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Mesa redonda Universalismo desde abajo, con la participación de Marta Malo, Monserrat Galcerán y Franco Ingrassia

De izquierda a derecha: Amador Fernández-Savater, Franco Ingrassia, Marta Malo y Monserrat Galcerán¿Es posible un universalismo construido desde abajo, que se pueda pensar desde nuestras propias condiciones existenciales que son muy diferentes a las que había cuando los pensadores ilustrados desarrollaron sus ideas sobre lo común y lo universal? Esto es, ¿tiene sentido pensar en un universalismo que se adapte a la experiencia contemporánea (caracterizada por la dispersión y la fragmentación), que sea operativo en una sociedad global marcada por la hegemonía del capital financiero? "No olvidemos", señaló Franco Ingrassia en la presentación de esta mesa redonda, "que el capital financiero globaliza y unifica a través del mercado, pero no compone mundo. Y tampoco el correlato subjetivo de esa operatoria mercantil, las prácticas de consumo, construyen verdadero lazo social (sólo relaciones de contacto e intercambio instrumental y/o individual)".

La primera en intervenir en esta mesa redonda fue Marta Malo, traductora, investigadora social y militante en las redes sociales de Lavapiés (Madrid) desde hace diez años, quien aseguró que la cuestión del universalismo ha estado presente de forma implícita en muchos de los debates que han surgido en torno a los espacios militantes en las que ha participado. «Desde esos espacios» –afirmó– «muchos de ellos de mujeres y muchos de ellos feministas, hemos sentido una creciente incomodidad por el modo en el que un discurso universal de los derechos de las mujeres se estaba utilizando para poner en marcha legislaciones que acababan yendo en prejuicio de mujeres concretas». Por ejemplo, las leyes que van dirigidas a una hipotética abolición de la prostitución –y que en la práctica suponen su prohibición– acaban perjudicando, ante todo, a las propias prostitutas. Igualmente, las principales perjudicadas por la llamada "ley del velo" –que prohíbe el uso de símbolos religiosos ostensibles en las escuelas francesas– han sido las mujeres musulmanas.

El contenido de esta ley suscitó bastante controversia entre los distintos movimientos de mujeres que hay en Francia. Los colectivos feministas más oficialistas (integrados, en su mayor parte, por mujeres blancas, laicas y republicanas) defendieron la aprobación de dicha ley de manera bastante activa, porque consideraban que muchas chicas llevaban el pañuelo a la escuela de forma obligada y que la medida podía contribuir a frenar el avance en Francia de un islamismo reaccionario que niega ciertos derechos fundamentales de las mujeres. En el lado opuesto se posicionaban muchas mujeres musulmanas que reivindicaban su derecho a la identidad religiosa y acusaban a las feministas francesas de victimizarlas, presuponiendo que no tenían capacidad para decidir si ponerse o no el velo.

Había, por tanto, un conflicto de imaginarios que, según Marta Malo, reflejaba de forma muy elocuente los peligros y limitaciones de las aspiraciones universalistas y cómo, dentro de un mundo marcado aún por la historia colonial, acaba imponiendo desde posiciones de poder unos modelos como los modelos universales, negando el derecho, simultáneamente, a la diferencia (llevar el velo) y a la igualdad (ser tratada como sujeto autónomo). Pero, ¿cómo escapar de la dimensión totalizadora del universalismo sin caer en un relativismo nihilista que todo lo pone a la misma altura y elimina cualquier criterio de valor? Según Marta Malo la imagen de las mujeres del Noveno colectivo de sin papeles (Neuvième collectif des sans-papiers), una organización que se dedica a ocupar espacios públicos oficiales e institucionales en Francia para exigir la regularización de todos los inmigrantes, nos invita a pensar este dilema desde otro lugar y, tal vez, a encontrar su salida. "Hay que tener en cuenta", advirtió, "que muchas de las integrantes de este colectivo (que tiene una gran visibilidad pública y cuya filosofía poco o nada tiene que ver con la de los islamistas), llevan velo".

Marta MaloEn este punto de su intervención, Marta Malo señaló que, a día de hoy, cualquier aproximación analítica a la cuestión del universalismo debe partir de lo que podemos llamar, con Balibar, la realización de una universalidad real: es decir, que el mundo cada vez está más unificado por el mercado, las nuevas tecnologías y los flujos migratorios. Una unificación que, a priori, encarnaría el sueño ilustrado de crear una república cosmopolita universal en la que todos los hombres fueran iguales ante la ley con independencia de su raza, sexo, color, idioma, religión, opinión política, posición económica o lugar de nacimiento. Pero entre la utopía ilustrada y la realidad de la sociedad global, media un gran abismo. La universalidad real que conocemos hoy está hecha de "un máximo de proximidad y un máximo de desigualdad" y ésta es una de las grandes paradojas de la sociedad contemporánea.

