El
flamenco, tal y como lo conocemos hoy, es una invención del romanticismo,
aunque lógicamente hunde sus raíces en tradiciones culturales
y folclóricas anteriores. Es, pues, un arte popular moderno que
nace a la par que el ferrocarril y cuyo patrimonio no ha dejado de incrementarse
desde su fundación hasta nuestros días. El objetivo del
seminario Flamenco, un arte popular moderno, que se celebró
en la sede de La Cartuja de la Universidad Internacional de Andalucía
entre el 29 de noviembre y el 3 de diciembre de 2004, fue presentar
una serie de investigaciones y análisis que, desde enfoques y
ámbitos disciplinares muy diferentes, tratan de actualizar el
conocimiento sobre este arte. El seminario, que fue organizado con la
colaboración de la Bienal de Flamenco y el Instituto Francés
de Sevilla, se estructuró en cuatro subapartados o líneas
de investigación: Visiones, Disecciones, Pensamientos y Conversaciones.
A modo de prólogo del seminario Flamenco, un
arte popular moderno, el pasado martes 5 de octubre, el filósofo
e historiador del arte Georges Didi-Huberman impartió una conferencia
en el Instituto Francés de Sevilla en la que analizó la
presencia del flamenco en la obra del creador norteamericano Man Ray.
Didi-Huberman inició su intervención comparando metafóricamente
el cante jondo -imprevisible, desgarrado, huidizo...- con la paradójica
atemporalidad fugaz de las estrellas. Una estrella es una luz viva y temblorosa,
una explosión permanente que procede del fondo de los cielos y
de los tiempos pero que repentina y brevemente puede iluminar un instante
de nuestro presente. En esa aparición fugaz, se produce una "concentración
y explosión" de tiempos plurales, una toma de conciencia de
la duración, una percepción del instante presente en la
que se evoca el pasado y se invoca el futuro. Igualmente, según
Didi Huberman, en la experiencia excepcional del verdadero cante jondo
-que sólo se puede conjugar en tiempo presente- emerge, como en
una estrella, el resplandor de un "tiempo otro" (de un "siempre"
que contiene pasado, presente y futuro).
La construcción histórica de la puesta
en escena del baile flamenco, como la de los otros "bailes españoles"
(expresión general que se utilizaba en los teatros europeos de
los siglos XVII, XVIII y XIX para referirse a bailes de origen español
como las jotas o las boleras), está determinada por la necesidad
de adaptarse al escenario italiano (a la llamada caja italiana). Una adaptación
que fue promovida por los Borbones en el siglo XVIII en perjuicio de los
tradicionales corrales de comedia. Según Rocío Plaza Orellana,
profesora de Escenografía de la Escuela Superior de Arte Dramático
de Sevilla, en los pasos de estos bailes españoles (que a mediados
del siglo XIX comenzaron a denominarse bailes andaluces y posteriormente
bailes flamencos) pueden distinguirse tres orígenes: popular, teatral
y académico.
En la intervención que abrió la segunda
jornada del seminario Flamenco, un arte popular moderno, Francisco
Aix Gracia analizó las consecuencias de los avances técnicos
en la producción, distribución y consumo de arte flamenco
durante el primer tercio del siglo XX, tomando como marco de referencia
la ciudad de Sevilla. Partiendo de la premisa de que las obras y prácticas
artísticas están condicionadas por los aspectos materiales
y sociales que las envuelven, Francisco Aix considera que el estudio de
dichas innovaciones tecnológicas puede permitirnos entender algunas
claves de la cultura flamenca actual, pues en esa época se configuró
un mapa de relaciones sociales que, a grandes rasgos, se ha mantenido
hasta hoy.
Las "españolas" y las máquinas
de Francis Picabia acabarían confluyendo en una misma representación,
montándose y plegándose las unas sobre las otras, hasta
llegar a ese "cristal de obviedad que lo resume todo, un icono desnudo
llamado Flamenca". Esta Flamenca apareció en
la portada de la revista 391 y es, en palabras de Miguel Ángel
García Hernández, profesor de Historia del Arte de la Universidad
Complutense de Madrid, "un visible sin representación, pues
su imagen, de estar en algún lado, se encontraría en el
propio mecanismo de la representación". Un mecanismo que se
pone en marcha desde el mismo enunciado -flamenca- y que nos enfrenta
a una paradoja irresoluble: vemos algo sin saber qué es lo que
vemos, pues sólo vemos lo que vemos (no hay nada más). Sin
embargo, Nicole Groult, al ser descubierto en la frontera franco-española
con una serie de dibujos mecanomorfos de Picabia, fue acusado de
conspirar por transportar planos militares. "Ver algo tan claro,
parece esconder cosas turbias", señaló Miguel Ángel
García Hernández.
