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Belén Gopegui: Sobre los horacios y los curiacios. Seis propuestas para un arte organizado |
Hay que tener en cuenta que esta industria del ocio, que está muy bien organizada, ha logrado que los valores que postulan los discursos narrativos contrahegemónicos (solidaridad, cooperación, importancia de lo público...) sean percibidos como una especie de dolorosa renuncia al ideal de competencia y superación que propone el capitalismo. De este modo, parece que optar por esos valores es sacrificar la propia felicidad sólo porque es una elección moralmente buena o conveniente para un proyecto político a largo plazo. "Tal vez hemos caído en una trampa, advirtió Belén Gopegui, y con esta intervención me gustaría que durante unos instantes fuéramos capaces de vislumbrar la trampa para, y esa ya es otra historia, dejarla atrás". Partiendo de la pieza de Bertolt Brecht Sobre los horacios y los curiacios ("un manual de estrategia acerca de como un ejército más débil puede vencer a otro más fuerte"), Gopegui presentó seis propuestas para que un grupo de artistas organizados pueda hacer frente con eficacia a esa industria del ocio que constituye uno de los pilares básicos de la sociedad capitalista. En el libro de Brecht, los curiacios, que tienen un poder militar enorme, quieren invadir el país de los horacios y apropiarse de todo lo que éstos poseen, asegurándoles que les dejarán con vida, si se rinden. Pero los horacios deciden resistir, porque le tienen el mismo miedo al hambre que a la muerte. La autora de El lado frío de la almohada planteó que en el campo de la imaginación colectiva hay que seguir el ejemplo de los horacios. Según ella, los curiacios ya han empezado su invasión y "debemos pasar al enfrentamiento organizado", posibilitando, entre otras cosas, conectar el trabajo de los constructores de ficciones con los movimientos políticos y sociales.
En la obra de Brecht, los horacios tienen menos hombres y peores armas que los curiacios, pero sus arqueros, lanceros y espaderos se las apañan (mezclando ingenio y valentía) para encontrar el modo de paliar esa diferencia. La segunda propuesta de Gopegui analiza posibles armas y estrategias a las que pueden recurrir los artistas organizados para equilibrar su lucha contra el enemigo capitalista (que dispone de un armamento extremadamente sofisticado). Para la autora de La escala de los mapas lo primero que deben hacer es huir de la tentación de considerar la ficción como un espacio autónomo y políticamente neutro. Tampoco tiene sentido desplazarse al extremo opuesto, es decir defender la imposición de un modelo estético al servicio de dictados políticos concretos, como se hizo con el realismo socialista. En este punto, Belén Gopegui quiso recordar un aspecto que se suele olvidar: el capitalismo también impone un modelo estético bastante rígido y homogéneo, "un tipo de imaginación colectiva que es idéntico en la mayoría de las pantallas, anuncios, narraciones". En cualquier caso, la autora de Lo real piensa que no tiene sentido asumir que todo arte es político si seguimos resignándonos a que las obras comprometidas y revolucionarias sólo pueden abordar ciertas materias. "¿Por qué renunciar a una imaginación de intención revolucionaria que trate del amor loco o del ansia de aventura?", se preguntó. Bajo su punto de vista, los artistas organizados tienen que pensar y diseñar un tipo de imaginación colectiva que responda a las exigencias políticas de nuestro presente. Un presente en el que el poder capitalista es capaz de determinar todas las esferas de la vida (laboral, íntima, social...) e incluso de apropiarse de los principales enunciados de transformación (ecología, solidaridad, libertad sexual,...) que han planteado los colectivos antagonistas. Desde la certeza de que, a día de hoy, en la ficción, la denuncia de la opresión capitalista no logra movilizar ningún resorte en la imaginación de quien la recibe, Belén Gopegui considera imprescindible explorar otros instrumentos y recursos narrativos que permitan construir una subjetividad revolucionaria. Y para ello, propone la creación de grupos de trabajo -que hoy por hoy, apenas existen- en los que se reflexione sobre