Tras 
el seminario Flamenco, 
un arte popular moderno que se celebró en otoño de 2004 bajo 
la dirección de José Luis Ortiz Nuevo y Pedro G. Romero, este encuentro 
ha constituido un nuevo intento de explorar la influencia de las representaciones 
de lo "español" en el arte de vanguardia. El seminario La noche española. 
Flamenco, vanguardia y cultura popular se ha desarrollado en dos 
espacios distintos -el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía 
(24-25 de noviembre de 2006) y la sede de La Cartuja (Sevilla) de la 
Universidad Internacional de Andalucía (27-30 de noviembre de 
2006)- y en el mismo se ha analizado, entre otras cosas, el profundo 
interés por lo español que tuvo un amplio sector de la 
intelectualidad rusa desde mediados del siglo XIX hasta las primeras 
décadas del siglo XX (Sjeng 
Scheijen, Jody 
Blake); la importancia de la representación del baile tradicional 
(incluido el flamenco) en el arte de vanguardia (Ulla 
Magar); la presencia del flamenco en las producciones cinematográficas 
que se realizaron en España hasta la Guerra Civil (Julio 
Pérez Perucha); la representación del baile jondo 
en la obra de John Singer Sargent y Joaquín Sorolla (Jo 
Labanyi); los "cuadros flamencos" más emblemáticas del pintor granadino 
José María López Mezquita (F.J. 
Pérez Rojas); la instrumentalización con fines políticos 
e ideológicos del arte jondo (Gerhard 
Steingress, William 
Washabaugh); la vinculación entre este género artístico 
(concebido como una de las manifestaciones más emblemáticas de la tradición 
vernacular española) y el movimiento cubista (Eugenio 
Carmona); la concepción de lo español como uno de 
los nombres que ha recibido el "exceso moderno" (Miguel 
Ángel García Hernández, Ángel 
González); la posibilidad de entender el flamenco como un 
"síntoma" en el sentido psicoanalítico del término (Adolfo 
Jiménez); el carácter errante y paradójico 
de este "arte de hender la tierra" (Georges 
Didi-Huberman); la evolución de la imagen de Andalucía 
y de los andaluces en Cataluña entre 1792 y 1936 (Eloy 
Martín) y en Cuba entre 1801 y 1849 (José 
Luis Ortiz Nuevo); la posibilidad de construir una historia del 
flamenco a través del análisis de algunas de sus imágenes 
más representativas (José 
Manuel Gamboa); la visión progresista y renovadora de la tradición 
que impulsaron compositores como Joaquín Turina o Manuel de Falla (Jorge 
de Persia); la acogida que tuvieron los bailes españoles 
en el Teatro de la Ópera de París -que era el lugar en el que se fraguaba 
el éxito a nivel internacional de un espectáculo coreográfico durante 
el siglo XIX (Rocío 
Plaza Orellana); o el dominio del paradigma de lo "negro" 
en el imaginario visual del flamenco (Génesis 
García).
 
 
 
 Debido a su no participación en la Primera Guerra 
Mundial, España acogió entre 1914 y 1917-18 a numerosos 
artistas de otros países que buscaban un lugar estable y seguro 
para desarrollar su actividad. Persiguiendo esa estabilidad así 
como inspiración para sus nuevos espectáculos, en 1915 llegó 
a Madrid la compañía de los Ballets Rusos de Sergei Diaghilev, 
con la que en los años posteriores colaborarían varios creadores 
españoles, desde Manuel de Falla, que compuso la música 
del ballet El sombrero de tres picos, hasta el bailaor sevillano 
Félix Fernández García (más conocido como 
Félix el Loco), pasando por una serie de artistas plásticos 
que diseñaron la escenografía de algunas de las obras más 
emblemáticas de la compañía: José María 
Sert (Las Meninas), Pablo Picasso (Parade, El sombrero 
de tres picos, Pulcinella, Le train bleu -en colaboración 
con Coco Chanel- y Mercure) y Joan Miró (Romeo y Julieta). 
Los temas y motivos españoles siguieron presentes en el repertorio 
de los Ballets Rusos hasta que Diaghilev falleció en 1929 y la 
compañía se disolvió (aunque después hubo 
varios intentos de reflotarla bajo nuevas denominaciones como "Ballet 
Ruso de Monte Carlo" u "Original Ballet Russe").
 
