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Conferencia de Carlos Monsiváis: Las ciudades de hoy en América, literatura, crónicas, movimientos ciudadanos

Carlos MonsiváisEn América Latina, más que de ciudades habría que hablar de confederación de guetos, cuyos habitantes lo único que comparten es la resignación y el derrotismo cotidiano. Macrociudades construidas sobre un cúmulo de proyectos urbanísticos fracasados que han crecido de forma desorbitada e incontrolada y que, en sentido estricto, es imposible medirlas (su número de habitantes se modifica continuamente) e imaginarlas como un todo. "¿Qué diagnósticos, qué vaticinios", se preguntó Carlos Monsiváis en el inicio de su intervención en el seminario Imaginarios urbanos: de ida y vuelta, "pueden realizarse sobre esa incógnita desmedida que son las ciudades latinoamericanas del siglo XXI?". A su juicio, en vez de pensar en términos de profecía, quizás sería mucho más práctico dedicarles un epitafio.

En las décadas de los setenta y ochenta del siglo pasado, las grandes ciudades de América Latina seguían conservando cierto apego por su pasado arquitectónico y cultural mezclado con una confianza utópica en los progresos que traería consigo la modernidad (avances científicos y tecnológicos que repercutirían en la mejora de las condiciones de vida de sus habitantes). Las ciudades se diferenciaban claramente unas de otras y en el espacio público coexistían elementos tradicionales con obras arquitectónicas que intentaban modernizar el paisaje urbano. Criollas en su trazo original y mestizas en sus ampliaciones, estas localidades se caracterizaban por la importación de distintas influencias arquitectónicas, mostrando un acoplamiento desigual entre lo colonial y lo autóctono (entre lo español y lo indígena, lo africano y lo portugués...).

Hoy en día, las ciudades son cada vez más semejantes. Se ha impuesto la escenografía falsamente igualitaria del consumo, el imaginario colorista y superficial de la narrativa publicitaria, la omnipresencia rutilante de franquicias y grandes marcas multinacionales. También el poder político que gestiona el futuro de estas localidades se ha convertido en una especie de franquicia del orden financiero internacional. En este reinado de la ética y la estética consumista, el único ensueño de igualdad al que pueden aspirar las urbes latinoamericanas está en que, como dice Carlos Monsiváis, "cuando las ciudades se parecen en demasía, resulta más verosímil la ilusión del desarrollo".

Pero la homogeneización política y simbólica que impone la globalización neoliberal, no va acompañada de una disminución de los contrastes económicos y sociales. De hecho, las desigualdades entre ricos y pobres, no sólo se mantienen sino que aumentan. Junto a las colonias residenciales en las que se refugian las clases acomodadas, siguen emergiendo barrios de chabolas y de casas autoconstruidas que en cada ciudad toman un nombre diferente: los cantegriles de Montevideo, las villas miserias de Buenos Aires, los ranchos caraqueños, las callampas de Santiago, las favelas de Río de Janeiro, las ciudades perdidas y las colonias populares de México D.F. “Desde luego”, comentó irónicamente Carlos Monsiváis, "llamar ciudades perdidas a enclaves urbanos sólo localizables por sus habitantes, y a veces por la Policía y por los políticos durante las campañas electorales", refleja, sin las trampas semánticas de la corrección política, la profunda fractura social que sigue existiendo en los países de América Latina.

El imaginario de las ciudades latinoamericanas está determinado por los movimientos migratorios, tanto internos (del campo a la ciudad o entre ciudades vecinas) como externo (especialmente a los grandes núcleos urbanos de EE.UU.). Según Carlos Monsiváis, para comprender esos imaginarios es necesario analizar cómo cada comunidad migratoria trata de reconstruir su cultura local en los barrios en los que se instala, incluyendo a menudo la reproducción de los hitos arquitectónicos más representativos que hay en las ciudades de las que proceden. Un dato anecdótico pero muy significativo de este fenómeno de deslocalización del imaginario: las grandes orquestas tradicionales de música oaxaqueña están en California y en otros puntos del territorio estadounidense, donde viven más de diez millones de mexicanos.

Carlos MonsiváisPara el autor de libros como Principios y potestades, De qué se ríe el licenciado o Escenas de pudor y liviandad, la variedad y el incremento de los flujos migratorios ha impuesto en las ciudades un ánimo romántico. A su juicio, uno de los principales ejemplos de ese romanticismo, "menos paradójico de lo que podría creerse a primera vista", es la fiebre de la autoconstrucción que promueven improvisados arquitectos enamorados de las viviendas unifamiliares que aparecen en los telefilmes norteamericanos. Esa autoconstrucción no afecta a los centros históricos ni a las zonas residenciales de clase media y alta, pero prolifera en las barriadas populares del cinturón metropolitano, "modificando el perfil de las ciudades como un todo". Hay que tener en cuenta que cada diez años, América Latina se modifica drásticamente por las migraciones. "Y es la América Latina que emigra", subrayó Monsiváis, "la que crea y da sentido a la América Latina que se queda".

