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Conferencia de Carlos Fernández Liria: La fatal emancipación: los avatares de la noción ilustrada de universalismo |
Partiendo de la convicción de que, como plantea el título de este seminario, es necesario "reilustrar la Ilustración", Carlos Fernández Liria, profesor de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, analizó las razones por las que actualmente, en vez de haber una república cosmopolita sin ciudadanos de primera y de segunda categoría (como pretendía el proyecto ilustrado), lo que existe es un mundo unificado por el mercado pero que vive en una especie de guerra civil generalizada. Un mundo en el que ha triunfado el nihilismo (resurgiendo arcaísmos e integrismos de todo tipo) y donde cada vez tienen más poder unos organismos sobre los que los ciudadanos no pueden ejercer ningún tipo de control político: las grandes multinacionales. En el inicio de su intervención en la sede de La Cartuja de la Universidad Internacional de Andalucía, Carlos Fernández Liria, autor de libros como Dejar de pensar o El materialismo, recordó que la construcción del proyecto político de la Ilustración se remonta a la Revolución Francesa, cuyos principales impulsores tuvieron siempre como referencia directa la Grecia clásica. Con la finalidad de crear una "república cosmopolita" en la que todos los hombres fueran iguales ante la Ley, la Ilustración plantea la necesidad de acometer la construcción de la sociedad por medios puramente políticos, una aspiración que ya fue desacreditada y rechazada por pensadores reaccionarios de la época como Emmanuel Mounier, Edmund Burke, Louis de Bonald o Joseph de Maistre. "Es decir", explicó coloquialmente Fernández Liria, "la Ilustración parte de la premisa de que un grupo de personas reunidas alrededor de una mesa pueden dialogar y llegar a una serie de acuerdos que se materializan en un documento legal (una Constitución) en torno al cual se organice la vida de una sociedad". Por tanto, se puede decir que el propósito fundamental del proyecto ilustrado es "poner la sociedad en Estado de Ley", esto es, crear el "Estado de Derecho" en el cual la autoridad del gobierno sólo puede ser ejercida siguiendo leyes escritas (que, a su vez, sólo pueden ser elaboradas y/o modificadas mediante procedimientos previamente pactados). "Por tanto", indicó Fernández Liria, "todo el edificio jurídico sobre el que se asienta el Estado de Derecho remite a un conjunto de leyes escritas en papel que se materializan en un documento oficial -la Constitución- que regula la vida social". En los primeros artículos de esos textos constitucionales, se suele hacer referencia a una serie de derechos universales de los seres humanos que, en gran medida, también se establecieron durante la Revolución Francesa. Hay que tener en cuenta que ya en la Constitución francesa de 1791 se planteó que los "derechos y libertades" incluidos en dicho texto no hacían distinción alguna por motivos de raza, sexo, color, idioma, religión, opinión política (o de cualquier otra índole), posición económica, lugar de nacimiento o cualquier otra condición. "Es decir", subrayó Fernández Liria, "todo el edificio jurídico del Estado de Derecho hace referencia a una especie de lugar vacío, pues se basa en una concepción del hombre como un ser universal, abstracto, sin que importe su raza, color de piel, sexo, idioma, religión, opinión política, origen nacional o social, posición económica, lugar de nacimiento o, para no dejar ningún cabo suelto, cualquier otra condición". La importancia de ese "lugar vacío" ya se había establecido en la antigüedad clásica. En el siglo IV antes de Cristo, Platón señaló que el lugar de las leyes debía estar siempre completamente vacío, pues en caso contrario, en vez de leyes, lo que habría serían órdenes y resultaría imposible construir y preservar el "Estado de Derecho". A juicio del filósofo griego, aquellos que intentaran ocupar el lugar de las leyes deberían ser considerados como los enemigos más peligrosos de la sociedad y, por tanto, ser "ajusticiados" de inmediato. Asumiendo literalmente ese "consejo", en la Revolución Francesa se decidió eliminar a todas las personas que estuvieran relacionadas con una Institución, la monarquía, que hasta entonces había ocupado el lugar de la Ley. Incluso en el artículo 27 de la Constitución de 1793 se dice explícitamente que "todo individuo que usurpe el lugar de la soberanía, sea de inmediato ejecutado por los hombres libres". Carlos Fernández Liria, que fue guionista del mítico programa televisivo La Bola de Cristal, aseguró que a lo largo de la historia de la Filosofía, numerosos pensadores han reflexionado sobre ese "lugar vacío" que los griegos pusieron en el centro de las ciudades. Kant, por ejemplo, llegó a identificar ese espacio vacío con la Razón (desde un punto de vista teórico) y con la Libertad (desde un punto de vista práctico). En cualquier caso, mantener ese lugar vacío (sin nadie ni nada que lo ocupe y pueda convertir las leyes en órdenes) es muy difícil. "Y desde luego", advirtió Fernández Liria, "el proyecto ilustrado no lo ha conseguido (como reflejan diariamente