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Mesa Redonda: La ciudad del Betis y el Sevilla Con la participación de Manuel Delgado, Pedro G. Romero y Armando Silva

Mesa Redonda: "La ciudad del Betis y el Sevilla". De izquierda a derecha: Manuel Delgado, Pedro G. Romero y Armando Silva  El seminario-taller Imaginarios urbanos: hecho público se cerró con la celebración de una mesa redonda moderada por Pedro G. Romero -miembro del equipo de contenidos de UNIA arteypensamiento- en la que, además de Armando Silva, intervino Manuel Delgado, antropólogo y autor de libros como El animal público o Disoluciones urbanas. En este seminario se han analizado los presupuestos teóricos y metodológicos desarrollados por Armando Silva en sus proyectos sobre imaginarios urbanos que, hasta el momento, se han llevado a cabo en trece ciudades latinoamericanas y en Barcelona (aunque tras la incorporación de Sevilla existe la posibilidad de extender la investigación a otras localidades de la cuenca mediterránea).

Con un enfoque abierto y multidisciplinar, la teoría de los imaginarios urbanos hace un uso estético y político de las herramientas metodológicas de las ciencias sociales. Su objetivo es ir más allá de la mera representación de estos imaginarios (un error en el que, según Pedro G. Romero, suelen caer muchas iniciativas que se ponen en marcha desde ámbitos artísticos y académicos), para poner a disposición de los ciudadanos instrumentos teóricos y metodológicos que les permitan administrar -estética y políticamente- dichos imaginarios. En cualquier caso, desde UNIA arteypensamiento se considera que es necesario seguir profundizando en la configuración de esta teoría y, por ello, el seminario contó con la presencia de Manuel Delgado que mantiene una actitud crítica ante algunos de los planteamientos desarrollados por Armando Silva.

Manuel Delgado inició su intervención en el Aula del Rectorado de la Universidad Internacional de Andalucía asegurando que viajar a Sevilla es algo que le sienta mal, porque es una ciudad en la que siempre se pierde, tanto real como metafóricamente. Por supuesto, en esta ocasión, se ha vuelto a perder. "Aunque solamente por las calles", matizó. Pero ahí no ha acabado su tendencia a tropezar más de dos veces con la misma piedra. También, al reflexionar sobre lo que tenía que decir en esta mesa redonda (una divagación sobre lo urbano a partir de su vivencia personal de Sevilla) se ha cuestionado, una vez más, el sentido y la naturaleza de su trabajo. "Que está relacionado, señaló, con eso que algunos han llamado, de forma tan pretenciosa como vaga, antropología de lo urbano".

Y como antropólogo de lo urbano, Manuel Delgado quiso aclarar que su crítica a la teoría de los imaginarios responde únicamente a discrepancias de orden académico. "Armando y yo, explicó, procedemos de tradiciones intelectuales y académicas muy distintas que comparten el mismo objeto de estudio, pero que han ido desarrollando su propio corpus teórico y metodológico". Esa competencia ha generado numerosos roces y conflictos, sobre todo desde el momento en el que los antropólogos europeos se han visto obligados a defender la viabilidad y pertinencia de su disciplina mientras observan como los llamados estudios culturales (ámbito disciplinar, muy en boga en Latinoamérica y en el mundo anglosajón, en el que se enmarcaría esta teoría de los imaginarios) les han "ursurpado" el que ha sido históricamente su "territorio de cacería jurisdiccional: la cultura".

Manuel DelgadoAdemás, según Delgado, hay que tener en cuenta que en Europa, la antropología social es de vocación inequívocamente empírica y materialista, y encuentra dificultades para integrar en su proyecto discursivo una noción como la de imaginario. Así, mientras para la antropología es necesario analizar cosas visibles y verificables (usos, prácticas y conductas concretas), los estudios culturales, quizás por su énfasis en la representación, centran su atención en elementos cognitivos y afectivos que son con frecuencia difusos e inaprensibles (como los imaginarios). Es decir, ambas disciplinas comparten el mismo objeto de estudio -la cultura-, pero difieren radicalmente en la forma de abordarlo, algo que para Manuel Delgado no es sólo lógico, sino también positivo, pues cualquier asunto puede ser analizado desde enfoques muy diferentes. "Como decía Mao Tse Tung, citó Delgado, que cien flores florezcan y que convivan cien escuelas ideológicas. Si Armando Silva considera que se puede aplicar a los imaginarios una perspectiva metodológica, no voy a ser yo quien le descalifique o le impugne".

