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Mayo del 68: el comienzo de una época |
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PublicacionesEnlacesEnglishMayo del 68: el comienzo de una época es un proyecto dirigido por Amador Fernández-Savater y organizado por la Universidad Internacional de Andalucía-UNIA arteypensamiento en co-producción con la Fundació Antoni Tàpies, Barcelona y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, adscrita al Ministerio de Cultura y con la colaboración del Instituto Francés de Barcelona, la revista Archipiélago y el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. "Lo importante para nosotros no es elaborar una reforma de la sociedad capitalista, sino lanzar una experiencia de ruptura completa con esa sociedad; una experiencia que no dure pero que deje entrever una posibilidad: percibimos otra cosa, fugitivamente, que luego se extingue. Pero basta probar que ese algo puede existir". (Daniel Cohn-Bendit, entrevistado por Jean-Paul Sartre, Le Nouvel Observateur, 20 de mayo de 1968). La memoria es un espacio de lucha: el recuerdo no es algo que el poder pueda dejar sin gobernar, sobre todo el recuerdo de un momento que cambió el curso de las vidas y la realidad misma. En mayo de 2008 se cumplirán 40 años del célebre movimiento de Mayo del 68. La "memoria reactiva" (política, mediática, cultural) reduce el acontecimiento a una algarada estudiantil, a un conflicto generacional, a una cuestión de hormonas, a una aceleración brusca de la modernidad (explosión del individualismo hedonista, liberación de las costumbres), etc. Busca neutralizar lo político: las rupturas y los disfuncionamientos, la manifestación de nuevas subjetividades, irrepresentables política o sociológicamente, el surgimiento de otras formas de concebir el lazo social, la comunidad, el porvenir. Borrar definitivamente esa posibilidad fugitiva. Entonces, ¿bajo qué condiciones un proyecto de "recuperación de la memoria" puede ser una intervención política? "Recuperación de la memoria" es un mal comienzo: la expresión pareciera ya aludir a una reconstrucción del pasado que "apuntala" o "completa" el presente. En España nos remite inmediatamente a una memoria de los "mártires de la democracia" a los que se debería reparar y pedir perdón, sin mayor preocupación por saber si los "militantes antifranquistas" eran verdaderamente "mártires" de la causa constitucional, sin imaginar que quizá pueda haber formas de "reparación" que no pasen por un gesto institucional sino por establecer desde abajo otro tipo de "continuidades" con el presente de luchas. No hablemos pues de "recuperación de la memoria", sino de memoria activa o memoria viva, de memoria política. La reconstrucción de una memoria viva del 68 será por el contrario necesariamente conflictiva con el presente. No es difícil adivinar por qué: cuando la concepción dominante de lo político hoy en día lo hace equivalente al sistema de partidos y considera (en el mejor de los casos) a los movimientos sociales como un lobby que presiona a los poderes, la sola irrupción del recuerdo del 68 es disruptiva, como movimiento que rehúsa la toma del poder y la idea de que el cambio social se hace desde arriba, que cuestiona el mismo concepto de vanguardia y sentencia que toda representación (política, sindical, intelectual) despotencia lo representado, como acción política rigurosamente situacional y sin modelo, como praxis del antagonismo que no se limita a la negación, como transgresión de las fronteras sociales (por ejemplo, obreros y estudiantes) que pone en primer plano el valor de la igualdad, como politización de la gente cualquiera, sin ideología previa, como articulación entre vida y política, entre existencia y concepto, como afirmación de otra temporalidad no disuasiva y como "toma de palabra" de masas, etc. Pero la memoria activa no puede pasar única y exclusivamente por restaurar la verdad revolucionaria del pasado contra toda literatura de falsificación histórica, aunque ya sea bastante, sino que ensaya algo más difícil todavía: establecer algunos hilos de continuidad con la gente que lucha hoy en día, ser útil como fuente de inspiración e interrogación. De otra manera siempre será una memoria teñida de nostalgia y algo triste en el fondo, porque habla de una experiencia sin decir cómo podría resonar en nuestro presente, por dónde podrían abrirse nuevas experiencias que la actualizaran. Contra ello, titulamos Mayo del 68: el comienzo de una época. Es el título que utilizaron los situacionistas para hablar del movimiento de Mayo en el último número de su revista. Comienzo de una época, es decir, no experiencia cancelada, agotada. ¿Cómo se justifica ese título, 40 años más tarde? ¿Qué se trataría de recordar, en función de las exigencias y desafíos del presente? Para empezar, la emergencia salvaje, imprevista, gozosa, multitudinaria y encarnada de una serie de preguntas radicales que atraviesan aún hoy la búsqueda de espacios de lo político fuera, al margen y contra lo político instituido: ¿qué es una vida política? ¿Cómo fundimos existencia y palabra? ¿Cómo nos organizamos sin jerarquizar o centralizar? ¿Qué papel tiene un militante cuando ya no se trata de dirigir, representar o adoctrinar a otros? Esas preguntas son todo lo contrario a preguntas "retóricas". Buscan ansiosamente una respuesta y muchas veces entregan la existencia entera a ello, arriesgando posición, identidad, cordura, supervivencia. En Mayo del 68 esas respuestas fueron las prácticas inventadas sobre el mismo terreno de luchas: Comités de Acción, ocupación de fábricas, reapropiación de la calle, toma de palabra, autoorganización difusa... Esas experiencias reales son de un enorme valor. Y completamente desconocidas. El mito del 68 es un mito vacío, muy personalizado en supuestos líderes y vedettes, estereotipado, banalizado. De