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Nuevos cercamientos intelectuales y procomún, Emmanuel Rodríguez y Raúl Sánchez |
Pero, ¿qué es el copyleft?, ¿cuál es su origen conceptual y terminológico?, ¿cómo y por qué se ha convertido en un instrumento jurídico y político fundamental en todos los campos relacionados con la producción intelectual y el uso y acceso a la información y al conocimiento? En el inicio de su intervención en las Jornadas Críticas de Propiedad Intelectual de Málaga, Emmanuel Rodríguez -fundador de la editorial Traficantes de sueños y miembro de la Universidad Nómada- recordó que el copyleft es más una noción política que jurídica que fue acuñada en el ámbito del software libre a mediados de los años ochenta. "En esa época", rememoró, "comenzó a extenderse en el mundo de la informática y de las telecomunicaciones un afán mercantilista que desbarataba la dinámica cooperativa y colaborativa que había prevalecido hasta entonces en las comunidades de programadores (ligadas, por lo general, a instituciones académicas y científicas alejadas de la lógica del máximo beneficio del mundo empresarial)". El primer gran hito fundacional del movimiento copyleft se remonta a 1982. Ese año, Richard Stallman -que desde principios de la década de los setenta trabajaba en el laboratorio de inteligencia artificial del MIT (Massachusetts Institute of Technology)- quiso acceder al software que hacía funcionar a una impresora de la empresa Xerox para tratar de mejorarlo. Pero el responsable de esta compañía se negó a entregarle el código fuente alegando que había suscrito un acuerdo de confidencialidad que se lo impedía. En ese momento, Stallman fue consciente de que la lógica empresarial había invadido el mundo de la informática, pues hasta entonces, era habitual que los programadores examinaran y modificaran el código fuente de cualquier software (que estaba al margen de la legislación sobre la propiedad intelectual), generando una interacción que favorecía el desarrollo tecnológico. Richard Stallman abandonó el MIT y junto a otros programadores empezó a diseñar un sistema operativo de código abierto que cualquier persona podría modificar y mejorar: GNU-Linux. Para evitar que ese sistema fuera absorbido por algunas de las grandes corporaciones de la informática que ya por aquellas fechas comenzaban a adquirir una relevancia internacional (IBM, Microsoft...), ideó una modalidad de licencia -la GPL (General Public License)- que permitiera el uso del software pero no su apropiación ni su sometimiento a las leyes del copyright. De este modo, surgió la noción de copyleft y de software libre que para que fuera considerado como tal, según Stallman, tenía que cumplir un requisito fundamental: cualquiera podría usarlo, copiarlo, distribuirlo y modificarlo sin tener que pedir permiso o pagar un canon para hacerlo. Hasta mediados de la década de los noventa, esta iniciativa jurídico-política quedó restringida al ámbito de la informática. En principio, no parecía que se pudiera aplicar en otros terrenos, pero terminó extendiéndose y, a día de hoy, ha adquirido una centralidad total y tiene presencia, de forma más o menos explícita, en todos los campos de la producción intelectual. "Y se ha vuelto central", precisó Emmanuel Rodríguez, "porque en los últimos años, las grandes multinacionales de la industria del ocio y de la cultura han emprendido una feroz ofensiva jurídica y mediática para intentar ampliar el foco de influencia de la legislación sobre copyright y derechos de autor". Por un lado, han conseguido extender el periodo de caducidad del copyright: dura lo que la vida de su autor, más 70 años -para individuos- o 95 años -para empresas. De este modo, la mayor parte de las creaciones literarias, musicales o plásticas del siglo XX están sujetas a copyright y para publicar obras de autores fallecidos hace más de cincuenta años es necesario pedir permiso a sus herederos y/o editores. Por otro lado, las sociedades que gestionan los derechos de los autores y (no lo olvidemos) de los editores, han logrado que se adopten medidas jurídicas (que en algunos casos rozan lo patológico) para controlar y limitar las tecnologías digitales que permiten producir y distribuir bienes culturales con facilidad, rapidez y a muy bajo coste. A su vez, grandes corporaciones farmacéuticas, químicas y agro-alimentarias están llevando a cabo numerosas iniciativas para intentar implantar un sistema de patentes sobre recursos vivos y naturales como las semillas, los genes o el agua. Para los organizadores de estas jornadas críticas sobre propiedad intelectual, el copyleft no es sólo un instrumento que permite que los creadores pongan sus obras en un espacio comunal (de modo que cualquiera pueda disfrutar de ellas), sino también una poderosa herramienta política que abre la posibilidad de organizar de forma autónoma la producción, distribución y recepción de información y