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Egipto: paisaje político y social. Gema Martín Muñoz

Gema Martín MuñozDurante los últimos cien años, Egipto ha ejercido un fuerte liderazgo político y cultural dentro del mundo árabe. En el marco de Representaciones árabes contemporáneas. El Cairo, la socióloga española Gema Martín Muñoz realizó un balance histórico de ese liderazgo, analizando en la fase final de su intervención la situación actual, marcada por la debilidad del espíritu pan-arabista y por las trágicas consecuencias de los conflictos bélicos en Irak y Palestina. "Egipto, señaló Gema Martín Muñoz, es un observatorio privilegiado para conocer los hitos claves de la historia contemporánea del mundo árabe, ya que en ese país han surgido y se han desarrollado los principales proyectos ideológicos y políticos que han condicionado el devenir histórico de esa zona del planeta".

Según Gema Martín Muñoz, esos proyectos ideológicos y políticos se han articulado en tres grandes momentos generacionales. El primero se fraguó en la segunda mitad del siglo XIX, cuando ciertas elites intelectuales comenzaron a tomar conciencia de que el mundo árabe en general, y la sociedad egipcia en particular, estaba atravesando un periodo de profunda decadencia. Para terminar con esa situación y propiciar un renacimiento social y cultural que permitiera hacer frente a los nuevos desafíos geo-políticos, las propuestas reformistas siguieron dos caminos fundamentales: la autodenominada vía modernista y la que se conoce generalmente como vía tradicionalista.

"Se trata, puntualizó Gema Martín Muñoz, de unas denominaciones sumamente tramposas, pues en ambos casos se buscaba una modernización del país; y lo que les diferenciaba era que la primera (modernista) utilizaba como punto de referencia el modelo liberal occidental (por lo que sería más exacto llamarla europeísta), mientras la segunda (tradicionalista) partía del pensamiento y la tradición islámica". El llamado proyecto tradicionalista buscaba una modernización a partir de una reinterpretación racional del Islam, es decir, sin renunciar al patrimonio histórico, cultural y jurídico de las sociedades musulmanas. Por el contrario, el proyecto modernista (que contaba con el apoyo de importantes sectores intelectuales árabes) planteaba que la única posibilidad de progreso en los países islámicos pasaba por transplantar el modelo de desarrollo que había triunfado en Europa, presuponiendo una superioridad cultural de Occidente sobre el resto de las civilizaciones.

Apoyado por las fuerzas colonialistas, en este primer momento generacional se terminó aplicando el modelo modernista-europeísta (que incluía la creación de regímenes políticos basados en las democracias europeas y la organización de procesos electorales pluripartidistas). Pero finalmente, la aplicación de ese modelo fracasó, generando un intenso sentimiento de desilusión, primero en la sociedad egipcia, y después, en el resto de Oriente Medio. En el caso de Egipto, Gema Martín Muñoz considera que este fracaso se debió, entre otras cosas, a que el sector de la población local que lideraba el proceso de reforma liberal -los grandes terratenientes- no estaba interesado en una aplicación real de reformas socio-económicas y culturales estructurales, ya que les beneficiaba mucho más perpetuar el anterior sistema semi-feudal.

Mientras tanto, el pensamiento islámico modernizador siguió gozando de enorme vitalidad, pasando a la praxis a principios de la década de los 30 del siglo XX. De esa época data la creación en Egipto (en el marco de un sistema monárquico liberal ) de los Hermanos Musulmanes, un movimiento reformista que ha tenido una gran influencia en la vida social y política de numerosos países árabes (Jordania, Siria, Palestina...) durante los últimos 70 años. En términos sociológicos, la fundación de los Hermanos Musulmanes representa el nacimiento de lo que hoy conocemos como islamismo reformista cuyo objetivo es la modernización de los países árabes desde parámetros islámicos. "Un objetivo, advirtió Gema Martín Muñoz, que según los Hermanos Musulmanes debe alcanzarse respetando el orden político e institucional establecido y rechazando en todo momento el uso de la violencia".

Gema Martín MuñozEl segundo gran recambio generacional que ha experimentado la historia política árabe contemporánea, se produjo tras la II Guerra Mundial, coincidiendo con un periodo de importantes transformaciones demográficas y sociológicas en el que se recuperó el debate sobre la necesidad de modernizar las sociedades islámicas. En medio de una intensa crisis socio-económica y cultural, las nuevas generaciones egipcias (y posteriormente, las de otros países árabes) empezaron a mostrar su rechazo por un régimen parlamentario pseudo-democrático que no tenía en cuenta los derechos de la mayor parte de la población. En ese contexto, el ideal democrático y pluripartidista fue sustituido por los principios del igualitarismo y de la justicia social que se convirtieron en los elementos movilizadores de los dos grandes proyectos de modernización de esta segunda generación: el socialismo pro-soviético de tendencia laica y el islamismo reformista que pregonaban los Hermanos Musulmanes. A la vez, emergió (primero en Egipto, y más tarde en otros países de Oriente Medio y del Magreb) una nueva generación de militares árabes, con convicciones profundamente nacionalistas, que se rebeló contra el poder colonial y la pasividad de sus gobiernos ante la creación del Estado de Israel en territorio palestino.