ahí que sobre el 68 hoy pueda decirse cualquier cosa: origen del relativismo y del individualismo posmoderno, de la violencia terrorista, de los nacionalismos, de los medios de comunicación contemporáneos, del fin de la clase obrera, de la miseria existencial contemporánea (narcisismo, divorcios, soledad), etc. Por el contrario, se habla muy poco de cómo funcionó concretamente el 68, de sus creaciones organizativas en situación. Para esquivar el exceso de sobreinterpretación, y discernir qué estuvo en juego verdaderamente ahí, qué preguntas y problemas son los propios del movimiento de Mayo, quizá haya que empezar por dar un paso atrás y arraigar la discusión en torno a esas experiencias. Claro que la continuidad con el presente no hay que buscarla en las formas, en los tiempos, en los sujetos de la lucha. Sería algo muy amargo, porque si abrimos los ojos en el presente esperando encontrar una imagen-modelo extraída del 68 no encontraremos nada. Sería al mismo tiempo algo muy banal, porque la repetición nos ahorra el trabajo de construcción y creación de respuestas propias. Es mejor renunciar al pasado si nos impide mirar con nuestros propios ojos el presente. La búsqueda de la radicalidad pasa por la radicalidad de la búsqueda, es decir, por hundir el pensamiento y la creación en la propia experiencia, en la propia época, en la propia carne. Por tanto, la fidelidad no puede pasar por la repetición de las respuestas, sino por la reformulación de las preguntas alimentada por nuestra propia experiencia contemporánea. El 68 pone en primer plano la pregunta por la vida (cotidiana): la autotransformación personal y colectiva, la crisis subjetiva, la experiencia creadora, lo vivido, la toma de palabra en primera persona, todo ello está en el corazón de Mayo. Sin duda, hoy la vida sigue estando en el centro de la puja contemporánea, de ahí la contemporaneidad del 68. Pero hoy nos vemos obligados a añadir que el poder también ha aceptado las preguntas del 68, respondiéndolas a su modo. No sólo ha tratado de reprimirlas o silenciarlas. Así, de una sociedad burocrática basada en la represión-integración-racionalización de la vida, hemos pasado a una sociedad-red que la moviliza hasta casi desintegrarla (descomponiendo, desuniendo, deslocalizando, destituyendo, etc.), haciendo de cada uno de nosotros empresario de sí mismo. La época que comienza en el 68 es también una versión no revolucionaria de las consignas revolucionarias de los años 60. No podemos volver la mirada al pasado sin tomar impulso en el presente. De hecho, sólo el presente puede abrir el pasado, al revés de lo que opinan los "objetivistas". Un presente donde también buscamos denodadamente espacios de lo político fuera, al margen y contra lo político instituido, pero ya sin horizonte general de emancipación (revolución, utopía), desde un vacío y no desde la materialidad de un sujeto de clase (proletariado), contra un enemigo que no parece ya tanto la imposición alienante de sentido (disciplina, burocracia, represión, etc.), como precisamente la ausencia de condiciones de sentido (precarización generalizada de la vida, movilidad forzada, saturación informativa). No hay modelo, ni recetas que imitar. La memoria del 68 no está ahí, enterrada, esperando a ser desocultada, sino que hay que construirla en común. Nuestra aportación pasa entre otras cosas por valorizar la palabra directa de gente que estuvo inmiscuida hasta el tuétano en la tormenta colectiva. Ya sólo su misma presencia nos parece de un enorme valor, porque rompe con la idea dominante que quiere hacernos ver a todos los protagonistas del 68 atrapados en la alternativa entre arrepentimiento, normalización, cinismo y/o autodestrucción. Pues no, muchos la sortearon y sus capacidades de pensamiento crítico, lucha y resistencia siguen ahí, como una exigencia para las nuevas generaciones. Atenerse a la verdad revolucionaria del pasado, interrogarla desde las exigencias y desafíos del presente, renunciar al pasado como modelo, partir de las experiencias reales, recrear la memoria común en un diálogo trasversal a las generaciones... Finalmente, una memoria viva aborda el problema de la transmisión: ¿cómo se transmite una experiencia cuando falta el contexto social, político, antropológico dentro del cual se inscribió? ¿Cómo el discurso puede no traicionar las intensidades de lo vivido? No hay respuesta posible. Sólo tentativas irremediablemente fallidas, muy parciales y precarias. En nuestro caso, pasan también por la dimensión cinematográfica del proyecto, que tal vez pueda transmitir por la vía de lo sensible lo que el discurso no alcanza a aferrar, la naturaleza más honda del acontecimiento: interrupción del orden cotidiano hecho de "mediocridad, aburrimiento, autoritarismo, infantilización, jerarquía, coacción, control"; emergencia insólita de nuevas formas de politización y sensibilidad allí donde nadie veía que pudiera ocurrir nada; insumisión a las identidades y alianzas imprevisibles entre gentes que no estaban destinadas a encontrarse; desfuncionalización de los lugares y reapropiación del tiempo; desbordamiento constante de las estructuras y Fiesta, fiesta genuina, es decir, celebración colectiva de la existencia súbitamente reconquistada... "Nuestro júbilo y nuestra risa: he aquí algo que ninguno de los testigos habituales ha sabido decir, así como ninguno de los dictámenes que se han lanzado sobre el 68 ha dado cuenta del placer que conocimos. Este placer (que otros llamarán goce) participaba del derroche de uno mismo, hecho sin cálculo en el trato anhelante con la intensidad. No se busque en otro sitio la fuente de la extrema carga erótica de aquellas jornadas. Estábamos extenuados de felicidad; y salimos de la derrota con ganas de morir". (Jean-Franklin Narodetzki)
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