En el principio, "cuando el hombre se alimentaba
de plantas, soñaba con los árboles" y vivía
austera y anónimamente sin violentar las leyes de la gravedad ni
imponer su poder a las fuerzas de la naturaleza, el flamenco cantaba a
la madre tierra. Juan Vergillos, escritor y crítico de flamenco,
considera que Antonio Chacón representa la síntesis de esa
"edad de oro" en la que se configuró el repertorio del
cante jondo, "el árbol de los estilos flamencos": cabeza
(seguiriyas), tronco (fandangos) y extremidades (cantes de levante). "Una
edad de oro, señaló Juan Vergillos durante su intervención
en el seminario Flamenco, un arte popular moderno, que hunde sus
raíces en la tierra de la poesía popular y del folclore
y en la que aparecen las figuras de Silverio Franconetti, Fosforito, El
Loco Mateo, La Serneta, La Trini, Juan Breva, Joaquín el de la
Paula o el citado Chacón".
Sin los ballets rusos, que desde principios del siglo
XX habían reaccionado contra el clasicismo académico mirando
hacia lo popular y carnavalesco y recuperando la expresividad del cuerpo
y del gesto, la danza española probablemente habría continuado
siendo un espectáculo de varietés. Ese giro anticlásico
también afectó a numerosos artistas de la época,
que recurrieron a motivos españoles para vehicular su "arte
sobreexcitado" y convulso. "Lo español, explicó
Patricia Molins durante su intervención en el seminario Flamenco,
un arte popular moderno, se convirtió en síntoma de
un exceso, en una fiebre en la que se mezcla el mito romántico
con el mito moderno". Según Patricia Molins, los ballets rusos
fueron una bisagra fundamental en esa mirada extranjera a través
de la cual se re-inventa lo español, pues a partir de ellos surgió
la "españolada autóctona", representada por Antonia
Mercé, La Argentina.
Francisco Gutiérrez Carbajo, Decano de la Facultad
de Filología de la UNED (Universidad Nacional de Educación
a Distancia), inició su intervención en el seminario Flamenco,
un arte popular moderno señalando que las letras flamencas
se entienden mejor si se insertan en el contexto de la tradición
lírica popular. Una tradición -que se inicia en la península
ibérica con las jarchas- en la que se integrarían las canciones
antiguas a las que hace referencia en el título de su ponencia.
A su vez, por letras modernas, Gutiérrez Carbajo entiende las poesías
que se sitúan en la órbita del modernismo literario, un
concepto difuso y complejo que en la tercera acepción del diccionario
de la Real Academia Española de la Lengua se define como un movimiento
estético que se caracterizó por su voluntad de independencia
artística, su sensibilidad abierta a otras culturas (sobre todo
a la francesa) y su búsqueda constante de innovaciones lingüísticas,
especialmente rítmicas.
El antropólogo estadounidense Bill Washabaugh
asegura que el flamenco ("un lugar donde el ser humano hiperbólico
pretende encontrar algo desconocido") es capaz tanto de llegar a
la gente y extasiarla como de dejarla completamente indiferente. Para
el profesor titular de Sociología de la Universidad de Sevilla,
Gerhard Steingress, las distintas reacciones que provoca el flamenco no
obedecen únicamente a criterios musicales, sino también
a algo que está "relacionado con la dimensión cultural
que abarca y que lo transforma en un instrumento de trasmisión
de valores y sentimientos". No hay que olvidar que en el flamenco,
lo profundamente emocional y lo cultural se funden y confunden, e incluso
resulta un tabú separar lo uno de lo otro. De hecho, el flamenco
se ha utilizado con frecuencia como un elemento de identificación
étnica y nacional, algo que se refleja en los debates en torno
a su autenticidad, donde se suele recurrir a argumentos que poco -o nada-
tienen que ver con la creatividad musical.
