores de la transculturación y los encuentros de lo distinto. Mulato de cobre y luz, del fuego y de la noche.

Porque es el decir de Mairena -no Antonio sino Juan de- que la máquina flamenca es un aparato que no ripia y pedantea, y aun puede ser fecundo en sorpresas, registrar fenómenos emotivos extraños.

José Luis Ortiz Nuevo

 



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