conocimiento. Desde que el copyleft salió del ámbito del software libre, gracias a las licencias Creative Commons y a otras iniciativas que tratan de acercar esta herramienta a sectores sociales no vinculados directamente a la investigación tecnológica, Raúl Sánchez -miembro del equipo de redacción de la revista Contrapoder y de la Universidad Nómada- ha intentado analizar sus potencialidades jurídicas, políticas y simbólicas. Todo ello con un doble propósito: por un lado, circunscribir sus límites; por otro, subrayar su importancia estratégica en un momento histórico en el que el control de la información y el conocimiento tiene tanta o más importancia que la gestión de los recursos materiales. Raúl Sánchez inició su intervención en el Centro Cultural Provincial de la Diputación de Málaga advirtiendo que el origen del copyleft, en general, y de las licencias Creative Commons, en particular, está en la tradición jurídica anglosajona que es mucho más flexible que la europea. También advirtió que, a diferencia de lo que ocurre en los movimientos sociales europeos, el pensamiento crítico en el mundo anglosajón (donde se gestó la noción de copyleft) mantiene una actitud ambigua frente al capitalismo que es percibido como fuente de desmanes e injusticias, pero también como un sistema que garantiza el respeto a ciertas libertades básicas. Teniendo en cuenta estas consideraciones, Raúl Sánchez cree que uno de los motivos fundamentales por los que apostar por el copyleft es, hoy por hoy, "absolutamente imprescindible" deriva de la constatación de que se están produciendo "nuevos cercamientos" a la producción colectiva de contenidos culturales, informativos y científicos. Esto es, se está reforzando aún más el "vallado jurídico" que confisca, en beneficio de unos pocos, los frutos procedentes de las "tierras comunales del intelecto". Hay que tener en cuenta que desde una perspectiva histórica la emergencia del copyleft no es casual, sino lógica: está ligada a la expansión desde finales de los años setenta de una especie de contrarrevolución capitalista (el neoliberalismo) a la que, en palabras de Raúl Sánchez, "se le pueden imputar muchas de las grandes catástrofes, tanto políticas como económicas, que ha sufrido el planeta en los últimos treinta años". Raúl Sánchez piensa que el capitalismo ha alcanzado una nueva fase de desarrollo en la que el saber y el conocimiento juegan un papel esencial en el proceso de valorización de las mercancías. Si el capitalismo, como modelo de organización política y económica, se basa en la producción de bienes que, más allá de su valor de uso, tienen un valor de cambio en el mercado, en su nueva reencarnación -que Raúl Sánchez denomina capitalismo cognitivo-, el valor de una mercancía se fundamenta en su contenido cultural, es decir, en elementos puramente cognitivos o inmateriales como la marca o el diseño. "Así", explicó, "gran parte del coste final de un bien o servicio deriva de su contenido, algo que, por ejemplo, se ve de forma muy evidente en productos (como las zapatillas Nike) en los que el trabajo manual representa menos del 10% de su precio en el mercado". La genealogía del capitalismo cognitivo tiene que ver con la imposibilidad de mantener el capitalismo industrial, no sólo por su insostenibilidad "ecológica", sino también porque a partir de los años sesenta (con un punto de inflexión simbólico en Mayo del 68) se hizo cada vez más impopular, extendiéndose un rechazo heterogéneo y difuso a la noción de trabajo que promovía (concebido como algo fatigoso y separado de la vida cotidiana). Para poder perpetuarse, el capitalismo tuvo que salir de la fábrica e infiltrarse en ámbitos que estaban al margen de la economía de mercado, invadiendo espacios ligados a la producción cultural, artística y afectiva (en los que se estaba articulando una cooperación social de naturaleza utópica pero de gran potencial transformador) y convirtiendo en mercancía todo tipo de objetos, relaciones y procesos cognitivos e inmateriales. De algún modo, el copyleft deriva de la gran revolución social que se produjo en los años sesenta y setenta del pasado siglo, cuando en ciertos ambientes alternativos (primero en California y después en diversos puntos de EE.UU. y Europa) apareció un nuevo imaginario en torno al potencial emancipador del desarrollo tecnológico. Ese imaginario partía del convencimiento de que los avances técnicos propiciarían el advenimiento de una nueva "era de la abundancia" (algo que, al menos en el campo de la producción inmaterial, se ha hecho realidad), permitiendo que la cantidad de trabajo necesario para garantizar la supervivencia de todos los habitantes del planeta fuera cada vez menor. Con un uso inteligente, solidario y creativo de las capacidades y saberes de la sociedad, sería posible liberarse de la maldición del trabajo obligatorio y mecánico, y todo el mundo podría elegir el tipo de tarea laboral que quisiera