La dialéctica entre modernidad y tradición
(entre pureza y fusión, entre ortodoxia y heterodoxia) ha sido
una constante en el mundo del flamenco. Por lo general, los artistas se
han mantenido al margen de este debate, aunque la mayoría de ellos,
ha optado por seguir la tradición, interpretando los pases y cantes
que habían aprendido de sus mayores. "Eso sí, señaló
José Luis Navarro durante su intervención en la tercera
jornada del seminario Flamenco, un arte popular moderno, aportando
cada uno su granito de arena en la evolución y enriquecimiento
de ese repertorio". Paco Laberinto, Carmen Mora, Farruco, Matilde
Coral, El Güito, Manolete, Cristina Hoyos o Milagros Mengíbar
son algunos de los bailaores que han mantenido viva la llama de la tradición.
El flamenco es, ante todo y sobre todo, música.
Con frecuencia, se describe como un arte hermético, accesible sólo
para iniciados. Pero a juicio de Faustino Núñez, musicólogo
y Presidente de la Asociación Antonio Gades, en realidad es un
arte mestizo, universal, que logra conectar con gente de culturas y sensibilidades
musicales muy diferentes. Pero en el flamenco, según Núñez,
siempre ha habido muchos fundamentalistas ("talibanes de lo jondo")
que desde una falsa mitología de lo racial y una defensa casi patológica
de la pureza, han impedido que este arte amplíe sus horizontes
y evolucione. Como si temieran que esa evolución, ese diálogo
con otros estilos, condujera irremediablemente a su desaparición.
"Un temor absurdo, señaló Faustino Núñez,
pues ni al jazz, ni al blues les has perjudicado su comercialización,
su contacto con otros géneros musicales. Yo, por mi parte, sueño
con que algún día haya una orquesta flamenca, en la que
todos los violines toquen por soniquete".
En el inicio de su intervención en el seminario
Flamenco, un arte popular moderno, José Manuel Gamboa recordó
que la forma y estructura actual de la guitarra flamenca es relativamente
reciente: data de mediados del siglo XIX, cuando Antonio de Torres y Julián
Arca crearon en Sevilla un modelo que, perfeccionado después por
Manuel Ramírez en Madrid, es el que utilizan hoy día todos
los tocaores. Las últimas investigaciones van confirmando la hipótesis
de que todo el flamenco parte del fandango primitivo del que, según
José Manuel Gamboa, se evoluciona primero al polo, después
a la caña, hasta llegar a la soleá. "Y de la soleá,
añadió, viene todo lo demás".
A partir de un comentario de Ramón Gaya sobre
la bailaora Pastora Imperio, Giorgio Agamben, Doctor en Derecho y profesor
de Estética de la Universidad de Verona, definió el baile
flamenco como "creación del lugar donde el baile podrá,
tal vez, ocurrir". Es decir, para Agamben el baile flamenco, no es
un acontecimiento, no es algo que ocurra en un sitio (que "tenga
lugar"), sino una probabilidad (una cosa que "podrá,
tal vez, ocurrir"). "No es, por tanto, un ser espacial, sino
temporal", explicó en el inicio de su intervención
en el seminario Flamenco, un arte popular moderno.
Las matemáticas, como expresión máxima
del conocimiento racional que promueve el discurso científico de
la Modernidad, establecen como "verdad natural" un modo concreto
de calcular, contar, medir, ordenar, agrupar, multiplicar... De hecho,
se presupone que lo que no se ajuste a su lógica y metodología
podrá tener un interés antropológico, poético
o incluso práctico, pero en cualquier caso, no podrá ser
considerado "matemáticas". En los últimos años,
con la expansión de la etnomatemática -que parte de la premisa
de que existen diferentes formas de pensar y ejecutar las matemáticas-
en ciertos ámbitos académicos se ha extendido una concepción
mucho más flexible y abierta de esta disciplina científica.
