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Los partidos islamistas y la alternativa democrática en los países árabes, Nadia Yassine

Nadia YassineEl mundo árabe no es un bloque monolítico, del mismo modo que tampoco lo es Occidente. Nadia Yassine, portavoz y responsable de la sección femenina del movimiento islamista marroquí Justicia y espiritualidad cree posible encontrar puntos de conexión entre ambas civilizaciones que no están, como planteaba Samuel Huntington en 1997, irremediablemente condenadas al enfrentamiento. Tras los atentados del 11-S en Nueva York y del 11-M en Madrid, el planteamiento de Huntington ha calado profundamente en los sectores más conservadores de las sociedades occidentales, resucitando las antiguas tesis culturalistas y esencialistas que justificaron el colonialismo. "Pero iniciativas como este seminario, afirmó Nadia Yassine durante su intervención en la quinta jornada de Representaciones árabes contemporáneas. Discursos críticos y pensamiento político, ayudan a poner en marcha un espacio de reflexión y de diálogo que nos permita superar los prejuicios y construir conjuntamente un futuro habitable para todos".

En los medios de comunicación occidentales se tiende a no diferenciar entre los movimientos islamistas radicales (muy minoritarios) y los reformistas (con una gran aceptación popular), dando a entender que, en el fondo, son las dos caras de la misma moneda. De este modo, se presupone que el mundo islámico, por su propia naturaleza, es incompatible con la democracia, y en vez de propiciar un debate que analice detalladamente la situación política de los países musulmanes, se ofrece un veredicto de antemano que, a juicio de Nadia Yassine, contiene un cuestionamiento integral del Islam. Igual que el orientalismo del siglo XIX, este nuevo enfoque esencialista y culturalista parte de la idea que el mundo árabe está anclado en una estructura social y política pre-moderna de la que sólo podrá salir (convenientemente asesorado por Occidente) si se deshace de la carga del Islam.

Este nuevo discurso esencialista concibe la democracia como el resultado "natural y limpio" de la evolución de la sociedad occidental, obviando que su existencia (que, por otro lado, no deja de ser parcial y provisional) deriva de un azaroso y caótico recorrido histórico lleno de sobresaltos y desvíos. Frente al ideal de progreso que representan las democracias occidentales, el Islam se identifica con algo oscuro y amenazante, con la pervivencia de un sistema teocrático que amenaza la estabilidad y la prosperidad del mundo civilizado. En el ámbito político, se presupone que los musulmanes están genéticamente programados para someterse a despostas y regímenes feudales y que la historia de los países islámicos ha sido una especie de "museo de los horrores".

Nadia Yassine"Lo más gravé, alertó Nadia Yassine, es que este discurso esencialista no se limita al plano teórico, sino que también se expresa a través de acciones políticas concretas (como demuestran las decisiones bélicas de la administración Bush o del gobierno de Sharon)". Y si el orientalismo del siglo XIX precedió al colonialismo, el principal temor de Nadia Yassine es que este nuevo pensamiento político esencialista traiga consigo una actualización de la tiranía culturalista que justifica el dominio de Occidente con argumentos civilizatorios. No hay que olvidar que en el mundo islámico, todo esto se percibe como una agresión cultural, y en amplios sectores de la población cobra cada vez más fuerza la necesidad de buscar una re-afirmación identitaria en oposición a Occidente. Se crea así el clima perfecto para que cuaje un contra-discurso que defiende el carácter antidemocrático como seña de identidad del mundo musulmán. "Y ni siquiera el islamismo reformista, reconoció Nadia Yassine, se libra completamente de esa tendencia".

En cualquier caso, según Nadia Yassine, hija de Sheyj Abdesalam Yassine (fundador del movimiento Justicia y espiritualidad), la explicación de esa reacción debe buscarse más allá del Islam. En los países árabes, el recuerdo de la reciente colonización (apenas hace cuatro décadas que estas naciones consiguieron su independencia) no se ha borrado del imaginario de los ciudadanos, cuya visión de Occidente continúa condicionada por ese hecho histórico. En la actualidad, los musulmanes siguen siendo incapaces de definirse al margen de esa relación dialéctica que separa y enfrenta a colonizadores (los vencedores, Occidente) y colonizados (los vencidos, Oriente). "Algo que, en palabras de Nadia Yassine, nos limita y bloquea porque nos obliga a construir nuestra identidad en negativo (si Occidente es democrático nosotros somos antidemocráticos) e impide que encontremos nuestro propio camino sin obsesionarnos por establecer comparaciones o distancias con los países occidentales".

Como ya indicara Eyal Sivan en la primera jornada de Representaciones árabes contemporáneas. Discursos críticos y pensamiento político, la memoria histórica se puede instrumentalizar (seleccionando unos datos y "olvidando" otros) y propiciar así el sometimiento de un pueblo. Al mundo islámico se le ha privado de buena parte de su memoria, y eso le ha impedido poder comprender muchas situaciones de su presente y recurrir a su propia historia para encontrar modelos de referencia sobre los que construir su futuro.