llevar a cabo. Paradójicamente, esta confianza utópica en las capacidades emancipatorias de la técnica, también se encuentra en el origen de la expansión en los años ochenta y noventa de actitudes aparentemente insolidarias (con ciudadanos que reclaman cada vez más derechos sin asumir nuevas obligaciones) que provocaron un gasto público insostenible y llevaron a la crisis del Estado del Bienestar (lo que a su vez ha favorecido la emergencia y consolidación de una nueva derecha populista). "Pero más allá de sus consecuencias imprevistas e indeseadas", quiso precisar Raúl Sánchez, “esas actitudes eran fruto del deseo de escapar del destino proletario que reservaba el capitalismo industrial a la mayor parte de los ciudadanos". A su juicio, en esta nueva fase del capitalismo, el copyleft es "absolutamente necesario" porque si no existiera, la infiltración de la lógica mercantilista en todas las esferas de la vida de los ciudadanos no tendría límites". Según Raúl Sánchez, en la actualidad, se está produciendo un proceso similar al que en los siglos XVII y XVIII acabó con la institución milenaria del procomún (espacios y recursos colectivos cuyo aprovechamiento y gestión se realizaba de forma comunal), creando las primeras generaciones de trabajadores proletarios a los que, irónicamente, se les llamó "trabajadores libres". En esa época, gracias al empobrecimiento (económico y moral) de amplios sectores de la población europea (debido, en gran medida, a la usurpación de las propiedades comunales y a la desaparición de estilos de vida tradicionales apegados a comunidades reducidas y autosuficientes), las fábricas manufactureras tuvieron fuerza de trabajo dispuesta a aceptar unas condiciones laborales de semi-esclavitud. "Salvando las diferencias históricas", señaló Raúl Sánchez, "hoy asistimos a un proceso parecido". También ahora el poder capitalista arrebata a "sangre y fuego" propiedades colectivas -materiales e inmateriales- en diversas partes del planeta (deforestando amplias zonas del Amazonas, patentando semillas o usos agrícolas tradicionales en la India...) o ejerce una violencia judicial abusiva contra personas escogidas al azar cuyo único delito ha sido no respetar los derechos derivados del copyright. "Además, ¿cabe mayor violencia y alienación que expropiar la producción inmaterial de las tierras comunales del intelecto (fuente infinita de invención e innovación)?", se preguntó Raúl Sánchez. "En esta coyuntura", añadió, "la institución del copyleft puede concebirse como un primer paso para profundizar en una re-definición de la democracia que se base en el derecho que tienen los ciudadanos a ‘ganarse la vida’ (en su sentido más amplio) mediante un uso libre y cooperativo de sus capacidades cognitivas". En este sentido, Raúl Sánchez piensa que es necesario conectar las distintas iniciativas políticas, jurídicas y tecnológicas que se oponen al copyright restrictivo para construir una especie de contrapoder desde el que se pueda plantar batalla a las entidades de gestión de los derechos de autores y editores (SGAE, VEGAP...) e influir en los organismos (locales, nacionales e internacionales) que deciden las orientaciones legislativas en torno a la propiedad intelectual (como el Parlamento Europeo). A su juicio, habría que extender el copyleft a las distintas situaciones en las que se materializa este proceso de privatización del conocimiento colectivo. "Tenemos que desarrollar", señaló, "estrategias a medio y largo plazo que nos permitan instaurar de forma sólida el copyleft más allá del software libre y del ámbito cultural". Todo ello asumiendo que el copyleft es una táctica (no un fin) que, sin negar la posibilidad de hacer negocio con la producción intelectual, nos permite imaginar un futuro en el que la creación pueda ser heterogénea (frente a la estandarización que impone el mercado capitalista), plural (frente a la concentración mediática) y cooperativa (fomentando el interés colectivo y no sólo el beneficio privado). No hay que olvidar que esa apuesta por la creación y la organización de un contrapoder ha dado ya algunos frutos como el rechazo de Bruselas a una Directiva de Patentabilidad del software gracias a la presión que han ejercido diversos colectivos europeos unidos en una especie de lobby: la Fundación para una Infraestructura de Información Libre (FFII por sus siglas en inglés). "En cualquier caso", advirtió Raúl Sánchez en la fase final de su intervención en las Jornadas Críticas de Propiedad Intelectual de Málaga, "tenemos que ser conscientes de que los defensores de privatizar la producción inmaterial (principal fuente de riquezas en la sociedad contemporánea) parecen dispuestos a todo para proteger sus intereses y, por ejemplo, están consiguiendo criminalizar las prácticas sociales que se rebelan contra el copyright restrictivo como el intercambio de archivos a través de las redes P2P o la copia privada de cds y dvds". |