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Conversación entre Belén Gopegui y Santiago Alba Rico: Guerra y lenguaje: ¿en qué piensan los intelectuales? |
"Quizás en Europa, señaló Belén Gopegui, hay en estos momentos un montón de ranas adormecidas por el calor que se obtiene de expoliar a otros pueblos". Y no reaccionan, porque hace mucho tiempo que están dentro de la olla. Pero saben, o al menos intuyen, que el agua está cada vez más caliente, que en la actualidad, no sólo está en juego la dignidad de dos tercios de la población mundial, sino la propia supervivencia de la humanidad.
En este punto de su intervención Belén Gopegui se lamentó de que con demasiada frecuencia se olvida que escritores y artistas son también trabajadores. A su juicio, eso ocurre porque su trabajo es confuso. "Un zapato es un zapato, explicó, y cualquiera sabe para que sirve. Pero no es tan fácil saber para que sirve una historia y un sueño". En cualquier caso, igual que los demás trabajadores, los escritores y artistas tienen jefes y según Belén Gopegui, deben luchar contra ellos para lograr que sus obras ("las historias que inventan y los sueños que imaginan") no estén al servicio de los intereses del Capital.
Tras la intervención de Belén Gopegui, Santiago Alba Rico, autor de libros como Dejar de pensar o Torres más altas y guionista de "Los electroduendes", señaló que aunque en el folleto del seminario aparece presentado como filósofo, él prefiere autodefinirse como agitador político-literario. "Pues filósofo, subrayó, es una palabra que me queda muy grande. En cualquier caso, hago mía la idea del pensador alemán Gunther Anders de que lo que no tiene sentido, y menos en la época actual, son los filósofos que sólo escriben para otros filósofos. Es como un panadero que sólo hiciese pan para otros panaderos". Asumiendo voluntariamente un papel de agitador político-literario, Alba Rico asegura que el principal objetivo que busca con su "trabajo intelectual" es hacer que las "ranas adormecidas" de las que habla Gopegui, salten de la olla antes de que acaben escaldadas sin ni siquiera darse cuenta. "El problema, reconoció, es que en la actualidad nos enfrentamos a un horizonte de percepción nulo, sin profundidad, a un presente fragmentado y frenético en el que constantemente están ocurriendo cosas y, al mismo tiempo, nunca sucede nada". Pero, ¿qué tiene que pasar, o qué ha tenido que pasar, para que ocurra lo que ocurra, nada nos cambie?, ¿para que en un mundo caracterizado por la renovación permanente, y en el que constantemente estamos expuestos a acontecimientos calificados como históricos (desde un partido de fútbol a un debate televisivo, desde unas elecciones a la muerte de un líder político o religioso...), pase lo que pase, siempre todo siga igual? Siguiendo a Gunther Anders (autor de La obsolescencia del hombre), Santiago Alba Rico cree que el olvido al que se ha sometido un episodio histórico reciente -el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki- simboliza el inicio de esta época paradójicamente amnésica. Y hay que tener en cuenta que esa absolución del crimen cometido por el ejército de EE.UU contra los ciudadanos de Hiroshima y Nagasaki, es inseparable de la continua rememoración del Holocausto (concebido, a su vez, como el acto más atroz e imperdonable que se ha realizado contra un pueblo en la historia de la humanidad). "Cuanto más recordamos lo que queda de Auswitch, señaló Alba Rico, más olvidamos lo que queda de Hiroshima y Nagasaki. A pesar de que eso que queda, representa, en estos momentos, la mayor amenaza para la supervivencia de la humanidad".
