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Conferencia de Valerio Evangelisti: La colonización del imaginario y la resistencia de la literatura |
La figura de Silvio Berlusconi es muy conocida en todo el mundo, sobre todo por su dimensión bufonesca, su bajo nivel intelectual y sus continuas meteduras de pata. Sin embargo se suele ignorar las razones por las que este ambicioso empresario con dotes de cantante melódico ha conseguido montar un imperio mediático y político que le ha llevado a presidir el país. A juicio de Valerio Evangelisti, colaborador de la edición francesa de Le Monde Diplomatique y autor de novelas como Nicolás Eymerich, inquisidor o El cuerpo y la sangre de Eymerich, el éxito de Berlusconi se debe a su afinidad con gran parte de los italianos de hoy. Curiosamente esa base social que le ha llevado al poder comenzó a formarse a principios de los años ochenta, cuando gobernaba el socialista Bettino Craxi (procesado y condenado por corrupción debido al cobro de comisiones ilegales). En los años de Craxi hubo un fenómeno poco visible pero que generó un cambio decisivo en la actitud de las clases medias italianas que hasta entonces carecían de conciencia de sí mismas. Estos ciudadanos se sentían al margen tanto del movimiento obrero como de las élites capitalistas, aunque sí tenían una cosa clara: aspiraban a mejorar su posición social. Una de las primeras señales de ese cambio de actitud fue la movilización que protagonizaron a mediados de los años ochenta los cuadros intermedios de la FIAT para oponerse a una huelga que habían convocado las centrales sindicales de esta fábrica de automóviles. "Con ese acto", subrayó Evangelisti, "estos trabajadores -que no se consideraban ni obreros ni patronos- expresaban por primera vez su orgullo de clase". Por aquellas fechas, existía en los países occidentales una gran euforia por las inversiones de riesgo en sectores "inmateriales" como las finanzas, las inmobiliarias o los seguros. Esa euforia provocó que entre las clases medias se extendiera la ilusión (que en algunos casos se cumplió) de que, con un poco de suerte y de olfato financiero, se podía lograr un inmediato ascenso social. Este clima de ciega confianza en las bondades del capitalismo financiero fue una de las principales consecuencias de la medidas ultraliberales que habían promovido Margaret Thatcher y Ronald Reagan a principios de los ochenta. Medidas de las que se apropió el gobierno de centro-izquierda de Craxi que ejerció una gran presión –tanto comunicativa como fiscal- para que las clases medias italianas invirtieran sus ahorros no en bonos públicos, sino en acciones de bolsa. Según Valerio Evangelisti, esas medidas reflejaban una visión del mundo profundamente conservadora pero que, a diferencia del conservadurismo tradicional, adoptaba una actitud mucho más agresiva y cínica. En los años setenta, la ostentación de riquezas estaba socialmente mal vista y la gente que gozaba de un mayor nivel económico trataba de ocultarlo o, al menos, de no exhibirlo impúdicamente. Esa actitud cambió radicalmente en los años noventa, algo que fue aprovechado por Silvio Berlusconi para escalar a la presidencia de la República. Ser rico ya no se veía como una cuestión de suerte, sino como una especie de signo de superioridad moral, de inteligencia, de brillantez. Desde ese misma óptica, se presuponía que el pobre lo era por su culpa, porque no había sido capaz de tomar iniciativas que le permitieran dejar de serlo. Esta insolidaria filosofía vital promovió un nuevo modo de moralidad cuya base era, precisamente, su absoluta amoralidad. "La vida", señaló Valerio Evangelisti, "se concibe entonces como una competición en la que el mejor no sólo debe vencer, sino también aplastar a sus rivales". Como discípulo aventajado de Bettino Craxi, Berlusconi es un claro producto de ese cambio de mentalidad que experimentaron las clases medias italianas durante las décadas de los ochenta y de los noventa. Él fue capaz de acumular grandes sumas de dinero sin invertir nada en sectores productivos materiales. De hecho, su fortuna deriva de sus negocios en la construcción (que en Italia goza de enormes privilegios, pues sus tasas son las más bajas de Europa), los seguros y los medios de comunicación, sectores que, a día de hoy, representan el auténtico motor de la economía del país transalpino. Teniendo en cuenta todo esto, a Valerio Evangelisti no le interesa hablar de Berlusconi como un ladrón o como un mafioso, "que sin duda lo es", precisó, "pero esos calificativos también se le pueden aplicar a gran parte de los líderes políticos (tanto de izquierda como de derecha) de la Italia de las últimas décadas". Ni siquiera piensa que sea un fascista. De hecho cree que muchos de los que le califican así, en el fondo tienen una visión de la economía muy parecida a la del "il Cavaliere". "Es", subrayó Evangelisti, "mucho peor que todas esas cosas: un neo-liberal convencido". En este sentido Evangelisti cree que Berlusconi es un representante claro de esa nueva derecha agresiva y populista que se está extendiendo por Estados Unidos y Europa y que se rebela contra la actitud conformista y comedida de los partidos conservadores tradicionales (de origen liberal y/o nacionalista). Por ejemplo, el ejecutivo de Berlusconi, como ya hicieran anteriormente los gobiernos de Thatcher o Reagan, ha buscado un enfrentamiento directo con los sindicatos. "En Italia", recordó Evangelisti, "los partidos de derecha nunca se han preocupado demasiado de los sindicatos obreros, en todo caso los despreciaban, pero evitando siempre la confrontación directa". Sin embargo, una de las primeras iniciativas que adoptó Berlusconi cuando llegó al poder fue aislar al mayor sindicato