los medios de comunicación que muestran que la sociedad contemporánea está muy lejos de encarnarse en una república cosmopolita)". Según el autor de Sin vigilancia y sin castigo. Una discusión con Michel Foucault, los griegos ya eran plenamente conscientes de que ese "lugar vacío" -ese espacio vacío de la Razón y de la Libertad- tenía que estar protegido de cualquier posible interferencia natural o social, pues sólo de ese modo podría sobrevivir al devenir de la Historia ("un tsunami que todo lo devora"). Para justificar la necesidad de mantener aislado ese espacio vacío recurrieron a la mitología. Así, en el relato de la creación del mundo de la mitología griega se cuenta que al principio de los tiempos, el cielo (Urano) y la tierra (Gea) estaban unidos en un estado de copulación permanente, de modo que el pene del primero taponaba la salida de los hijos que Gea iba engendrando. Un buen día, uno de esos hijos, Cronos (que en griego quiere decir tiempo), consiguió cortarle el pene a su padre que salió despedido hacia el cielo, separándose de Gea (que ya pudo parir todos los hijos que había concebido). Entre ambos, quedó entonces un "lugar vacío" que fue habitado por los dioses, los hombres y las cosas. El problema llegó cuando Cronos (Saturno, en la mitología latina) comenzó a devorar todo lo que había en ese espacio intermedio, haciendo imposible que los hombres pudieran subsistir. Para que Cronos dejara de reinar (esto es, para acabar con la dictadura del tiempo), hizo falta una especie de revolución en el Olimpo que llevó a cabo Zeus apoyado por los titanes. De este modo, los hombres lograron edificar las primeras "instituciones" que podían mantenerse al margen del curso de los acontecimientos (del devenir de la Historia). "Instituciones", explicó Fernández Liria, "que podían resistir las embestidas del tiempo que todo lo devora, pues estaban apuntaladas por lo que podríamos denominar un aparato de Estado". ¿Por qué en el momento actual, cuando al menos nominalmente ha triunfado el Estado de Derecho y según el programa ilustrado deberíamos vivir en una república cosmopolita presidida por la Razón y la Libertad (por el "lugar vacío" de la Ley), lo que existe es una sociedad fragmentada y nihilista, un mundo unificado por el mercado pero que social y políticamente está cada vez más balcanizado? Antes de intentar responder a esa pregunta, Fernández Liria recordó que la Ilustración, desde su propia génesis en la Revolución Francesa (un periodo en el que murieron guillotinadas miles de personas), ha tenido siempre un reverso tenebroso. "Ese reverso tenebroso del sueño ilustrado", aseguró Fernández Liria, "ha provocado algunas de las mayores atrocidades que ha conocido la Humanidad: los campos de concentración nazis, el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki...". A preguntas de Amador Fernández-Savater, que inquirió sobre el, a su juicio, carácter intrínsecamente segregador del proyecto ilustrado (pues se basa en determinados deber-ser normativos que excluyen "lo otro" -lo raro, lo enfermo, lo extraño-), el autor de Volver a pensar cree que el fracaso del proyecto ilustrado se debe fundamentalmente a la imposibilidad que ha tenido de desarrollarse en condiciones de tranquilidad, esto es, al margen de los efectos devoradores del tsunami de la Historia. "Porque en condiciones de guerra (y ahora vivimos una especie de guerra civil globalizada)", afirmó, "la Ilustración no puede desarrollarse". Para tratar de explicar gráficamente el "fracaso ilustrado", Fernández Liria recurrió de nuevo a la mitología griega, pero esta vez mezclándola con el imaginario cinematográfico hollywoodiense. "Lo que ha ocurrido en el mundo a partir de la Revolución Francesa", señaló, "es que, tras conseguir implantar Zeus el Estado de Derecho con la creación de un espacio en el que los hombres pudieran levantar Instituciones que permanecieran ajenas al curso de los acontecimientos, Cronos se ha vuelto a rebelar, logrando imponer una vez más su poder. Si Hollywood hiciera una versión fílmica de esta historia la podría titular Cronos 2. La venganza o La venganza de Cronos". A juicio de Carlos Fernández Liria, el capitalismo se puede concebir como una encarnación histórica de Cronos (y de su lógica devoradora) y su principal fruto -el libre mercado- ha usurpado el "lugar vacío" de las leyes (de la política). En este punto de su intervención, Fernández Liria recordó que Immanuel Wallerstein, autor de El Moderno Sistema-Mundial, describe el capitalismo como un sistema "patentemente absurdo", pues acumula capital con el único objetivo de acumular más capital ("como ratones en una rueda que corren cada vez más deprisa con el único fin de correr cada vez más deprisa"). De hecho, según Wallestein, la supervivencia del sistema capitalista se basa en la "huida hacia adelante": sólo puede subsistir si mantiene un crecimiento progresivo de la producción, entrando en una especie de espiral vertiginosa de la que no puede escapar (no puede detenerse, porque si lo hace, se hunde). En parecidos términos se manifiesta el investigador marxista Terry Eagleton, que describe el capitalismo como una locomotora en