 
En su intervención en el seminario La noche 
española. Flamenco, vanguardia y cultura popular, Ulla Magar, 
historiadora del arte que en la actualidad trabaja como responsable de 
exposiciones del Banco Nacional de Baviera, analizó cómo 
se representó el baile tradicional (incluido el flamenco) en el 
arte de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Un tema que se 
convirtió en fuente de inspiración para numerosos autores 
de la época que, como había preconizado Charles Baudelaire, 
se interesaron por las manifestaciones estéticas que se desarrollaban 
en los márgenes de la sociedad burguesa (tanto en regiones exóticas 
del planeta como en las periferias de las grandes ciudades) y vieron en 
la representación de "lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente" 
el medio ideal para intentar plasmar la "vida moderna". De este 
modo, el "motivo" del baile cobró especial relevancia 
en la obra de creadores como Edgar Degas, Max Von Slevogt, Theo Van Doesburg, 
Man Ray y, sobre todo, Gino Severini que recurrió con insistencia 
a este tema para explorar la representación del movimiento y del 
dinamismo (una de las principales aspiraciones de los futuristas italianos). 
"La radicalidad formal con la que Severini abordó el motivo 
de la danza", subrayó Ulla Magar, "le llevó a 
alcanzar un nivel de esencialidad plástica muy cercano ya a la 
abstracción".
 
 
 Jody Blake, historiadora del arte y conservadora de la 
Colección Teatral Tobin del McNay Art Museum de San Antonio (Texas), 
analizó la presencia de temas y motivos españoles en la 
producción creativa de Natalia Goncharova (1881-1962), una artista 
prolífica y versátil que colaboró en varias producciones 
de los Ballet Rusos de Sergei Diaghilev. Según Jody Blake, el influjo 
de lo español fue muy importante en todas las etapas de su trayectoria 
creativa, tanto en las obras neo-primitivistas que realizó en los 
primeros años del siglo XX -un periodo en el que planteó 
la necesidad de fundar una "escuela independiente rusa de arte moderno" 
que tuviera como principal fuente de inspiración elementos folclóricos 
propios y de culturas afines (y no el arte europeo de vanguardia)- como 
en sus pinturas monumentales de la década de los treinta o en las 
propuestas cubo-futuristas de los años centrales de su carrera, 
cuando, entre otras cosas, colaboró con el grupo vanguardista Der 
Blaue Reiter (El jinete azul) y creó junto a Mijail Larionov 
el movimiento rayonista. 
 
 
 Antes de iniciar su intervención en el seminario 
La noche española. Flamenco, vanguardia y cultura popular, 
Miguel Ángel García Hernández, profesor de Historia 
del Arte en la Universidad Complutense de Madrid, proyectó una 
escena de la película hispano-francesa La barraca de los monstruos 
(1924), de Jacque Catelain. La escena, ambientada en Toledo, muestra un 
tablao flamenco en el que, entre otros personajes, aparece Pierrot (cuyo 
"rostro hecho a pieza sólo puede ser el del cubismo") 
que tras girar como una peonza en el escenario termina cayendo al suelo. 
Una caída que, según Miguel Ángel García, 
se puede interpretar como una metáfora de la aniquilación 
de la vanguardia, vencida por un movimiento que ya no puede controlar. 
No hay que olvidar que era Pierrot, o quizás Arlequín ("¿quién 
podría, hoy, diferenciarlos?"), el encargado de gestionar 
el movimiento en la modernidad. "Pues es Pierrot", añadió, 
"quien, bufón y bailarín, asoma su perfil detrás 
de todas las revoluciones (...) con quien sueñan todos los artistas 
desde Watteau". 
 
 
 En los primeros tiempos del cinematógrafo -finales 
del siglo XIX, principios del siglo XX- el público acudía 
a las proyecciones de películas por el interés que suscitaba 
el propio invento, sin preocuparse demasiado por el contenido narrativo 
de las imágenes que iban a ver. Por aquellos años, la mayor 
parte de los espectadores pertenecía a una burguesía culta 
y urbana que, más allá de deleitarse con el propio artilugio 
cinematográfico, deseaba ver y conocer cosas a las que no podía 
acceder con facilidad: ciudades pintorescas, grandes monumentos, paisajes 
exóticos... "Para el público europeo", señaló 
Julio Pérez Perucha en el inicio de su intervención en el 
seminario La noche española. Flamenco, vanguardia y cultura 
popular, "lo temas y motivos españoles encajaban en la 
categoría de lo exótico y pintoresco y desde muy pronto 
las referencias a lo 'español' abundaron en las producciones cinematográficas 
que se realizaban". 
 