Por un lado, las minorías proliferan ("es decir que cada vez haya más otros"). No obstante, estas minorías cada vez son más abiertas y flexibles, en parte porque los integrantes de esas minorías viven un doble desarraigo: han roto con su país de origen -al abandonarlo en busca de una vida mejor-, pero no acaban nunca de formar parte del lugar al que llegan, nunca consiguen integrarse de forma plena en el país que les acoge. Ambas experiencias están determinadas por las políticas de fronteras, entendiendo éstas no sólo en su acepción puramente geográfica (el límite que marca la separación entre un país y otro), sino como dispositivos de control selectivo de la movilidad. "Esas fronteras (en sus diferentes materializaciones, tanto físicas como virtuales)", explicó Marta Malo, "han proliferado dentro de los propios países de acogida, donde los inmigrantes tienen que sortear continuos controles policiales o encuentran muchos más problemas que la población local para acceder a ciertos servicios públicos y tener garantizados sus derechos como ciudadanos".

En este sentido Marta Malo describe el mundo unificado que está construyendo el capitalismo global como un "sistema único de exclusión interna". "Pues la exclusión", explicó, "no se da ya hacia afuera, sino hacia dentro (lo que hace que sea mucho más difícil de detectar)". Por todo ello, la coordinadora de la publicación colectiva Fronteras. Apuntes de Contrapoder I cree que en vez de basar la acción política en universales abstractos (que implican la imposición de unos criterios válidos para todos), sería mucho más interesante apostar por la construcción de universales concretos, no reductores, ligados a situaciones sociales y condiciones existenciales específicas. "Mientras los primeros", argumentó, "hablan en nombre de la humanidad en su totalidad, los universales concretos lo que nos permiten es hablar a todas y a todos, asumiendo que esa enunciación siempre se lleva a cabo desde una posición y una situación concreta". A su juicio, en las acciones del Noveno colectivo de sin papeles (que para ella representan un ejemplo paradigmático de este universalismo concreto), hay una función universalizante que va mucho más allá de una pura defensa de intereses "corporativistas". "Sus acciones", concluyó Marta Malo, "nos interpelan a todos los demás, nos obligan a re-pensar nuestra propia situación y el modo en el que la ciudadanía se configura en nuestras sociedades, planteando un nuevo modelo de igualdad, abierto a su vez a ser contestado por otros".

En el inicio de su intervención en el seminario Reilustrar la Ilustración: universalismo, ciudadanía y emancipación (I), Monserrat Galcerán, catedrática de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, señaló que considera que es muy importante analizar las implicaciones epistemológicas que tiene el uso de los universales (el Hombre, la Persona, el Ciudadano, la Libertad...). A su juicio, la dicotomía que se establece entre universal/abstracto vs particular/concreto es una oposición equívoca, pues cualquier proceso de abstracción/universalización parte siempre de la selección de unos elementos y de la omisión de otros. A su vez, cualquier práctica cognitiva y/o lingüística requiere un cierto nivel de abstracción (incluyendo aquellas que sirven para definir y describir conceptos y hechos particulares y concretos).

Aunque los abstractos universales se construyen a partir de la selección de unos elementos y la omisión de otros, al ser asumidos por el lenguaje común (que no suele ir acompañado de una práctica de reflexión sobre el uso de sus términos), esa operación selectiva queda invisibilizada. Esto genera, según Galcerán, una serie de equívocos que han tenido históricamente efectos muy perniciosos. Por ejemplo, se habla del Hombre en alusión a todos los seres humanos (sin distinción de raza, sexo, color, idioma, religión, opinión política, posición económica, lugar de nacimiento...), olvidando que se trata de un término que tiene una serie de marcas (de género, de raza...) que excluye a amplios sectores de la humanidad (mujeres, negros, homosexuales...).

Monserrat GalceránAdemás, en la mayoría de los casos, estos términos universales no tienen un campo de extensión definido. Así, cuando un ilustrado como Voltaire comenzó a hablar del Hombre, se encontró que en los textos antropológicos se hacía referencia a unos seres que no sabía muy bien si incluir dentro del campo de extensión de lo que él consideraba humano. Eso demuestra, en opinión de Galcerán, que estas abstracciones nunca pueden desligarse del contexto histórico y cultural en el que se han generado y que su utilización no es precisamente inocua (pues ayuda a imponer una cosmovisión determinada). "De hecho", aseguró, "los universales tienen efectos terriblemente perversos, pues dan la sensación de que han surgido de la nada para describir fenómenos y realidades objetivas e inamovibles (que siempre han estado ahí), cuando, en verdad, derivan de construcciones filosóficas e ideológicas concretas que sirven a los intereses de determinados grupos de la población y contribuyen a consolidar una estructura de dominio".