En cualquier caso, a diferencia de Armando Silva, el autor de Animal público cree que lo interesante no es averiguar lo que la gente piensa, siente, desea o imagina -tarea, a su juicio, imposible-, sino lo que la gente hace. Si en los proyectos de Armando Silva se pregunta a la gente cómo imagina su ciudad, Manuel Delgado prefiere perseguirla de incógnito e intentar descubrir por qué motivos va de un sitio a otro. "Yo no creo, aseguró Delgado, que las ciudades pueden ser imaginadas. Sólo pueden ser pateadas, cruzadas, atravesadas. Y eso siempre y cuando se dejen, pues si analizo mi propia experiencia de Sevilla, tengo que decir que fue ella la que me atravesó a mí".

Pero más allá de estas "diferencias académicas", Manuel Delgado cree que siempre habrá un abismo insalvable entre el análisis teórico -con sus réplicas lineales, sus razonamientos lógicos, sus oportunos pies de página y sus citas bibliográficas- de un hecho (y más, si éste es sólo cognitivo) y el hecho en sí mismo. En este punto de su intervención, Manuel Delgado relató detalladamente su accidentada llegada a Sevilla el día anterior a la mesa redonda. "Aunque todo lo que os pueda contar, advirtió, no será más que una vaga e incompleta recreación de lo que realmente sucedió".

El "desastre" comenzó con el retraso de casi dos horas del avión que le traía desde Barcelona, lo que le obligó a posponer su almuerzo y a renunciar a echarse una pequeña siesta en el hotel. Tenía que ir al centro territorial de Televisión Española y, siguiendo las indicaciones que le habían dado, le dijo al taxista que le llevara a la siguiente dirección: parque del Alamillo, sin número. "Cuando llegué al parque del Alamillo, recordó, fui consciente de que ese 'sin número' me abocaba a la nada, a una especie de abismo cósmico o agujero negro urbano. Entonces tuve la misma sensación de vértigo que siento cuando veo algunos de esos indicadores que ponen 'todas direcciones'. Porque hay lugares de la ciudad que son imposibles de pensar, de imaginar. El centro, por ejemplo, que es ese sitio al que te conducen numerosos carteles, pero que nunca sabes dónde empieza (o dónde termina)".

Manuel DelgadoTras discutir con el taxista -que le aseguró que la sede de Televisión Española está en la SE-30-, Manuel Delgado logró llegar al lugar que buscaba, encontrándose con un enorme y desolado edificio en medio de la nada. Pero cuando terminó su trabajo y volvió a localizar la entrada del edificio, se dio cuenta de que otra vez estaba perdido. "O lo que es lo mismo, señaló, estaba en la SE-30, es decir, en ningún sitio". Después, durante el paseo guiado por José Luis Ortiz Nuevo (que, a modo de procesión laica, recorrió calles y plazas del casco histórico de Sevilla), tuvo que hacer una llamada de teléfono y se despistó del grupo. El resto de la tarde la pasó deambulando por Sevilla hasta que, a eso de las once de la noche, decidió volver al hotel. Según Manuel Delgado, todo este cúmulo de confusiones, malentendidos, desencuentros y despistes nos remite a la que es, quizás, la experiencia urbana por antonomasia: "la experiencia de alguien que busca referentes y no los encuentra, que se extravía y naufraga en un océano de calles cuyos nombres olvida casi de inmediato".

No era la primera vez que Manuel Delgado visitaba Sevilla. De hecho, es una ciudad que conoció de forma muy íntima e intensa en su juventud, pues hizo la "mili" en Alcalá de Guadaira (una localidad que está muy cerca de la capital andaluza). "Estuve, rememoró, en un campamento militar al que destinaban a muchos jóvenes que habían tenido problemas con la Ley. Aquello era una especie de cárcel en la que, paradójicamente, gocé de gran libertad, porque supe adaptarme a sus absurdas reglas protocolarias, lo que me permitió disponer de un montón de tiempo libre para hacer lo que me diera la gana". En aquella época, Sevilla representaba para Manuel Delgado el afuera deseado, el lugar donde estaba la vida, la diversión, las mil y unas tentaciones que seducen a un joven de 21 años. En sus escapadas a la capital hispalense, no le ocurrió nada especialmente llamativo, sólo cosas triviales y banales. "Cosas que le pasan a todo el mundo, precisó, como, por ejemplo, enamorarse, pero que cuando le ocurren a uno, le parecen únicas, irrepetibles".