 
 Jo Labanyi, catedrática de Cultura Española 
de la New York University y autora del libro Constructing Identity 
in Contemporary Spain, analizó la representación del 
baile flamenco en la obra de John Singer Sargent (1856/1925) -un pintor 
estadounidense que nació y vivió largas temporadas en Europa- 
y de Joaquín Sorolla (1863/1923) -creador valenciano que logró 
un gran reconocimiento internacional tras la exposición que le 
dedicó la Hispanic Society of America (fundación creada 
por Archer Huntington) en 1909. En el inicio de su intervención 
en el seminario La noche española. Flamenco, vanguardia y cultura 
popular, Jo Labanyi advirtió que pensó el contenido 
de su conferencia antes de enterarse de que el Museo Thyssen-Bornemisza 
de Madrid había organizado una exposición1 
que exploraba los paralelismos entre las carreras artísticas de 
ambos autores. "En cualquier caso", precisó Labanyi, 
"el objetivo fundamental de mi conferencia no es investigar las conexiones 
entre Sargent y Sorolla, sino reflexionar sobre cómo el flamenco 
comenzó a insertarse en los circuitos artísticos transatlánticos 
a finales del siglo XIX y principios del siglo XX". 
 
 
 A principios del siglo XX, una serie de artistas españoles 
comenzaron a tratar temas y motivos regionalistas desde una perspectiva 
estilística que rompía con la tradición decimonónica 
académica. Lo flamenco, como la expresión folclórica 
más genuina de lo andaluz, atrajo a una gran parte de estos creadores 
que, según Francisco Javier Pérez Rojas, catedrático 
de historia del arte en la Universidad de Valencia, se acercaron a este 
tema con propuestas que oscilaban "entre la expresividad y el decorativismo". 
En su intervención en el seminario La noche española. 
Flamenco, vanguardia y cultura popular, Pérez Rojas analizó 
algunas de las "obras flamencas" más emblemáticas 
de José María López Mezquita (Granada, 1883 - Madrid, 
1954), un pintor vinculado a esta corriente regionalista sobre el que 
no se ha realizado un estudio riguroso que aborde el conjunto de su producción. 
 
 
 El arte es una "ilusión" que destaca 
ciertos aspectos de la realidad mediante su transformación estética, 
creando "textos" que contienen una interpretación del 
mundo que sólo es descifrable si tenemos en cuenta el "contexto" 
social y cultural en el que se realizaron. En el inicio de su intervención 
en el seminario La noche española. Flamenco, vanguardia y cultura 
popular, Gerhard Steingress, profesor titular de sociología 
en la Universidad de Sevilla, recordó que es esa relación 
entre texto y contexto el principal objeto de análisis de la sociología 
del arte y de la sociología del conocimiento. En cualquier caso, 
la universalidad de una obra artística vendrá dada por su 
capacidad de expresar emociones y plantear cuestiones que interesen más 
allá del contexto -cultural, geográfico e histórico- 
en el que ésta se generó. 
 
 
 La historia del movimiento moderno ha sido trazada desde 
concepciones que primaban los rasgos cosmopolitas frente a los vernaculares. 
Como si se tratase de una globalización anticipada, parecía 
que lo moderno conducía a la creación de un estilo internacional 
homologable en cualquier lugar y circunstancia. "Sin embargo", 
precisó Eugenio Carmona en el inicio de su intervención 
en el seminario La noche española. Flamenco, vanguardia y cultura 
popular, "en el seno mismo de lo moderno existió siempre 
un profundo juego de tensiones entre lo enraizado en las tradiciones culturales 
y la voluntad de primacía de lo nuevo". 
 
 
 Ángel González, profesor de Historia del 
Arte en la Universidad Complutense de Madrid y autor de El resto. Una 
Historia invisible (libro por el que recibió en el año 
2001 el Premio Nacional de Literatura, en la modalidad de Ensayo) comenzó 
su intervención confesando que a él no le interesa el flamenco, 
al menos entendiendo éste como algo "genuino y racial". 
Por eso se sintió bastante aliviado cuando descubrió que 
a Camarón de la Isla (un artista que siempre le ha gustado), a 
pesar de ser gitano, "no se le tenía por un flamenco genuino". A juicio de Ángel González -autor del artículo 
La noche española (un texto esencial en la aproximación 
al papel que ha jugado "lo flamenco" en las diversas crisis 
de la modernidad artística europea)-, tras la exaltada defensa 
que se hace de las "prodigiosas facultades de la gitanería" 
en ciertos círculos intelectuales y mediáticos, se oculta 
una actitud tan paternalista como mixtificadora que, por desgracia, no 
se va acabar a pesar de escándalos como el generado por el caso 
Farruquito. Un bailaor que ha llegado a asegurar que ni ensaya ni practica 
sus coreografías, pues todo lo que hace le viene de casta. "Y 
que tenga que venir un personaje como Farruquito", ironizó, 
"a reactivar aquel viejo cacharro romántico de la genialidad". 
 