El discurso esencialista recurre a esa instrumentalización de la historia para argumentar que los musulmanes son enemigos naturales de la democracia. Algunos orientalistas europeos del siglo XIX como H. Laoust hicieron un buen trabajo descriptivo sobre el origen histórico de los grandes cismas del Islam y la creación de las ramas sunní y chíi. Pero Nadia Yassine piensa que se quedaron a un nivel muy epidérmico, sin comprender la complejidad de muchos de esos episodios fundantes, hasta el punto de interpretar que los regímenes autoritarios que ha habido en los países islámicos durante los últimos siglos suponen la continuidad lógica de las enseñanzas del Profeta (cuando, a su juicio, es justamente lo contrario).

Por otro lado, el mundo islámico carece de una teoría del poder propia que haya reflexionado sobre los mecanismos que éste utiliza para legitimarse y perpetuarse. Además, los pocos autores que han abordado este tema, también han concebido el "autocratismo" como el sistema político más adecuado para las sociedades islámicas. Por ejemplo, Ibn Taymya (un teólogo muy influyente en el wahhabismo) llegó a asegurar que prefería un año de despotismo que una sola noche sin gobernantes. En este sentido, Ghassan Salamé se preguntaba en su libro Democracias sin demócratas qué "fragilidad interna" había en las sociedades árabes que hacía que estos autores confundieran la necesidad comprensible de autoridad con la justificación del despotismo. Por su parte, el pensador chiíta de origen yemení, Zayd Bnou Ali Lwazir recuerda en su obra Al Fardya que no hay nada en las palabras del Profeta que sea incompatible con las actuales normas democráticas.

Nadia Yassine"De hecho, indicó Nadia Yassine, el Profeta concebía el poder como un instrumento de cohesión social para garantizar el desarrollo espiritual del individuo y la justicia pública". En el Corán ya se reconoce la noción de comunidad -cuya unidad debe reflejar la unicidad absoluta de la divinidad- y se describe la soberanía del pueblo como una legitimidad sagrada. A su vez, en los tiempos del Profeta (periodo en el que se incluyen los cinco primeros califatos) ya se asumió la necesidad de que la organización y formalización del poder tenía que evolucionar a partir de una adaptación del texto al contexto (esto es, teniendo en cuenta las sensibilidades y las circunstancias de cada época). Así, por ejemplo, durante el mandato de Omar (634-644) se adoptaron innovadoras técnicas de gestión de las finanzas públicas y se propuso una separación de poderes. "Es decir, subrayó Nadia Yassine, una mirada a los orígenes de la religión musulmana nos demuestra que la democracia y la fe islámica son compatibles".

Sin embargo, con la rebelión de Moawya se produjo una inversión -tanto a nivel político como teológico- de este proceso de liberación democrática basado en las enseñanzas del Corán. Si en tiempos del Profeta, la soberanía popular era lo sagrado, tras esa inversión fue el poder en sí mismo lo que comenzó a sacralizarse. "El poder, subrayó Nadia Yassine, que estaba hasta entonces al servicio del Mensaje, pone el Mensaje a su propio servicio". Los versos coránicos fueron instrumentalizados para posibilitar la consolidación del nuevo poder emergente y el amor por el consenso que había proclamado el Profeta se utilizó para combatir las disidencias internas y eludir el debate político. Se idealiza de forma desproporcionada la época de los dos primeros Califas (Abu Bakr y Omar), resaltando el carácter sagrado e inamovible del texto (que, por tanto, no tiene que adaptarse al contexto).

Esa trasferencia de la sacralidad se realizó a través de dos instrumentos principales: la creación de una imbrincada red administrativa y burocrática plegada a los intereses de una serie de clanes y familias poderosas; y la puesta en marcha de un sofisticado sistema de propaganda (sustentado tanto en la calumnia y la manipulación ideológica como en la violencia) que utilizaba los espacios religiosos (sobre todo los sermones de los viernes en las mezquitas) para propagarse. Para consolidar este poder autocrático, también se ha instrumentalizado la labor de los Ulemas que representan una especie de sociedad civil en el mundo musulmán. En sus orígenes, la función de los Ulemas era mediar entre el pueblo y la Autoridad, ejerciendo un cierto contrapoder que frenaba los abusos de los gobernantes. Pero progresivamente han ido abandonado esa función y, en nombre de la unidad y del consenso, se han limitado a taponar las brechas del poder, convirtiéndose, en muchos casos, en cómplices directos de los gobiernos autoritarios.

Ha habido, por tanto, una serie de handicaps históricos (falta de una teoría política propia, pervivencia de regímenes autocráticos y corruptos, opresión colonialista...) que han hecho que no existan "anticuerpos intelectuales" en el mundo islámico contra el poder despótico. Además, ante el peligro de homogenización cultural que trae consigo la globalización, amplios sectores de la sociedad musulmana han recurrido a un repliegue identitario que rechaza cualquier influencia externa, incluida la democracia que es percibida como una injerencia occidental. "Pero eso no significa, insistió Nadia Yassine en la fase final de su intervención en Representaciones árabes contemporáneas. Discursos críticos y pensamiento político, que el mundo musulmán, por la propia indiosincracia del Islam, esté condenado al autocratismo, ya que, como bien apuntó Zayd Bnou Ali Lwazir, no hay nada en las palabras del Corán que sea incompatible con las actuales normas democráticas". Para Nadia Yassine, autora del libro Toutes voiles dehors, el desarrollo de la democracia en el mundo islámico, sólo será posible a través de la reivindicación de una identidad colectiva que permita a los musulmanes deshacerse de la perversa influencia de los discursos y las políticas culturalistas y, al mismo tiempo, elaborar una teoría propia del poder.