Pero ni entonces ni ahora, Manuel Delgado ha podido imaginar Sevilla. "Me he limitado a recorrerla, explicó, aunque no me acuerdo del nombre de casi ninguna de sus calles y plazas, exceptuando, tal vez, Sierpes y La Campana". Según Manuel Delgado hablar de estos recuerdos personales (de estos "residuos de la memoria") es, en el fondo, hablar de la nada. Y los imaginarios, si están hecho de algo, es precisamente de esa nada. Una nada que no se puede reducir, contornear, sintetizar, que no se deja "filtrar" por herramientas teóricas. "Por otra parte, advirtió Delgado, hay que tener en cuenta que afirmar que algo es nada, no deja de ser una forma sutil de decir que es todo. Quizás, la dificultad que encuentro a la hora de evocar mis recuerdos de Sevilla, se debe justo a eso: a que me acuerdo de todo. Y ¿qué se puede hacer con ese todo, ¿cómo se reduce?, ¿cómo se convierte en texto cuando no es más que una textura?".

Ya en la fase final de su intervención, Manuel Delgado aseguró que a través de la evocación de sus recuerdos de Sevilla, lo único que pretende es buscar su propio rastro, las huellas que ha ido dejando por la ciudad en sus distintas visitas. Huellas que es imposible que encuentre. Pero no porque hayan desaparecido, sino porque se han extendido y ya están en todos los rincones de la ciudad. "Ahora, señaló Delgado, cualquier rincón podría ser el rincón en el que uno se atrevió a dar el primer beso... Aunque quizás, no ocurrió nada de lo que estoy diciendo. Y sólo lo deseé (o lo soñé). Igual, aquel primer beso nunca se produjo". Porque, en el fondo, piensa Manuel Delgado, todo lo que pueda contar de su vivencia en Sevilla y en otras ciudades, nunca podrá parecerse (ni siquiera remotamente) a lo que realmente ocurrió. "Y lo más paradójico, concluyó, es que después de hacer una carrera, de publicar un montón de libros y de ofrecer numerosas conferencias para labrarme un currículum..., estoy aquí, contándoles simplemente batallitas de la mili".

En su turno de réplica, Armando Silva quiso centrarse en los puntos de conexión que hay entre los planteamientos de Manuel Delgado y la teoría de los imaginarios urbanos que, según él, no se ocupa de lo que la gente piensa, sino de los productos simbólicos que generan esos pensamientos. Es decir, no se interesa por las intenciones, sino por las intencionalidades sociales que se materializan en objetos concretos. "Los imaginarios, aclaró Silva, no son fantasías ni meras representaciones. Son realidades cognitivas y perceptivas que tienen efectos sobre el mundo material". Así, el propósito de las llamadas "arqueologías citadinas", una de las metodologías utilizadas en el proyecto de Ciudades imaginadas, es recolectar y catalogar objetos urbanos -fotos, graffitis, muebles, tarjetas postales, carátulas de discos...- para comprender la evolución de los deseos, gustos e intereses de los habitantes de las localidades estudiadas.

Uno de los rasgos más significativos de nuestra época es la emergencia de un urbanismo sin ciudad. "En la actualidad, explicó Silva, muchos ciudadanos se urbanizan viviendo en lugares que carecen de los atributos característicos de las ciudades históricas: límites más o menos precisos, distribución radial, existencia de un centro que articula la vida social y económica...". Además, estas "urbanizaciones sin ciudad" -en las que ya se concentra casi el 50% de la población estadounidense y que empiezan a proliferar en otras zonas del planeta- están condicionando la vida de las ciudades céntricas e históricas.

Armando SilvaArmando Silva comenzó a ser consciente de la expansión de este urbanismo sin ciudad cuando vivió en el sur de California (EE.UU) donde durante los últimos años han aparecido numerosos emplazamientos urbanos que carecen (casi) por completo de espacios públicos. Son, lo que podría denominarse "ciudades corporación", cuyos dueños no venden la tierra sobre la que se edifican las casas, sino que la arriendan por un periodo de tiempo más o menos extenso. En estas ciudades, no hay diferencia entre el centro y la periferia, y para hacer cualquier actividad social (desde comprar el pan o el periódico hasta ir al médico o a pasear) se tiene que recurrir a un medio de locomoción privado (preferentemente el coche). "Bajo mi punto de vista, señaló Silva, una aproximación teórica a los modos de vida que generan estos nuevos fenómenos urbanos, puede hacernos comprender mucho mejor la realidad contemporánea".