Otro fenómeno inequívocamente urbano que está influyendo de forma decisiva en la configuración del imaginario latinoamericano es el impulso desenfadado, impúdico y extrovertido de los talk shows televisivos. Las venturas y desventuras de sus participantes nos instalan, según Carlos Monsiváis, en esa dinámica de la realidad urbana contemporánea por la que los vecinos no son estables, sino "que van y vienen y si se quedan no es por su culpa". Una dinámica que hace que "el qué dirán temible no sea el del escándalo, sino el de la falta de asombro".

Los talk shows son fruto de las ciudades "del deterioro y el apretujón", en las que todo está congestionado (el tráfico, la vivienda, el empleo...) y es imposible la prudencia y la discreción (lo que provoca la alarma del temperamento conservador). "Porque las paredes son muy frágiles, y uno escucha todas las noches la acción sexual de los vecinos". Los talk shows delatan el carácter confesional de un modelo de ciudad que representa "un bosquejo de la arquitectura de aluvión". Son una de las manifestaciones más significativas del nuevo sentimentalismo urbano. El sentimentalismo propio de una época en la que los secretos, si no son financieros o delincuenciales (incluso, con frecuencia, también éstos) a nadie les importan. Sólo cobran sentido al proclamarse en el ágora de ágoras: el estudio televisivo. "De este modo", señaló Carlos Monsiváis, "los talk shows y otros formatos de telerrealidad muestran que la convivencia en las grandes urbes sólo es soportable cuando es registrada por las cámaras de alguna cadena de televisión".

El desarrollo vertiginoso experimentado por las nuevas tecnologías electrónicas (Internet, dvds, tarjetas de crédito...) ha transformado las condiciones físicas y simbólicas que determinan la vida cotidiana de los ciudadanos de las sociedades occidentales. En este contexto, la ciudad física (de contornos precisos y estables) es sustituida por la ciudad virtual (de límites difusos y cambiantes) que se va transformando en función de las mitologías urbanas que, en cada momento, circulan por las redes comunicativas. A su vez, la aparición, consolidación y expansión de Internet (en sus distintas "materializaciones virtuales": los mails, las páginas web, los blogs...) ha acrecentado la naturaleza fragmentaria de la experiencia urbana contemporánea. Pues como escribe Carlos Monsiváis, "lo fragmentario es la experiencia estremecedora de la unidad-ciudad (...) Porque nadie cruza dos veces la misma avenida, que diría un peatón presocrático".

Antes de la mitad del siglo XX, la gran ciudad se identificaba con el movimiento y la libertad (con una vida sin ataduras, sin presiones familiares y sociales), como refleja la descripción impresionista de Londres que realiza Virginia Woolf en Mrs. Dalloway: "en la mirada de la gente, en su movimiento pendular, en el andar a pie, en el caminar a duras penas, en las expresiones guturales y los alaridos, en los automóviles, los omnibuses, las camionetas, en los hombres-sandwiches que daban vueltas y arrastraban los pies, en las bandas de músicas y en los organillos (...), en el canto extraño y alto de algún aeroplano oído lejanamente, estaba lo que ella amaba: la vida, Londres, ese momento de junio". Ahora, según Carlos Monsiváis, lo que siente de forma más intensa es que el aire de las urbes daña al sistema respiratorio.

Frente al romanticismo urbano de herencia decimonónica (arraigado en el deseo de rebelarse contra lo ordenado por la familia, el gobierno, la iglesia, la educación...), el romanticismo contemporáneo se basa en el impulso individualista de vencer al destino, en el sueño hollywoodiense del hombre hecho a sí mismo. Los manuales de autoayuda serían una de las principales manifestaciones de este nuevo romanticismo: "Sí, ya sé que soy un empleadito sin parentesco ni amistad con los poderosos, pero si aplico a fondo lo que aprendo en estos libros y si compro estos productos, prosperaré y seré otro (...) Sí, soy secretaria sin recursos ni título universitario, pero si memorizo estos consejos, seré tan eficaz que mi jefe me ascenderá, y después, ¡quién sabe!".

Portada del libro "Escenas de pudor y liviandad", de Carlos Monsiváis Según Carlos Monsiváis, el determinismo urbano se alimenta del fracaso de estos soñadores. Un determinismo que, a su juicio, también se refleja en la arquitectura homogénea y gris que se extiende como una mancha de aceite por los cinturones metropolitanos. "En aras de la rapidez, la baratura y, sobre todo, del dogma del clasismo", esa arquitectura prescinde de alicientes estéticos y demuestra que, en un mundo regido por leyes capitalistas, "el principio de la identidad está en la cuenta bancaria". "El mensaje que transmite esa arquitectura desangelada parece bastante claro: los pobres y las clases medias se conforman con lo que sea", añadió Monsiváis.

El siglo XX latinoamericano termina con el triunfo de los malls (centros comerciales), paraísos del consumo en los que, en tono aséptico, se certifica la muerte de las individualidades. Lo importante en ellos no es lo que se compra, sino el propio hecho de comprar; es decir, son espacios concebidos para satisfacer la necesidad psicológica (la pulsión) de consumir. En este sentido, Carlos Monsiváis considera que el mall sacraliza la incapacidad selectiva. "Pues el comprador", explicó, "cuando entra en ellos, no sabe bien qué es lo que quiere comprar y, finalmente, compra lo que sea".