Ya en la primera contienda bélica contra Israel, un joven oficial egipcio llamado Gamal Abdel Nasser había llegado a la conclusión de que el principal problema de los países árabes era la extrema decadencia y debilidad de sus gobiernos. Un obstáculo que, a su juicio, era necesario resolver antes de emprender luchas externas como la liberación de Palestina. Desde esa certeza, un grupo de militares que lideraba el propio Nasser (los llamados Oficiales Libres) tomó la decisión de derrocar al régimen parlamentario monárquico egipcio para crear un estado soberano, fuerte, moderno, independiente y con capacidad de jugar un papel relevante en la escena política internacional. Así, en julio de 1952, el grupo de los Oficiales Libres -cuyos miembros, más allá de un vago sentimiento nacionalista, no tenían una ideología común- dio un exitoso golpe de estado que triunfó gracias al apoyo de islamistas y comunistas. De este modo, Gamal Abdel Nasser se convirtió en la gran figura del nacionalismo árabe.

Pero tras el entusiasmo inicial que había generado su llegada al poder, muy pronto se volvió a repetir la experiencia cíclica del fracaso. El sistema de valores que había promovido (donde mezclaba nacionalismo pan-arabista con modelos de desarrollo socio-económico de tipo socialista) se derrumbó estrepitosamente tras su derrota en la guerra de los Seis Días (1967), que también hizo añicos el orgullo anti-imperialista del mundo árabe (catalizado a través de la lucha contra Israel). "Después de esa fecha, recordó Gema Martín Muñoz, se hizo evidente que en vez de una nueva era de progreso social y cultural, se había entrado en otra fase más de crisis económica, corrupción política generalizada y creciente desilusión moral". A su vez, se vino abajo el ideal pan-arabista, cuyo objetivo era alcanzar la unidad de todos las naciones árabes para crear un subsistema político y militar regional que fuera capaz de defender sus intereses comunes (con el apoyo a la causa Palestina como principal reivindicación) en conflictos y foros internacionales.

Fue en ese contexto de profunda crisis socio-económica y moral cuando comenzó a gestarse el tercer recambio generacional (que llega hasta el día de hoy) que ha experimentado la historia política del mundo árabe durante el último siglo. A juicio de Gema Martín Muñoz, para entender algunas de las claves que han posibilitado este tercer recambio generacional (que, una vez más, surgió primero Egipto y después se reprodujo en otros países árabes) hay que remontarse a finales de los años 50, cuando el régimen nasserista optó por desarrollar un socialismo sui generis (que rechazaba, por ejemplo, el ateísmo) y por romper radicalmente con los Hermanos Musulmanes (que le habían apoyado en su llegada al poder). Oficialmente, la razón de ese distanciamiento estaba en que un seguidor de este movimiento había intentado asesinar a Gamal Abdel Nasser en Alejandría. Pero hay una serie de investigaciones que aseguran que el atentado fue preparado por instancias gubernamentales para justificar y legitimar la ruptura con el islamismo (que representaba, en ese momento, la principal amenaza al poder autoritario del régimen de Nasser).

Gema Martín MuñozA partir de ahí, se inició un proceso de persecución y represión inmisericorde de los Hermanos Musulmanes que, finalmente, también terminó afectando a muchos miembros del Partido Comunista (el otro movimiento político que había apoyado el golpe de estado de los Oficiales Libres). "En esos años de brutal represión de la disidencia, señaló Gema Martín Muñoz, las prisiones egipcias se convirtieron en el principal foco de producción de radicalismo islamista, dándose incluso algunos itinerarios ideológicos muy sorprendentes (como, por ejemplo, presos comunistas que se transformaron en islamistas ortodoxos)". Esa política represiva hizo que numerosos jóvenes se incorporaran a grupos islamistas clandestinos que criticaban las tesis reformistas defendidas por los Hermanos Musulmanes y propugnaban una acción directa violenta. "Curiosamente, subrayó Gema Martín Muñoz, el enemigo original de este islamismo radical no fue Occidente, sino los propios gobernantes árabes".

Ya en la década de los 70 se produjo un boom demográfico que hizo que se multiplicara notablemente la población joven. La corrupción política (que fue más evidente con el progresivo desmantelamiento del estado-providencia del régimen nasserista), la aguda crisis económica (con tasas de desempleo superiores al 30%) y el abatimiento moral (la herida que provocó la guerra de los Seis Días en el orgullo anti-imperialista de los países árabes tardó mucho tiempo en cicatrizar) propiciaron que creciera entre la población (especialmente, entre los más jóvenes) un intenso sentimiento de desconfianza hacia sus gobernantes. En ese contexto crítico, numerosas personas sintieron que el islamismo reformista (que nunca había ocupado el poder) era el único proyecto político que ofrecía expectativas de futuro creíbles y un esquema de valores morales sólidos.

"Tras la acumulación de fracasos que ha supuesto la aplicación de modelos externos (liberalismo, monarquía parlamentaria, socialismo...), explicó la autora de Irak, un fracaso de Occidente (1920-2003), gran parte de la población árabe ha optado por la recuperación de sus propios referentes históricos y signos de identidad. En ese sentido, hay que entender la decisión voluntaria de muchas jóvenes de cubrirse la cabeza -no el rostro- con un pañuelo". Sin embargo, en los ámbitos intelectuales y políticos occidentales, sigue prevaleciendo la idea de que la solución a la crisis que sufren los países árabes pasa por propiciar un desarrollo económico que permita la emergencia de unas fuerzas liberales con capacidad de enfrentarse a sus gobiernos autoritarios. A juicio de Gema Martín Muñoz, esa solución está abocada al fracaso, porque sólo conduce a una privatización de la estructura productiva (que beneficia a los de siempre) y no a una transformación real del sistema socio-económico. "En todo caso, recordó Gema Martín Muñoz en la fase final de su intervención en Representaciones árabes contemporáneas. El Cairo, los proyectos de modernización y democratización que se emprendan en un futuro, sólo serán viables si se integra al islamismo político reformista".