 
 En el inicio de su intervención en el seminario 
La noche española. Flamenco, vanguardia y cultura popular, 
Georges Didi-Huberman, profesor de la École des Hautes Études 
en Sciences Sociales de París, describió el flamenco como 
un arte de grietas, de chalados: "demasiado telúrico y 'bajo' 
para erigirse en idea, demasiado huidizo -ardiente- para fijarse en objeto". 
Siguiendo al Gilles Deleuze de Lógica del sentido, Didi-Huberman 
considera que el cante jondo es "puro devenir sin medida, auténtico 
volverse loco que nunca se detiene" y que hace coincidir "el 
futuro y el pasado, el más y el menos, lo demasiado y lo insuficiente 
en la simultaneidad de una materia rebelde, excesiva". Esta materia 
está amasada con paradojas que Deleuze entiende no sólo 
desde el punto de vista de la lógica, sino también del pathos 
(de la tragedia). Esas paradojas son, en palabras del autor de Crítica 
y clínica, "la pasión del pensamiento". 
 
 
 Adolfo Jiménez, médico-psiquiatra, inició 
su intervención en el seminario La noche española. Flamenco, 
vanguardia y cultura popular contando una anécdota que le sucedió 
a un amigo suyo aficionado al submarinismo. Un día estaba practicando 
esta actividad en una zona cercana a la base militar de Estados Unidos 
de Rota (Cádiz), cuando al salir del agua vio sentado en un roquedal 
a un hombre cantando flamenco. Su amigo, que no es un experto en cante 
jondo, no podría decir si aquel hombre cantaba bien o mal, pero 
sí que lo hacía con intensidad y que todas las letras eran 
tristes. También recuerda que cuando terminó de cantar, 
el hombre se levantó exclamando "!me cago en Dios¡", 
escupió en el suelo y se fue. Sólo entonces su amigo fue 
consciente de se había pasado un buen rato contemplando fascinado 
la escena con su "traje de neopreno puesto y sin mover un músculo 
para que aquel hombre no dejara de cantar". 
 
 
 En su intervención en el seminario La noche 
española. Flamenco, vanguardia y cultura popular, Eloy Martín, 
profesor titular de Historia Moderna de la Universitat Pompeu Fabra de 
Barcelona, analizó una serie de imágenes aparecidas en diferentes 
publicaciones catalanas desde finales del siglo XVIII hasta la década 
de los treinta del siglo pasado que reflejan la evolución de la 
percepción que durante esos años se tuvo en Cataluña 
de Andalucía y de los andaluces. A modo comparativo, en la fase 
final de su presentación Eloy Martín también mostró 
algunas imágenes producidas desde el comienzo de la transición 
hasta la actualidad, un momento marcado por la llegada de nuevos inmigrantes 
que, de algún modo, juegan el papel que antes desempeñaban 
los emigrantes andaluces y de otras regiones de España. 
 
 
 En los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, 
el franquismo utilizó el flamenco para imponer una imagen uniforme 
de la cultura española. Según William Washabaugh, profesor 
de Antropología de la Universidad de Wisconsin-Milwaukee y autor 
del libro Flamenco: pasión, política y cultura popular 
(1996), no era ni la primera ni la última vez que el arte jondo 
se usaba con fines ideológicos explícitos. De hecho, Demófilo 
ya proclamó en 1880 el valor del flamenco como símbolo nacional. 
Desde la convicción de que en la poesía popular se exteriorizaba 
el "alma del pueblo", el padre de Antonio y Manuel Machado vio 
en el cante flamenco la manifestación artística que mejor 
expresaba la "esencia cultural de lo andaluz" (que, por metonimia, 
en el franquismo se identificaría con lo español).
 