El mall, con su arquitectura externa funcional y su decoración interior cambiante y colorista, está conquistando el planeta: su escenografía toscamente pomposa se aplica a todo tipo de instalaciones asociadas al espacio público: hoteles, edificios administrativos, museos, centros de convenciones... "En las ciudades contemporáneas", aseguró Carlos Monsiváis, "la plaza mayor se extingue en el mall" que ha asumido su función de elemento cohesionador de la diversidad social. Por ello, el autor de Los rituales del caos cree que la arquitectura del siglo XXI "será un espacio de venta o no será".

En las Megalópolis de América Latina ("ciudades atropelladas por la prisa de los inversionistas"), la renovación incesante que provoca el capitalismo salvaje (con su lógica del máximo beneficio y su apuesta por la huida hacia adelante) está creando un paisaje de ruinas y de descomposiciones, de cosidos y descosidos. El ojo y la mente humana se acostumbra pronto a los cambios. Por eso hay que entender lo bello no como una noción inmutable, sino como un convenio estético que se renueva cada cierto tiempo. "Existe una estética", aseguró Carlos Monsiváis, "que identifica visualmente el fulgor urbano con el ir y venir de las sombras y los contrastes sociales, con el encuentro inesperado de un suntuoso palacete en un callejón sórdido". Esta estética parte de una premisa tan simple como contundente: o extraemos belleza de lo que nos rodea; o lo que nos rodea extingue cualquier posible sentido de la belleza.

Estas nuevas realidades urbanas provocan tanto reacciones apocalípticas ("sufriremos todos en el infierno de la desintegración urbana") como post-apocalípticas ("todos hemos sobrevividos a un porvenir en llamas del que hemos regresados sanos y salvos"). A juicio de Carlos Monsiváis, la fascinación que ejercen ciudades como México D.F., São Paulo o Caracas se debe, precisamente, a que representan lo que nos imaginamos que será el futuro: "un porvenir en llamas" en el que, pese a todo, podremos salir adelante.

A día de hoy, las ciudades latinoamericanas están dominadas por la arquitectura del poder financiero que, a diferencia del poder político, no construye plazas públicas grandiosas presididas por monumentos conmemorativos, sino edificios privados relucientes y de estética kistch que, con frecuencia, recuperan formas del pasado (desde una mansión hollywoodiense a un aparato de radio art decó). Su objetivo es asombrar, pero lo hace de forma tan obvia que termina volviendo superfluas las reacciones admirativas. Es una arquitectura para ciudadanos-consumidores cuyos derechos son puramente adquisitivos.

En un contexto global y local dominado por el orden financiero, los proyectos de planificación urbanística han abandonado su papel histórico de dispositivos integradores de la comunidad, asimilando el sueño publicitario de identificar el consumo con la distinción, la elegancia y el buen gusto. En cualquier caso, según Carlos Monsiváis, en América Latina, el peso demográfico ("que es donde se localiza el centro y el sentido del imaginario urbano") acaba derribando todas las barreras de contención urbanística (de racionalidad, armonía y seguridad) que trata de imponer el nuevo poder político-financiero. "Todo iría bien", ironizó el autor de Nuevo catecismo para indios remisos, "si al mismo tiempo no hubiera tantos que buscan trabajo (...) Porque los empleos aparecen cuando demasiados han nacido (...) Déjense a unas cuantas familias pobres en una extensión de terrenos baldíos y vuélvase en quince o veinte años: allí habrá un conglomerado".

En la fase final de su intervención en el seminario Imaginarios urbanos: de ida y vuelta, Carlos Monsiváis aseguró que, por encima de todo, las megalópolis latinoamericanas del siglo XXI proclaman la victoria del espacio sobre el tiempo. "Porque tiempo habrá siempre", precisó, "pero espacio casi ya no hay". De hecho, mientras ciudades como Caracas o México D.F. siguen creciendo de forma espectacular (absorbiendo muchas localidades que hay en sus proximidades) la mayoría de sus habitantes se confinan en departamentos y casas cada vez más pequeños. Paradójicamente, millonarios y multimillonarios se refugian en residencias-fortalezas de enormes dimensiones, pero en las que, para poder disfrutar de su "soledad", necesitan rodearse de decenas de individuos fuertemente armados.

"Durante el siglo XX", concluyó Carlos Monsiváis, "la sociedad latinoamericana ha pasado de la convivencia familiar al autismo televisivo, del goce de las extensiones vírgenes al recuerdo vago de los cielos azules y las regiones transparentes, de la familia tribal a la familia virtual, de la numerosa descendencia a la parejita de niño y niña (o el hijo único), del patio de vecindad como ágora al saludo fugaz en el condominio, del aprecio por lo moderno a la técnica postmoderna de re-valorizar lo antiguo".