la forma de producir esa nueva ficción revolucionaria. Para enfrentarse a su enemigo, el arquero de los horacios tiene que planificar cuidadosamente su estrategia en función de las circunstancias en las que se encuentra. En un primer momento, se coloca a una distancia corta de su contrincante y le hiere, pero después, comete tres errores: se aferra a un lugar, a un arma y a un consejo. En su tercera propuesta, Belén Gopegui plantea que los artistas actuales, al igual que el arquero de Brecht, se aferran con "perseverancia indebida" a algo que les perjudica -su independencia individual-, olvidando las circunstancias en las que se inscribe su lucha. De este modo, caen en la trampa que les tiende el poder capitalista: creer que el artista para conservar su excepcionalidad (su genialidad individual) y su autonomía (su libertad), tiene que permanecer aislado y renunciar a organizarse. "Pero la libertad, recordó Belén Gopegui, no flota en el aire del capitalismo (un espacio marcado por relaciones de fuerza), sino que debe ser conquistada". Y para conquistarla, el artista tiene que buscar aliados, organizarse, tomar conciencia de las circunstancias en las que vive, elegir a qué bando pertenece. Porque, a día de hoy, lo que de verdad hace peligrar su libertad y autonomía, no es la posible injerencia de un partido de hierro, sino las propias "telarañas del poder mediático". "Si ante esas telarañas, subrayó, permanecemos aislados, protegiéndonos solos, aferrados al consejo de independencia que una vez, hace mucho tiempo, se nos dio, tal vez caigamos como el arquero de Brecht". La cuarta propuesta de Belén Gopegui se basa en la capacidad del lancero horacio para entender que su arma tiene múltiples usos: como punto de apoyo, como sonda, como pértiga, como instrumento para mantener el equilibrio... Es decir, comprende que "hay muchas cosas en una cosa", lo que invierte la lógica del mercado de generar uno o varios objetos para cada necesidad. Con frecuencia, los artistas, incluso los menos complacientes con el orden establecido, se muestran reacios a pensar que sus instrumentos -la ficción, la imaginación, la representación- pueden tener usos y formatos muy diferentes de los que promueve el discurso dominante. Se aferran a ellos y sólo en contadas ocasiones se atreven a realizar tímidos experimentos que, por lo general, sirven más para satisfacer los egos individuales que para responder a una necesidad socio-política concreta. También en este apartado aparece el fantasma del realismo socialista que quiso acabar con Joyce, Proust o Kafka por considerarles exponentes del arte decadente burgués. Pero, como advirtió Belén Gopegui, "uno de los usos de la lanza" no niega necesariamente el resto, y la existencia de un grupo de artistas organizados, no implica que todos los creadores tengan que pertenecer al mismo. Asumiendo esa idea, quizás se puedan descubrir nuevas formas de usar la ficción.
Al encontrarse en clara inferioridad numérica (el lancero y el arquero han muerto en batalla), el espadero horacio busca la división de sus contrincantes. Para ello, primero huye tan veloz como puede, obligando a sus enemigos a perseguirle, y cuando comprueba que el espadero curiacio (que lleva un escudo muy pesado) está extenuado, le ataca y le vence. Después hace lo propio con el lancero y el arquero curiacios que ya estaban heridos y exhaustos tras sus respectivos combates. La sexta y última propuesta de Belén Gopegui es fácil de explicar en la teoría, pero muy difícil de llevar a la práctica: dividir al enemigo ("aunque, por el momento, somos nosotros quienes estamos divididos") obligándole a perseguirnos. Por ahora, quizás baste con correr en una dirección diferente, lo que en el campo de la construcción de ficciones supone buscar un distanciamiento consciente e integral de su visión del mundo que convierte "situaciones concretas de explotación en situaciones naturales y ahistóricas". Y si, a fecha de hoy, la contrainformación es ya "un objetivo posible", señaló Belén Gopegui en la fase final de su intervención en Economía/Cultura, por qué no intentar crear una contraficción donde podamos reconocernos, "un espacio imaginativo donde poder probar otros deseos, otros miedos, otros sueños". |