del país, la CGT (de origen comunista), enfrentándolo a las otras dos fuerzas sindicales mayoritarias: CISL y UIL. La expansión en Italia de una mentalidad neoliberal que asume los proyectos políticos, económicos y sociales de la nueva derecha es fruto de un proceso de desideologización que se inició en la década de los setenta. Durante aquellos años (los llamados "años de plomo") Italia vivió un extenso e intenso ciclo de movilizaciones sociales que en ciertos momentos llegaron a desestabilizar el país. Muchos activistas (aproximadamente unos 2.000) colaboraron con grupos armados como las Brigadas Rojas, pero la mayoría apostó por métodos de luchas legales (o, al menos, pacíficos) y nunca estuvieron involucrados en actos violentos. Sin embargo, las medidas represivas se aplicaron sobre el movimiento social en su conjunto, con más de 20.000 arrestos o la aprobación de leyes que, entre otras cosas, permitían al gobierno clausurar sedes de colectivos sospechosos o amparaban los interrogatorios policiales sin presencia de abogados. Posteriormente, se pusieron en marcha una serie de medidas sociales, educativas y culturales cuyo objetivo era impedir la reaparición de este "peligroso" movimiento social. "A largo plazo", subrayó Evangelisti, "esas medidas han permitido que Berlusconi alcance la posición que actualmente ocupa". Por ejemplo, se llevó a cabo una profunda transformación de las universidades -que habían desempeñado un papel muy importante en las luchas de los setenta- a través de un aumento del nivel de renta de los docentes (a día de hoy, sus sueldos son los más altos de Europa) y de un cambio integral de los programas académicos. Cambios que, por un lado, fomentan un aprendizaje puramente técnico y pragmático; y, por otro lado, favorecen la difusión de interpretaciones revisionistas sobre la historia reciente de Italia, propiciando una rehabilitación, al menos parcial, del fascismo. Así, en un proceso parecido al que se ha producido en España a partir de los trabajos de Pío Moa y de otros historiadores, estas teorías revisionistas plantearon primero que Mussolini no fue un mal jefe de Estado (pues logró modernizar Italia y supo distanciarse de los nazis), para pasar después a justificar muchas de sus decisiones y, finalmente, extender la idea de que los partisanos (los luchadores antifascistas) cometieron las mismas (o incluso más) atrocidades que sus enemigos. De este modo, se equiparan las acciones violentas (pero cometidas en un contexto bélico) de los partisanos con la sistemática política represiva que ejerció el gobierno fascista de Mussolini. "Y decir eso", aseguró Valerio Evangelisti, "es sugerir que la Constitución de la República Italiana (donde hay artículos que impiden la creación de partidos fascistas) debe ser derogada". Además, a diferencia de lo que ocurre en España, donde las tesis de Pío Moa tienen un gran eco mediático pero escasa presencia en los ámbitos académicos (al menos hasta la fecha), en las universidades italianas las teorías revisionistas están cada vez más implantadas. El fenómeno revisionista no es exclusivo de España e Italia (también se ha difundido en países como Francia o Alemania), ni se limita al siglo XX. "El revisionismo", indicó Valerio Evangelisti, "que se puede definir como una lectura de la historia en contra de todas las rebeliones que han buscado una mayor igualdad entre los ciudadanos, alcanza a procesos históricos como la Revolución Francesa e incluso la Inquisición (que, según estas tesis, tiene más de leyenda negra que de verdad documentada). El problema es que en Italia casi todos los periódicos -tanto los conservadores como los progresistas- tienen colaboradores que defienden, de un modo u otro, las teorías revisionistas. "Y muchos de ellos", advirtió Evangelisti, "son firmes detractores de Silvio Berlusconi". En la Italia actual, las teorías revisionistas han ido promoviendo una abolición de la memoria histórica, mientras que la asunción de las políticas neoliberales (con su defensa del capitalismo salvaje) ha fomentado actitudes chulescas y agresivas y un desprecio cínico de valores morales como la fraternidad, la convivencia o la solidaridad. "Esto es el presente de Italia", advirtió Evangelisti, "y puede ser el futuro de España". Forza Italia (el partido de Berlusconi) ha hecho del egoísmo el centro de su programa ideológico y si se ha embarcado en un proceso de re-escritura de la historia italiana no es por nostalgia del pasado fascista, sino para crear un presente sin memoria y sin moral que se adapte a los intereses de una burguesía cínica y arribista que carece de escrúpulos. En cualquier caso, el autor de Las cadenas de Eymerich cree que el modelo de Berlusconi ha entrado en crisis. Y no porque se esté produciendo un cambio en la mentalidad de las clases medias italianas, sino por razones de orden práctico. "Il Cavaliere" trata de frenar esa caída con todo tipo de artimañas mediáticas y legislativas, incluso ha llegado a promover modificaciones electorales para favorecer sus privilegios, pero muchos de los ciudadanos que antes le apoyaron han dejado de respaldarle, porque la realidad está truncando sus expectativas de ascenso social. El problema, según Valerio Evangelisti, es que el futuro de Italia seguirá estando en manos de la nueva derecha si no se comprende que Berlusconi no es el único responsable de la expansión de la mentalidad egoísta, cínica y amoral que, hoy por hoy, caracteriza a la sociedad italiana contemporánea. "Si no entendemos eso", concluyó, "podemos cambiar el gobierno (y conseguir que nuestra clase dirigente tenga un perfil menos bufonesco), pero la cultura de fondo de la sociedad seguirá siendo la misma. Y, entonces, poco o nada habremos logrado". |