marcha que está totalmente fuera de control ("una especie de Cronos que todo lo devora") y concibe el comunismo como la mejor herramienta de la que disponemos para poner freno a ese avance desbocado ("algo que en un planeta de recursos limitados como el nuestro es completamente necesario", precisó Fernández Liria). Eagleton se lamenta de que el capitalismo haya logrado imponer su lógica competitiva y devoradora de un modo tan eficaz que, a día de hoy, lo habitual es pensar que sólo un extremista radical puede exigir algo tan sensato como que todas las personas del mundo tengan agua y comida suficiente para sobrevivir. "Pero lo realmente extremista y radical", afirma, "lo que escapa al sentido común, es que se pueda defender un sistema -el capitalismo global- que permite, por ejemplo, que un jugador de baloncesto, Michael Jordan, cobre más dinero por anunciar unas zapatillas deportivas de la marca Nike, que todas las personas que trabajan en el complejo industrial del sureste asiático donde dichas zapatillas se fabrican". "Lo realmente revolucionario es el capitalismo (y no el comunismo) que, al igual que Cronos, nunca sacia su apetito, siempre necesita más", añadió Fernández Liria. El capitalismo ha conseguido que el mundo, en vez de ser una república cosmopolita articulada en torno a un lugar vacío que ocupa la Ley (como pretendía la Ilustración), se haya convertido en un mercado global dominado por gigantes corporativos privados (las grandes multinacionales) que no se someten a ninguna autoridad política y que se mueven por intereses exclusivamente particulares. Gigantes que, como ya advirtió Salvador Allende en 1972 en un discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas, "no responden ni están fiscalizados por ninguna institución representativa del interés colectivo", lo que, a juicio del malogrado presidente chileno, está socavando toda la estructura política del mundo. La situación actual parece confirmar los peores augurios de Allende y, a día de hoy, la clase política, poco o nada puede hacer para controlar el poder económico y financiero (tanto el local como el global). En opinión de Carlos Fernández Liria, en las democracias representativas occidentales, el espacio de la Ley -el lugar vacío de la Razón y de la Libertad-, ha sido devorado por un "tsunami económico" que impide cualquier posibilidad de verdadera institucionalización política. "Por ello", aseguró, "las diferencias entre los gobiernos progresistas y conservadores son casi puramente formales y el poder real de los parlamentos es mínimo". "Al final", añadió, "quien realmente gobierna es el ministro de Economía que nunca va a tomar medidas que perjudiquen a la Patronal". En este punto de su intervención Fernández Liria puso dos ejemplos que demuestran de forma muy ilustrativa la sumisión de las instancias políticas al poder económico. Por un lado, el hecho de que ningún órgano político o legislativo internacional haya llegado a asumir la "muy moderada" propuesta de Attac de imponer una tasa mínima a las transacciones financieras especulativas. Por otro lado, el hecho de que José Luis Rodríguez Zapatero (actual presidente del gobierno español) no haya podido cumplir, debido a difusas presiones económicas, su promesa electoral de reducir de doce a ocho los días festivos que pueden abrir los centros comerciales. "Y si el poder político ni siquiera tiene capacidad de cerrar cuatro domingos al año las grandes superficies comerciales o de cargar con un 0,1% el capital financiero, ¿entonces, para qué sirve?", se preguntó Carlos Fernández Liria. Bajo su punto de vista, para intentar "reilustrar la Ilustración" lo primero que hay que hacer es denunciar que la sociedad en la que vivimos actualmente poco o nada tiene que ver con la república cosmopolita que pretendía construir el proyecto ilustrado. "Lo que existe es, simple y llanamente, capitalismo disfrazado", subrayó Fernández Liria. A su juicio, si lo que hay parece Ilustración, es porque el lugar vacío de la Ley que se establece en la Revolución Francesa (y que posibilita que todos los hombres tengan los mismos derechos con independencia de su raza, religión, adscripción política...) se confunde con el espacio vacío de la proletarización/precarización (los seres humanos concebidos como pura fuerza de trabajo y/o de consumo, sin distinción de sexo, raza, edad, religión...) que promueve el capitalismo. Una confusión que, según Fernández Liria, ayuda a difundir con enorme eficacia la propaganda mediática que transmite insistentemente el mensaje de que en las sociedades occidentales están garantizados derechos fundamentales como la libertad de prensa o de reunión ("aunque suele obviar que hace falta mucho dinero para que la práctica de esos derechos pueda tener algún efecto político real") y hay una clara división de poderes. "Pero esa división", señaló Carlos Fernández Liria en la fase final de su intervención en la sede de La Cartuja de la Universidad Internacional de Andalucía, "sólo afecta a la instancia política (que, como ya hemos visto, tiene muy poco margen de maniobra) y no al poder económico (que es el que toma las decisiones realmente importantes)". |