Este mismo problema se encuentra en los universales entendidos desde el punto de vista de la identidad ("esto es, el universal como aquello que marca lo que algo es por contraposición a lo que no es"). En este punto de su intervención, Monserrat Galcerán recordó que la investigadora Sandra Harding detecta en sus estudios sobre epistemología y feminismo que existen semejanzas muy llamativas entre la forma de entender el mundo de las mujeres occidentales y de las culturas africanas, pues ambas cosmovisiones se definen en contraposición a la del hombre blanco occidental. Esta coincidencia resulta muy paradójica, porque si se toma como criterio de construcción epistemológica la perspectiva de género, lo lógico, a priori, es que el "otro" sobre el que se construye la identidad "mujer" fuera el varón (con independencia de su origen geográfico, cultural y racial). Y lo mismo ocurriría si el criterio elegido fuera la raza o la clase.

En opinión de Harding, la explicación de esa paradoja (que ella denomina la "paradoja epistemológica de los dominados") está en que el "Nosotros" identitario que construye la razón occidental se basa en una reducción de todos los otros a un solo "Otro" abstracto e indiferenciado. "Es decir", explicó Galcerán, "lo diferente es entendido desde el punto de vista de lo mismo, de lo Uno. Y desde ese punto de vista, todos lo otros son concebidos como un solo Otro. Por tanto, da igual que seas chino, negro o mujer: siempre estarás definido en contraposición a ese Uno (que se identificaría con el varón blanco occidental)". De este modo, la idea totalizadora de una abstracción identitaria anula la diversidad de lo diferente (la multiplicidad de los "otros"), lo que, en palabras de Galcerán, nos muestra de nuevo la "dimensión perversa de los universales".

En cualquier caso, hay que tener en cuenta que el campo de lo universal no es homogéneo. "No porque haya un adentro y un afuera", precisó la autora de Innovación tecnológica y sociedad de masas, "sino porque está atravesado por numerosas y variadas relaciones de diferencias (de dominación, de despotismo, de desigualdad...)". Por ello, según Galcerán, aunque se pueda decir que hay un único mundo, es necesario ser conscientes de que éste no tiene para todos sus habitantes la "misma textura". "En este caso", advirtió, "la trampa de lo universal es plantear que todos estamos en el mismo barco (que todos vivimos en el mismo mundo), obviando que éste tiene espacios muy diferenciados y que no se percibe y valora igual lo que pasa desde el puesto de mando que desde el timón, desde debajo de la bodega que desde lo alto del mástil".

Partiendo de la convicción de que es muy fácil hacer un uso perverso de los universales (pues tienen un fuerte componente de mixtificación), Monserrat Galcerán cree que existen dos posibilidades: prescindir de ellos o intentar cambiar la forma de pensarlos y no hablar desde lo abstracto (desde el todo, desde una especie de campo uniforme que diluye las singularidades y las diferencias), sino "desde sí" (desde la propia subjetividad, desde la propia experiencia). "Esto implicaría", subrayó Monserrat Galcerán en la fase final de su intervención en el seminario Reilustrar la Ilustración: universalismo, ciudadanía y emancipación (I), "desarrollar una práctica lingüística de interpelación que permita componer un común que no excluya las singularidades ni tenga carácter normativo". "Lo que habría que preguntarse", añadió, "es en qué medida nos beneficia seguir identificando esa búsqueda de un común (concebido como interpelación y composición de singularidades) con la creación de un nuevo tipo de universalismo (sobre el que aplicamos una operación de deconstrucción que le libera de sus connotaciones totalizadoras originales)".

Por su parte, Franco Ingrassia, que actualmente está vinculado al colectivo autogestionario Planeta X (centro social de la ciudad argentina de Rosario) y a la Cátedra Experimental sobre Producción de Subjetividad, presentó durante su intervención en esta mesa redonda cinco hipótesis encadenadas y una posibilidad. Su primera hipótesis es que ante el poder disciplinario (entendido como dispositivo que "fija los nombres, los cuerpos, las prácticas y los lugares"), los proyectos políticos y reflexivos críticos producen subversión. Así, por ejemplo, el movimiento feminista ha intentado subvertir el dispositivo de fijación con el que el poder disciplinario asocia (fija) a unos cuerpos determinados con el concepto de "mujer", otorgándole una serie de funciones sociales específicas (el cuidado del hogar, las labores de reproducción, el mantenimiento del orden doméstico...).

