¿Qué significa hoy pensar políticamente?



Jean Paul Sartre and Michel Foucault

Si pensamos como Hannah Arendt que la política no es la acción instrumental conforme a unos fines preestablecidos, sino la creación de nueva realidad, no el posibilismo, sino la modificación sustancial de las coordenadas de lo posible, convendremos en que la acción política revolucionaria ha sido durante los dos últimos siglos la expresión más elevada de la política. Sin embargo, con la derrota del proyecto utópico del proletariado industrial se han difuminado las formas de compromiso intelectual y político que dominaron el siglo XX: el revolucionario profesional (Lenin), el agitador obrero (Rosa Luxemburgo) y el intelectual orgánico (Gramsci).

De varias formas, la nueva filosofía, la izquierda académica posmoderna y el pensamiento único, sintonizando absolutamente con determinada sensibilidad "desencantada" después de las derrotas políticas de los movimientos democráticos y revolucionarios, decretaron muy claramente la muerte de "los grandes relatos", el totalitarismo inscrito necesariamente en las concepciones fuertes de la política, el mal menor de la democracia representativa y la economía de mercado, el fin de la historia. Era la belle époque del neoliberalismo y el capital prometía de nuevo la felicidad a los seres humanos en forma de stock options en la "nueva economía". El universo intelectual abandonó el espacio de las grandes confrontaciones: se hizo post-ideológico, post-heroico y post-político. Sólo una amenaza parecía perfilarse en el horizonte de estas bellas ensoñaciones: la resurgencia fundamentalista, una "antigualla" peligrosa y extrañamente persistente. Pero se confiaba en que una combinación de "mercado autorregulado", "apertura hacia el otro" e "intervenciones humanitarias" aplanarían esas últimas astillas en el espacio finalmente liso de la historia y la política.

Pero la hegemonía posmoderna (como expresión cultural de la globalización neoliberal) ha pasado. Aún sentiremos su peso durante una larga temporada, pero la idea de que ha llegado el "fin de la historia" y el tiempo de la mera gestión administrativa y post-política de las cosas se cuartea por varios lugares a la vez: los kamikaces del 11 de septiembre, la guerra global permanente decretada por la administración Bush y, por la tangente, el desarrollo en las catacumbas de la sociedad del espectáculo de un mundo paralelo, una narración coral, inmanente y en movimiento que trae consigo el "regreso de lo político" a la esfera pública. Las viejas heridas que la nueva filosofía (primero) y el pensamiento débil (después) habían tratado de coser malamente se reabren otra vez y eso hace posible -como pedía Nietzsche- meter la propia sangre en las ideas. Poco a poco, una nueva onda de politización abre el espacio a una crítica radical que está al margen pero no es marginal.

De nuevo, hay mucho que pensar. Pero, ¿qué significa hoy pensar políticamente? ¿Desde dónde se hace, con quién, persiguiendo qué objetivos? Nadie discute la capacidad de los movimientos sociales para construir sus propios problemas y plantear respuestas prácticas. Nuestra época registra una saludable "crisis de los expertos". Pero entonces, ¿se ha disuelto la función del intelectual en la inteligencia colectiva diseminada en las redes sociales? Sin embargo, sigue existiendo una constelación muy visible de puntos de referencia clásicos en el espacio público del pensamiento contemporáneo. ¿Acaso se ha vuelto entonces el intelectual un "técnico del saber práctico" que pone a disposición de otros una "caja de herramientas"? Sin embargo, algunas voces se levantan para alertar sobre las catástrofes a que puede conducir el hábito de juzgar de forma utilitaria la pertinencia de las ideas sólo por su inmediata contribución a la acción política. En un universo regido por el nihilismo de los medios y el colapso de las representaciones, ¿qué autonomía tienen los productores de discursos? En un mundo estetizado en el que la vida se convierte en obra de arte a base de pastillas, gimnasios y cirugía, ¿qué relación hay entre estética y política, cómo pueden renovarse ciertos géneros a fin de convertirlos en instrumentos de transformación social?

Desde UNIA arteypensamiento y Archipiélago proponemos cuatro conversaciones (un formato que obliga a cierto riesgo, apertura y exposición) para hacer frente a todos estos interrogantes.



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