De febrero a junio de 1922, Georges Bataille vivió
en España (Madrid, Sevilla, Valladolid, Toledo, Granada...), una
estancia que le suscitó sentimientos contradictorios y que abordó
en textos como El éxtasis y Relato de un encuentro en
parte fallido. "Este viaje a España, señaló
Georges Didi-Huberman durante su intervención en el seminario Flamenco,
un arte popular moderno, estuvo marcado por tres experiencias cruciales:
la de la pintura en el Prado (tragedia y sangre-pigmento, Goya); la de
la tauromaquia (tragedia y sangre-real, Granero); y la del cante jondo
(tragedia y cante sangriento, Diego Bermúdez)". Las tres experiencias
están relacionadas con la capacidad ("el poder") que
tiene el ser humano de dar forma a una experiencia interior, es decir,
con la concepción del arte como soberanía. Soberanía
no en su acepción jurídica o humanista, sino en el sentido
propuesto por Nietzsche: como voluntad de poder que rebasa los límites
de la subjetividad en dirección a lo inconmensurable.
En el inicio de su intervención en el seminario
Flamenco, un arte popular moderno, Agustín García
Calvo señaló que el título de su ponencia derivaba
de un artículo que publicó en El País en el
que denunciaba el modelo de canción popular (o, más exactamente,
comercial) que se ha impuesto en los últimos años. "Son
canciones, explicó, muy difíciles de recordar y de tararear,
en las que ni la música ni la letra resultan 'memorables'".
Para el autor de Contra el Tiempo, el hecho de que no se pueda
recordar una canción o una poesía, prueba su inutilidad,
porque, como sugiere lúcidamente el dicho popular que da título
a su ponencia, quien canta -o quien recita- su mal espanta.
El flamenco se sitúa entre la tradición
oral popular anónima y las aportaciones de la creación de
autor (literaria, musical y escénica). Durante su intervención
en el seminario Flamenco, un arte popular moderno, Isabel Escudero,
poeta y codirectora de la revista Archipiélago, recordó
que en el cante jondo hay una estricta regulación formal de los
distintos palos y se exige a sus intérpretes una cierta destreza
personal y técnica. Pero, al mismo tiempo, se admiten diferencias
notables en la ejecución. De este modo, sobre un esquema melódico
muy sencillo, monta un complejo y variado juego de modulaciones a través
de diferentes procedimientos de descomposición y desfiguración
de las letras. "Y este juego de alternancia entre desfiguración
y fidelidad de la prosodia de la lengua hablada, subrayó Isabel
Escudero, es la seña más notable del cante flamenco".
La primera jornada del seminario Flamenco, un arte
popular moderno se cerró con una conversación entre José Luis Ortiz
Nuevo, fundador de la Bienal de Flamenco de Sevilla, y Belén Maya, la
bailaora cuya silueta aparece en el cartel de la película Flamenco de
Carlos Saura. Nacida en Nueva York en 1966 durante una gira de sus padres,
Mario Maya y Carmen Mora, Belén Maya confesó en su intervención en la
sede de La Cartuja de la Universidad Internacional de Andalucía que hasta
los 18 años odiaba el flamenco. Desde muy joven simultanea los escenarios
con la enseñanza y admira la forma de trabajar de los artistas de danza
contemporánea ("su modo tan intenso de involucrarse en el proceso de creación,
su interés por recorrer nuevos territorios expresivos y estéticos"). Siempre
se ha sentido como una outsider dentro del mundo del flamenco ("una sensación
que probablemente compartan otros bailaores de mi generación") y, a día
de hoy, le apetece bailar todo tipo de músicas ("incluso bailar sin música").
Tras muchos años de sufrimiento ("sobre todo, por la presión que yo misma
me imponía"), ha aprendido a disfrutar bailando, a sentirse cómoda sobre
el escenario y percibir a los espectadores como cómplices.
La segunda jornada del seminario Flamenco, un arte
popular moderno, contó con la presencia del guitarrista jerezano Gerardo
Núñez (1961) que recientemente ha publicado su quinto trabajo Andando
el tiempo en el que, entre otros, han participado Paolo Fresu (trompeta),
Perico Sambeat (saxo), Mariano Díaz (piano) y sus colaboradores habituales:
Ángel Sánchez "Cepillo" (percusiones y palmas) y Pablo Martín (contrabajo).