Su segunda hipótesis es que ante la dispersión y el desarraigo que promueve el capitalismo global, las prácticas políticas y reflexivas críticas producen composiciones, formas de vivir juntos, experiencias que permiten habitar un lugar. Hay que tener en cuenta que en la sociedad actual (dominada por el mercado global), las grandes crisis sociales son, en el fondo, síntomas de que el "sistema" funciona. "Así", explicó Franco Ingrassia, "las profundas crisis económicas que sufrieron Argentina o los países del sudeste asiático a principios de esta década fueron consecuencia directa de la lógica del capitalismo global que, para poder sobrevivir, no puede ralentizar nunca su ritmo de crecimiento, aunque para ello tenga que desplazar sus fuentes de producción de un territorio a otro y desbaratar, sin rendir cuentas a nadie, el tejido económico y social de numerosas zonas del planeta".

Franco IngrassiaLa tercera hipótesis que planteó Franco Ingrassia es que estas composiciones frágiles y precarias que se logran construir para contrarrestar los efectos del capitalismo global, tienen dos tendencias fundamentales. Por un lado, tienden a la desconfiguración, a volver a la dispersión de la que surgieron, pues en un contexto en el que el poder político y económico promueve la disgregación y la fragmentación social, si esas composiciones no se re-arman y re-piensan continuamente, acaban engullidas por el "mar de inestabilidad" que les rodea. La otra tendencia es al cierre identitario, a que ese lazo social que ha logrado construirse se convierta en algo fijo, rígido y cerrado que no puede modificarse ni ampliarse. Según Franco Ingrassia se pueden ligar ambas tendencias. De hecho, el cierre identitario es, a menudo, una respuesta reactiva a la tendencia a la dispersión y a la desconfiguración.

Su cuarta hipótesis es que una respuesta no reactiva ante esa dispersión que impone la lógica del neoliberalismo, una posibilidad de escapar a esa dicotomía entre desconfiguración y cierre identitario a la que se ven abocadas las frágiles y precarias composiciones que se logran articular para contrarrestar los efectos del capitalismo global, está en el universalimo. "Entendiendo el universalismo (y esta es mi quinta hipótesis)", puntualizó Ingrassia, "como exceso de una multiplicidad sobre sí misma que produce un común antes inexistente. Es decir, como una potencia de lo abierto que, operando desde el interior de una composición, es capaz de desconfigurarla sin dispersarla".

En este punto de su intervención, Ingrassia retomó la cuestión planteada por Monserrat Galcerán y Marta Malo de si es pertinente seguir asociando lo común con lo universal. Bajo su punto de vista, se puede decir que ciertas prácticas políticas (como las que desarrolla el Noveno colectivo de sin papeles) tienen una "función/dimensión universalizante", pues se exceden a sí mismas e intentan ir más allá de su propia configuración (sin que por ello caigan en la tentación de una trascendencia totalizadora), lo que les permite llegar a producir con otros un común que antes no existía. "Y a esa posibilidad", subrayó Ingrassia, "la podríamos llamar potencia de lo abierto (esto es, universalismo)".

Estas cinco hipótesis constituyen un armazón lógico para pensar la posibilidad de desarrollar una política de lo universal que trate de responder con eficacia y operatividad a las condiciones contemporáneas. "Sería una política", precisó Ingrassia, "que excede las composiciones de las que parte para intentar crear un común y, a la vez, producir un proceso de subjetivación". A su juicio, hay otros proyectos políticos que, con mayor o menor consistencia, están tratando de operar sobre las condiciones contemporáneas: desde las políticas retromodernistas (que ante el desarraigo proponen una restitución de lo moderno) a las políticas identitarias (cuyo objetivo es solidificar determinados lazos sociales -"puntos de composición"- que se han logrado construir), pasando por ciertas políticas globales que apuestan por un proceso de desterritorialización muy diferente al que promueve la globalización capitalista. "Hay que tratar de ser respetuosos y receptivos con todas ellas", señaló Franco Ingrassia en la fase final de su intervención en la sede de La Cartuja de la Universidad Internacional de Andalucía, "pues en política, a día de hoy, todo es experimental y antes que llegar a un consenso rápido, es mucho más productivo que cada cual ensaye su propio camino y veamos qué podemos aprender unos de otros".