En este punto de su intervención, Armando Silva hizo referencia a un suceso conflictivo que ocurrió hace varios años en el campus de la Universidad de California donde trabajaba. Un suceso que le inspiró algunas de las reflexiones con las que comenzó a elaborar su teoría de los imaginarios urbanos. "Un buen día, recordó, comenzaron a aparecer excrementos de origen desconocido en distintas zonas del campus. Algo que puede ser relativamente habitual en numerosas ciudades europeas y latinoamericanas (muchos puntos de Sevilla, por ejemplo, están llenos de cacas de perro), pero no en estas nuevas ciudades-corporación que tienen su razón de ser en la higiene (pues en ellas todo es física, política y éticamente limpio)". Al principio, Armando Silva pensó que se trataba de una simple gamberrada, pero al comprobar que periódicamente aparecían nuevas muestras de excrementos, empezó a comprender que había algo más detrás de ese acto incívico, aunque no era capaz de captar su significado.

La dirección de la Universidad comenzó a poner avisos en el periódico de la comunidad pidiendo que, "por el bien de todos", se intentase mantener el campus limpio. A pesar de esos avisos, los excrementos siguieron apareciendo y decidieron adoptar medidas más directas y contundentes. Primero instalaron unos sanitarios públicos por todo el campus, pero el que hacía o colocaba los excrementos, como era previsible, no pareció darse por aludido. Después, con la intención de capturar (o, al menos, de ahuyentar) al "infractor", la dirección de la Universidad recurrió a la tecnología, colocando diversas cámaras por zonas estratégicas del campus e incluso llegando a rociar los lugares donde aparecían los excrementos con productos químicos. "El conflicto se fue agudizando, recordó Armando Silva, y entonces yo comencé a trabajar con la idea de que el responsable de los excrementos era una especie de graffitero que, en un gesto cargado de intencionalidad política (del que probablemente no era consciente), utilizaba los residuos de su cuerpo para expresar su rabia".

Tras comprobar que sus medidas no daban resultado, las autoridades del campus, que hasta entonces se habían mantenido dentro de los parámetros de lo políticamente correcto, decidieron escribir sus avisos de advertencia no sólo en inglés, sino también en castellano y en vietnamita (las lenguas maternas de los empleados y estudiantes más pobres). "Es decir, subrayó Armando Silva, se quitaron su máscara y le pusieron color a la caca". Con todo este material, Silva organizó una conferencia que bajo el título De lo real a lo imaginario denunciaba la actitud racista del equipo directivo de la Universidad de California. A su vez, un grupo de jóvenes artistas llevó a cabo una performance sobre el suceso en la que utilizaron "excrementos reales". Curiosamente, la primera persona que entró en la sala, tocó una de las mierdas pensando que era de plástico (es decir, que era una mierda imaginaria).

En este sentido Armando Silva recordó que, según la teoría psicoanalítica, el ser humano tiende a coger todo lo que sobresale del cuerpo. "Por eso, explicó, los niños agarran los pechos de sus madres y también tocan y cogen sus propios excrementos". El concepto de residuo -de huella, de resto- es clave en la teoría de los imaginarios urbanos. En el psicoanálisis, la idea de residuo se identifica con cosas que salen del cuerpo -las lágrimas, el sudor, los excrementos, la saliva, la voz...-; cosas que se desplazan y se evaporan o difuminan. Armando Silva -que comparte con Manuel Delgado la idea de que es necesario evitar el onanismo academicista en el que caen con frecuencia los análisis sobre lo que los ciudadanos piensan o desean- considera que es incomprensible que las ciencias sociales le hayan prestado (y le sigan prestando) tan poca atención al campo de los residuos. Un error que, a su juicio, es equiparable al cometido por la lingüística estructuralista, que se empeñó en analizar el funcionamiento sintáctico y morfológico del lenguaje, sin preocuparse por entender la dimensión psicológica y simbólica de la lengua (esto es, lo que se quiere decir cuando se dice algo).

Los imaginarios se pueden concebir como residuos de la memoria colectiva de los ciudadanos. "Por ello, subrayó Armando Silva en la fase final de su intervención en el Aula del Rectorado de la Universidad Internacional de Andalucía, más allá de las diferencias teóricas y metodológicas que puedan existir entre mis planteamientos y los de Manuel Delgado, creo que ni están tan alejados, ni son tan incompatibles. Porque en el fondo, igual que él, yo me siento ante todo un buscador de restos, un rastreador de rastros".