 
 José Luis Ortiz Nuevo, autor de libros como Las 
mil y una historias de Pericón de Cádiz o Alegato 
contra la pureza, estructuró su conferencia, que describió 
como "histórico-cómico-lírica", en dos 
apartados. En el primero, titulado "Palabras. De cama a calavera", 
asoció distintas palabras con expresiones, versos o estrofas que 
aparecen en coplas y textos flamencos: desde madre ("... ¡Omaita 
mía!") hasta muerte ("... ¡A voces, a voces la 
estoy llamando / La estoy llamando, y no viene"), pasando por celos 
("... Yo tengo celos del aire"), cárcel ("... Seportura 
de hombres vivos"), esquinas ("... Cuatro esquinas tiene Cádiz 
/ Cuatro tiene su bahía / Cuatro también la camita / Donde 
murió el alma mía"), pena ("... ¡Ay, pena, 
penita, pena!") o alegría ("... En la casa de los probes 
/ Reina poco la alegría"). 
 
 
 En su intervención en el seminario La noche 
española. Flamenco, vanguardia y cultura popular, José 
Manuel Gamboa, escritor, crítico y productor de flamenco, realizó 
un recorrido por la historia del arte jondo partiendo del análisis 
de algunas de sus imágenes más representativas. Aunque las 
primeras manifestaciones de este arte están vinculadas al baile, 
según Gamboa, lo que conocemos hoy día como flamenco arranca 
en el momento en el que el cantaor y el guitarrista se liberan de su dependencia 
del baile y de la rítmica y comienzan a actuar en solitario. En 
este sentido, la primera imagen que presentó fue un grabado de 
El Planeta extraído del libro Escenas Andaluzas (1847) del 
escritor costumbrista Serafín Estébanez Calderón. 
Gran parte de lo que se sabe de este legendario cantaor (cuya existencia 
algunos estudiosos ponen en duda) procede de este libro en el que Estébanez 
asegura que El Planeta tocaba la guitarra a la vez que cantaba. No se 
conoce ni su nombre real, ni el lugar ni la fecha de su nacimiento. Y 
sobre el origen de su apodo se ha especulado que deriva de que en las 
letras de sus coplas había numerosas referencias cósmicas, 
aunque Gamboa cree que se debe a una razón mucho más terrenal: 
"en caló planeta significa candela (una palabra que tiene 
muchas connotaciones en el flamenco)". 
 
 
 Jorge de Persia, musicólogo y autor de libros 
como Xavier Benguerel. Búsqueda e intuición o En 
torno a lo "español" en la música del SXX 
piensa que los distintos periodos en los que se suele dividir la historia 
de la música clásica occidental se basan en una visión 
etnocentrista centroeuropea que llama "nacionalismo musical" 
a los movimientos que surgieron en países "periféricos" 
como Finlandia, Rusia o España a mediados del siglo XIX. De este 
modo, mientras compositores como Rimsky-Korsakov, Bela Bartok, Manuel 
de Falla o Joaquín Turina -"que no tienen nada que ver unos 
con otros"- son encuadrados dentro de esta categoría, un músico 
como Claude Debussy -"que podría ser considerado como el compositor 
francés más nacionalista"- es calificado como "impresionista". 
 
 
 Tomando como fuente documental las memorias de antiguos 
abonados al Teatro de la Ópera de París, los testimonios 
de algunos empresarios ingleses y franceses y ciertas referencias periodísticas, 
Rocío Plaza Orellana, profesora de Escenografía en la Escuela 
Superior de Arte Dramático de Sevilla, analizó cómo 
fueron recibidos los bailes españoles en la Opera de París 
(que era el espacio escénico que, al menos en el ámbito 
de la danza, marcó "las modas de Europa" durante el siglo 
XIX). Desde 1834 hasta 1844 se presentaron en este teatro varios espectáculos 
que incluían bailes españoles (boleros, fandangos, corraleras, 
cachuchas...), pero éstos, aunque consiguieron ciertos éxitos 
efímeros, nunca lograron permanecer en su programación de 
forma estable. 
 
 
 Génesis García, doctora en Filología 
Románica y directora de la colección de flamenco de la editorial 
Almuzara, asocia las distintas representaciones imaginarias en torno al 
erotismo que se han desarrollado a lo largo de la historia de la Humanidad 
a tres grandes paradigmas analíticos cada uno de los cuales se 
identificaría con un color: el rojo, el blanco y el negro. A juicio 
de la autora de Cante flamenco, cante minero: una interpretación 
socio-cultural, el paradigma dominante en la representación 
de lo flamenco y de lo español a finales del siglo XIX y principios 
del siglo XX fue el negro. "Pero un negro", precisó, 
"muy diferente al que durante esos años construyó la 
pintura decadentista y el simbolismo europeo, cuando el mito negro de 
la perversidad femenina se sobredimensionó e hizo que apareciera 
la figura destructiva de la mujer fatal. Se podría decir que hasta 
en la representación de lo negro, España es diferente". 
 
 
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