Durante su conversación con José Luis Ortiz Nuevo, Gerardo Núñez recordó
que se inició en el mundo de la guitarra flamenca de la mano de Rafael
del Águila ("un auténtico bohemio que se levantaba todos los días a las
siete de la tarde"), y que ya a los catorce años comenzó a acompañar a
cantaores como Alfredo Arrebola, María Soleá, Terremoto o Tío Gregorio
El Borrico. Desde entonces, este inquieto músico -que define la guitarra
como el "piano de los pobres"- no ha dejado de aprender divirtiéndose
("bajo mi punto de vista lo importante no es tocar muchas horas, sino
disfrutar tocando") y en su triple faceta de compositor, concertista y
acompañante ha sabido integrar el sonido jondo con otros esquemas musicales.
En su intervención en la sede de La Cartuja de la Universidad Internacional
de Andalucía, Gerardo Núñez -que considera que en el flamenco no basta
con la habilidad técnica ("tiene que haber algo más")-, confesó que cuando
compone no se plantea nada: "me dejo llevar y las cosas van saliendo".
Por motivos de salud, Mauricio Sotelo
(Madrid, 1961) no pudo desplazarse a la sede de la Cartuja de la Universidad
Internacional de Andalucía para participar en la tercera jornada
del seminario Flamenco, un arte popular moderno, pero envío
un texto, titulado Memoriae, que reproducimos íntegramente
a continuación. En este texto, el creador madrileño reconoce
que su actual línea compositiva surge de su encuentro con el
cantaor Enrique Morente con el que colaboró en Lecciones de
tinieblas (1993): "El trabajo con Enrique me enseñó
los caminos posibles para adentrarse en un arte de la memoria (...),
donde los frutos nacen de navegaciones de ida y vuelta entre la memoria
del intérprete y la visión premonitoria del compositor".
La cuarta jornada del seminario Flamenco, un arte
popular moderno finalizó con una conversación entre
José Luis Ortiz Nuevo e Israel Galván (Sevilla, 1973), un
joven e inquieto bailaor que desde un profundo conocimiento de los pasos
y movimientos canónicos, ha ido desarrollando su propio lenguaje
coreográfico que para buena parte de la crítica representa
un punto y aparte en la evolución contemporánea del baile
flamenco. Hijo de bailaores (José Galván y Eugenia de los
Reyes), se inició en el mundo profesional a principios de la década
de los 90 de la mano de Mario Maya, comenzando una trayectoria imparable
que en muy poco tiempo le llevó a obtener algunos de los galardones
más prestigiosos del baile jondo. Desde entonces ha colaborado
con artistas de la talla de Enrique Morente, Miguel Póveda, Gerardo
Núñez o Manuel Soler y en 1998 creó su propia compañía
con la que ha ido estrenando distintos espectáculos en las últimas
cuatro ediciones de la Bienal de Sevilla: ¡Mira! Los zapatos
rojos (1998), La Metamorfosis (2000), Galvánicas
(2002) y Arena (2004).
El seminario Flamenco, un arte popular moderno
se cerró con una conversación entre José Luis Ortiz Nuevo y Enrique Morente
(Granada, 1942), un "cantaor largo" que conoce y ama lo antiguo, pero
se asoma con valentía a lo nuevo y desconocido. "Un verdadero genio, en
palabras de José Luis Ortiz Nuevo, que ha abierto infinidad de puertas
para que el arte jondo siga desarrollándose". Inquieto, inconformista,
rebelde y controvertido, Enrique Morente huye siempre de la autocomplacencia
y no ha dudado en interpretar los cantes más tradicionales en ambientes
modernos, al tiempo que ha recurrido a lo más experimental de su repertorio
cuando ha actuado ante ciertas audiencias de flamencólogos puristas. Siempre
abierto al diálogo con otras tradiciones musicales, en 1996 grabó junto
al grupo de rock granadino Lagartija Nick el disco Omega, un trabajo
que puede considerarse como la obra flamenca que abre las puertas del
siglo XXI. Y después de eso, en una nueva vuelta de tuerca, ha realizado
otro disco excepcional, El pequeño reloj (2003), donde resuenan
los ecos de algunos de los cantaores más emblemáticos de la historia del
flamenco, desde el seminal Silverio Franconetti hasta el barroco Antonio
Marchena, pasando por Don Antonio Chacón, la inquietante Pastora Pavón,
la gracia de Pericón de Cádiz o la sabiduría de Juan Varea.
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