A su juicio, esta estética de la aceptación se articula en torno a dos ejes estrechamente vinculados entre sí, la novedad (que construye el horizonte del deseo) y la obsolescencia. Dos ejes que se sitúan en la propia base de la sociedad de consumo, cuyo funcionamiento depende de que los procesos de renovación continua de las mercancías (tanto físicas como simbólicas) nunca se paralicen. "Lo inquietante, señaló Alba Rico, es que como dice Bernard Stiegler, en la sociedad actual el deseo se ha apoderado de todo, pero, al mismo tiempo, ya no hay procedimientos de sublimación". Es decir, el Ello (concepto que en psicoanálisis hace referencia a las tendencias impulsivas que parten del cuerpo y que están relacionadas con el deseo en un sentido primario), domina todo nuestro horizonte de percepción, sin que nada se le interponga. En este sentido, Alba Rico describe la estética de la aceptación como "una estética del dominio sin trabas del Ello". Lo paradójico es que esa totalización del deseo, se produce a partir de una represión del cuerpo que tiene dicho deseo. "Esto es, puntualizó Rico, a partir de una descorporeización del propio deseo". La obsolescencia (o, más exactamente, el terror a la obsolescencia) sería lo único que en este proceso de construcción del deseo sin sublimación, queda reprimido, convirtiéndose, por tanto, en la maldición que hay que estar permanentemente combatiendo. Según Alba Rico, en la medida en que esta estética de la aceptación se basa en un dominio sin trabas del ello, se puede decir que es suicida (pues su obsesión por la novedad refleja una perpetuación del instinto de muerte), pero también mortífera (está constantemente reprimiendo la destrucción -los muertos- que ella misma produce). Para el autor de Las reglas del caos, el olvido de la tragedia de Nagasaki e Hiroshima (o, más recientemente, el olvido de los bombardeos que han sufrido las poblaciones de Faluya, Bagdad y otras ciudades iraquíes) tiene que ver con ese proceso de represión de los muertos que produce la sociedad de consumo (y que son necesarios para que ésta pueda sobrevivir) y que legitima la estética de la aceptación. "Por ello, aseguró, esta estética de la aceptación -presidida por el dominio sin trabas del ello en un horizonte de percepción sin profundidad- constituye, en sí misma, un acto de guerra permanente". En este contexto, los intelectuales críticos que, como "psicoanalistas de la acción colectiva", traten de desmontar las tan sutiles como efectivas estrategias de sumisión y dominio que impone la lógica capitalista-consumista, deben sortear varias dificultades. La primera tiene que ver con el hecho de que, hoy día, lo que nos oculta la realidad es, justamente, que ya nada está oculto. "O en otras palabras, señaló Alba Rico, la realidad permanece velada -anulada, aniquilada, ocultada- debido a su absoluta transparencia, a su propia forma de exhibirse impúdicamente". Si en la modernidad, el objetivo de los investigadores sociales era hacer visible ("alumbrar") aquello que estaba escondido y reprimido (que no se veía), hoy nos enfrentamos a un horizonte de percepción en el que todo es visible y ya no hay nada que desenterrar. Un mundo de deseo sin sublimación, en el que políticos, intelectuales, artistas, tenderos..., asumen que aquello que gobierna sus vidas, no es algo tangible (y, por tanto, identificable y sustituible), sino una superestructura económica ante la cual, piensan, poco o nada se puede hacer. "Si todo es visible, si todo está dicho, precisó Alba Rico, la labor que históricamente se le ha atribuido a los intelectuales -sacar a la luz lo que está oculto- ha dejado de tener sentido". En este punto de su intervención, el autor de Volver a pensar recordó que Noam Chomsky ha llegado a decir que basta leer los periódicos más conservadores para enterarse de las terribles injusticias que sufre la mayor parte de los habitantes del planeta. Sin embargo, eso no cambia nada, porque en un mundo dominado por el Ello, nada existe, nada tiene relevancia ni consistencia ontológica. Y asumiendo -de modo más o menos consciente- esta mentalidad nihilista, los habitantes de la sociedades occidentales terminan aceptando con naturalidad, no solamente la destrucción de otras partes del mundo, sino también la condena a muerte de la propia humanidad (entendiendo ésta tanto en su sentido histórico-cultural como biológico-genético).
Ya en la fase final de su intervención en la sede de La Cartuja de la Universidad Internacional de Andalucía, Santiago Alba Rico recordó que los intelectuales críticos ("los militantes del lenguaje, los agitadores políticos-literarios") tienen también que enfrentarse a otras dos dificultades. Por un lado, a la dificultad de "relativizar el relativismo y de laicizar el laicismo", sin caer en la tentación de aferrarse a certezas concretas y absolutas recurriendo a argumentos esencialistas. Por otro lado, a la dificultad (ligada directamente al campo de la estética) de encontrar (e inventar) procedimientos estilísticos y narrativos que permitan a los autores de ficción despertar a las "ranas adormecidas" de las que hablaba Belén Gopegui, "haciendo visible aquello que ya está a la vista pero que no se ve". |